Feminismos
Feminismos fronterizos: una cartografía desde los márgenes

'Feminismos fronterizos', de Carolina Meloni, apuesta por el feminismo como una práctica de fronteras, al borde de eso que aún no sabemos, del abismo de la aventura, pero también del deseo de asumir riesgos.
Carolina Meloni. Feminismos fronterizos
Carolina Meloni. Feminismos fronterizos
Docente e investigadora en la Universidad de Buenos Aires. Militante feminista
4 feb 2022 08:00

No estamos a la pura intemperie. Existe algo así como una casa del feminismo. Con esa metáfora muy concreta propone este libro dar cobijo a distintas problemáticas, líneas teóricas, geneologías insumisas y desvíos consistentes del pensamiento feminista, a partir de los cuales puede entrarse de visita a esta casa, o decidir alojarse transitoriamente e incluso quedarnos a vivir ahí.

No es una casa de puertas cerradas. Más bien se parece a una madriguera. Con muchas puertas y vericuetos pero que sirve también para esconderse, tener donde guarecerse, sin erradicar del todo la incomodidad. No hay parentescos obligatorios que la sostengan, pero sí una pulsión a situarnos y a encontrarnos. La premisa de esta arquitectura a la que nos lleva Carolina Meloni sostiene que los debates feministas son vigas maestras de la teoría de la transformación, cimientos hechos de muchos materiales y también capas de historia acumuladas. Sin, por eso, renunciar a funcionar también como una casa astral.

¿Se necesita un mapa para entrar a esa casa? Este libro se abre y se despliega como se hace con un mapa entre manos. Es también el dibujo de una casa en construcción o fantasiada, o con remodelaciones sin terminar, pero sin duda adivinamos sus extensiones y proliferaciones posibles (tal vez hoy podrían agregásele más capítulos o más debates o tal vez ya migraron a nuevos libros de su autora).

El de esta casa es un plano de palabras, contiene citas, anécdotas, conversaciones y apuntes de proyectos futuros, pero sobre todo el libro-plano tiene una pulsión constructivista: enseña, hipotetiza, arma conexiones, propone problemas, nos ayuda a seguir dilemas, organiza preguntas.

Carolina Meloni prefiere pensar en el feminismo como una práctica tendenciosa del pensamiento que sabe robar y raptar lo que necesita de aquí y de allá, tanto como inventar lo que aún no se pensó

Como un verdadero mapa, se lo extiende para decidir qué ruta seguir y a la vez tener panorámicas, medir distancias y zonas de cercanía. Carolina Meloni propone a la vez una carta de navegación (con muchos rumbos posibles) pero también el deseo de una casa. De la que se puede entrar y salir, dar portazos o acurrucarse en su interior. El viaje que propone desemboca en la “casa de la diferencia” de Audre Lorde y en la Aztlán queer de Cherríe Moraga. O, mejor dicho, usa esas casas como figuraciones de lo que podríamos imaginar como otros espacios, territorios y lugares donde hacer pie, cruzarnos.

Este libro recorre de ese modo buena parte del feminismo del siglo XX. Rastrilla surcos teóricos para ir haciendo estaciones, paradas, y por momentos pegar saltos. Los años 80 son un umbral, pero los 90 también. Y este recorrido se confecciona desde el siglo XXI: haciendo pasar por ahí todo lo anterior para leer sus brotes y reverberaciones. ¿Qué discusiones podemos arrastrar? ¿Qué nos sirve volver a conjugar? ¿Hasta dónde algunas cuestiones siguen sonando igual? ¿Qué ha acontecido de nuevo en este siglo que transitamos?

Se trata, ella dice, de seguir el rastro a las mutaciones del pensamiento feminista. Leer los feminismos no tanto como olas que se sucederían al ritmo de las grandes filosofías (lo que supone a los feminismos alojados siempre en playas ajenas), sino como mutaciones de otro orden que hacen uso de la filosofía, cómo no, así como de tantas otras cosas. De hecho, los problemas del pensamiento feminista toman a lo largo de este libro formas varias, como parte misma de sus mutaciones, y por momento vemos desfilar abejas, orquídeas, conceptos, luchas, correspondencias, líneas, sonrisas sin gato, figuraciones, mesetas.

Si aquí los hilos del pensamiento feminista no son la veta subsidiaria de las filosofías troncales de cada época (iluminista, humanista y posestructuralista), si efectivamente no necesitan hacer reverencias para autorizarse, es porque Carolina Meloni prefiere pensar en el feminismo como una práctica tendenciosa del pensamiento que sabe robar y raptar lo que necesita de aquí y de allá, tanto como inventar lo que aún no se pensó, hacerle espacio a lo que se intuye, así como emparchar lo que se tiene a mano y conversar con quienes vinieron antes.

Lo que hace así la autora de este libro es decir con el feminismo y desde allí que la obsesión por el origen no tiene nada que ver con la cartografía que le interesa. Se lee entonces su apuesta del feminismo como una práctica de fronteras, al borde de eso que aún no sabemos, del abismo de la aventura, pero también del deseo de asumir riesgos. Nos avisa, al seguir la marcha y las curvas del mapa, que la casa del feminismo ha sido ocupada por una “nueva horda”, que la está dando vueltas, y que se anima a nuevas filiaciones y alianzas.

Este libro-mapa también se deja oír. Tiene, en varios momentos, el sonido de la prosa oral de quien se ejercita en trasmitir, en dar la palabra (la propia y la de otres) en clases. Parece querer hacer de la casa del feminismo también momentos de aula, de escucha, de lecturas compartidas, de silencios para dejar que lo que se dice tome espesor. Habitar también, por qué no, la casa como una casa de estudios, traficando el término que la academia quiere sólo para sí. En ese gesto (imprudente, confiesa la autora) de reunir a pensadoras disímiles en una misma casa, busca saltearse también los compartimentos estancos, la fidelidad de los rótulos y las pertenencias, para anudarlas en problemas comunes. Más que cuartos propios, donde cada une estaría escribiendo su teoría y monologando con quienes hablan la misma lengua, lo que arma este libro son una serie de pasillos y corredores donde las voces se entrecruzan y donde se escuchan muchas veces, sobre todo, ladridos. La casa se va pareciendo a un conventillo, a una acampada, a una vivienda colectiva.

El feminismo, que realmente no es una palabra que exista en singular y a solas (como un núcleo puro), discute hacia dentro pero también en sus propios pliegues. Tiene lugares donde encalla, insiste, rodea, batalla. No son solo polémicas internas o distribución de bandos. Su propia forma es polémica, querellante, y así se lo lee mejor. No tiene afán reconciliatorio, ni de emprolijar todo para que no se vean las costuras y los agujeros. En eso Carolina Meloni ve un método y lo ubica en una serie de síntomas que auscultar: la brecha, la diferencia, la ruptura, la herida.

La crisis que constituye a cada época viene a sacudir los cimientos una y otra vez y a desestabilizar la casa del feminismo cuando ésta tiene algún delirio propietario. La casa es un espacio abierto donde el cuerpo extenso del pensamiento feminista se muestra como paisaje también en mutación: con sus zonas áridas, puentes y lagunas, con sus cordilleras y acantilados, a través de sus espaldas, riachos y cuencas. Por suerte no encontramos un tono liso, ni siempre lacio. Pero esto no basta con describirlo. Hay que recorrerlo. Desde ahí, la autora propone una suerte de sintomatología geográfica, para ir haciendo cartografía de esos nudos claves.

Uno de ellos es la cuestión del sujeto, que es también la cuestión de la identidad, y la de su relevancia política y estratégica para las luchas. Su desplazamiento, luego, hacia la noción más amplia y poliforme de subjetivación, entendido como proceso de creación de existencias. Con imágenes foucaultianas y deleuzianas, un ramo de preguntas se abren para ir trayendo autoras como Gayatri Spivak, Judith Butler, Teresa de Lauretis y Rossi Braidotti.

Otro nudo recorre la crítica a la heterosexualidad y la cuestión de la diferencia sexual para llegar al género en disputa. De autoras-guía como Adrienne Rich a Monique Wittig, yendo y viniendo una y otra vez por Butler, se van desmenuzando y ordenando polémicas. Al proponer lecturas y problemas, este libro permite leer de corrido cómo se han armado esos debates, para hacer brillar en particular las figuras queer, anómalas y disidentes.

Hay un tercer nudo que sin embargo es inescindible de los anteriores: la emergencia del feminismo tercermundista y a veces llamado poscolonial, como un movimiento que busca la descolonización del pensamiento, de las prácticas y de las voces. Las extranjeras, las intrusas, las traidoras, las bastardas, las negras, las migrantes, entre otres inapropiables y rebeldes. Las que discuten con Frantz Fanon y con Aimé Césaire. Quienes rechazan jugar el papel de incluirse como “diferencias culturales” o de “colorear” el feminismo. Quienes, por el contrario, hacen de la frontera, del espacio fronterizo, un lugar sinuoso y conflictivo, epistémico y vital, desde donde pensar la cuestión del sujeto y sus historias de racismo. También para discutir la pertenencia a un nosotres sin despreciarla ni liquidarla rápido con tonos posmodernos.

El feminismo, que realmente no es una palabra que exista en singular y a solas (como un núcleo puro), discute hacia dentro pero también en sus propios pliegues

Los géneros se trastocan una vez más: vemos pasar investigador+s, poetas, escritor+s, militantes, artistas, teóric+s. Pero la torsión más subrayada aquí es la entrada en escena, por la puerta de atrás de la casa pero para redefinirla, de la cuestión de la explotación y no sólo de la opresión. La dimensión anti capitalista y anti colonial tejen así el impulso anti patriarcal para decir que con las herramientas del amo no se puede deconstruir su casa. Que priorizar la opresión supone una homogeneidad entre mujeres que la explotación, en cambio, no deja de remarcar ni de ponerle geografías concretas.

En este libro la experiencia de las feministas chicanas, especialmente de algunos nombres como Gloria Anzaldúa, Chela Sandoval y Cherríe Moraga, tiene un lugar clave para, entre otras tantas cosas, poner la experiencia autobiográfica de desplazamiento en el centro. De allí surge un modo de narrar, una audacia política, una experiencia de radicalidad, la recuperación de otras memorias. Las chicanas quedan así muy cerca de las feministas negras del Combahee River Collective, en una política que apuesta a cruzar ríos, atravesar puestos de control, escribir y salvarse.

Pero volvamos a la cuestión de la casa. ¿Qué queda de ella cuando está tomada por el rumor de estas multitudes feministas? ¿En qué se convierte cuando se parece más a una comunidad que a un hogar? ¿En qué se asienta cuando aloja nomadismos varios? ¿Con qué materiales se construye la morada de las “personas sin hogar”, las desterradas y exiliadas, que aquí se evocan?

El libro-casa que propone Carolina Meloni tiene muchos telones (un telón de fondo se superpone con otro y otro, y otro), sobre el que se van descorriendo personajes: el cyborg de Haraway, la mestiza de Anzaldúa, la lesbiana de Wittig, la nómade de Braidotti y otras menos reconocibles pero que deambulan por ahí. Son también distintos textos y lenguas que la habitan para alojar “nuevas figuras de dicción”, para animarnos a hablar de otras cosas y de otras maneras. Finalmente, lo que toma la forma de casa son los términos de posibilidad histórica para que crezcan existencias, para hospedar devenires, para hacer lugar a líneas que se tuercen e inauguran una fuga.

En el pensamiento feminista que este libro mapea se busca no sólo herramientas para desmontar, deconstruir y vaciar las figuras universales, eurocéntricas, patriarcales, que se han anudado históricamente al problema del sujeto, sino ir componiendo las intuiciones, las fórmulas y las experiencias que tiran al sujeto pero se quedan con el agua sucia de la subjetividad. La apuesta es que en medio de gérmenes y restos se compone una existencia que desea hacerse de un territorio político. Así también se logra “enturbiar” el lenguaje, como propone Haraway, contra la fantasía metafísica de la claridad.

No hay forma de no estar situad+, aun si estarlo es reinventar el territorio que nos toca, llenarlo de huecos y huidas, y de nuevo ponerle coordenadas que nos acerquen a esa vida que valga ser vivida. La casa del feminismo que acá se arma es también una tecnología utópica, donde se tiran a descansar las perras, donde podemos imaginar conversaciones que incluso no están aquí citadas, que se han escapado de las fronteras de este libro pero que entrarán por las fisuras del techo y por las ventanas.

Verónica Gago

Buenos Aires, 28 de junio de 2021

El presente texto ha sido publicado como prólogo del libro de Carolina Meloni, Feminismos fronterizos: mestizas, abyectas y perras (Kaótica Libros, 2021).

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