Derribando ídolos
Derribando ídolos #4: el origen de la desigualdad
Es divulgadora científica
IG: @candeliousfang
Hay un ídolo agrietado en el templo de las ciencias sociales. Es de gran tamaño y ocupa casi toda la nave central. Bajo su sombra hemos celebrado ceremonias académicas durante décadas. Es el ídolo del origen de la desigualdad, y su promesa es seductora: hubo un momento, un punto de inflexión, cuando la humanidad cayó en desgracia. Antes éramos igualitarios; después, jerárquicos. La agricultura, el sedentarismo, la propiedad privada, el Estado, elige tu veneno preferido. El ídolo tiene muchos nombres grabados en su pedestal.
Pero si te acercas lo suficiente, si pasas la mano por esas grietas, descubres algo inquietante: el ídolo está hueco. Y a sus pies, desperdigados por el suelo del templo, yacen los fragmentos de otro ídolo aún más antiguo y más roto, cuya inscripción apenas se puede leer ya: “la desigualdad es natural”. Ese fue el primero que cayó, aunque sus astillas todavía cortan los pies descalzos de quien camina por aquí.
David Graeber y David Wengrow, en El amanecer de todo (2021), no se conforman con señalar las grietas. Traen el mazo. Su argumento es simple en apariencia, devastador en sus implicaciones: no hubo un origen de la desigualdad. Lo que hubo en realidad fue un proceso mucho más interesante y mucho más humano: sociedades que dejaron de usar activamente mecanismos redistributivos, y no todas al mismo tiempo, ni con la misma intensidad, ni siquiera de forma permanente.
El ídolo del origen tiene una genealogía ilustre, Rousseau le dio forma literaria en su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres, de 1755, imaginando un estado de naturaleza igualitario corrompido por la propiedad privada. La arqueología del siglo XX le dio un aparente respaldo científico: la revolución neolítica de Gordon Childe, el sedentarismo como trampa evolutiva, la agricultura como punto de no retorno hacia la estratificación social.
El relato clásico funciona de la siguiente forma: los cazadores-recolectores eran nómadas e igualitarios por necesidad. No podías acumular excedentes si tenías que cargar todo a la espalda. La agricultura permitió el almacenamiento, el almacenamiento generó excedentes, los excedentes crearon élites, las élites construyeron Estados. Voilà: la desigualdad. Jared Diamond en Guns, Germs, and Steel (1997) popularizó esta versión, aunque con más matices de los que sus críticos suelen reconocer.
La ecuación agricultura=sedentarismo=jerarquía=Estado se desmorona cuando la miras detenidamente. Era una ecuación cómoda, diseñada para sostener el ídolo, no para describir la realidad
El problema, como documentan Graeber y Wengrow con grandes dosis de paciencia etnográfica y arqueológica, es que la evidencia contradice el cuento. Las sociedades de la costa noroeste del Pacífico (Kwakwaka'wakw, Haida, Tlingit) eran cazadores-recolectores sedentarios con jerarquías sociales elaboradas y esclavitud institucionalizada (Ames & Maschner, 1999). Los primeros asentamientos agrícolas de Çatalhöyük en Anatolia (7400-6000 a.C.) muestran formas complejas de organización social sin las jerarquías rígidas características de sociedades estatales posteriores (Hodder, 2006; Twiss, 2024). Los sitios monumentales de Göbekli Tepe fueron construidos por cazadores-recolectores que desarrollaron formas de coordinación social suficientes para proyectos de esta escala (Schmidt, 2006).
La ecuación agricultura=sedentarismo=jerarquía=Estado se desmorona cuando la miras detenidamente. Era una ecuación, cómoda, diseñada para sostener el ídolo, no para describir la realidad.
Pero hay algo más insidioso en la obsesión por el origen, y es la pregunta que implícitamente descarta. Si asumes que la desigualdad tiene un origen único y específico, asumes también que antes de ese origen no había capacidad humana para crear desigualdad. Y después de ese origen, no había capacidad humana para deshacerla.
El ídolo reluce ahora con fuerza, sus grietas parecen haber desaparecido. Y es que su irremediabilidad es su mayor fortaleza.
Es una visión profundamente determinista de la historia humana. Nos convierte en autómatas sociales arrastrados por fuerzas materiales. La agricultura nos hizo jerárquicos, el sedentarismo nos atrapó, la densidad poblacional nos condenó. Borramos así toda agencia, toda creatividad política, toda la evidencia de que las sociedades humanas han experimentado constantemente con formas de organización.
Graeber y Wengrow proponen, en cambio, algo contrario a ese determinismo académico: las sociedades prehistóricas eran conscientes de las posibilidades de dominación y desarrollaban activamente mecanismos para prevenirla. Los esquimales del Ártico se burlaban sistemáticamente de los cazadores exitosos para prevenir que desarrollaran egos inflados (Boehm, 1999). Las sociedades de las Grandes Llanuras alternaban entre organizaciones jerárquicas durante las cacerías de búfalo y estructuras igualitarias el resto del año. Los nambikwara de Brasil estudiados por Lévi-Strauss tenían jefes cuya autoridad dependía enteramente de su generosidad continua; acumular era la manera más rápida de perder estatus (Tristes Trópicos, 1955).
Y ojo, estos no son “igualitarios naturales”. Son igualitarios políticos: gente que tomó decisiones conscientes sobre cómo querían vivir y desarrolló tecnologías sociales sofisticadas (burla ritual, redistribución forzosa, rotación de liderazgo, ostracismo) para mantener esas decisiones en vigor.
Pero entonces si la desigualdad no tiene un origen único, ¿cómo explicamos su innegable presencia en tantas sociedades complejas?
La respuesta de Graeber y Wengrow es que lo que colapsó no fue una suerte de estado natural de igualdad primigenia, sino sistemas activos de mantenimiento de la igualdad. Dejaron de funcionar los mecanismos redistributivos. Las burlas rituales perdieron su mordaz acción. Las asambleas dejaron de convocarse y de atenderse. Los jefes generosos fueron reemplazados por jefes coercitivos. Aunque esto no ocurrió en todos lados, ni al mismo tiempo, ni irreversiblemente.
La evidencia arqueológica muestra experimentación continua. Sociedades que se vuelven jerárquicas y luego revierten a la igualdad. Estados que emergen y colapsan. Sistemas redistributivos que funcionan durante siglos y luego se abandonan. El registro es un palimpsesto de intentos, fracasos, reinvenciones, y dista mucho de ser un registro lineal como el que se nos ha vendido tradicionalmente.
Piensa en Teotihuacan, la megalópolis mesoamericana que en su apogeo (200-550 d.C.) albergaba a más de 100.000 personas. Los análisis de viviendas muestran distribución relativamente equitativa de bienes: incluso los conjuntos residenciales modestos tenían acceso a bienes importados y arquitectura de calidad (Manzanilla, 2015), aunque la naturaleza exacta de su gobierno sigue debatiéndose (Froese et al., 2014). Algo mantenía activamente la redistribución en una urbe de dimensiones imperiales. Luego colapsó, no sabemos exactamente por qué, pero el colapso no fue hacia más jerarquía sino hacia la dispersión.
O considera el valle de Oaxaca, donde pequeñas comunidades agrícolas mantuvieron estructuras igualitarias durante milenios antes de que emergieran élites en Monte Albán (Blanton et al., 1999). ¿Qué cambió? No fue la agricultura (llevaban cultivando maíz mil años). No fue el sedentarismo (sus aldeas eran permanentes). Fue algo político, algo relacionado con decisiones colectivas sobre cómo organizar el poder.
si lo que tenemos es el colapso de mecanismos redistributivos conscientes, entonces la pregunta cambia radicalmente: ¿qué mecanismos dejamos de usar? ¿Por qué dejamos de usarlos? Y, crucialmente, ¿podemos reactivarlos o inventar nuevos?
Nuestro ídolo de hoy está académicamente equivocado, pero además también es políticamente pernicioso. Si la desigualdad tiene un origen específico en el pasado remoto, entonces es parte de la condición humana moderna, algo que heredamos y con lo que debemos convivir. Podemos mitigarla, redistribuir sus efectos, pero no podemos realmente deshacerla porque requeriría desandar diez mil años de historia.
Pero, en cambio, si lo que tenemos es el colapso de mecanismos redistributivos conscientes, entonces la pregunta cambia radicalmente: ¿qué mecanismos dejamos de usar? ¿Por qué dejamos de usarlos? Y, crucialmente, ¿podemos reactivarlos o inventar nuevos?
Las grietas vuelven a ser visibles. El ídolo parece tan cuarteado como antes. O casi más.
Los fragmentos del ídolo más antiguo (la desigualdad natural) todavía cortan. Persiste la idea de que la jerarquía es inevitable en sociedades complejas, que la escala requiere estratificación, que la coordinación necesita coerción. Steven Pinker en The Better Angels of Our Nature (2011) celebra la reducción moderna de la violencia física mientras normaliza la violencia estructural de la desigualdad económica como precio necesario del progreso.
Pero los cazadores-recolectores que construyeron Göbekli Tepe coordinaron proyectos monumentales sin reyes. Las ciudades-estado sumerias experimentaron con diferentes formas de organizar el poder durante siglos antes de que se estabilizaran monarquías. La Comuna de París duró solo dos meses, pero demostró que una metrópolis moderna podía autoorganizarse sin jerarquías tradicionales.
Eso sí, no cabe la romantización. Estas sociedades tenían sus propias violencias, sus propias exclusiones. El punto no es que fueran paraísos sino que eran opciones. Y que nosotros también tenemos opciones.
Cuando el ídolo cae, el templo parece vacío. Incómodo. Queremos algo que adorar, alguna narrativa maestra que explique por qué las cosas son como son. Pero quizá el templo vacío sea una brillante oportunidad, un espacio para experimentar en lugar de venerar, para preguntar en lugar de asumir.
¿Qué mecanismos redistributivos hemos dejado de usar? Algunos son obvios: la tributación progresiva se ha erosionado en décadas de neoliberalismo. Pero otros son más sutiles: ¿cuándo dejamos de burlarnos ritualmente de los ricos? ¿Cuándo la acumulación se volvió aspiracional en lugar de vergonzosa? ¿Cuándo la generosidad dejó de ser el marcador de estatus y fue reemplazada por el consumo desenfrenado?
Referencias
Ames, K. M., & Maschner, H. D. G. (1999). Peoples of the Northwest Coast: Their archaeology and prehistory. Thames & Hudson.
Blanton, R. E., Feinman, G. M., Kowalewski, S. A., & Peregrine, P. N. (1996). A dual-processual theory for the evolution of Mesoamerican civilization. Current Anthropology, 37(1), 1-14.
Boehm, C. (1999). Hierarchy in the forest: The evolution of egalitarian behavior. Harvard University Press.
Diamond, J. (1997). Guns, germs, and steel: The fates of human societies. W. W. Norton & Company.
Froese, T., Gershenson, C., & Manzanilla, L. R. (2014). Can government be self-organized? A mathematical model of the collective social organization of ancient Teotihuacan, Central Mexico. PLoS ONE, 9(10), e109966. https://doi.org/10.1371/journal.pone.0109966
Graeber, D., & Wengrow, D. (2021). The dawn of everything: A new history of humanity. Farrar, Straus and Giroux.
Hodder, I. (2006). The leopard's tale: Revealing the mysteries of Çatalhöyük. Thames & Hudson.
Larsen, C. S., Hillson, S., Boz, B., Pilloud, M. A., Sadvari, J. W., Agarwal, S. C., Glencross, B., Beauchesne, P., Pearson, J., Ruff, C. B., Garofalo, E. M., Hager, L. D., & Haddow, S. D. (2019). Bioarchaeology of Neolithic Çatalhöyük reveals fundamental transitions in health, mobility, and lifestyle in early farmers. Proceedings of the National Academy of Sciences, 116(26), 12615-12623. https://doi.org/10.1073/pnas.1904345116
Lévi-Strauss, C. (1988). Tristes trópicos. Paidós.
Manzanilla, L. R. (2015). Cooperation and tensions in multiethnic corporate societies using Teotihuacan, Central Mexico, as a case study. Proceedings of the National Academy of Sciences, 112(30), 9210-9215.
Pinker, S. (2011). The better angels of our nature: Why violence has declined. Viking.
Rousseau, J.-J. (2012). Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Alianza Editorial.
Schmidt, K. (2012). Göbekli Tepe: A Stone Age sanctuary in south-eastern Anatolia. Ex Oriente.
Twiss, K. C., Wolfhagen, J., Sadvari, J. W., Demirergi, G. A., Nowell, A., Pilloud, M. A., & Larsen, C. S. (2024). “But some were more equal than others”: Exploring inequality through mortuary and faunal analyses at Neolithic Çatalhöyük. Journal of Anthropological Archaeology, 73, 101547. https://doi.org/10.1016/j.jaa.2023.101547 [^1]
Derribando ídolos
Derribando ídolos #3: el eslabón perdido
Una sección de ciencia crítica para tiempos confusos. Dirigida por Candela Antón, divulgadora científica.
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