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Editorial
Neoliberalismo compasivo
El plan económico muestra hasta qué punto el Gobierno de Sánchez tiene como principal objetivo su supervivencia, que pasa por no modificar las líneas maestras de una arquitectura económica beneficiosa para las élites económicas nacionales.
Son los presupuestos más sociales de la historia reciente. Lo que no es decir mucho. El proyecto, que ha comenzado su trámite parlamentario en noviembre y que puede quedar refrendado por una mayoría del Congreso entre diciembre y enero, avanza en las líneas de una recuperación tras el shock del covid-19 y se pretende llevar a cabo sin modificar la estructura económica preexistente. Sin reconocer los fallos estructurales inmediatamente anteriores a la pandemia. El economista Daniel Albarracín se refería recientemente a los Presupuestos Generales del Estado como un ensayo de “neoliberalismo compasivo” que es “compatible con el fortalecimiento de un Estado que sale al rescate de las grandes compañías privadas, que refuerza las medidas securitarias, militares y promonárquicas, que no resuelve el problema estructural del paro y la precariedad y que, en suma, deja intactos los privilegios de la minoría capitalista”.
Entre las luces del Presupuesto, aquellas que conviene achacar a la presión de los grandes sindicatos y de Unidas Podemos, está la apuesta por mantener el poder adquisitivo de los sueldos de empleados públicos, la revalorización de las pensiones y por el incremento —si bien un exiguo 5%, es la primera vez que sube en una década— del IPREM, el indicador bajo el que se calculan las “rentas de pobres”, subsidio de desempleo y subsidios asistenciales. El Gobierno seguirá sacando músculo con las subidas espectaculares de las partidas en educación y sanidad, si bien eso no impugna la idea de que forman parte de un cambio táctico en el mismo plan neoliberal que ha acarreado diez años de recortes netos en esas partidas estructurales.
El plan económico, sin embargo, muestra hasta qué punto el Gobierno de Sánchez tiene como principal objetivo su supervivencia. Esta pasa por no modificar, al menos no hacerlo antes de tiempo, las líneas maestras de una arquitectura económica diseñada por el diktat alemán y beneficiosa para las élites económicas nacionales y de importación. La política fiscal, con pequeñas subidas en los impuestos progresivos y volcada, por el contrario, en la recaudación mediante los impuestos indirectos —aquellos que no establecen diferencias entre quienes más tienen y quienes sobreviven como pueden— es la principal muestra de ese empeño en no abordar las causas que van a prolongar la crisis económica más allá de la vacuna.
En abril, la renuncia de Sánchez a presionar junto con Italia para la puesta en marcha de los llamados “coronabonos” —es decir, la mutualización de la deuda en el conjunto de la UE, verdadero eje de la actual crisis del proyecto europeo— supuso un reconocimiento tácito del compromiso adquirido por el Gobierno de coalición. A cambio de no cuestionar un programa económico que lleva haciendo aguas desde 2008, el paquete de rescate permitirá respirar políticamente al Ejecutivo español, aprobar unos presupuestos cortoplacistas pero positivos y contener así la situación de crisis institucional que amenazaba con la ingobernabilidad y su reverso siniestro, la política de salvación nacional mediante un Gobierno de concentración.
Los presupuestos, que no satisfacen completamente a Unidas Podemos —consciente de que se juega su credibilidad en sacar adelante la enmienda de moratoria de desahucios hasta 2023— y que Ciudadanos tiene previsto apoyar con la finalidad de tratar de invocar al electorado “bisagra” que Albert Rivera perdió cuando quiso ser Matteo Salvini, son la última muestra de la capacidad de Sánchez para probar su suerte. Hasta ahora, hay que decir que la suerte le acompaña.