
Historia
Un ajolote llamado vanguardia
Hace unas semanas asistí con un buen amigo a una presentación sobre “La experiencia china. De semicolonia a potencia socialista” en la sede del PCE de Madrid. En un verdadero tour de force, David Fuente, doctorando en teoría marxista en China, nos condujo por un recorrido histórico que abarcaba desde la primera dinastía hasta la actualidad, con interesantes conexiones con otras civilizaciones y continentes. La sala estaba llena y fueron muchas las preguntas sobre la economía y organización social de China, desde la salud pública a la educación, y sobre su creciente papel en la política internacional. Muchas menos fueran las preguntas sobre historia, que en todo caso se plantearon como modo de iluminar la actualidad de China y su proyección futura.

En todo caso, leemos el pasado a partir del presente, y viceversa; por eso la controversia sobre el pasado se considera como una “batalla” que se libra en la actualidad, tal y como se refleja en el título de un libro que reivindica la figura de Mao y la Revolución cultural más allá de los porcentajes al uso: La batalla por el pasado de China: Mao y la Revolución Cultural, de Gao Mobo. En todo caso, ya fuera Mao o Deng Xiao Ping quien estuviera equivocado en un treinta por ciento, la fascinación de la izquierda occidental por China no remite.
menudo, esta fascinación no admite matices. Surge del dilema de si la experiencia china supone la mayor derrota o el mayor éxito de la izquierda en nuestros días. Nadie duda de los avances de China, ni de sus fallos, ni tampoco del papel decisivo que jugará al encarar los desafíos planetarios a los que nos enfrentamos: pero se duda de a quién atribuirlos: ¿a un capitalismo que ha abducido al socialismo, del que solo quedan algunas apariencias tan inertes como el cadáver de Mao en Tiananmen?; ¿a un socialismo de características chinas que ha sabido llevar al extremo la estrategia leninista de adaptación al contexto histórico? Ni siquiera hay certezas sobre China cuando la colocamos en un campo u otro: ya se trate de socialismo o capitalismo, ¿es un ejemplo devaluado o mejorado?
La fascinación de la izquierda occidental por China tiene su mayor foco en el Partido Comunista (PCCH). Es este seguramente el nudo gordiano, ya que el partido define de forma decisiva el sistema chino, tanto desde el punto de vista político como económico. El interés por el PCCH se puso también de relieve en la presentación de David Fuente: el público quería saber más sobre las dimensiones del partido, su composición, su modo de operar en la sociedad y la economía china, la forma de seleccionar a sus miembros, etc.
Y no es extraño que el PCCH nos descoloque y asombre. Con más de 99 millones de miembros, es una organización gigantesca; pero, dada la población china ¿se trata de un partido de masas? Difícilmente se le puede calificar de partido obrero con solo 6,6 millones de trabajadores (cualificados) como miembros. ¿Es un partido de clase? Si sumamos trabajadores, agricultores, ganaderos y pescadores, no llegamos a la tercera parte de sus miembros. Encontramos también en él 16,1 millones de profesionales y técnicos en empresas, instituciones y organizaciones sociales; 11,4 millones de administradores en empresas, instituciones y organizaciones sociales; 7,6 millones de empleados de los órganos del Partido y del gobierno; 2,7 millones de estudiantes, 7,7 millones de otros profesionales, y 20,6 millones de jubilados.
EL PCCH promueve que grandes empresarios y los mejores estudiantes se sumen a sus filas, algo que también buscan estos colectivos por las oportunidades y la red de contactos que ofrece el partido. La escuela del partido en Shanghái, situada en el corazón del distrito financiero de Pudong, es un campus de cuarenta hectáreas que en inglés ha eliminado la palabra “cuadro” para denominarse “Academia de Liderazgo Ejecutivo de China”, que suena casi como una escuela de negocios que otorga MBAs. Estamos frente a una organización comunista que, si operase en España, estaría orgullosa de contar entre sus filas a Amancio Ortega y a quienes saquen más de un 13 en la selectividad. Por cierto, el PCCH y el PP tienen desde 2013 un memorando de entendimiento para reforzar la colaboración entre los dos partidos y los dos países.
Para desentrañar las complejidades del PCCH, recomiendo un cóctel compuesto por un libro del corresponsal del Financial Times, Richard McGregor, El Partido, y la reseña al mismo de Slavoj Zizek en la London Review of Books, una combinación dispar que creo que ya de por sí dice algo del objeto de análisis. En ambos textos se reconoce el carácter profundamente híbrido del sistema chino, y cómo el PCCH vehicula y garantiza la combinación armónica de sus componentes diversos.
El capitalismo de Estado y la socialdemocracia constituyen combinaciones de componentes públicos y privados, por oposición a los modelos puros y seguramente hipotéticos de capitalismo y comunismo. La forma en que se da esa combinación, sin embargo, es radicalmente diferente. En la socialdemocracia se modera o mitiga el capitalismo en atención al interés público. Esa moderación tiene un carácter externo, heterónomo. Aunque puede operar desde el punto de vista de la producción, con la coexistencia de empresas públicas y privadas, la intervención típica tiene lugar desde la distribución. La seguridad social, los servicios básicos universales, como sanidad y educación, y una política fiscal progresiva hacen que el Estado cumpla una función de redistribución de la renta y establecimiento de unas condiciones mínimas de bienestar para todos.
En el capitalismo de Estado, modelo hasta cierto punto inspirado en las economías de regímenes autocráticos asiáticos que despegaron con fuerza en los ochenta del siglo XX —los entonces llamados dragones como Singapur, Taiwán o Corea del Sur—, el capitalismo se abandona a sus propias reglas, previa garantía de que el Estado disponga de las fichas necesarias para dirigir la economía, especialmente a través del control de las grandes empresas y conglomerados —los campeones nacionales, que tiran del conjunto de la actividad económica. El capitalismo de Estado puede llegar a ser un capitalismo desbocado, pero el Estado está al mando de la tormenta. La intervención pública característica no tiene lugar por vía de los impuestos o los servicios básicos, moderando el efecto del libre juego de los agentes económicos o fijándoles límites, sino que los dirige, para lo cual en el caso de China se aprovecha que los principales ejecutivos responden tanto ante sus accionistas como ante el Partido al que pertenecen. El sistema se deja a menudo en piloto automático, pero el Partido puede tomar las riendas en caso de emergencia.
En el modelo chino esta dirección interna o autónoma se hace efectiva a través del control del nombramiento de los directivos de las grandes empresas por el Partido, que funciona como correa de transmisión de instrucciones políticas a los agentes económicos. Y es que los directivos de la empresa se sientan tanto en su consejo de administración como en el comité del partido. Esto permite que la consideración del interés público esté presente en el corazón mismo de las decisiones económicas. Un caso paradigmático que se relata en El Partido es la crisis financiera de 2008. Cuando las instituciones financieras occidentales negaban el crédito a las empresas por temor a la situación económica, precipitando así una cadena de temores que desembocó en la bancarrota económica, el PCCH dio orden de incrementar el crédito a las empresas, y los bancos sustituyeron sus reticencias de meros agentes económicos por el cumplimiento de las órdenes políticas.
En La quimera del Hombre Tanque, novela publicada en 2017, la quimera sirve, entre otras cosas, para evocar la realidad híbrida del régimen chino. Pensaba entonces en la Quimera de la tradición mitológica propiamente dicha, con cuerpo de cabra, cola de serpiente y cabeza de león, o en otras combinaciones de animales de la mitología como el centauro, la sirena o Pegaso. El encuentro entre un viandante y una columna de tanques en los aledaños de la plaza de Tiananmen, el 5 de junio de 1989, da lugar al Hombre Tanque, una quimera con cuerpo de acero y cabeza humana. Un lector griego de la novela me propuso que el carácter híbrido del régimen chino quedaría mejor reflejado por el ajolote, que viene a ser una quimera viviente. A juicio de mi amigo Prodromos, la ventaja del ajolote estriba en su extrema adaptabilidad y auto-regeneración que replicaría la capacidad del régimen para perdurar en un contexto de capitalismo extremo.
Tal y como me explicó Prodromos, el ajolote combina elementos de la salamandra y el renacuajo. Su aspecto recuerda al de una salamandra, pero vive dentro del agua. Normalmente la salamandra pasa del estado acuático de la larva a convertirse en un anfibio que vive fuera del agua. Algunas salamandras no llegan a alcanzar la metamorfosis y permanecen en estado larvario, o solo se transforman si las condiciones en tierra son suficientemente buenas. Los ajolotes comparten este carácter neoténico, esto es, alcanzan la madurez sexual sin experimentar la metamorfosis aunque, expuestos a determinadas sustancias como la hormona tiroidea, esta se desencadena y pasan a vivir fuera del agua.

La neotenia del ajolote, como la de la salamandra, es responsable de su extraordinaria capacidad de regeneración. Su organismo es capaz de producir miembros enteros, como las patas o la cola, así como la piel, capacidad que se pierde una vez experimentan la metamorfosis. Esto recuerda a las células pluripotentes que pueden derivar en distintos órganos, y remite en general a la potencialidad de los organismos inmaduros, aún no definidos por un crecimiento que se lleva a cabo acotando de forma progresiva las posibilidades.
En este sentido, la tarea del PCCH en el régimen chico podría calificarse de gestión neoténica. Se trataría de mantener una cierta indefinición y apertura hacia distintas opciones, como forma de gestionar un amplio caudal de posibilidades. Se trataría también, llegado el caso, de desencadenar las metamorfosis oportunas conforme las circunstancias económicas y políticas lo impongan. Por ejemplo, la metamorfosis que en la crisis del 2008 convirtió a los ejecutivos de las multinacionales en cuadros del partido y a los bancos privados en servidores del interés general.
Mi amigo Prodromos considera que esta voluntad neoténica del PCCH queda reflejada gráficamente en las fotos del Comité Central o del Politburó que muestran a los dirigentes con el pelo teñido. Dan así entender que, todos juntos, forman un organismo que cuenta con la energía y maleabilidad necesarias para emprender tareas siempre nuevas, nuevos proyectos, extensiones inéditas del cuerpo público.
Y la falta de definición neoténica, añade Prodromos, casa bien con la tradición filosófica china. Del Tao se dice, por ejemplo:
Es difuso y borroso
pero dentro contiene toda forma;
es borroso y difuso
pero dentro contiene todo ser;
O también:
El Tao es eterno
siempre sin nombre, pedazo sin tallar.
Es diminuto, pero imposible de dominar.
La poderosa indefinición del Tao se refleja en la juventud:
El hombre es tierno y blando cuando nace
y rígido y duro cuando ha muerto
(…)
Lo rígido y lo duro son discípulos
de la muerte
Lo tierno y lo blando son discípulos
de la vida.
Hay un rasgo del PCCH especialmente idóneo para incrementar su versátil indefinición: la invisibilidad. Zizek define al Partido como un “doble del Estado en la sombra” que, situado fuera y por encima de la ley, toma por anticipado las decisiones que luego formalizará el Estado. El Partido carece de personalidad jurídica y no puede ser demandado. Sus comités trabajan de forma discreta, y sus actividades raramente salen a la luz en los medios de comunicación. Los cargos más altos, tanto funcionarios como ejecutivos, están unidos por una red telefónica de números que no aparecen en las guías. Que te concedan uno de estos números, conectado a la red secreta del Partido, la “Maquina roja”, es considerado como un signo destacado de reconocimiento social.
El ajolote es endémico de unas pocas lagunas mexicanas en las que está en peligro crítico de extinción. En cambio, se reproduce en cautividad en gran número por sus extraordinarias cualidades como animal de laboratorio y como mascota. Los criadores han desarrollado ajolotes de muchos colores inexistentes en la naturaleza, y no hay que descartar que intenten lograr uno que se mimetice con el agua, haciéndose casi transparente, que podría ser el perfecto ajolote en el acuario de la izquierda occidental. Porque este es el papel que se le otorga al PCCH en esa casa: objeto de fascinación continua, motivo de espanto y admiración a partes iguales, pero rara vez de una reflexión detenida y ajustada a su contexto. Seguimos ante el cristal la evolución de nuestros propios anhelos, el susto, el embeleso, la extrañeza y la indignación que giran por el agua estanca. Olvidamos que, como en Un pez llamado Wanda, la película que retoma la vieja tradición narrativa de ocultar lo valioso a la vista de todos, es posible que en esos giros se esconda algo más útil que la continua recreación de nuestros sentimientos encontrados.
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