Política
            
            
           
           
En torno al tópico 'cualquier tiempo pasado fue mejor'
           
        
        
Dedicado a Ana G., Ana V., Hannah, Irene, Marina y Marta, mi primera comunidad elegida
Hace unos días me topé con un  artículo  sobre la amistad. Mientras lo leía no paraba de pensar que no  podría estar más en desacuerdo con lo que se afirmaba en aquellas  líneas. Pensaba en mis amigas de la infancia, a las que conocí en  el colegio, y con las que conservo la afinidad y complicidad desde  entonces. Por motivos de estudios y de trabajo algunas de nosotras  tuvimos que separarnos pero hemos conseguido reencontrarnos y, a  pesar de las distancias (espaciales), siempre intentamos sacar un  huequito para vernos. Con ellas decidí compartir el artículo  mencionado. De  la conversación que tuvimos, surge este texto.
A la pregunta sobre qué es la amistad, el artículo contestaba que “la amistad va más de tolerar que de querer cambiar, de comprender que de exigir; es lo contrario al presentismo pero requiere presencia, que muchas veces se basa en querer al otro a pesar de y no por sus pareceres y opiniones”.
La belleza de la amistad reside en la elección, en la libertad de tejer las redes de apoyo que deseas
El desacuerdo que sentí al leer esta afirmación tiene que ver con una visión completamente distinta de lo que significa la amistad. A mi juicio, lo que la define y la diferencia de otros vínculos es que construye una comunidad elegida, que no se parece a la familia ni a ningún lazo comunitario impuesto, y precisamente por ello está completamente liberada de las exigencias de ese querer “a pesar de sus pareceres y opiniones”. La familia en la que uno nace puede ser idílica o un infierno y, como todo lo que tiene que ver con el azar, depende de la suerte que tenga cada una. La belleza de la amistad, sin embargo, reside en la elección, en la libertad de tejer las redes de apoyo que deseas.
¿Cómo va a ir la amistad de  tolerar? En palabras de mi amiga Marta: “tolerar lo haces cuando no  te queda otro remedio, como a tu jefe, que ni lo eliges ni lo puedes  echar de tu vida si no tienes alternativa. Con los amigos, por  suerte, tienes la capacidad de elegir cuando entran en tu vida y,  casi más importante,... cuando no deben seguir en ella”. En la  misma línea se pronunciaba Irene: “tengo que elegir a dónde se me  va la paciencia, que tampoco es que andemos tan sobradas de ella, y  como dice Marta, el trabajo ya se lleva una buena parte... Igual a  esta autora no la aguanta nadie”; y con ese sentido del humor tan  propio de ella, remataba: “escribe eso a ver si algún amigo la  tolera  un poco más”.
Quizá la amistad pensada desde  la libertad y la elección es más “líquida” que las comunidades  tradicionales y sus costumbres que tanto gustan a esta escritora  manchega, de cuyo nombre no quiero acordarme. Nada más sólido,  pensará, que la familia y los matrimonios de tiempos pasados. Y  creerá por ello que esta debe de ser la medida de todos los vínculos  humanos. Sin duda estas comunidades eran mucho más duraderas gracias  a la tolerancia que reinaba en su seno. Eran indestructibles  puesto que se toleraba cualquier cosa, incluso las faltas de respeto  o los malos tratos.
De esta escritora no debería de  extrañarnos esta idealización de las comunidades tradicionales. En  sus textos es constante aquel tópico de que los tiempos pasados  siempre fueron mejores. Incluso podemos encontrar pasajes en los que  reivindica como revolucionarios, hoy, los roles de género de antaño.  Reconoce que ella quería ser “un poco mujer florero”, o mejor  dicho, “ama de casa”, y afirma que con eso del progreso nos han  vendido la moto y es todo una patraña.
A mi amiga Irene estas  ocurrencias le recuerdan a la canción de Ella Baila Sola, aquella  que decía, no sin ironía:
De mayor quiero ser mujer florero / Metidita en casita yo te espero / Las zapatillas de cuadros preparadas / Todo limpio y muy bien hecha la cama / De mayor quiero hacerte la comida / Mientras corren los niños por la casa / Y aunque poco nos vemos / Yo aquí siempre te espero / Porque yo sin ti es que no, es que no soy nada / Quiero ser tu florero con mi cintura ancha / Muy contenta cuando me das el beso de la semana / Es mi sueño todo limpio, es mi sueño estar en bata / Y contar a las vecinas las desgracias que me pasan / Serán órdenes siempre tus deseos / Porque tú sabes más de todo / Quiero regalarle a tu casa todo mi tiempo / Y por la noche te haré la cenita / Mientras ves el partido o alguna revista / Y hablaré sin parar de mi día casero / No me miras, no me escuchas, ¡ay! cuánto te quiero.
Muchas cuestionarán hoy que el trabajo asalariado sea emancipador y, sin duda, es necesario traer a colación aquella frase inscrita en los accesos de los campos de concentración establecidos por el régimen nacionalsocialista, “El trabajo os hará libres”, con la que daban una irónica y cínica bienvenida a los prisioneros que serían forzados a trabajar hasta la extenuación o la muerte. Sin embargo, que la primera salida a la dominación en el ámbito del trabajo que se le ocurra a esta escritora sea la reivindicación de los roles de género tradicionales, puede resultar sorprendente. No obstante, como señala mi amiga Ana G., “desafortunadamente, por raro que nos parezca, porque nos queda lejos de nuestra vida cotidiana, sigue habiendo muchas mujeres que quieren ser mujer florero, mucha gente que ‘tolera’, y otras muchas personas que viven en modo velocidad de crucero sin cuestionarse mínimamente nada de esto”.
Cambiar la explotación actual por una pretérita no se antoja demasiado deseable y, desde luego, no resulta muy liberador
Esta reflexión quizá explique el éxito del libro de la escritora manchega. Pero cambiar la explotación actual por una pretérita no se antoja demasiado deseable y, desde luego, no resulta muy liberador. Mi amiga Irene añade: “sí, para tener que pedirle permiso al marido o al padre para poder publicar. Y luego para cobrar que le abran ellos la cuenta. En fin. Desde luego para nosotras, como mujeres, nunca va a ser un momento mejor que el presente, donde ya bastante brilla por su ausencia la igualdad, el respeto, los derechos...”.
A la manchega, no obstante, hay  cuestiones que le preocupan más que la desigualdad, como por ejemplo  la desaparición del hombre de verdad, por la emergencia  contemporánea de los que El Fary denominó “hombres blandengues”, y a  los que ella prefiere llamar —como buena darwinista social—  “niños disgenésicos”. Y por si quedaba alguna duda de sus  afinidades ideológicas, señala que “toda mujer ama a un  fascista”. Toma prestada esta cita del desgarrador poema de Sylvia  Plath, “Daddy”, sin hacerse cargo del contexto crítico en el que  se encuentra, pues  Plath pretende realizar un asesinato simbólico de la figura del  padre-marido, al que vincula con los horrores fascistas. La rabia y  furia de las palabras de Plath hacia ese ideal de la masculinidad que  oprime, y del que quiere liberarse, resulta patente para cualquiera  que haya escuchado la  grabación que realizó de este poema. El motivo por el que la  manchega decide tomar esta frase de forma completamente literal y  descontextualizada, en su intento de reivindicar al macho de otros  tiempos, se comprende atendiendo su admiración por Ramiro Ledesma  Ramos, figura clave en la articulación intelectual del fascismo  español.
No, no toda mujer adora a un fascista, al bruto, la bota en la cara (como diría Plath). Y no, no todas añoramos la comunidad tradicional. De hecho, las personas que nos salimos de lo normativo sabemos muy bien lo asfixiante que pueden llegar a ser estos vínculos impuestos. Afortunadamente contamos con comunidades de elección, la verdadera amistad, la que no simplemente te tolera. Por mi parte, puedo decir que a mis amigas las quiero por sus pareceres y opiniones y no a pesar de ellas.
Feminismos
        
            
        
        
La amistad como modo de vida: una cultura de las amigas-amantes
        
      
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