Elecciones
La construcción del dominio del PPdeG en Galicia entra en crisis

El Partido Popular elaboró durante años un relato interesado de la autonomía como historia de su propio éxito al tiempo que favorecía su dejadez para conseguir el consentimiento de un pueblo al que finge parecerse.
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Isabel Faraldo (Podemos), Ana Pontón (BNG), Alfonso Rueda (Partido Popular), José Ramón Gómez Besteiro (PSdeG) y Marta Lois (Sumar).

Antes de iniciarse la campaña, el CIS indicaba que había una creencia generalizada en que el PP volvería a ganar (79,2%) a pesar de que una gran mayoría no quería que eso sucediera (62,2%). Se trata de un fenómeno permanente de la política gallega: durante las elecciones autonómicas la mayor parte de la ciudadanía prevé la victoria de la derecha. Es algo similar a esperar la victoria del equipo contrario antes de jugar el partido. Por que creemos saber que la derecha ganará las elecciones?

La autonomía: una historia de éxito del PP

Podemos explicar esta certeza a través de la experiencia de la gente con la autonomía: los gallegos y gallegas de entre cero y 15 años nunca vivieron un gobierno de izquierdas, y en las más de cuatro décadas de autonomía las izquierdas solo alcanzaron el gobierno durante siete años. Las derrotas de las izquierdas predisponen a los progresistas hacia el derrotismo. Es difícil confiar en el cambio cuando el más reciente, allá por el 2005, se produjo en una situación excepcional, tras el Prestige, el Nunca Máis y la Guerra de Irak.

El dominio histórico del PPdeG influye en las percepciones sobre lo que hoy es o no es posible. Detrás de la expectativa en la victoria del PP hay una percepción de la autonomía más como historia que cómo pasado y presente abierto a otras posibilidades. Desde el partido de Alfonso Rueda siempre insisten en esta operación ideológica primordial: convertir la autonomía en la historia de su éxito. Así comienza la construcción de su fortaleza.

El dominio histórico del PPdeG influye en las percepciones sobre lo que es posible. Detrás de la expectativa de una victoria del PP hay una percepción de la autonomía más como historia que como un pasado y un presente abiertos

Se trata de una historia peculiar, más se consideramos los orígenes del PP, en principio contrarios a la descentralización política. Tras las derrotas de 1979, la antigua Alianza Popular optó por un proceso de galleguización, de “cambio de cara, alma y mente” en palabras del que fue su asesor y vicepresidente Barreiro Rivas, que definió aquel proceso como la “metanoia política de AP”. El Partido Popular comenzaba su historia de éxito en aquellos años, donde Fraga entendía la necesidad de apropiarse de la autonomía mediante un liderazgo populista y la presentación de un galleguismo central y moderado, capaz de mostrar admiración por las Irmandades da Fala, Murguía, Rosalía, Xelmírez y Castelao, o de exigir a Xosé Manuel Beiras respeto por las figuras de Vicente Risco y Ramón Piñeiro.

Esta historia de la autonomía como éxito del PP llega a nuestros días y juega a favor de ellos en dos sentidos. Primero, consolida un relato del PP como partido institucional (el Partido-Xunta) que encarna como ninguno la experiencia de gestión gubernamental, otorgándole credibilidad y todas las papeletas para presentarse como el partido de las “propuestas realistas”. Y, segundo, engrandece la trayectoria de sus líderes —Fraga, Feijóo— que, a pesar de presentarse la unas elecciones parlamentarias, aparecen como los únicos que revalidaron la presidencia de la Xunta. Un ejemplo de este tono presidencialista lo encontramos en el lema de campaña de Fraga en 1989: “El Presidente para un gran pueblo”. Cuarenta años de dominio institucional sirvieron para colocarlos en los lugares más elevados de la atalaya autonómica.

La historia produce conformidad. Convierte al PP en el Partido-Xunta y a sus líderes en los rostros inexpugnables del autogobierno. Pero no se queda ahí. También produce un ángulo oculto en los análisis referido a la autonomía que pudo ser: el relato victorioso del Partido-Xunta eclipsa los demás liderazgos, a otros galleguistas históricos y a los trabajos parlamentarios de otros partidos, que resultan en un resto olvidado para la ciudadanía. Nos recordamos de Fraga pero no de Camilo Nogueira, de Alfredo Brañas pero no de Aureliano Pereira. Con esta operación se produce una amnesia colectiva, instrumentalizada por el Partido Popular para presentarse como la memoria de un país. Se toma la parte por el todo y se piensa a Galicia a través de la mirada de los conservadores: “El PP es el partido que más se parece a Galicia”.

El partido que más se parece a Galicia

La certeza sobre la victoria del PP se condensa en los decires de las gentes, como en el típico “aquí gobiernan los de siempre”. Es un supuesto saber/sentir que se actualiza en cada elección autonómica, como se se tratara de una inmanencia histórica. Produce la sensación de una historia que se repite generación tras generación.

Este sentir alcanza a todos, de izquierda a derecha. Entre los progresistas se extiende la apatía y se produce una desconfianza con respeto al propio pueblo, al que se le supone un conformismo con lo existente. Mientras, entre los continuistas se produce una sensación de seguridad (“Isla de la estabilidad”) y una ilusión de correspondencia con el pueblo. De izquierda a derecha se produce la ilusión de un pueblo reticente al cambio, de un dato conformista. Con este sentir las izquierdas aparecen alejadas del sentido común, mientras que el PP aparece como la encarnación de la sensatez.

Dos ejemplos servirán para ilustrar esto: el primero lo encuentra Carlos Calvo en la victoria de la AP de Fernández Albor en 1981. Según el analista, aquella victoria, reconocida como un éxito de Fraga, no fue la de un ministro franquista, sino la de la imagen del gallego orgulloso de serlo, del trabajador estajanovista que finaliza triunfando, del “Gallego como tú” con el que “Galicia ¡gana!”. El segundo lo encontramos en la “Galicia que funciona” de Rueda y en uno de los mensajes que más coloca en sus intervenciones: “Aquí no prometemos nada que no podamos cumplir”. Para el PPdeG la ilusión de su semejanza con el pueblo se entrelaza con la defensa de las políticas sensatas. Pueblo y sentido común.

La historia produce conformidad. Convierte al PP en Partido-Xunta y a sus dirigentes en las caras inexpugnables del autogobierno

Los dirigentes del Partido Popular abonan el terreno a su favor mediante consignas que se presentan como verdades de la acción política. Una de ellas es la proclamación de que vence quien más se consiga parecer al pueblo. Discurso interesado cuando se presupone que ese pueblo es conservador. Con esta otra operación el discurso parece representar una realidad que lo antecede, produciéndose una ilusión de semejanza con el pueblo. Se confirma, lógicamente, el alardeo del PP: “Somos el partido que más se parece a Galicia”. Sin embargo, el discurso, en la medida en que se arriesga a decir lo que pasa, organiza la realidad. El PP se alardea de ser el partido que más se parece a Galicia, no porque sea cierto, sino porque es el mensaje que le permite ganar.

La postpolítica

La certeza de que ganará el PP viene acompañada por una falta de interés por la autonomía. Los síntomas se observan en el aumento de la abstención, principalmente en las urbes, pero la cosa es mucho más profunda: se relaciona con la construcción del consentimiento.

Este sentimiento de dejadez por la autonomía viene de la mano de un desprecio del PP por la actividad parlamentaria y por el bloqueo del desarrollo del autogobierno. Si con Fraga se sucedía una cierta ambición de desarrollar competencias autonómicas; con Feijóo, la autonomía se redujo a la mera gestión de las cosas por parte de un ejecutivo. Las mayorías absolutas de Feijóo convirtieron al Parlamento gallego en uno de los más opacos para la opinión pública (apenas hay seguimiento mediático) y en uno de los más restrictivos para la oposición.

Este sentimiento de abandono de la autonomía proviene del desprecio del PP por la actividad parlamentaria y por bloquear el desarrollo del autogobierno

El ataque frontal a la deliberación política, principio rector de las democracias, se aceleró durante los gobiernos de Feijóo, protagonista de un giro neoliberal-tecnocrático en el partido. El giro de Feijóo casa con el giro dado por las derechas durante la crisis de 2008, donde las oligarquías entendieron que la salida de las crisis pasaba por aumentar la represión de las protestas y por disminuir el peso del estado en las economías. Este giro fue acompañado por un discurso que reduce a las economías estatales a algo similar a una hacienda doméstica: hay que cuadrar cuentas y “no gastar más de lo que se ingresa”. Desde esta perspectiva no hay mejor figura para gestionar la casa con sensatez (“políticas con sentidiño”, “Estabilidad, sentidiño y gestión”) que el padre de familia -Fraga, Feijóo y ahora Rueda-.

Si Fraga ofrecía un discurso populista, galleguista y conservador, Feijóo, previa conjunción de los elementos más agresivos del aznarismo, optó por un discurso que hacía énfasis en su eficiencia técnica. Había que hablar más de sanear las arcas que de aumentar el gasto público. El PP como partido-gestor más que como partido del pueblo. En medio de una crisis de legitimidad, con la aparición de casos de corrupción en todo el estado, el PP desplegó en Galicia una nueva operación: la de convertir los asuntos políticos en tareas de las que solo se pueden hacer cargo gabinetes técnicos, neutrales, “sin ideología”.

Desde esta perspectiva postpolítica la alternativa quedaba retratada como un caos (hoy hablan de “barullo”, “enfurruñados”, y “amenaza del multipartito”), incapaz tanto de producir acuerdos como de representar a su pueblo. Acto seguido, la derecha ganaba las elecciones: 2009, 2012, 2016 y 2020. El PP apareció como el lógico reflejo del que los gallegos quieren. Son los mejores gestores, funcionales (“A Galicia que funciona”), y hacen que las cosas marchen como siempre (“Galicia Rueda”). Mejor (malo) conocido que (bueno) por conocer.

Detrás de cada una de las fotografías de las victorias de la derecha gallega está la construcción cultural y política de un pueblo. Un pueblo del que el PP se presume como semejante, pero al que solo puede parecerse si lo fosiliza, negándole las posibilidades de cambio. El éxito del PP comienza antes de cada comicio autonómico. Comienza en la forma en que definen el terreno de juego de la política gallega. Las vistas desde la atalaya suelen ser buenas para la derecha.

El terreno de juego: “Galicia es de derechas”

Antes de ganar hay que construir certezas sobre lo que está por venir. Para ese ejercicio es necesario definir el terreno en el que se quieren dar las batallas. Ser capaces de construir un suelo de sentidos compartidos para el conjunto de los gallegos y de las gallegas. Para ganar era necesario producir una idea de pueblo favorable. Producir verdades desde la atalaya. El tópico estelar en los discursos del PPdeG es el de un pueblo gallego conservador y conformista.

Según estos relatos parecería que Galicia tiene un carácter otorgado por la propia naturaleza. Gramsci, el comunista sardo, criticaba el concepto de naturaleza humana, el cual estaría lleno de residuos “teológicos y metafísicos” y resultaría equívoco en tanto que es “una abstracción en la que puede contenerse todo lo humano”. Ninguna persona es una unidad perfectamente coherente. Nadie es naturalmente de izquierdas o de derechas. Tampoco los pueblos. Galicia no se define por algún tipo de esencia, sino por sus relaciones sociales cambiantes, compuestas por gentes que mandan y obedecen.

Si Fraga ofreció un discurso populista, gallego y conservador, Feijóo, tras combinar los elementos más agresivos del aznarismo, optó por un discurso que enfatizaba su eficacia técnica

El pueblo no es una fotografía. En él no nos encontramos con elementos en reposo, perfectamente ordenados y visibles. El pueblo es un conjunto que siempre está dividido y en movimiento. Como recuerda Gramsci, en el pueblo conviven “principios de ciencia avanzada, perjuicios de todas las fases pasadas de la historia, intuiciones de una filosofía futura”. Todas esas percepciones luchan dentro de las gallegas, mezcladas de forma contradictoria en cada una de nosotros. Son los partidos los que procuran articularlas políticamente.

El PP apuesta por pensar la identidad de los gallegos cómo algo que ya está dado, según lo cual la política quedaría reducida a un mero ejercicio de representación. Sin embargo, es evidente que los argumentos de campaña del PP no están siendo tan efectivos cómo en otras ocasiones. Está perdiendo el PP la batalla cultural?

El 18 de febrero

En la actual campaña se están removiendo las creencias sobre la política autonómica y el electorado confía más en las posibilidades de cambio. Encontramos los méritos en las campañas del bloque progresista, especialmente en el BNG, que está acumulando cada vez más apoyos en las encuestas: Ana Pontón no solo es la candidata mejor valorada (5,74), sino que también es considerada como la que más se preocupa por los problemas de los gallegos (36,8%).

Detrás de esta ocasión para las izquierdas se encuentra la situación estatal del PP, que empujada por VOX se reordenó cómo una fuerza reactiva. El PPdeG acumula en su interior una contradicción entre el momento de la política estatal y su tradición autonómica. Por un lado moviliza a sus votantes, para los que es importante simpatizar con los líderes y el partido, partir de una identidad gallega y valorar positivamente la Xunta. Mientras, por otro lado, trata de desmovilizar el voto progresista a través de los argumentos de la política estatal, basados en el resentimiento contra los independentistas y el gobierno de coalición. Esta mezcla de discursos en el seno del PPdeG parece perjudicarlo.

El analista Manuel Barreiro comenta que “los analistas militares subrayan que es más fácil defender una posición que asaltarla”. Excepto en la campaña contra el bipartito en 2009, al modo de una ofensiva ayusista, desde el Partido Popular abordan cada campaña autonómica desde un espíritu de atalaya. En estas elecciones agotaron su capacidad de producir verdades, de atisbar a los contrincantes y de defender en las mejores condiciones su posición como el partido de la Xunta. El peso adquirido en su discurso por los elementos reactivos, propios de la extrema derecha, están jugando en contra de su interés más fundamental: definir la discusión en torno al eje moderados-radicales. Este es el eje en el que el PPdeG ha construido su fortaleza, el terreno que permite a sus lideres ocupar la atalaya de la política autonómica.

El PPdeG lleva más de 40 años creando la ilusión de que Galicia es moderada, lo que choca con la postura reaccionaria del partido en el Estado

Galicia es una excepción en lo referido a la contención de la extrema derecha. Hay algo que no cala de su discurso. Recordemos que las fuerzas reaccionarias aliadas del PP tratan de configurar nuestras identidades (española, gallega) a partir de la creencia en una falta que podría ser restituida, de una identidad perdida a recuperar. Tratan de alimentar la nostalgia por el pasado: los hombres me los estaba mejor antes del feminismo, y España estaba mejor antes del gobierno de izquierdas y el independentismo. Se tratan de fuerzas políticas inmunitarias, replegadas en sí, que sitúan a un otro que amenaza la identidad y dignidad de un pueblo.

El PPdeG lleva más de cuarenta años creando la ilusión de que Galicia es moderada, lo que choca con la postura reaccionaria del partido en el estado. El pueblo al que siempre quisieron parecerse es un pueblo tranquilo y moderado, una esencia que no se ajusta de ningún modo al resentimiento contra un enemigo o a las ganas de extirpar a nadie. Comentaba Gramsci que no era el pensamiento en sí mismo, sino lo “que realmente se piensa lo que une o diferencia a los hombres”. Lo que realmente pensamos sobre lo que nos une o nos diferencia está moviéndose en estas elecciones, y puede que el próximo 18F el PP pierda su mayoría absoluta. Las vistas desde la atalaya ya no son tan buenas para el PPdeG.

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