No todos son iguales

Ningún político nos va a traer la solución a nuestros problemas, pero el “todos son iguales” solo beneficia a aquellos que tienen la intención de empeorar las condiciones de vida de la mayoría de la población.
José Mujica
Pepe Mujica, en un mitin en septiembre de 1985.
14 abr 2021 12:39

Pepe Mujica, presidente de Uruguay entre 2010 y 2015, vive en una casa humilde a las afueras de Montevideo. Durante su mandato no quiso mudarse. Su coche tampoco es gran cosa. Ni su sueldo. Si no hubiese sido presidente, sería uno más de los que tienen para comer y apenas le sobra para nada más. Su discurso y su ejemplo son de sobra conocidos, en contra de lo material y a favor de la austeridad.

Julio Anguita falleció en 2020. Alcalde de Córdoba entre 1979 y 1986 y candidato a presidente del gobierno de España en los años 90, era y sigue siendo un político con una gran valoración por parte de la ciudadanía. De sobra conocido por todos, fue fiel a sus principios y tuvo una ética ejemplar que, según él, no debería ser nada extraordinario. Respetado, escuchado y hasta admirado por muchos, no le votaron quienes tuvieron la oportunidad.

Gerardo Iglesias, candidato a presidente del gobierno de España en los años 80, fue un político asturiano que regresó a su trabajo en la mina tras dejar el congreso de los diputados. Encarcelado varias veces durante la dictadura de Franco, siguió exigiendo justicia para las víctimas del franquismo durante toda su vida y a día de hoy vive en un humilde piso en Oviedo, como un ciudadano anónimo más.

Tres buenos ejemplos, españoles o de descendencia española, que desmienten claramente el mito según el cual los políticos “son todos iguales” o “en España todos son vagos y ladrones”. También ponen en duda el dicho que afirma rotundamente que los políticos no están a la altura de la ciudadanía. En más de una ocasión, Julio Anguita afirmó que el pueblo también era culpable, dado que se empeñaba en seguir entregándoles el gobierno con su voto a ladrones. ¿De qué tiene derecho a quejarse el pueblo que escucha, aplaude y luego hace caso omiso? Hoy igual que ayer el pueblo escuchó y aplaudió, esta vez no a un político sino a los sanitarios durante la primera ola de la pandemia, para luego hacer caso omiso a sus recomendaciones y reivindicaciones. ¿Merece realmente el pueblo unos políticos mejores de los que tenemos?

Hoy igual que ayer, habrá sentados en el congreso políticos de buenas intenciones que tal vez deseen e incluso intenten escapar del ritmo que marcan las encuestas electorales y los medios de comunicación. Tal vez nunca lleguen al gobierno. O puede que ya lo estén. Recordando otra vez a Anguita; este decía que el gobierno solo era el lacayo del auténtico poder, lo que limitaría en buena medida las posibilidades de un cambio real desde las instituciones. Mientras tanto, se siguen sentando en el congreso los mismos que saquearon al país, que gobiernan para facilitarle la vida a los dueños del mundo, que viven ajenos a los problemas de la gente corriente o que no pretenden poner ningún remedio a estos problemas. “Es el mercado, amigo”. “La vivienda es un derecho pero también un bien de mercado”. “Bajar los impuestos a los empresarios creará empleo”. “Hay que mirar por la salud pero también salvar la economía”. Falacias y excusas para todos los públicos.

Escribió Rousseau aquello de “Siendo ciudadano de un estado libre y miembro del poder soberano, por débil que sea la influencia que mi voz ejerza en los negocios públicos, el derecho de emitir mi voto me es suficiente para imponerme el deber de ilustrarme acerca de ellos”. Cuantas veces habrá el pueblo alabado a su opresor y culpado a aquel que intentase ayudarlo a salir de su ignorancia u opresión. Ningún político nos va a traer la solución a nuestros problemas. Lo más probable es que no pueda hacerlo aunque tenga esa intención. Es nuestro deber poner a aquellos que tengan buenas intenciones en el gobierno, para luego presionar con nuestra acción directa y conseguir las cosas nosotros mismos. Delegar en un político no nos servirá para avanzar, pero resignarse y decir que todos son iguales es hacerle un flaco favor a las próximas generaciones.

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