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Del virus que nos tiene atrapados poco o nada voy a decir. El cómo combatirlo es cosa de los científicos. Y respecto a la charlatanería que ha hecho correr tanta tinta y palabras, lo mejor es olvidarla. Tal vez, sin embargo, merezca la pena añadir algo sobre la política de la salud.
Si suponemos que es un Derecho Humano, habría que tomarla como el principal de los Derechos. Cuando hablo de derechos no me refiero, sin más, a la famosa Declaración que vio la luz en los años cuarenta y mil veces replicada. Me refiero a un Derecho fundamentado en la ética y, por tanto, universal. Se trata de un deseo y, por desgracia, no de una realidad. Cuántos sean esos derechos es discutible pero el de la prevención y cura de la salud ocupa uno, si no el primero, de tales derechos.
En este sentido, y la reciente pandemia lo ha puesto de relieve, todos los países suspenden. Y España entre ellos. Un gobierno, del color que fuera y en cualquier Estado que no sea el catalizador de los que dominan, con dinero, el mundo, debería gastar casi todo su presupuesto en la citada salud. Avergüenza pensar que no es así y que la mayor parte del presupuesto se lo llevan las armas, los políticos y toda una cantidad de gastos superfluos. O para ser más exactos, que va a parar a amigos, parientes, favores y un conjunto de intereses que son o impertinentes o despreciables. Por eso, sorprende también que la gente, por prudente que haya que ser a la hora de defenderse contra los ataques a la salud, no salga a la calle protestando, exigiendo y gritando que esto es una tomadura de pelo.
El miedo ganará, ojalá me confunda, a la prudencia y la eterna lucha entre la seguridad y la libertad caerá, ojalá me confunda de nuevo, del lado de la primera.
Una de las preguntas más recurrentes que se han hecho y se hacen en estos días de confinamiento es cuánto podríamos cambiar. De momento es difícil decir nada porque como todos andamos con esa especie de burka en la cara no sabes bien a quién tienes delante. En términos generales dos eran las posibilidades a contrastar. Por un lado, que saldríamos más liberados y, como indiqué, dispuestos a reivindicar los derechos oficialmente llamados de los ciudadanos. Y por otro, un encogimiento del cuerpo y del alma, y dispuestos a obedecer en cuerpo y alma lo que nos manden. Tengo la sensación de que es esta segunda postura la que se va a imponer. El miedo ganará, ojalá me confunda, a la prudencia y la eterna lucha entre la seguridad y la libertad caerá, ojalá me confunda de nuevo, del lado de la primera. La humanidad no suele espabilar y este país menos. Pero me voy a fijar en una especie que ya apuntaba desde hace tiempo y que es hija de lo peor de la ya de por si mal llamada Transición.
Se trata de los que llamaré moderados y equidistantes. Es una especie que habita a lomos de la llamada izquierda y que es probable que tome una fuerza nada desdeñable en el futuro inmediato. Antes debo indicar lo que entiendo por moderados y, luego, por equidistantes, dando por resultado un híbrido pseudo-izquierdista que sirve a los intereses de ese capitalismo con rostro humano que en su cinismo es menos fácil de detectar.
Existe una moderación que siempre es bienvenida. Son los que, con estilo, no gustan de las estridencias y mantienen un tono conciliador en una discusión o ante un problema con aristas complejas. Tal moderación remite a un talante siempre acogedor en un mundo en el que la mala educación asoma la cabeza por todas partes. No me refiero al estilo citado sino a otro más perverso y que hace que mucha gente, sedicente izquierdista, les aplauda con las orejas. Y esto me lleva a la equidistancia.
Los equidistantes a los que me refiero [...] se sienten muy a gusto dentro de un sistema, llamado democrático que, según ellos, solo habría que perfeccionar pero nunca poner en la picota.
Me parece que está en su punto ser equidistante, por ejemplo, entre un Estado opresor y una lucha contra dicho Estado que use las mismas armas. Los equidistantes a los que me refiero no son así. Estos se sienten muy a gusto dentro de un sistema, llamado democrático que, según ellos, solo habría que perfeccionar pero nunca poner en la picota. De ahí que acepten la monarquía, la transición les parezca un trago necesario para apuntalar el sistema en cuestión y los partidos políticos las columnas de una renqueante convivencia. De Utopía nada, no sea que nos quememos las manos. De otro mundo alternativo, nada, no sea que nos perdamos. Siempre saludados por la prensa biempensante, son unos viejos aunque cronológicamente sean jóvenes. Visten como los que están en medio de todo porque allí se sitúan como el guardia de tráfico para que pasen los coches. En realidad no están en medio. Están en las faldas del PSOE y, por tanto, al servicio, con los matices que se quiera, del dinero.
Repito que tal especie, que ya llevaba tiempo existiendo, es muy probable que reviva ahora. Que cada uno ponga cara a lo que acabo de escribir. Una pena porque lo que hace falta ahora, lo que ha hecho falta siempre, son mayores con energía para transformar el mundo y jóvenes que, con valentía, nos hagan salir de una distopía democrática para acercarnos a una democracia que nos salude desde la Utopía.
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Un brillantísimo artículo en un blog imprescindible (El rumor de las multitudes).
Gracias ;-)
Nota: Me viene a la mente un slogan de la TV británica BBCFour: 'Everyone needs a place to think'