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Desigualdad
Sobre la suerte
Hace hartazgo en la ciudad. Son las tres de la tarde. Atravieso la utopía de mercado de lo cool: coloridos locales de comida, gente bien peinada y casas en las que nunca podrás vivir, flanquean el paso. Esquivando taxis, arrimados a los restaurantes, un ejército de glovos, de deliveroos y ubers entregan su tiempo y energías a los antojos del resto de la ciudad. Se extiende el régimen del chico de los recados entregado a los deseos de cualquier patrón. No cuesta nada, tú pide y te lo traen.
Tengo una gratuita tesis antropológica: poder tirar de otra gente para cualquier cosa, tener lo que se desea a golpe de clic, acostumbrarse a que otros se ocupen de tus mierdas, nos vuelve gilipollas. Convierte a la sociedad en una amalgama pánfila incapaz de valorar el tiempo de los otros. Al super el domingo a las 11 de la noche, lo que quieras en 24 horas a golpe de Amazon, ¡truene o nieve necesito mi sushi en casa para mi sesión vespertina de series!
No se trata de regar de culpas al prójimo, quién no ha incurrido en ello alguna vez, quién no se entrega al mecanismo con su cuota de clics, qué otras opciones tienen quienes no encuentran más acomodo en el sistema que entregar sus piernas, sus manos, todo su tiempo a la perspectiva de sumar unos euros. Poco poder tenemos sobre los engranajes que nos mueven a unos y a otras, y ante la ausencia de poder, crece el microfundismo del control: una parcelita de ordeno y mando al alcance de todos.
Pero una vez que asumes que el tiempo de los demás vale migajas, que las energías de los demás valen migajas, nada nos va a costar asumir que sus vidas también valen poco. “Lo siento mucho, pero al menos es un trabajo, haberse esforzado más, haberse buscado un curro mejor, ¿qué culpa tengo?”.
Poca correlación hay entre el tiempo y el esfuerzo que uno le pone a un curro y lo que se lleva por ello: si no lo entiendes que te lo expliquen las empleadas de hogar, los jornaleros en el campo, o las auxiliares de las residencias
Nunca señalamos lo suficiente esa ficción que alimenta el relato de que cada cual tiene lo que se merece, que cada cual gana a la medida de su esfuerzo. Poca correlación hay entre el tiempo y el esfuerzo que uno le pone a un curro y lo que se lleva por ello: si no lo entiendes que te lo expliquen las empleadas de hogar, los jornaleros en el campo, o las auxiliares de las residencias. “Es que la gente no tiene ambición ni iniciativa, no luchan por prosperar”, corean los que nacieron ya prosperaos desde la cuna, o los que simplemente tuvieron suerte.
Una mujer con acento de explotada me llama desde un número con prefijo inglés para convencerme de comprar acciones online. Intento entenderla mientras recojo los cacharros. Querida precaria al otro lado de la línea, qué mundo surrealista es este en el que estamos hablando tú y yo de invertir en bolsa. Quién va a arreglar este guión desopilante.
Jugar a ser capitalista con los 100 euros que apartas de tu sueldo al mes, a ver si un poco de especulación de andar por casa te ayuda a pagar tu hipoteca desmesurada, cortesía de las ligas grandes de la especulación. Confiarte al azar. Así como tantos chavales del barrio se apuestan los 50 pavos que juntan de aquí y allá en internet. Así como sus mayores pellizcan un poco de su subsidio en el Codere de la esquina, para ver si la diosa fortuna les da la vida digna que no alcanzaron con los 40 años que se partieron el lomo.
Apostar 50 euros al casino virtual, perseguir tu sueño de llegar a rico de rebote, porque lo de tener un trabajo que te de para una vida digna y encontrar un alquiler que puedas pagar es un proyecto aún más delirante
Mucha suerte necesitan las madres solas y sin red para sacarse la plaza en esas oposiciones donde compiten con otras mil almas, único modo de alcanzar estabilidad y un horario compatible con la crianza, para tantas. También tus amigos tan preparados, esos que buscan un trabajo con los dedos bien cruzados, pues saben que lo que les sacará del paro no son los 20 currículum que echaron este mes, sino el mail del amigo del amigo, que “justamente, qué suerte, están buscando en su oficina un perfil parecido al tuyo”. Las amigas que buscan casa murmuran rezos ateos, a ver si suena la flauta y dan justo con un piso no demasiado caro, con un casero no demasiado exigente, que no pida demasiada fianza. Y es que, para acceder a una vivienda, más que de una alerta en un portal de alquiler, necesitas del favor de los dioses.
Que las vidas estén en manos del azar, que lo más básico sea una cuestión de suerte, es un fracaso político, una desgracia antropológica, un drama civilizatorio. Siglos de luchas, bibliotecas llenas de libros de ciencias sociales y políticas, millones de páginas de programas electorales, no han conseguido construir un piso básico, un mínimo tan mínimo como el que, por ejemplo, marca el pacto internacional de derechos sociales y económicos, sin ir más lejos.
De qué sirve votar, se dicen muchos, si todo es una partida con las cartas marcadas. En ese escenario, la suerte es un atajo para los que no ven un camino. Normal que tantos aspiren a hacerse ricos de rebote: lo de tener un trabajo que te dé para una vida digna y encontrar un alquiler que puedas pagar es un proyecto aún más delirante para tantos. Y en medio de esta cosa azarosa que es la vida, no nos faltan las apps para ejercer de patroncillos de vez en cuando, para olvidar que no tenemos poder sobre casi nada.
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Muy bueno. Me encanta la reflexión sobre cómo se acentúa el micromecenadgo en las grandes ciudades.
Uno por otro y lo hace el de al lado que merece una miguita de pan por no habérselo ganado en otro lado.
Buena reflexión, también, sobre cómo el tiempo es minusvalorado por mucha gente. A mí, me pasó algo parecido con gente variada.
Gracias.
¡Vaya!... Pues me alegro de vivir en la pequeña parte de España que no es Madrid... Aquí no tenemos gente para que nos lo haga todo a cualquier hora, ni glovos, ni coderes. (Porque sí que parece que les vuelve algo gilipollas...)
No dejes que te ciegue el odio, solo te hará daño a ti. Todas esas cosas las hay en otros sitios además de en Madrid. Las hay en Barcelona, en Bilbao, en Valencia, Zaragoza en fin, en muchos sitios. Tu odio hacia los madrileños solo te hace daño a ti, a los madrileños nos da igual.
Amo Madrid. Simplemente me parece risible el “paletismo” de algunos madrileñ@s que creen que en todas partes se vive igual. El artículo incluso parece describir un mundo concreto dentro de Madrid, donde hay gente que no hace uso de estos novísimos servicios, hay gente que no oposita, ni les llaman para que inviertan en bolsa... Se habla de cierto Madrid, ¿no? ¿No está el artículo muy circunscrito a una forma específica de vivir?
Y doy la razón a la autora: algunos se vuelven gilipollas.
Amo Madrid. Simplemente me parece risible el “paletismo” de algunos madrileñ@s que creen que en todas partes se vive igual. El artículo incluso parece describir un mundo concreto dentro de Madrid, donde hay gente que no hace uso de estos novísimos servicios, hay gente que no oposita, ni les llaman para que inviertan en bolsa... Se habla de cierto Madrid, ¿no? ¿No está el artículo muy circunscrito a una forma específica de vivir?
Y doy la razón a la autora: algunos se vuelven gilipollas.
No hay ningún motivo para imputarle ese comportamiento a Madrid en lugar de a cualquier otra ciudad.