Deportes
La oscura sombra Jacovacci

El boxeador Leone Jacovacci gusta mucho al pueblo, sobre todo al romano. Huyó de la Italia fascista hacia Inglaterra. Se convirtió en una leyenda –Jack Walker– con un pasaporte falso. Un error le obligó a federarse en Italia, donde el Partido Nacional Fascista puso todas las trabas posibles a que un hombre de raza negra obtuviera la nacionalidad italiana.

Leone Jacovacci
Leone Jacovacci. Foto: Istituto Luce
31 oct 2018 06:00

Un joven de 14 años intenta huir sin pensar en nada de lo que dejas atrás. Solo pretende alejarse de los prejuicios raciales que ha tenido que tolerar desde los tres años de edad en la ciudad de Roma, durante la Italia fascista de principios de siglo XX. En Tarento, Apulia, le espera un barco propiedad del ejército británico con destino a Inglaterra. Un cónsul frente a él le obstruye el paso a una nueva oportunidad, al deseo de soñar, pero todo está ideado concienzudamente.

Finge ser un chico perdido y sin documentación de Calcuta ansioso de alistarse en las fuerzas armadas. Su mentira es el pasaporte para embarcar en uno de los buques de la Royal Navy adoptando una nueva identidad, siendo otra persona, un indocumentado indio llamado John Douglas Walker.

Umberto fue un técnico agrónomo que viajó en 1898 a la tierra prometida del Congo belga, vendida como proyecto de futuro para conseguir riqueza fuera del viejo continente. Durante meses permanece íntimamente ligado a la población autóctona, hasta enamorarse de una preciosa joven local, Zibu Mabeta. El 19 de abril de 1902 nace en la región de Kinkanda un niño mulato, y Umberto, rebasados los tres años, regresa a Roma agarrado de la mano de su hijo obviando la potestad de la madre en plena era colonial. Volvería en 1909 para sorprenderse de la muerte de Mabeta y de la existencia de un segundo hijo, Arístides. La infancia del chico en Italia es complicada y el fallecimiento de su abuela deja demasiado lejos esa figura materna. La escuela es una pared infinita donde no encuentra vía de escape dada la problemática situación que provocan sus genes africanos en un país con profundas inclinaciones racistas.

El viaje a la desesperada sirve como bombilla iluminadora cuando descubre el deporte que lo elevará a lo más alto tiempo después, el boxeo. “¿Sabes boxear?”, le preguntaron aquella noche en Londres. Negó tímidamente con la cabeza, avergonzado. “Pero te habrás peleado alguna vez, ¿no? Pues esto es lo mismo”. Un afroamericano se derrumba ante uno de los mejores boxeadores ingleses de la época, así que le ofrecen cinco libras por resistir al menos 15 minutos sobre la lona. En el tercer asalto ya ha terminado con él. Comienza su carrera bajo un nuevo nombre. Ya no es John, ahora es Jack Walker, en homenaje al boxeador Jack Dempsey.

Talento, movimiento natural increíblemente canalizado por una fuerza capaz de batir a cualquiera que se plante ante tal espécimen. En 1921 se traslada a París para darse a conocer al mundo. “Francia, en aquel momento, era el lugar de mayor atracción para los negros, sobre todo para los boxeadores afroamericanos. Se marchaban de Estados Unidos porque en su país no podían aspirar a ganar ningún campeonato oficial, por el simple hecho de ser negros. En Francia, sus capacidades deportivas eran muy apreciadas”, explica el biógrafo Mauro Valeri.

Consigue una racha impresionante, acumula 14 KO consecutivos, como la bestia que atesora los cadáveres de sus víctimas en forma de trofeos. Su carrera se ve envuelta en una explosión que conquista a cualquier aficionado al boxeo. Virtuoso, puro espectáculo.

En la Italia de los años 20 el boxeo es el deporte rey. La necesidad de generar gladiadores invencibles retornando a la Edad Antigua era fundamental para enviar un mensaje de poder actuando como propaganda fascista. Los estadios repletos.

En 1922 llega el combate ante el campeón nacional de peso medio, Bruto Frattini. Se ha convertido en todo un boxeador de alto nivel, pero Jack Walker no habla italiano, o al menos simula no entenderlo. Todo transcurre con total normalidad sobre el ring, pero cuando Jack se dirige furioso hacia su entrenador gritando en un perfecto dialecto romanesco: “¡Dammi dell'acqua, veloce!”, el público suspira y el ambiente se corta. ¿Un mulato americano hablando italiano? Poco probable. Pierde el combate a puntos a pesar de mostrar una clara superioridad en el cuadrilátero. Es aquí cuando se destapa toda la verdad, su origen, su verdadera identidad. Donde dejará definitivamente de ser Jack para volver a ser Leone Jacovacci.

Ese error le obliga a pedir el carné para competir de forma oficial a la Federación Italiana de Boxeo, pero el comité olímpico italiano, influenciado por el Partido Nacional Fascista, persiste con trabas y reacio a que un hombre de raza negra obtenga la nacionalidad italiana. Se oponen a su historia, a sus raíces. Los requisitos se convierten en lianas interminables de espinas punzantes incapaces de trepar para lograr esa ansiada acreditación. Se aferran a su incumplimiento con el servicio militar, condición definitiva. Una piel blanca podría haber solucionado esa concesión de papeles que tan solo necesitaban la tinta de un sello.

Leone gusta mucho al pueblo, sobre todo al romano. Es un ídolo mulato, es decir, una verdadera amenaza. Mussolini manipula la propaganda y censura todo cuanto puede para que no se resquebrajen las costuras de la capa de héroe con la que se cubre el luchador. Apartándolo al otro lado de las cuerdas y los gloriosos focos, en la sombra. Y lo consigue durante 90 largos años.

Los libros que servían de educación en los colegios escribían que los europeos viajaban a África para “impartir justicia frente a una civilización de raza negra, farsante y viciosa, orgullosa, cruel y feroz”. La prensa también reprimía la posibilidad de que un negro representase a la nación en el extranjero, toda una vergüenza para el régimen. En 1924 derrota a Rino Contro, campeón italiano de los pesos semipesados, y Jacovacci es el número uno extraoficial en Italia. Continúa hacinando victorias, pero sin superar la barrera racial. Francia lo acoge e incluso le ofrece la nacionalidad, pero Leone rechaza la propuesta para insistir, decidido, a lograr su objetivo.

Finalmente, tras una larga lucha de trámites burocráticos y el morbo de enfrentar al campeón italiano y europeo de peso medio, Mario Bosisio, con Leone, se le concede la nacionalidad en 1927, para un año después, el 24 de junio de 1928 celebrar la disputa. En el Estadio Nacional de Roma, o lo que es lo mismo, el Estadio Nacional del Partido Fascista. Definido como el combate entre las dos italias. Un enfrentamiento social trasladado al deporte. Al ring. Ante más de 40.000 personas por el título europeo de boxeo.

Mario Bosisio es rubio, fornido y blanco. Es el favorito de Benito Mussolini, por supuesto. Una especie de hombre modelo, el discóbolo de Mirón o el David de Miguel Ángel, de cómo debería haber evolucionado la raza humana, el prototipo perfecto. En frente, Leone Jacovacci, la antítesis, una auténtica aberración de la naturaleza. Lo que el tiempo debería haber extinguido y no lo hizo por alguna extraña razón. Vienen trenes de toda Italia para ver la exhibición, el gran número final. Los transistores a todo volumen. Por las butacas de las gradas se acomodan importantes personalidades del fascismo italiano como el político y militar Balbo, Gabriele d’Annunzio, novelista y figura política, el ministro Bottai o incluso Edda Mussolini, hija mayor del Duce.

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Aquel triunfo de Leone se convierte en el final de su carrera explicablemente. Levanta el brazo para sentenciarse de por vida. Victoria unánime de los árbitros en su favor. Pero como muestra la cinta documental de Tony Saccucci, no existe ni una sola fotografía de Jacovacci con el cinturón de campeón, ni con el puño en alto. Mussolini no podía dejar que un mulato fuese la imagen de su gloriosa nación de mano de hierro.

Como remedio dejó caer una tremenda censura estricta sobre su hazaña. La manipulación de la información realizada por el poder. “Soy ferviente exaltador de mi raza, y no sé verla ni amarla si tiene sombras oscuras. El negro no es agradable en mi mente”, escribirá la prensa al día siguiente.

Hoy tan solo existen algunos datos acerca de la historia de Jacovacci gracias al libro del escritor Mauro Valeri, que trabajó durante seis años para publicar Negro de Roma: el invencible mulato itálico. Además del ya nombrado documental de Tony Saccucci, Il pugile del Duce, donde declaró en su presentación que tuvo enormes dificultades para encontrar información veraz. El denominado “librote” fue clave para encajar esas piezas. Un diario del propio boxeador que colecciona recortes de artículos sobre su experiencia en el ring.

Bosisio presumía cuando el combate se proyectaba en las salas, asegurando haber sido el ganador. Son las guerras contadas por los supuestos vencedores. Los fotogramas rodados por el Instituto Luce fueron recortados en el decimoquinto asalto. La propaganda hizo el resto y la carrera de Leone se ve en el fondo de un baúl bajo llave sin posibilidad de volver a abrirse. Un desprendimiento de retina durante un combate tiró esa llave al mar.

Años después, aquel indio que escapaba del racismo con una nueva identidad en busca de la aceptación, se encontraba marginado siendo portero de unos discretos apartamentos de Milán. Sentado en la garita, custodiando llaves y limpiando el suelo de los que le trataban con inferioridad, como en su infancia.

Siete ataques al corazón, siete, decidieron dejarle descansar en 1983, con 81 años. Nunca pudo alcanzar el respeto, el que le miraran de igual a igual, reconocer su talento. Pero sirve como ejemplo, es su historia la que debe estar escrita en los libros. Porque la falta de cultura es la principal causa del racismo, y la ignorancia hace que se extienda. Ahora su vida no está manipulada, sin borrones o negativos recortados. Aunque las sombras oscuras aún siguen permanentes molestando a mentes sin luz.

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