Afganistán
Afganistán: la ‘guerra buena’ cumple 16 años (I)

Afganistán se ha convertido en una especie de Vietnam para las fuerzas aliadas, con Estados Unidos a la cabeza, una derrota en diferido lejos de los focos mediáticos. El 7 de octubre se cumplieron 16 años sin ruido y cámaras de fotos. Os ofrecemos la primera parte de este reportaje.

La 10º División de Montaña de EE UU en Afganistán
La 10º División de Montaña de EE UU en Afganistán Wikipedia
17 oct 2017 09:52

A pesar de que el caso catalán eclipsa desde hace semanas toda otra información, el mundo sigue su inexorable movimiento. El 7 de octubre ni en páginas interiores se recordó que tal día de 2001 se inició aquel "paseo militar" en Afganistán de EE UU y sus aliados, cuyas derivaciones y consecuencias se siguen sufriendo y se seguirán sufriendo durante mucho tiempo. Más de 100.000 muertos después, el país asiático se ha convertido en un Estado fallido y los talibán a los que se dio por exterminados hace años se han recuperado y controlan ya casi el 50% del territorio. Es una de las derrotas mayores de EE UU y la OTAN.

Afganistán es un territorio indomable, cementerio de imperios y superpotencias. Reino Unido libró tres guerras en Afganistán entre 1838 y 1919, y salió derrotado. La URSS ocupó el país entre 1979 y 1989 y también salió derrotado. EE UU y la OTAN libran desde 2001 una nueva cruenta guerra, y a pesar de su superioridad militar y tecnológica no han podido impedir que los talibán vuelvan a recuperar gran parte del control del país que tenían hace 16 años.

Es la guerra contemporánea más larga que ha vivido EE UU, iniciada por George Bush junior, continuada por Barack Obama y reactivada ahora por Donald Trump

A pesar de ello, Donald Trump vuelve a utilizar la misma receta, más bombas, más asesinatos con drones, más tropas, todo lo que haga falta para intentar, una vez más, controlar un enclave geoestratégico de vital importancia para no perder terreno en el pulso que mantiene con Rusia y con China.

Es la guerra contemporánea más larga que ha vivido EE UU, iniciada por George Bush junior, continuada por Barack Obama —quien anunció en 2014 el fin de las operaciones de combate— y reactivada ahora por Donald Trump después de prometer lo contrario.

Los contribuyentes estadounidenses pagaron de sus bolsillos más de 841.000 millones de dólares por esa guerra de rapiña en la que murieron más de 30.000 soldados y policías afganos, otros tantos civiles —"daños colaterales"— y, según fuentes estadounidenses, más de 40.000 yihadistas. Esta última estimación es más que dudosa dada la poca rigurosidad seguida a la hora de contabilizar a quienes realmente son combatientes talibán o de otras milicias yihadistas.

EE UU perdió por su parte 2.400 soldados y más de 20.000 efectivos volvieron heridos, casi el 9% de ellos mutilados, y murió también un número nunca hecho público de mercenarios, miembros de las poderosas compañías privadas militares contratadas por el Pentágono, que llegaron a tener decenas de miles de efectivos sobre el terreno.

En 2015, Sáenz de Santamaría acudía a Afganistán para dar por finalizada la misión del Ejército después de 14 años, en la que se invirtió 3.600 millones de euros

Los países miembros de la OTAN y otros aliados de EEUU perdieron a su vez casi 1.200 soldados, entre ellos más de 100 militares, policías y agentes de Inteligencia españoles.

El 24 de octubre de 2015 la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría acudía a la base militar española en Herat para dar por finalizada la misión del Ejército después de 14 años en Afganistán, en la que se invirtió 3.600 millones de euros. A pesar de ello el Ejército español puede volver a izar la bandera rojo y gualda pronto nuevamente en el país asiático.

Trump ha reclamado a la OTAN que todos los países miembros aporten cuanto antes un primer contingente de 1.000 soldados para sumarse a los 11.000 que ya tiene EE UU en Afganistán para poder hacer frente al avance de los talibán. El Gobierno de Mariano Rajoy, faltaba más, ha sido de los primeros en responder positivamente a la solicitud-orden del emperador.

El fragor de la batalla de Catalunya ha hecho que ese pedido y esa respuesta pasaran prácticamente desapercibidos en el hemiciclo y en los grandes medios de comunicación.

La guerra de Afganistán ha pasado a ser aceptada por buena parte de la opinión pública española —gracias al PP, el PSOE y sus medios afines— como la "guerra buena", la guerra legal, a diferencia de la guerra de Irak. Esta última fue condenada por buena parte de la población antes incluso de que comenzara, con aquellas manifestaciones de febrero de 2003 y siguió indignando después de confirmarse la falsedad de aquellas “armas de destrucción masiva” que justificaron la devastación de ese país. También ayudó a mantener el repudio de la opinión pública el que en 2004 se conociesen las infames fotos de las torturas a los prisioneros de Abu Ghraib por parte de prisioneros estadounidenses, o que años después se revelase el vídeo de la brutal paliza de soldados españoles a presos en la base de Diwaniya en 2013.

El hecho de que tras los atentados del 11S tanto la OTAN como la ONU reconocieran el derecho de EE UU a tomar represalias contra Afganistán por cobijar a Osama bin Laden y sus milicianos hizo que todo lo que sucediera en aquella guerra pasara a contar con un amplísimo manto de impunidad.

Esta impunidad incluyó relativizar —cuando no ocultar abiertamente— la devastación del país, la aplicación sistemática de la tortura contra cualquier sospechoso, el atropello, humillación y maltrato a la población civil, el traslado unilateral por parte de EE UU de prisioneros a ese campo de concentración del siglo XXI que sigue siendo Guantánamo; la instauración de un gobierno sectario y corrupto repudiado por la población, o el ataque constante a hospitales de Médicos sin Fronteras que han pasado a ser considerados verdaderos objetivos de guerra.

Ya este tipo de noticias sobre torturas no impactan, no aparecen en primeras páginas como lo hicieron las fotos de Abu Ghraib en 2004

Recientemente, el Pentágono se ha visto obligado a desclasificar 198 fotografías de torturas a prisioneros en Afganistán e Irak al perder una causa judicial frente a la poderosa asociación defensora de derechos civiles ACLU, pero esta organización no logró sin embargo que se desclasificaran otras 1.800 fotos y vídeos comprometedores.

Ya este tipo de noticias no impactan, no aparecen en primeras páginas como lo hicieron las fotos de las torturas de Abu Ghraib en 2004. Hubo manifestaciones masivas en todo el mundo previas al comienzo de la guerra de Irak en marzo de 2003, pero en todo Occidente no las hubo nunca, al menos masivas, contra la guerra de Afganistán en estos 16 años de cruenta guerra.

José Luis Rodríguez Zapatero reivindicó con orgullo haber ordenado ni bien llegar al poder en 2004 la retirada de las tropas españolas de Irak —una decisión que sin duda le honra—, pero poco después, ya fuera de las cámaras, se apresuró a compensar a EE UU y la OTAN por ese desaire reforzando el contingente español en Afganistán. Generaciones y generaciones de afganos han nacido y muerto con su país siempre en guerra.

La primera guerra entre Reino Unido y Afganistán
La primera guerra entre Reino Unido y Afganistán terminó en derrota británica. Wikipedia

Pero el imperio británico no se resignaría y en 1878 lanzó la segunda guerra anglo-afgana. Su cambio de táctica militar le permitió ciertas victorias pero no alcanzó a controlar realmente el país más que parcialmente a pesar del gran despliegue de tropas.

La resistencia a la ocupación británica no cesó nunca y en 1919, aprovechando el desgaste del Reino Unido tras los duros golpes recibidos durante la I Guerra Mundial, Afganistán declaró su independencia. La tercera guerra anglo-afgana que provocó esa decisión duró solo tres meses y se cerró con la firma del armisticio que definió la Línea Durand, la frontera entre el Emirato de Afganistán y la India británica. La línea Durand dividió en dos a la poderosa etnia pastún —la mayoritaria entre los talibán—, una parte de ella en Afganistán y la otra en Pakistán.

Toda la región vivía una gran convulsión. Dos años antes había tenido lugar la Revolución de Octubre y la Unión Soviética fue el primer país en reconocer la independencia y soberanía de Afganistán, lo que motivó fricciones con Reino Unido.

El Reino Unido invadió en 1838 Afganistán para impedir que la Rusia de los zares continuara su expansión. Fracasó estrepitosamente, solo salió vivo uno de los 16.000 soldados británicos

Hay cartas cordiales de la época entre Lenin y el rey Amanullah (1919-1929), un hombre fascinado por las costumbres europeas, que llegó a promulgar una Constitución en la que se desaconsejaba el uso del velo —la reina Soraya no lo usaba y era ministra de Educación—, promovió la educación de las niñas y la libertad de culto, prohibió la tortura y el uso de la barba por los hombres.

Ese intento de modernismo laico, similar en parte al que en Turquía promovería Mustafá Kemal Atatürk, provocó gran rechazo en los sectores tribales y religiosos más tradicionales, dando lugar a una rebelión encabezada por Habibulah Kalakani. Este revocaría todas las medidas democráticas instauradas por Amnullah, pero Kalakani sería derrocado pronto por Mohammed Nadir Shah.

Histórica influencia soviética en Afganistán

La relación entre la URSS y Afganistán se intensificó durante los años 50 del siglo XX, en plena Guerra Fría, cuando se llegó a firmar un acuerdo de libre tránsito de personas y mercaderías en la frontera entre ambos países.
El primer ministro de entonces, Mohammed Daud Jan, con lazos de sangre con el rey Mohammed Zahir Shah, mantenía estrechas relaciones con intelectuales marxistas soviéticos e incluso el propio rey pidió a la URSS asesoramiento militar para sus oficiales.

Moscú sacaría buen partido de ese pedido y no solo formaría a la oficialidad del Ejército afgano sino que ofrecería generosamente becas universitarias para miles de jóvenes, ampliando así su influencia sobre muchos de los que luego serían dirigentes en áreas económicas, políticas y sociales.

El rey cambiaría sin embargo con el tiempo el rumbo de su gobierno y terminaría alejando del poder a Daud Jan, pero este, años después, en 1973, dio un golpe para derrocarlo, aboliendo la monarquía y autoproclamándose presidente de la nueva república. Daud fue apoyado por la rama más moderada del Partido Democrático Popular de Afganistán (PDPA, marxista), los llamados Parchamis, mientras que el sector más duro, los Jalquis,
estaba capitaneado por Nur Muhammad Taraki. Daud terminó desprendiéndose de los asesores soviéticos y mandó arrestar a su rival Taraki y muchos de sus compañeros, al tiempo que establecía contactos con EE UU y el sha iraní Reza Pavhlevi.

La llegada al poder de Nur Muhammad Taraki supuso un cambio radical en el país, la utopía de un Afganistán socialista parecía al alcance de la mano

La detención de Taraki provocó una revuelta popular pacífica seguida de una rebelión militar que terminó pronto con el régimen de Daud y su muerte al resistirse con pistola en mano a su detención.

La llegada al poder de Nur Muhammad Taraki supuso un cambio radical en el país, la utopía de un Afganistán socialista parecía al alcance de la mano. El nuevo Gobierno promovió una profunda reforma agraria, la instauración de la educación obligatoria de las mujeres, la igualdad de derechos para todas las etnias, la anulación de hipotecas y préstamos de usureros que oprimían al campesinado; se prohibió el cultivo de opio; se estableció por primera vez un salario mínimo y se lanzó una ambiciosa campaña de alfabetización junto con muchas otras medidas que podrían haber hecho cambiar radicalmente el país.

Sin embargo, la llegada del progreso no contaba con los apoyos necesarios, se enfrentaba una vez más como sucedió décadas antes con el rey Ammullah, a líderes religiosos musulmanes tradicionales y poderosos terratenientes con importantes milicias y gran influencia en las zonas rurales.

En aquellos años 70 en Afganistán más del 90% de sus 16 millones de habitantes era analfabeto y un 5% de la población eran terratenientes que controlaban más del 50% de la riqueza del país. Afganistán contaba con un cuarto de millón de mulás.

EE UU entra en acción

En plena Guerra Fría, la llegada al poder del sector más radical de la izquierda afgana y la fuerte influencia soviética en las principales áreas del Estado, hizo que el Gobierno de Jimmy Carter moviera ficha, y en julio de 1979 aprobaba la ayuda masiva a las milicias de muyahidín existentes en el país.

Testimonios de la Administración Carter como el del entonces consejero de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski, de cargos de la CIA y expertos militares, confirman que fue en ese momento cuando se diseñó el plan para provocar la entrada militar de la URSS en suelo afgano y con ello cavar su sepultura.

El Gobierno progresista de Taraki sufrió rápidamente el boicot activo a sus reformas y el hostigamiento militar, principalmente en las zonas rurales controladas por poderosos señores de la guerra

El Gobierno progresista de Taraki sufrió rápidamente el boicot activo a sus reformas y el hostigamiento militar, principalmente en las zonas rurales controladas por poderosos señores de la guerra. El apoyo logístico, el entrenamiento militar en campos en Pakistán y el dinero de esa macro operación encubierta que lanzó EE UU con apoyo de Reino Unido, Francia, Arabia Saudí, Pakistán, Marruecos, permitió reclutar a miles de muyahidín de lugares tan diversos como Chechenia, Marruecos, Egipto, Arabia Saudí, Yemen, Malasia, Filipinas y muchos otros países, entusiasmados con la idea de combatir juntos codo a codo contra el enemigo rojo representado en un primer momento por el régimen de Taraki y posteriormente por el mismísimo Ejército Rojo al entrar en escena.

Taraki fue asesinado por su vicepresidente, Hafizullá Amin, y el caos se generalizó. Los enfrentamientos se cobraron entre 3.000 y 5.000 víctimas. En el momento en que la URSS decidió lanzar su gran ofensiva terrestre, enviando a Afganistán nada menos que a cuatro de sus cinco divisiones mecanizadas, con cerca de 100.000 efectivos, las milicias tribales reforzadas por decenas de miles de muyahidín extranjeros controlaban ya 23 de las 28 provincias afganas.

La URSS no contaba que fuera nada menos que EE UU quien propiciara la primera gran yihad contemporánea al reclutar, entrenar, armar y financiar a más de 100.000 muyahidín

Estados Unidos y sus aliados consiguieron así que el Ejército Rojo entrara en la compleja trampa que se le había tendido. La URSS no contaba que fuera nada menos que la gran superpotencia estadounidense la que propiciara la primera gran yihad contemporánea al reclutar, entrenar, armar y financiar a más de 100.000 muyahidín. Ese mismo año 1979 en el que la URSS lanzó la que sería su última invasión terrestre de un país, en otro escenario, en Irán, era derrocado el pro occidental sha Reza Pavhlevi, hombre clave de EE UU en toda la región y el ayatolá Jomeini instauraba la revolución islámica.

Paradójicamente, mientras en Afganistán el Gobierno de Estados Unidos orquestaba una gran operación militar indirecta para derrotar a las tropas soviéticas, en 1980 los dos países, EE UU y la URSS, financiaban y armaban en paralelo a Sadam Husein para que lanzara una guerra contra el flamante gobierno islámico iraní.

Aquella guerra de Afganistán iniciada en 1979 duró diez años y acabó con la derrota soviética y la retirada de las tropas. La guerra entre Irán e Irak iniciada en 1980 terminó en 1988 con un millón de muertos entre ambas partes, sin que ninguno de los dos países resultara vencedor.

En los años 80 Carter primero y luego Reagan, llamaron a los muyaidin antisoviéticos los “luchadores de la libertad” y a partir del 11S de 2001 Bush junior pasó a llamarlos “terroristas” 
Estados Unidos no preveía entonces ni que aquellos Muyahidín los que ayudó a organizarse, armarse y financiarse para combatir a las tropas soviéticas como el propio Osama bin Laden y el mulá Omar, que se convertiría luego en el líder máximo de los talibán volvieran años después las armas en su contra, ni previó que dos décadas después invadiría Afganistán esta vez sí con sus propias tropas para combatirlos.

En los años 80 Carter primero y luego Reagan, llamaron a los muyaidin antisoviéticos los “luchadores de la libertad” y a partir del 11S de 2001 Bush junior pasó a llamarlos “terroristas”.

Eduardo Galeano recordaba en su artículo "El teatro del Bien y del Mal" la relación en aquella época entre Washington y Bin Laden: “La CIA le había enseñado todo lo que sabe en materia de terrorismo Bin Laden, amado y armado por el Gobierno de Estados Unidos; era uno de los principales 'guerreros de la libertad' contra el comunismo en Afganistán. Bush Padre ocupaba la vicepresidencia cuando el presidente Reagan dijo que estos héroes eran 'el equivalente moral de los Padres Fundadores de América'”. “Hollywood estaba de acuerdo con la Casa Blanca”, añadía Galeano, “En esos tiempos se filmó Rambo III: los afganos musulmanes eran los buenos, ahora son malos malísimos, en tiempos de Bush hijo, trece años después'”.

Segunda parte: Afganistán, la 'guerra buena' cumple 16 años (II)
Tercera parte: La guerra buena cumple 16 años (III)

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La manipulación de la información que realizan a diario los grandes grupos mediáticos controlados por gobiernos, multinacionales, fondos de inversión y la gran banca, es conocida por gran parte de la ciudadanía. Sin embargo, no siempre el ciudadano logra descubrir cómo se concreta en cada caso esa intoxicación, esa tergiversación, y aunque lo sospeche suele tener grandes dificultades para encontrar otro relato, una información y una visión alternativa.

A pesar de la proliferación de medios independientes y redes sociales la batalla sigue siendo totalmente desigual. Este blog intentará con sus análisis, principalmente centrados en temas de geopolítica, estrategia internacional y derechos humanos, aportar en esa lucha desde esta trinchera de El Salto.
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