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El vecindario de Hortaleza se enfunda los guantes de boxeo contra el racismo
Hortaleza Boxing Crew lleva cinco años funcionando para presentar alternativas de ocio gratuitas a chicos y chicas de este distrito del noroeste de Madrid, señalado por el racismo institucional y los discursos de odio.
Si paseas por la Unidad Vecinal de Absorción (UVA) de Hortaleza, te encontrarás un conjunto de viviendas que tiene aspecto de corrala, pero que poco tiene que ver con aquellas donde las cigarreras de Lavapiés creaban sus lazos de apoyo mutuo para afrontar la independencia. Esta está llena de rejas y muchas de las viviendas se han derrumbado. Las vigas asoman y quedan escombros de algunas casas. “Hace poco vinieron a rodar un anuncio con personas asiáticas haciéndolo pasar por un barrio de China”, comenta un vecino. En el corazón del vecindario hay un local en cuya fachada, sobre un mural de grafiti, aparecieron en diciembre de 2019 pintadas con insultos, amenazas de muerte, la bandera de España y dos remos cruzados.
Dentro encontramos a unas 20 personas que van desde los once hasta los veintipico años practicando boxeo. En una esquina, junto a un equipo de música que ameniza el entrenamiento con temas de Camarón, Eskorbuto o Los Chichos, tres chavales dan palmas y taconean entre risas. Junto a ellos está Julio Rubio, que inició este proyecto en 2008, en el gimnasio del famoso boxeador, poeta y actor Hovik. Por aquel entonces no se llamaba todavía Hortaleza Boxing Crew (HBC). El nombre lo adquirieron al llegar a este local en 2014, que tenía espacio suficiente para albergar a todos los niños y niñas que se habían sumado al proyecto. Desde entonces han llegado a pasar por allí entre 600 y 700 personas.
“Ellos nos marcan el camino. Más allá del boxeo lo que queremos es crear espacios porque consideran que los echan de todos lados. El polideportivo es de pago. Si bailan en el metro, les expulsan, si se juntan a cantar rap en el parque, viene la policía”. Julio señala también al sistema educativo meritocrático y una sociedad adulta que no para de trabajar, que se le presenta demasiado hostil a la juventud que acude al local a desfogarse.
Sara, nombre ficticio de una chica de 14 años que entrena en la asociación, cuenta que conoció el proyecto a través de su actividad en redes sociales y entró porque el equipo mixto de fútbol en el que estaba se disolvió. “Cuando vengo aquí de mala leche o triste, me pongo a entrenar y me cambia el humor. También puedo contarles mis problemas a los entrenadores. Además, hacemos excursiones o vamos a la radio”. Los entrenadores reconocen que se trata de un ambiente muy masculinizado e intentan que los chavales se den cuenta de cuándo tienen actitudes machistas.
Otra de las peculiaridades de este espacio es que no hay segregación a la hora de boxear. Cuando llegamos, Sara guanteaba con un chico bastante mayor que ella, siguiendo los consejos que le gritaba la entrenadora para hacerse oír por encima del flamenco y el ruido de guantes chocando. Como si de un dojo se tratase, esta escuela de boxeo se rige por una serie de principios y valores. Su filosofía, como cuenta su fundador, no deja de recordar a la del señor Miyagi, de la película Karate Kid. Uno de ellos es mezclar a la gente de distintas edades para equilibrar sus problemas y diferencias. “En la naturaleza vivimos mezclados, la segregación por edades, sexo o nacionalidad es artificial”, afirma Julio Rubio. Más allá de la práctica del deporte, se busca ayudar a la juventud con otros problemas y acompañarlos. ¿La metodología? No parten de la teoría, dejan que la práctica les vaya enseñando cuál es el camino.
Respecto a la violencia, la filosofía también es muy clara. Evita las peleas en la calle. Si se acerca una, esquívala. El propio Rubio nos cuenta que él era muy agresivo antes de empezar a boxear. Después de empezar a entrenar, era capaz de llegar a casa y ponerse a leer. Para boxear, además, hay que estar relajado, tener la mente fría. Un púgil que no controla su ira o su rabia pelea mal. La mente necesita serenidad para combatir bien. Rubio relata las estrategias de grandes como Mohammed Ali o Roberto Durán, que antes de la pelea metían caña a través de los medios a sus rivales para encabronarles en el combate. “Tratamos de que no se dejen dominar por la ira o el enfado”.
Niñez en la calle
Entonces, ¿por qué amenazar de muerte e insultar a esta asociación? “Se piensan que estamos enseñando a pelear a los niños y niñas que están en la calle, algunos vecinos los asocian a la delincuencia y dicen que les ayudamos”, señalan desde el club. HBC forma parte de un tejido de asociaciones de barrio que utilizan el local como espacio para sus actividades. Varios vecinos almacenan mantas, ropa y comida para llevárselas a los chavales que pasan las heladas noches de invierno en el parque.Otra clave de los ataques está en los dos remos y la bandera. Meses antes de las pintadas en la fachada comenzó a circular a través de grupos de WhatsApp de vecinos del barrio un vídeo en el que dos supuestos menores migrantes aparecían siendo agredidos por dos encapuchados con remos. Por aquellas fechas también la organización neonazi Hogar Social Madrid convocó una concentración, a la que no acudieron más de 50 personas, donde se pidió que los niños extranjeros de la calle “se vayan a su puto país”. La granada que no estalló en la puerta de uno de los centros de menores del barrio fue el más sonado, pero no el único ataque en los últimos meses. “Desde que ha entrado Vox he visto a chavales que nunca habían tenido problemas con compañeros migrantes reproducir parte de esos discursos”, comenta Julio Rubio.
Para Javier Robles, miembro de Radio Enlace desde su fundación, hace ya más de 30 años, hay una clara escalada en la violencia contra los chavales en los últimos meses. “Primero llegó Ortega-Smith, luego Monasterio y remató Abascal en el debate electoral. También los de Hogar Social Madrid. En el tema de menores, nunca había habido tanto racismo, que yo recuerde”. El Centro de Primera Acogida de Hortaleza (CPAH), el de mayores de 14 años, lleva a algunos chavales y chavalas a hacer un programa que forma parte de la parrilla de esta radio comunitaria. Con el Isabel Clara Eugenia, para menores de 14, que se encuentra al lado, están intentando emular el proyecto. “Vienen a hablar de sus culturas, de sus vidas y experiencias. Te cuentan la música que les gusta o sus platos de comida favoritos. Algunos también han participado en la cabalgata”, explica Robles.
Antes de atendernos, Robles ha entrevistado en su programa a Lourdes Reyzabal, presidenta de la asociación Raíces, que trabaja con niños y niñas de la calle. Desde la asociación señalan un problema mucho menos visible. “La mayoría de las niñas vienen siendo víctimas de trata. Es fácil que desaparezcan si no las protegemos. El gran problema es la determinación de edad. A pesar de que tengan documentos que lo acrediten, los centros pueden enviar a los jóvenes a la Fiscalía para que determinen su edad allí con procedimientos nada fiables. Uno de ellos es someterles a desnudos integrales para valorar el tamaño del vello púbico o las mamas. En el CPAH lo hacen sistemáticamente, incluso con menores acreditados por la Junta de Andalucía. Si la Fiscalía dice que no son menores, se les deja en la calle. Conocemos el caso de una chica, identificada por la policía en Barajas como menor y posible víctima de trata, que fue enviada a Hortaleza. Desde allí la enviaron a la Fiscalía y, tras un examen de su desarrollo mamario, fue expulsada a la calle”.
No solo los expulsa el sistema. Algunos de los jóvenes huyen de los centros tras recibir agresiones. Esta es una escena que se repite. Julio y otros vecinos se encuentran una noche de invierno llevando mantas a los jóvenes, que han estado inhalando pegamento, y uno de ellos, muy pequeño, tiene una herida en la cabeza. Él mismo y otros dicen que se la ha hecho uno de los de seguridad. Julio convence al pequeño de que le acompañe al hospital para dar un parte de lesiones y le invita a una hamburguesa. “A través de lo pedagógico se ocultan muchas violencias. No es lo mismo pegar que hacer una contención. No es lo mismo la celda de aislamiento que la habitación de meditar. No es lo mismo atarle que darle calmantes”. Reyzabal incide en este hecho también desde otra perspectiva: “Es un centro de acogida, tienen que acoger y atender, no reeducar”.
El barrio se organiza
La agresión de los remos durante el otoño de 2019 encendió una alarma entre varios vecinos y asociaciones, que decidieron hacer frente al problema de la integración por su cuenta, sin esperar a una respuesta que no llegaba desde las instituciones. “Había iniciativas dispersas, necesitábamos huir de la inmediatez y crear un movimiento con perspectiva a largo plazo”, declara Juan González, miembro de la recien creada plataforma Hortaleza por la Convivencia, que busca la integración frente a los discursos de odio.
Las asociaciones vecinales de Hortaleza, gente de ambientes libertarios, vecinos y vecinas, trabajadores de los centros, representantes de partidos políticos a título personal, asociaciones de jóvenes, la asociación el Olivar, que trabaja con problemas de drogas, Radio Enlace, Hortaleza Boxing Crew, incluso jóvenes exresidentes de los centros de menores se han estado reuniendo durante meses en asambleas para dar forma a una estrategia de acción concreta frente al odio. “No ha sido nada fácil ya que éramos muchas personas de ambientes muy heterogéneos, por eso hemos necesitado estos meses”, indican desde la plataforma.
Además de las comisiones de comunicación y coordinación, se han creado tres grupos de trabajo que coinciden con los objetivos y la estrategia a seguir por la plataforma. En primer lugar un grupo destinado a acompañar a los chavales a pie de calle. Les ayudan si les falta ropa o comida. Pero también organizan excursiones, actividades y conversan con ellos.
Por otro lado, hay un objetivo de sensibilización contra el discurso racista. Para ello se plantean llevar a la gente del barrio a conocer y hablar con los jóvenes para que escuchen sus historias. “Previamente estamos haciendo un muestreo para saber cuánto ha calado realmente el discurso racista en el barrio, porque sabemos que hay mucho ruido en las redes sociales que no se corresponde con la realidad”, señala González.
En tercer lugar, se ha creado un grupo de denuncia política que apela a la Comunidad de Madrid para que cumpla sus obligaciones. “También estaremos vigilando, ya que nos han llegado rumores de que se plantea crear un macrocentro a las afueras de las ciudad y no creemos que esa sea la forma de conseguir integrar a la gente”, añade.
Todo se coordina por distintas asambleas que confluyen en una asamblea general. Entre sus objetivos señalan que la propia chavalada con la que trabajan pase a formar parte de esas asambleas. “Además estamos preparando una tabla reivindicativa, escrita por los propios chavales, reclamando cosas básicas como ropa o cepillos de dientes”.
El ladrillo
Y aquí podría acabar nuestra historia. Pero en Madrid existe un material demasiado pegajoso, que siempre salpica. Sea cual sea el problema, hay otro que se esconde detrás, siempre al acecho: el ladrillo. El destino de la asociación que hospeda a la escuela de boxeo está ligado al de las viviendas que la rodean.Dionisio y Marina fueron expropiados de su vivienda en 1963 por el IVIMA (ahora Agencia de Vivienda Social, AVS) para la construcción de la M30. Les realojaron en la UVA, un grupo de viviendas pensadas para durar entre cinco y diez años con la promesa de que en el futuro tendrían un hogar en condiciones. Lola, su nieta, sigue residiendo 50 años después en la misma vivienda. Pertenece al Sindicato de Barrio de Hortaleza, dedicado a parar desahucios, y sus hijos acuden a la escuela de boxeo. “Es la única actividad gratis que nos podemos permitir. Apuntarles a un equipo de fútbol serían 600 euros al año”.
La AVS quiere derribar las viviendas que quedan y el local donde boxean los jóvenes. Pero a Lola la dejarían en la calle, ya que no cumple los requisitos para poder heredar la promesa de una casa digna que hicieron a sus abuelos, por eso se enfrenta a una denuncia por okupación. En su mismo caso hay unas 50 familias, según la asociación. Los realojos se producen aparejados a grandes subidas del alquiler que la mayoría de familias no puede atender, así como gastos asociados a la comunidad. “¿Qué hace una mujer de 90 años con una plaza de garaje que le obligan a pagar?”, se pregunta Lola aludiendo a la edad de la mayoría de la gente que reside en la UVA.
El local donde hoy entrenan los jóvenes fue cedido por el IVIMA en concesión de uso, sin pagar alquiler. Sin embargo, el nuevo espacio que les ofrecen les costaría 450 euros al mes, una cantidad que no pueden pagar. “En octubre llegamos a un acuerdo de cesión por uso de un año con la AVS pero, no sabemos por qué, Estrella Sánchez González, la responsable de aprobarlo, lo rechazó”, apunta Raquel, otra de las vecinas que se reúne en el local. “El trabajo que se hace aquí es necesario. Nos dicen que pidamos subvenciones, pero cuando les preguntamos si habría dinero para pagarnos a todos los que ayudamos aquí, reconocieron que era imposible. Queremos autonomía, que no nos paguen, ni nos cobren”.
El primer local que acogió los lugares de ocio y movimiento asociativo en Hortaleza fue construido por los propios vecinos. Estas asociaciones heredan un movimiento vecinal muy fuerte que, desde los años 80, viene siendo sustituido por profesionales e instituciones. La espontaneidad y la autonomía van siendo desplazadas por las dinámicas supuestamente modernizadoras de la ciudad.
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