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Memoria histórica
Quemando olvidos: el teatro que rememora a Juanita Capdevielle

El 12 de agosto de 1905 nace en Madrid la que sería la primera mujer jefa de una biblioteca universitaria, Juana Capdevielle. Estudió Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid (entonces Universidad Central), y además de dirigir la biblioteca de dicha facultad, hizo lo propio en la biblioteca del Ateneo de Madrid. También se implicó en el estudio de las clasificaciones bibliotecarias, en la creación de bibliotecas infantiles y en el desarrollo de bibliotecas en hospitales. El 18 de agosto de 1936 muere en Lugo fusilada la que sería la primera mujer jefa de una biblioteca universitaria, ya caída en el olvido ¿Quién era? ¿Cómo se llamaba? ¿Qué hizo en vida? “Los libros ardieron (muerte y vida de Juanita Capdevielle)” es una obra de teatro escrita y dirigida por Secun de la Rosa, en la que trata de recuperarnos su historia, reivindicarla y responder a las preguntas que surgen de nuestra falta de memoria.
Nos cuenta que fue la primera jefa de una biblioteca universitaria en España, también de la biblioteca del Ateneo de Madrid, donde se realizó la última representación de La Barraca a petición suya
“Los libros ardieron”, me dijeron. Y fui a ver cómo. Cómo es que nada sabía de Juana Capdevielle (aunque la respuesta termina por ser sencilla). La obra representada en Teatro del Barrio en Madrid, efectivamente ardía, de rabia, de pena, de impotencia. Ardía porque es lo que hace la memoria cuando se la rescata del olvido. Arde y quema, aunque deslumbrando y dando luz a lo oscuro. “Los libros ardieron (muerte y vida de Juanita Capdevielle)” es parte de la historia de Juana, aquello que no pudo ser ceniza, nos cuenta que fue la primera jefa de una biblioteca universitaria en España, también de la biblioteca del Ateneo de Madrid, donde se realizó la última representación de La Barraca a petición suya, realizó conferencias y ponencias en diversos seminarios de la época y, sobre todo, amaba la cultura y amaba las palabras.
Cuando entré al teatro me fijé en las caras de los otros, de las otras, de aquellas personas con quienes iba a compartir el patio de butacas, con quienes iba a ser cómplice de miradas cuando saliera, terminara, y me preguntase “¿qué me ha parecido la obra?”, para después escribirlo aquí. Pero cuando entro todavía no sé nada. Solo veo a la izquierda un piano algo gastado y una guitarra, a la derecha, una silla y una mesa con libros apilados, sin arder todavía. Las caras que veo me resultan distantes, aunque detrás de mí hay dos chicas de mi edad, que parecen estar en época universitaria. Es una época para recordar, y Juana (Natalie Pinot) nos la devuelve a la memoria. Nos cuenta cómo paseaba por los jardines de la facultad de Filosofía y Letras, nos habla de un banco, porque siempre hay un banco donde compartir vivencias y así lo hacía ella con su amiga Miguela. En ese momento me siento cercana a ella, la entiendo y la acompaño por la facultad ahí sentada en el patio de butacas, como si estuviera junto a ellas en aquel banco. Pero en la facultad casi no queda rastro de ella, apenas un suspiro en la biblioteca, allí donde los libros que ella cuidaba sirvieron para frenar las balas fascistas guardándolas entre sus páginas, palabra a palabra. Ella lo sabía bien, la cultura hay que cuidarla porque ella nos cuidará de vuelta. Ella lo sabía bien, y ellos también. Los libros ardieron por la misma razón.
¿Quien fue Juanita Capdevielle? Y poco a poco nos quedamos sin respuestas, hasta tal punto que la obra las revive y aún así quedan huecos, falta historia y falta memoria. Pero entonces sucede. El teatro se convierte en memoria viva
Con la velocidad con la que arden las páginas ardía su recuerdo ¿quién fue la primera persona en implantar en Madrid el sistema decimal Dewey de clasificación en las bibliotecas? ¿Quién fue la primera jefa bibliotecaria de la facultad de Filosofía y Letras de la UCM? ¿Quién fue fusilada la misma madrugada que fusilan a Lorca? ¿Quien fue Juanita Capdevielle? Y poco a poco nos quedamos sin respuestas, hasta tal punto que la obra las revive y aún así quedan huecos, falta historia y falta memoria. Pero entonces sucede. El teatro se convierte en memoria viva, a golpe de piano y punteo de guitarra, su memoria suena y grita a versos de Miguel Hernández y Rosalía de Castro, y entonces su voz arde hasta quemarse la garganta por quienes el odio convirtió en polvo.

Porque ella lo sabía, las palabras tienen la importancia de dibujarnos el imaginario en el que nos pensamos, con ellas sentimos y sin ellas olvidamos. Faltan palabras que nos recuerden que aquello sucedió, que forma parte de nuestro presente como sociedad, no solo de un pasado dejado atrás, y esas mismas palabras que habitaron la universidad, hoy ya no suenan, tal vez en forma de eco lejano que rebota entre las puertas pintadas de los baños, rincones casi imperceptibles donde la memoria se deposita, extraños, intransitados. Y luego nos sorprendemos de que nada sabía de Juana Capdevielle, de que apenas conocía su nombre, pero ¿cómo iba a hacerlo?, si la bala se apoderó del silencio, si los esfuerzos por recuperar las voces fueron extraños, intransitados, si en los pasillos y en las calles todavía se lee la palabra olvido frente a la palabra memoria. Quizás esta obra debiera ser representada en el Paraninfo de filosofía, ¿os imagináis? A unas paredes de distancia donde ella ejercía su pasión por los libros y el conocimiento. Qué justo sería que volviera su voz a resonar entre esos muros después de tan injusto pasar del tiempo…
Pasan las palabras y siento como en mi butaca la piel se eriza, como si fuera mi piel habitual. Y mientras Natalie Pinot grita por Juana, la recuerdo, y mientras Pablo Méndez hace sonar la guitarra y el piano, la siento cerca. “Tú no haces arte, pero lo cuidas”. Las palabras me conmueven mientras arden, y pienso en lo mucho que quema la historia olvidada.
Durante la representación, entre el público y la actriz, surge un momento en el que se desdibuja la ficción para dejar entrever la unidad dentro de la individualidad. Un murmullo en forma de canción suena al unísono, destacando una memoria compartida. Termina la obra y una mujer que tengo delante se levanta de su butaca para aplaudir; al mismo tiempo, seco la lágrima que me saca esta emoción extraña entre alegría y tristeza que supone recuperar el olvido, y enseguida advierto que no soy la única. ¿Sabéis?, todas esas personas que al principio me resultaban distantes se sentían cercanas, porque a veces olvidamos la fuerza que puede generar el transitar las memorias.
En la facultad casi no queda rastro de ella, apenas un suspiro en la biblioteca, allí donde los libros que ella cuidaba sirvieron para frenar las balas fascistas guardándolas entre sus páginas, palabra a palabra.
Juanita Capdevielle, guardiana de palabras, a mí solo me quedan ya unas pocas, y ahora que no estás para guardarlas, espero que se las lleve el viento, que sople en los teatros y en las grandes avenidas, en las universidades y en las escuelas, que todavía queda público que visitar y mucho polvo que quitar.
Secun de la Rosa homenajea con su obra ya no solo a Juana Capdevielle, sino a la cultura, la literatura y la poesía. Advierte la importancia en el público de ser sujetos activos en el pasar del tiempo, en el recuerdo, y es por eso que no puedo hacer más que compartiros esta obra de teatro, animaros a sentaros en un patio de butacas, sillas o espacios donde pudiera surgir de nuevo: “Los libros ardieron (muerte y vida de Juanita Capdevielle)”.
