Historia
El Pueblo, arqueología del sujeto político moderno

Hay una manera de contar los últimos doscientos cincuenta años a través del enraizamiento del pueblo en el lenguaje, en la política institucional, en las luchas sociales por el reconocimiento de derechos, por la justicia social y por la emancipación.
entrada 3.2 El socialista
Pablo Sánchez León es editor de Postmetropolis editorial y autor del ensayo Historia ciudadana. Recontar lo político que heredamos (Postmetropolis, 2023).
18 feb 2025 02:22
En castellano y en España usamos la palabra pueblo para referirnos a lugares de tamaño menor donde vive la gente en el campo; y sabemos también que pueblo es el concepto con el que en una constitución moderna se designa al soberano que da legitimidad a un orden basado en derechos ciudadanos y en el autogobierno. Pero en el uso público, pueblo ha dejado de ser la voz con la que nos hacemos entender para hablar de nosotros y nosotras como un todo que nos permite ser lo que somos: no solo portadores de derechos sino actores colectivos con capacidad de autodeterminación moral, de polemización discursiva, de participación pública y deliberación colectiva. 

Ese vacío es insustituible: no hay un equivalente funcional al pueblo. El pueblo no es lo mismo que la gente, no es lo mismo que los ciudadanos y ciudadanas individuales o en agregación. Existen vínculos entre pueblo y ciudadanía, pero no tienen significados equivalentes. Tampoco el pueblo es una clase social, otra entidad que permite generar identidad social y política, pero que no puede recibir reconocimiento constitucional en ningún estado de derecho moderno —ni siquiera lo hizo la clase obrera como tal bajo el socialismo soviético—. Existen interacciones de clases y pueblo, de las luchas entre aquellas y la constitución de este, pero de nuevo eso mismo es expresión de que no se trata de categorías intercambiables. 

El pueblo no es lo mismo que la gente, no es lo mismo que los ciudadanos y ciudadanas individuales o en agregación

Y sobre todo el pueblo no es un conjunto de habitantes de un territorio unidos por lazos culturales, de etnia, costumbres, lengua o religión; el pueblo no es nunca lo mismo que la nación, aunque esta haya sido una de las más exitosas confusiones de los poderes dominantes españoles en el último medio siglo.  

Un pueblo no es una comunidad territorial ni la encarnación de un conjunto de rasgos culturales idiosincrásicos heredados, sino un sujeto que actúa, y al hacerlo demarca las posibilidades y las limitaciones de la política. El pueblo es un ente político que resulta desbordante para cualquier definición estrecha, sea a partir de costumbres, de valores morales, de credos o etnias, de derechos. Lo que le da sentido es su condición política soberana inalienable.

Y sin embargo, hasta hace poco nadie hablaba de pueblo para dirigirse a los ciudadanos españoles —no así para los de los territorios ibéricos que han construido su ciudadanía en luchas por el reconocimiento como naciones—. Apenas ninguna organización política lo interpelaba al avanzar sus propuestas. Solo lo hacía la extrema derecha españolista, justo la menos adecuada para interpelar al pueblo como algo distinto de la nación, menos aún como un sujeto con capacidad de autodeterminación política. Ni siquiera en las comunidades autónomas con identidad nacional se discute en los medios acerca de si las coyunturas económicas, los procesos sociales o las políticas públicas afectan al pueblo, y cómo. 

El pueblo es un ente político que resulta desbordante para cualquier definición estrecha, sea a partir de costumbres, de valores morales, de credos o etnias, de derechos. Lo que le da sentido es su condición política soberana inalienable

Esto no ha sido siempre así: hubo un largo tiempo en que las cosas fueron bien distintas. El tiempo importa al relato que aquí se esboza, incluso las fechas, no todas lineales. Aunque a partir de un momento el pueblo fue desustanciado hasta quedar vaciado de su contenido esencial; solo pervivió en determinados registros. Más tarde pareció ir a remontar como un ave fénix, pero ese vuelo se truncó, ya va para medio siglo ahora. 

Emplear el lenguaje de pueblo para comprender críticamente el presente (e imaginar futuros alternativos)

En los últimos meses el asunto ha recuperado actualidad. Se han vuelto a escuchar por todo el país sentencias arraigadas en la memoria popular, como esa que recuerda que “Solo el pueblo salva al pueblo”. No es la primera vez desde que hay democracia en España, aunque otras anteriores obligan a hacer esfuerzos de memoria. Siempre que se pone en juego el destino colectivo de una comunidad política, el pueblo es invocado como denominación del nosotros amenazado y a la vez como el sujeto capaz de salir de la encrucijada por medio de la deliberación y actuación colectiva. 

Puede parecer entonces que su irrupción es puramente circunstancial, y de hecho la palabra vuelve a desaparecer una vez superada la crisis. Pero esto es así porque este referente tan vertebrador del orden vigente carece de un estatus equiparable en el uso cotidiano del lenguaje político. Ello hace que su protagonismo quede rápidamente atrás al desaparecer de los relatos dominantes, que emplean otros lenguajes a menudo urdidos para deslegitimar la validez del de pueblo. Ya solo por esto se necesita recuperar un lenguaje de pueblo: en él se dirime el destino de luchas por venir más de lo que podría parecer. Además, proporciona un marco desde el que armar el bastidor para elaborar narrativas sobre el pasado alternativas a las que predominan a día de hoy en España, todas ellas incompletas y distorsionadas por la ausencia de un lenguaje de pueblo situado en su centro. 

Como mínimo, recuperar la memoria de un pueblo en acción, dignificado como sujeto soberano y no como mera realidad cultural ni subsumido en la nación, rompe con el esquema de la historia contemporánea de España que hemos recibido. Hay una manera de contar los últimos doscientos cincuenta años —un cuarto de milenio— a través del enraizamiento del pueblo en el lenguaje, en la política institucional, en las luchas sociales por el reconocimiento de derechos, por la justicia social, por la emancipación. Y ante todo enraizado en las personas, tuvieran o no derechos ciudadanos reconocidos. Esa historia, como la del eventual ocaso de ese lenguaje central de pueblo, está por hacer; mas solo si llega a componerse se podrá finalmente desmantelar la Gran narrativa dominante de la modernización española, que no es una historia organizada a través de la experiencia de nuestros ancestros como pueblo. 

Recuperar la memoria de un pueblo en acción, dignificado como sujeto soberano y no como mera realidad cultural ni subsumido en la nación, rompe con el esquema de la historia contemporánea de España que hemos recibido

La discontinuidad en la memoria cultural acerca del pueblo merece una atención que no ha tenido hasta ahora, pero esa herencia se puede revertir. Empezando por lo más sencillo, el hecho de haber el lenguaje de pueblo quedado obsoleto en el uso suscita preguntas: ¿Cómo era aquel pasado en el que la palabra pueblo estaba bien presente en la cultura política, la esfera pública, las movilizaciones sociales, sus victorias y derrotas? ¿Cómo eran esas personas que se creían ante todo pueblo, las que eran definidas habitualmente como pueblo, quienes usaban esa palabra para referirse cotidianamente a sí mismos o a otros? ¿En qué se parecían aquellos ciudadanos a nosotros, y en qué no? Esbozar esta historia del pueblo ofrece la posibilidad de un contraste entre el presente y otras experiencias pasadas de libertades, incluso de democracia, en las que el pueblo estuvo en el centro de todos los procesos, todos los discursos, las políticas —de toda la Historia. 

Buscar respuesta a estas preguntas no solo satisface la curiosidad ni tiene por qué ser un ejercicio de erudición para especialistas. Interesarse por el pueblo como vehículo para comprender la historia contemporánea de España favorece una mirada sobre el pasado en contraste con el presente que puede desembocar en una lectura crítica sobre el hoy que de otra manera no puede sustanciarse. Pues hay cuestiones que necesariamente surgen de ese contraste y que apuntan hacia nuestro tiempo. ¿Cómo es posible hoy hablar de soberanía popular como fundamento de la democracia cuando no está apenas en uso la semántica de pueblo, ni entre los representantes, ni entre los juristas, ni entre los ciudadanos? ¿Qué nos dice de un ordenamiento para el autogobierno, de una democracia, el que esté fundada sobre el vacío del pueblo?

¿Cómo era aquel pasado en el que la palabra pueblo estaba bien presente en la cultura política, la esfera pública, las movilizaciones sociales, sus victorias y derrotas?

Finalmente, el enfoque permite señalar una paradoja reciente. En la política española se ha hablado de un ciclo “populista” que al parecer ahora llega a su fin. Este ha estado presidido por una ausencia elemental en la que pocos han reparado: los partidos u opciones políticas e ideológicas consideradas populistas no han contado con un lenguaje de pueblo en que apoyar su discurso —tampoco los de extrema derecha, que en la práctica subsumen al pueblo en la nación—. ¿Es posible hablar de populismo, de fuerzas populistas, allí donde nadie ha luchado por dar significado al pueblo? ¿Ha habido populismo en España en la década pasada? ¿Cómo es que se ha configurado esa opción política sin contar con un lenguaje de pueblo ni habilitarlo? ¿Aguarda, en fin, el populismo en España aún su hora, si llega a ser restituido el lenguaje de pueblo?

¿Qué nos dice de un ordenamiento para el autogobierno, de una democracia, el que esté fundada sobre el vacío del pueblo?
Exhumar al pueblo para recomponer memoria cultural

El pueblo desapareció de los usos políticos y públicos; pero, ¿por qué?; o al menos, ¿cómo? No se hallarán ensayos dedicados al tema. Nadie se ha preocupado por esa ausencia, ni se ha descrito el proceso de su desaparición pública; no se ha constatado siquiera el hecho. Heredamos un vacío inexplicado y desatendido.

Entre los pocos que han hablado del asunto están los historiadores. Hay algunos estudios históricos sobre el pueblo, pero para justificar la irrelevancia del tema, otorgando así de hecho carta de naturaleza al desuso público de la palabra. La excusa que los especialistas han dado es que el pueblo se reduce a una retórica: el pueblo no existe, es una ficción, una construcción discursiva. Y una ficción peligrosa, de ahí que haya que evitar que alguien se apropie de ella, pues su manipulación es propia de demagogos que dicen hablar en nombre del pueblo para perseguir fines particulares y espurios; en el mejor de los casos la referencia al pueblo es un subterfugio para emborronar los conflictos “reales” de la sociedad. 

Frente a esta lectura metafísica fundada sobre prejuicios, esta sección del blog “El león dormido… despierta” va a intentar aportar los mimbres elementales para, más allá de abrir una línea de investigación, reconducir los estudios históricos. Porque el argumento de que el pueblo recogido en la documentación es pura retórica se vuelve contra los especialistas que la vienen proponiendo o asumiendo, ya que es aplicable a todos los objetos y sujetos del pasado en los que han puesto el foco —el estado, el mercado, la nación, la clase social, el género, los grupos políticos, las ideologías, etc.—: todos esos son igualmente constructos discursivos, entes en algún sentido “imaginados”, de modo que siempre hay alguien, alguna voz, que dice representarlos adecuadamente a costa de otros representantes y otras representaciones, otros contenidos. 

Hay algunos estudios históricos sobre el pueblo, pero para justificar la irrelevancia del tema, otorgando así de hecho carta de naturaleza al desuso público de la palabra

Y sin embargo, esta verdad no ha llevado a los especialistas a relegar esas otras construcciones históricas como temas de investigación, a diferencia de lo que han hecho con el pueblo. ¿Por qué? No puede tratarse de un descuido fortuito ni una casualidad inocente. 

En el caso del pueblo, y solo en este caso, los especialistas han trastocado la lógica de los estudios históricos: como este blog espera mostrar, el lenguaje de pueblo como sujeto soberano está presente, incluso en ocasiones de forma abrumadora, por toda la documentación histórica de los últimos doscientos años, o más. No tenerlo en consideración hace que el marco narrativo entero sobre el pasado se muestre profundamente desenfocado. En lugar de ir identificando, describiendo y definiendo al pueblo según aparece en el registro documental en sus diferentes contextos de irrupción y actuación, los historiadores han partido de asumir que el pueblo es una cáscara puramente formal sin sustancia, que hay si acaso que rellenar con otras “realidades” como la clase social, el género, la identidad política o cultural, etc.

Lo cierto, sin embargo, es que ese sujeto aparece actuando: así es nombrado en el registro de época tanto por sus promotores, sus detractores, líderes, protagonistas y los testigos pasivos de los sucesos.

entrada 3.1 La traca

Como muestra esta ilustración, fue el pueblo el que acabó con la monarquía de los Borbones en 1931. No los republicanos, tampoco los partidos opuestos al régimen de la Restauración, ni los obreros o los campesinos. El pueblo español, tal y como entonces se entendía, antes de la primera definición constitucional de la diversidad de pueblos peninsulares.
El lenguaje de pueblo como sujeto soberano está presente por toda la documentación histórica de los últimos doscientos años, o más. No tenerlo en consideración hace que el marco narrativo entero sobre el pasado se muestre profundamente desenfocado

Reivindicar al pueblo como el sujeto político central de todas las luchas políticas de los últimos doscientos años es para empezar cuestión de justicia con quienes lo invocaron en las luchas pasadas. Si no queremos impostarles, y aspiramos a darles voz en sus propias palabras, recuperar en lo posible la manera como se concibieron a sí mismos pasa por reintroducir al pueblo en el análisis histórico. Y esto vale para hablar no solo de las luchas por el sufragio y las libertades civiles y políticas o por la forma de gobierno: también es crucial para entender cómo se concibió a sí mismo el movimiento obrero, el sufragismo femenino o las vanguardias culturales, al menos hasta la destrucción de la ciudadanía provocada por las hordas franquistas desde 1936.

Porque el pueblo fue desmembrado, y esa es también parte de la historia que hay que contar. En este blog hay también espacio para hablar de quienes a lo largo de los siglos XIX y XX se esforzaron por diluir la profunda carga radical que contenía el lenguaje de pueblo hasta dejar la palabra exangüe; y para quienes se apropiaron de ella para vaciarla de toda sustancia política.

entrada 3.2 El socialista

En principio, se podría anticipar que el punto de llegada de esa historia de vaciamiento está en el franquismo. Y hay mucho de cierto en ello, pero no es del todo así. Esta otra ilustración, procedente de la campaña del PSOE a las elecciones de 1977, desdice el supuesto de que los cuarenta años de régimen sin libertades políticas bloquearon las opciones del pueblo como sujeto de referencia del autogobierno soberano. Echarle la culpa de todo al franquismo oscurece responsabilidades colectivas que son posteriores: apuntan a la democracia en cuyo marco vivimos. 

El pueblo fue desmembrado, y esa es también parte de la historia que hay que contar

Sin duda, el régimen de Franco tuvo entre sus objetivos más fundacionales redefinir el pueblo dándole un contenido entre impolítico y antipolítico, y una manera de contar ese período histórico es precisamente a través de dicho proceso de redefinición vaciadora de su sustancia política. Aun así, la apisonadora franquista de un pasado de luchas sociales que habían dado centralidad al lenguaje de pueblo soberano no fue tan exitosa como el régimen deseó, de manera que cuando este entró en crisis el término pudo ser recuperado para el lenguaje político de la democracia por venir. Y sin embargo, este otro proceso más reciente de restauración no superó los consensos de la transición en la segunda mitad de los setenta. El abandono de la categoría pueblo en el lenguaje político es un producto de la democracia posfranquista. El destino del pueblo en la cultura española del siglo XX ha sido sobrevivir al franquismo para ser menospreciado con la democracia. Es un fenómeno de nuestro orden de cosas actual, aún vigente.

Echarle la culpa de todo al franquismo oscurece responsabilidades colectivas que son posteriores: apuntan a la democracia en cuyo marco vivimos

Hay, sin duda, una racionalidad ideológica en esa orientación, que remite en última instancia al miedo telúrico que produce invocar una categoría desbordante —de ahí que se prefiera identificar con el discurso populista—. Y también hay que situarla dentro de un marco más generalizado en el mundo académico a escala occidental. No obstante, el abandono de la categoría ha sido más activo entre los ideólogos españoles de la democracia de después de Franco —no solo los historiadores—, por lo que esta conlleva de recuperación de experiencias anteriores de ciudadanía inconmensurables para la actual, y no precisamente por ser menos ricas y ambiciosas. Ello hace que el conocimiento sobre ese concepto de pueblo y su riqueza de significados tenga un valor estratégico para hacer frente a embates actuales como el del cambio climático, la nostalgia neoimperialista, la exclusión de inmigrantes, el feminismo o la represión de opciones sexuales y morales alternativas. 

El abandono de la categoría pueblo en el lenguaje político es un producto de la democracia posfranquista

En un sentido que solo ahora comienza a abrirse paso en la conciencia colectiva, una parte de esa separación entre los ciudadanos y las instituciones hay que buscarla en la negación de la categoría pueblo, en la esmerada confusión entre pueblo y nación a costa del primero que ha decretado la cultura política posfranquista y ha sancionado la historiografía.

Sobre este blog
El León dormido... despierta es un blog de temas de historia y memoria especialmente enfocado a la recuperación de la categoría de pueblo en la historia contemporánea del Estado español, su ausencia en la cultura de la democracia y el esbozo de una alternativa a la Gran narrativa de la modernidad española.
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julen
19/2/2025 10:09

También hay que añadir un error que impregna todo el artículo, el de denominar democracia a lo que solo lo es formal y muy parcialmente.

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julen
19/2/2025 10:07

No acaba de quedar claro qué es el pueblo, a pesar de que se señale todo lo que no es.

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Sobre este blog
El León dormido... despierta es un blog de temas de historia y memoria especialmente enfocado a la recuperación de la categoría de pueblo en la historia contemporánea del Estado español, su ausencia en la cultura de la democracia y el esbozo de una alternativa a la Gran narrativa de la modernidad española.
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