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Ecologismo
La guerra del agua de Les Soulèvements de la Terre sacude Francia durante cinco días
Después de tres años de lucha Les Soulèvements de la Terre ha llegado a ser la vanguardia del movimiento climático con sus acciones de desarme, sus manifestaciones espectaculares y su vínculo estrecho con el movimiento campesino. Han hecho de las megabalsas, sistema de riego utilizado para la agricultura intensiva en detrimento de los pequeños agricultores, el símbolo de su lucha por un reparto justo del agua.
Fue durante la pandemia de covid-19 que activistas climáticas se pararon a pensar las debilidades de sus movimientos sociales y organizaciones. “¿Por qué nuestras protestas se centran tanto en las ciudades, lugares en las antípodas de lo que entendemos por naturaleza?”, se preguntaron. Desde este planteamiento nació Les Soulèvements de la Terre (Levantamientos/Sublevaciones por la Tierra) en 2021. Trasladaron las protestas ecologistas a territorios en los cuales la construcción de grandes proyectos amenaza directamente la sostenibilidad del medioambiente. Pusieron el foco en la industria del cemento, la construcción de una línea de tren entre Lyon y Turín o la construcción de la autopista A69, todos ellos proyectos altamente contaminantes.
Desde entonces, consiguieron llevar a más de 30.000 manifestantes a regiones poco poblados para protestar contra megaproyectos, crearon 180 comités locales y evitaron una disolución ordenada por el ministro del Interior francés, Gérald Darmanin. Cada seis meses, organizan sus “interludios”, grandes asambleas con representantes de luchas locales en las que eligen las que serán sus siguientes campañas de movilización.
En primavera de 2023, apoyaron al colectivo Bassines Non Merci (Balsas No Gracias), con una acción en Sainte Soline marcada por una brutal represión de las fuerzas de seguridad del Estado. Se dispararon 5.000 granadas en tres horas, es decir una cada dos segundos y dejaron un manifestante en coma durante un mes y a muchos otros con cicatrices de por vida.
Megabalsas: sequía por dinero
En les Deux-Sèvres, departamento de Sainte Soline, el Estado ha decidido construir 16 megabalsas. Una ya está funcionando y cuatro siguen en obras. Las megabalsas son depósitos de agua al aire libre con láminas de plástico que se extienden por varias hectáreas. Permiten bombear agua de la capa freática durante el invierno, cuando está autorizado, y se utilizan para regar cultivos que necesitan mucha agua durante el verano, como el maíz en el Mairais Poitevin (Deux Sèvres).
Este sistema de riego tiene “tasas de evaporación de hasta el 10% y el agua estancada puede pudrirse”, afirma el colectivo Bassine Non Merci (Balsas No Gracias). Y añaden que “extraer agua de la capa freática en invierno hace que el suelo esté aún más seco en verano”. Hasta ahora, ningún artículo científico ha demostrado que este método de riego sea respetuoso con el medio ambiente.
Desde organizaciones campesinas denuncian la injusticia de este método, ya que beneficia a las grandes explotaciones cerca de las cuales se construyen las megabalsas. “Sólo el 4% de los agricultores [de la región] estarán conectados directamente a las megabalsas, y el 10% se beneficiarán indirectamente”, según la Confederación Campesina. El resto de los agricultores sufrirán restricciones de agua que llegarán cada vez antes, y durarán más porque extraen el agua de la capa freática, bombeada para llenar las megabalsas.
Les Soulèvements de la Terre han hecho de las megabalsas, sistema de riego utilizado para la agricultura intensiva en detrimento de los pequeños agricultores, el símbolo de su lucha por un reparto justo del agua
De hecho, la justicia francesa prohibió la construcción de 15 megabalsas el año pasado, considerándolas incompatibles con “los efectos del cambio climático”. Los sectores partidarios de la construcción de megabalsas suelen defender que son necesarias para cultivar cereales como el maíz, destinado a la alimentación del ganado, sobre todo en Bretaña, pero también a la exportación. Sin embargo, este cereal no se adapta a la zona, y ciertas organizaciones, como la Confederación, recomiendan el uso de semillas autóctonas como el trigo sarraceno, mucho mejor adaptado a este tipo de suelo.
La guerra del agua
Del 16 al 21 de 2024, les Soulèvements de la Terre ha organizado la Aldea del Agua en Melle, un pueblo de Deux-Sèvres, con el apoyo del alcalde del pueblo. Durante seis días, más de 5.000 personas acudieron a charlas con expertos sobre el agua, formaciones y conciertos en un ambiente festivo.
Sin embargo, esta festividad era difícil de mantener cuando más de 3.000 gendarmes estaban movilizados para reprimir el encuentro. Cualquier persona que quería entrar en el recinto tenía que someterse a una identificación y al registro de su mochila. Requisaron máscaras de gas, gafas de piscina, ropa negra o azul, botes de cristal y hasta bolígrafos, alegando que podrían ser utilizados como arma contra la policía. Un helicóptero equipado de una cámara capaz de identificar un rostro a dos kilómetros de distancia sobrevolaba la aldea varias veces al día y se veían gendarmes en motos todoterreno para detener a quienes intentaban evitar los controles policiales cruzando los campos.
En respuesta, se podían oír gritos como “ACAB” (All cops are bastards – Todos los policías son bastardos) o “Tout le monde déteste la police” (Todo el mundo odia a la policía) cada media hora. Muchas personas también iban vestidas de negro, con pasamontañas y gafas para preservar su anonimato.
Bernard, viticultor desde hace más de 40 años, presente en la aldea, no se mostró molesto por los manifestantes encapuchados, explicando que “cuando defiendes la naturaleza con manifestaciones, te ponen la brigada antiterrorista, pero cuando es el comité de viticultores el que vuela un edificio con una bomba para protestar contra las normas ecológicas, el Estado se limita a abrir una investigación”. Bernard se refiere al edificio del Departamento de Medio Ambiente de Carcasona, que fue volado por el Comité Viticole en enero de este año. Añadió que “con la represión que sufren los ecologistas, es normal que se protejan y se radicalicen”.
“Cuando defiendes la naturaleza con manifestaciones, te ponen la brigada antiterrorista, pero cuando es el comité de viticultores el que vuela un edificio con una bomba, el Estado se limita a abrir una investigación”, protesta un campesino
Una parte considerable de las formaciones se dedicaban a preparar las acciones del viernes y del sábado. “Si os presento este museo del horror”, dijo uno de los organizadores enseñando distintos tipos de granada utilizados por la policía, “no es para quitaros las ganas, sino porque es lo que se utiliza en nuestra contra”.
Sin embargo, esto no desanimó a las 10.000 personas, según la organización, que se desplazaron a Migné-Auxances, pueblo de un departamento vecino donde no estaba prohibido manifestarse. A pesar de ello, tras 20 minutos de marcha, la policía disparó granadas de gas lacrimógeno que prendieron fuego a un campo seco recién arado mientras los manifestantes estaban cambiando de ruta para evitar la confrontación.
“Ante la imposibilidad de manifestarnos sin que la policía ponga en peligro nuestras vidas, hemos decidido volver a casa para conservar fuerzas para mañana”, anunció Julien le Guet, portavoz de Bassines Non Merci.
Al día siguiente, los Soulèvements de la Terre decidieron viajar a La Rochelle, ciudad con un gran puerto y destino turístico de la clase alta. Toda la ciudad estaba en apnea, los bares y restaurantes cerrados y el enorme dispositivo policial desplegado. “El objetivo de hoy es bloquear el puerto de La Pallice porque es un símbolo de la agroindustria y una gran parte del maíz producido en nuestras tierras se exporta a este puerto”, argumentó Lena Lazare, portavoz de Soulèvements de la Terre.
La razón por la que estos activistas ejercen tanta presión y desafían todas las prohibiciones es conseguir una moratoria sobre las megabalsas. Las peticiones y las manifestaciones tradicionales no han sido suficiente para detener todos los proyectos de megabalsas, por lo que Léna anunció que no pararán “hasta que se cancele el último proyecto de megabalsas”.
Mantenimiento del orden ‘a la francesa’
A primera hora de la mañana, 200 activistas de Extinction Rebellion y varios agricultores consiguieron despistar a la policía saliendo de la isla de Ré. Conduciendo una docena de tractores pudieron bloquear la empresa Soufflet, un gigante agroalimentario al que Frédéric Boutin, antiguo agricultor, acusa de “especular con el trigo y presionar a los agricultores para que produzcan cada vez más para ganar cada vez menos”.
Un poco más lejos, 10.000 personas, según la organización, se reunieron en el Parc Charruyer para preparar la manifestación, prohibida una vez más por la policía. Senadores, diputados y concejales del Nuevo Frente Popular, estuvieron presentes para animar a los manifestantes y motivarles a desafiar las prohibiciones del sistema represivo. “A pesar del fuego, a pesar de los controles, estamos aquí. Podemos abuchear este supuesto mantenimiento del orden ‘a la francesa’, que busca aterrorizar, pero seguimos aquí”, anunció Emma Fourreau, eurodiputada de France Insoumise.
La manifestación se dividió en dos columnas. Al sur, un ambiente familiar que no ofrecería resistencia a las fuerzas del orden. Al norte, la columna que intentaría llegar al puerto a pesar de los bloqueos policiales. A los 15 minutos de la manifestación, manifestantes atacaron símbolos del capitalismo y de la agroindustria, como bancos y un supermercado. “Nuestro objetivo es bloquear el puerto así que avancemos”, gritó una de las organizadoras.
Poco después, la policía bloqueó todos los movimientos de la manifestación y disparó gases lacrimógenos en grandes cantidades. “En dos minutos, pasamos de un ambiente festivo con música a una nube de gas en la que pensé que iba a morir”, dijo Louise, una enfermera, asfixiada. Al fondo de la manifestación, la policía cargó furiosamente contra la masa a pesar de que no se estaba produciendo ningún daño. Tres personas acabaron sangrando y muchas más traumatizadas.
Ante la imposibilidad de manifestarse en el puerto, los manifestantes se vieron obligados a dar media vuelta, seguidos de cerca por la policía, que jugó al gato y al ratón con algunos manifestantes encapuchados. El ambiente era pesado. Miradas vacías, signo de incomprensión ante lo que acababa de suceder. “Hay gente que se subía por las paredes para escapar, el aire era irrespirable. No nos dejan salir, pero siguen gaseándonos, están completamente locos”, comentó una manifestante indignada.
“En dos minutos, pasamos de un ambiente festivo con música a una nube de gas en la que pensé que iba a morir”, dijo Louise, una enfermera, asfixiada
“He venido en silla de ruedas porque para mí es muy importante estar aquí“, dijo Julien, antes de añadir que “la policía nos quita los equipos de protección y nos prohíbe manifestarnos, a pesar de que había muchas personas mayores y discapacitadas como yo. ¿Qué coño hacemos cuando nos gasean o disparan granadas aturdidoras?”.
ACAB-remolino
Cuando la manifestación estaba volviendo al parque, algunos vecinos dieron agua a los sedientos manifestantes bajo un sol de 32 grados. Algunas personas escondidas debajo de un paraguas quemaron la ropa usada durante la protesta, probablemente para borrar las pruebas de que formaban parte del grupo que dañó las instalaciones. Finalmente, la fanfarria se reanudó a todo trapo.
Una gran multitud se lanzó al mar para aliviar la tensión del acontecimiento. Las olas del mar eran guiadas por la banda de música y por un enorme remolino formado por 200 manifestantes que coreaban “ACAB-tourbillon” (ACAB-remolino). Fue este mismo remolino el que acabó animando los bailes festivos y los conciertos en el pueblo acuático esa misma noche.
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Tremendo reportaje, se me ha quedado corto. Ojalá muchos más igual ¡Gracias!