Armas nucleares
Todos somos Hibakusha

La huella mundial de la lluvia radiactiva.
Hibakusha de Nagasaki, Yukio Inoue, con sus dibujos retratando varias experiencias de supervivientes de las bombas atómicas. Fuente: Beyond Nuclear International
Hibakusha de Nagasaki, Yukio Inoue, con sus dibujos retratando varias experiencias de supervivientes de las bombas atómicas. Fuente: Beyond Nuclear International Beyond Nuclear
Universidad de Columbia Británica
29 jul 2024 02:33

Artículo originalmente publicado en Down to Earth.

La portada del Times of India del 7 de agosto de 1945 llevaba el titular 'La bomba más mortífera del mundo alcanza Japón: Lleva una potencia de explosión de 20.000 toneladas de TNT'. Para millones de personas de todo el mundo, titulares de ese tipo habrían sido su primer indicio del proceso de fisión nuclear a gran escala.

Sin embargo, un estratigrafo cuidadoso, que estudie las capas del suelo o de la roca, podría ser capaz de discernir que, de hecho, la fisión nuclear se había producido en julio de 1945. El estratigrafo sólo tendría que buscar plutonio en el lago Crawford de Ontario (Canadá), el lugar propuesto como el punto de la “espiga dorada” para marcar el inicio del Antropoceno (reconociendo los problemas que plantea su definición, como se destaca en la entrevista de Down To Earth con Amitav Ghosh).

Lo que ocurrió en julio de 1945 fue, por supuesto, Trinity, la primera prueba de armas nucleares del mundo, ahora familiar para muchos a través de la película Oppenheimer. Un grupo de investigadores ha reconstruido recientemente cómo el viento habría transportado el plutonio liberado durante aquella explosión. Calcularon que la lluvia radiactiva directa de aquella prueba habría llegado al lago Crawford en los cuatro días siguientes a la prueba, “el 20 de julio de 1945 antes de alcanzar su punto máximo el 22 de julio de 1945”.

Dado que el lago Crawford está a casi 3.000 kilómetros de la zona de pruebas Trinity en Nuevo México, es lógico pensar que muchos otros lugares también habrían recibido lluvia radiactiva de la prueba Trinity. Si tenemos en cuenta que en todo el mundo se han realizado al menos 528 pruebas de armas nucleares por encima del suelo, además de las bombas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki, es fácil imaginar que la lluvia radiactiva debe haber caído prácticamente en todas partes, ya sea en tierra o en los océanos.

En la lista de 528 no se incluye el controvertido “incidente Vela” de 1979, en el que probablemente se probó un arma nuclear israelí con ayuda de Sudáfrica. Se describe como debatido solo porque las élites políticas de Estados Unidos, cuyo satélite Vela 6911 detectó un doble destello de luz característico de las explosiones nucleares, no querían imponer sanciones a Israel.

En 2018, dos científicos recogieron una serie de pruebas consistentes con una prueba nuclear de este tipo, casos importantes del elemento radiactivo yodo-131 que se encontró en las tiroides de algunas ovejas en 1979, en la parte sureste de Australia, al otro lado de los océanos. De nuevo, una prueba de que la lluvia radioactiva de las pruebas de armas nucleares se extendió por todo el mundo.

En 2018, dos científicos recogieron una serie de pruebas consistentes con una prueba nuclear de este tipo, casos importantes del elemento radiactivo yodo-131 que se encontró en las tiroides de algunas ovejas en 1979, en la parte sureste de Australia, al otro lado de los océanos.

Pero no se trata sólo de pruebas de armas nucleares. También los accidentes en centrales nucleares han producido lluvia radiactiva que ha contaminado a los pueblos del mundo. El cesio radiactivo liberado por la explosión del reactor de Chernóbil en 1986 se encontró en múltiples países de Europa Occidental. De nuevo se contaminaron ovejas, esta vez en Inglaterra, Escocia y Gales, y durante un tiempo los científicos ni siquiera pudieron comprender el comportamiento del cesio radiactivo que ingerían las ovejas.

Las ovejas permanecieron contaminadas durante décadas. Las restricciones impuestas a las ovejas no se levantaron en todas las zonas hasta 2012. Por supuesto, más cerca de Chernóbil, muchas zonas siguen estando altamente contaminadas. Los niveles de radiación suben y bajan en función de acontecimientos externos, como incendios forestales o la invasión de la zona por el ejército ruso.

Incluso sin explosiones de armas nucleares ni accidentes de reactores, las personas de todo el mundo están expuestas a materiales radiactivos procedentes de las plantas de reprocesamiento. Estas instalaciones procesan químicamente el combustible gastado irradiado de las centrales nucleares, al tiempo que producen grandes volúmenes de efluentes radiactivos líquidos y gaseosos. Estos efluentes se liberan al aire; la exposición a los mismos constituye el mayor componente de la dosis de radiación a “los miembros del público por los radionucleidos liberados en los efluentes del ciclo del combustible nuclear”.

Por supuesto, los habitantes del sur de Asia han estado expuestos a la lluvia radiactiva de explosiones nucleares realizadas por otros países, accidentes de reactores nucleares y plantas de reprocesamiento. ¿Qué hay de las armas nucleares detonadas por India y Pakistán en 1998, y por India, en 1974? Todas estas armas explotaron bajo tierra, lo que, en principio, debería haber contenido todos los materiales radiactivos en el suelo. De ser así, su única vía de exposición a la radiación sería la contaminación de las fuentes de agua subterráneas en el futuro.

Pero las pruebas subterráneas de armas nucleares a veces se ventilan, liberando materiales radiactivos en el aire. Tras el Tratado de Prohibición Limitada de Pruebas Nucleares de 1963, todas las pruebas de armas nucleares estadounidenses se diseñaron para contener completamente la radiactividad bajo tierra. Sin embargo, 105 de ellas liberaron materiales radiactivos a la atmósfera. Otras 287 pruebas tuvieron “emisiones operativas”, por las que se liberó radiactividad durante actividades rutinarias posteriores a las pruebas. Del mismo modo, varios cientos de explosiones subterráneas de armas nucleares en el polígono de pruebas de Novaya Zemlya, en la Unión Soviética, liberaron radiactividad a la atmósfera.

Tras el Tratado de Prohibición Limitada de Pruebas Nucleares de 1963, todas las pruebas de armas nucleares estadounidenses se diseñaron para contener completamente la radiactividad bajo tierra. Sin embargo, 105 de ellas liberaron materiales radiactivos a la atmósfera.

Los materiales radiactivos procedentes de estas emisiones se propagaron por todas partes. En 1970, los materiales radiactivos liberados durante la prueba de Baneberry se detectaron hasta en Canadá; pero los diplomáticos canadienses dijeron a los funcionarios estadounidenses que “no tenían intención de presentar una protesta formal ni de considerar el suceso como una violación” del Tratado de Prohibición Limitada de Pruebas Nucleares.

Es posible, aunque no muy probable, que las pruebas nucleares de 1998 o 1974 expulsaran radiactividad. Una razón para sospechar que se ha producido un escape es que los habitantes de los pueblos cercanos a Pokhran (India) se han quejado repetidamente de diferentes tipos de enfermedades físicas y han exigido que se comprueben los niveles de radiación. Hasta ahora no se ha realizado ningún examen exhaustivo e independiente de la salud de estas personas ni de los niveles de radiactividad de la zona.

Casi ocho décadas después del inicio de la era nuclear, las personas de todo el mundo, por no hablar de la flora y la fauna, han estado expuestas a materiales radiactivos procedentes de actividades nucleares. Cualquier exposición a la radiactividad eleva el riesgo de desarrollar cáncer o enfermedades cardiovasculares, dos grandes lacras para la salud en los tiempos modernos.

Todos somos, en palabras de Robert “Bo” Jacobs, los “Hibakusha globales”, supervivientes de la era nuclear pero siempre en riesgo de desarrollar alguna de las enfermedades asociadas a la exposición a la radiación. Y la propagación mundial de la lluvia radiactiva no es, como señala Jacobs, “algo que ocurrió, es algo que sigue ocurriendo”.

Traducción de Raúl Sánchez Saura. 

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