El viaje de Laia Abril por la historia de la misoginia y los dolores invisibles

Ganadora del Premio Nacional de Fotografía 2023, la artista catalana explora la histeria colectiva y los dolores invisibles de las mujeres en ‘On Mass Hysteria’, el tercer capítulo de su proyecto a largo plazo ‘A History of Misogyny’, donde analiza las herramientas que históricamente han oprimido a las mujeres y construye un relato visual que invita al asombro y la reflexión.
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Charo Lopes La artista catalana, Laia Abril, en Santiago de Compostela.
23 ago 2025 05:30

México, año 2007. La prensa mexicana informa de un suceso insólito en un internado católico en Chalco llamado Villa de Niñas: alrededor de 600 mujeres enferman simultáneamente, presentando náuseas, fiebre y una imposibilidad total para caminar. Estados Unidos, año 2012. En un instituto de Le Roy, en el estado de Nueva York, ocurre un brote de tics motores, voces involuntarias y movimientos espasmódicos entre quince adolescentes, síntomas similares al síndrome de Tourette pero que nada tienen que ver con este diagnóstico. En Camboya, y durante varios años, miles de trabajadoras de las fábricas textiles sufrieron desmayos frecuentes, alcanzando un pico de hasta 2.000 episodios anuales entre 2015 y 2016. Sobre este último caso las investigaciones etnográficas reflejan que no existe una causa biológica evidente; por el contrario, muchas personas interpretan esto en clave espiritual, vinculándolo con el hecho de que las fábricas estén construidas sobre fosas del régimen de Khmer Rouge y apelando a traumas intergeneracionales e históricos.

Tres casos, tres preguntas. Primera: ¿qué factores provocan estos episodios compartidos? Segunda: ¿por qué se propaga entre grupos mayoritariamente de mujeres sin una causa biológica aparente? Y tercera: ¿cuál es la explicación científica que puede dar cuenta de este fenómeno?

Así comienza el camino que lleva a Laia Abril (Barcelona, 1986), ganadora del Premio Nacional de Fotografía 2023, a explorar On Mass Hysteria, el tercer capítulo de su History of Misogyny, centrado en el fenómeno de la histeria colectiva, conocido en el ámbito médico-científico como mass psychogenic illness (enfermedad psicogénica de masas).

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Laia Abril durante la entrevista en Compostela. Charo Lopes

Su práctica, basada en la investigación, integra fotografía, texto y sonido para explorar realidades difíciles y ocultas. Abril acecha lo incómodo y lo innombrable para ofrecernos su mirada sobre la sexualidad, la desigualdad y la opresión histórica de la mujer. La catalana terminó en 2014 su proyecto a largo plazo On Eating Disorders, y pasó a trabajar A History of Misogyny, actualmente conformado por tres capítulos. Cada capítulo de esta serie nace a partir de narrativas y sucesos de la historia reciente. El primero de ellos, On Abortion (Sobre el aborto), nace en 2013, tras la propuesta de reducción del derecho al aborto durante el Gobierno del PP de Alberto Ruiz-Gallardón. El segundo capítulo, On Rape (Sobre la violación), nace en 2016, con el caso de La Manada. En este capítulo reflexiona sobre el fallo de la sociedad y del sistema judicial, ampliando la mirada sobre las violaciones a una visión que pone el foco en las instituciones y la cultura de la violación.

Durante siete años, Abril fue tejiendo las imágenes y las voces que dan forma a On Mass Hysteria. En Santiago de Compostela, y en el marco del Curtocircuíto – Festival Internacional de Cine e Artes Visuais ocurrido entre los días uno y seis de julio, nos encontramos con ella para conversar sobre este capítulo, presentado en un encuentro con la artista en el Teatro Principal de la ciudad.

Lo que se nombra es político

La obra de Laia Abril aborda lo incómodo y lo innombrable. En este caso, además, se adentra en lo desconocido. “De todos mis proyectos, es el que más gente descubre por primera vez”, nos cuenta. “Sorprende, aunque, desafortunadamente, tampoco es que la gente sepa demasiado sobre el aborto o las violaciones. Pero este fenómeno es, sin duda, más extraño”, señala.

Abril traza un paralelismo entre lo individual y lo colectivo: cuando nuestros traumas o dolores personales se somatizan, entendemos que nuestro cuerpo está hablando, nos está diciendo algo. Trasladado a lo colectivo, estos cuerpos desmayados podrían entenderse como una forma de protesta, una manera de escapar del dolor compartido. “Quien más o quien menos ha vivido o conoce casos de somatización, pero cuando ocurre en grupo, periódicamente, con tanta frecuencia y en tantos países durante tantos años, estamos ante algo que casi seguro es desconocido”, comenta.

Para ella fue desconocido también. Su interés por la histeria colectiva nació de una curiosidad inicial al conocer casos que, si bien se daban a conocer, no se explicaban. “En el año 2024 hubo un caso en Kenia que salió en Telecinco”, recuerda, “no es tan desconocido, está presente en los medios. Pero no se ahonda, queda como algo anecdótico. La gente no lo tiene tan claro… Yo no lo tenía tan claro tampoco”.

Abril explora cómo estas manifestaciones de histeria colectiva pueden ser expresiones de protesta inconsciente, contra la opresión vivida y ejercida sobre todo contra mujeres, adolescentes y niñas

Esa misma inquietud quiso trasladarla al público. “A menudo me pasa que veo algo, entiendo algo, descubro algo que me sorprende, y mi público suele ser más o menos parecido. Me gusta que haya una parte en la que yo me pueda reflejar”. Abril convierte su curiosidad en nuestra curiosidad. La experiencia del asombro y la sorpresa también atraviesa a quienes nos acercamos a su obra.

Su indagación llevó a la artista a explorar, desde una perspectiva interdisciplinar, cómo estas manifestaciones pueden ser expresiones de protesta inconsciente, contra la opresión vivida y ejercida sobre todo contra mujeres, adolescentes y niñas, lo que la antropóloga Aihwa Ong denominó “protolenguaje de la protesta”. Este protolenguaje de la protesta busca ahondar en el dolor colectivo y el trauma transgeneracional transmitido entre mujeres. “Si hablaba de histeria individual, la gente pensaría que ya sabía lo que era”, afirma. “Lo colectivo, en cambio, me fascinó: es más novedoso y sistémico. En lo individual suele haber un trauma personal; en lo colectivo, una dimensión institucional que conecta mejor con el resto de los capítulos.” 

A lo largo del tiempo, recuerda, la histeria ha funcionado como un cajón de sastre: diagnósticos ambiguos para explicar —o silenciar— el dolor y el malestar de las mujeres

Algo que atraviesa su obra es la reapropiación de las nomenclaturas. Que su último trabajo ponga el foco en el concepto de la histeria no es casual. Abril lo reclama como propio, resignificando un término históricamente usado como arma contra las mujeres. “¿Por qué tiene que ser algo negativo? Todo lo femenino se asocia a lo negativo”, explica. Seguir diciendo mass hysteria, aunque sea peyorativo y provenga de una ideología enmarcada en un sistema médico que ha definido de forma restrictiva el cuerpo y la existencia de las mujeres, es para ella un acto de resistencia: “Me gusta darle la vuelta. Las otras expresiones que se han usado para referirse a este fenómeno, como mass psychogenic illness o mass psychogenic disorder me parecen más encajadas en un momento muy concreto de la historia”. Hablar de enfermedad o desorden supone poner de relieve el sobrediagnóstico y atiende a una representación reduccionista de la salud y el cuerpo de las mujeres; en cambio, hablar de mass hysteria enfatiza su dimensión colectiva.

A lo largo del tiempo, recuerda, la histeria ha funcionado como un cajón de sastre: diagnósticos ambiguos para explicar —o silenciar— el dolor y el malestar de las mujeres. Pensarlo en clave colectiva, desde la violencia que afecta mayoritariamente a mujeres, niñas y adolescentes, aporta un matiz distinto. “Todas las etiquetas cargan algo, y yo elegí el título para este capítulo desde la reapropiación”.

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Laia Abril. Charo Lopes

Del documental al arte

Abril se aleja del formato documental y nos presenta una reflexión alrededor de la imagen. On Mass Hysteria se construye a través de multitud de formatos: archivo, fotos, collages… “De natural vengo del texto, pero tampoco lo desarrollo como parte central en este capítulo. Uso la investigación como la base de todo y, aunque la parte textual esté muy integrada, no es el centro”, comenta.

Abril usa la imagen y la metaimagen como forma de crítica y reflexión, refiriéndose a la desrromantización de la fotografía. “Le hemos pedido a la fotografía que explique en una imagen todo: cuando hablamos de temas de violencias contra la mujer, a menudo se hace a costa del cuerpo de la mujer. Yo me desvinculo y empiezo a usar otras herramientas alrededor que me ayuden a representar o contar estas historias”.

Así comienza a entrar en otros formatos: objetos, instalaciones de sonido, instalaciones de vídeo… Acabando por constituir A History of Misogyny, un proyecto que gira alrededor de la imagen, el texto y la investigación —tanto de sonido como de vídeo— para acabar por complementar estos contextos y espacios en los cuales decide no fotografiar. “Utilizo estética documental, pero no hago fotografía documental”, concluye.

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El resultado es un trabajo con una alta carga simbólica pero a su vez explícita que llega al público y atraviesa a quien lo mire. El uso de lenguajes visuales que, aunque nos resultan familiares por haberlos visto en medios de comunicación y otros contextos comunicativos, en su obra no se utilizan de la forma convencional. En ella, las escenas están construidas de manera distinta: las imágenes no necesariamente ilustran el texto, algunos objetos son inventados o han sido resignificados, y sin embargo, persiste un lenguaje común que permite la conexión con quien observa.

El resultado acaba por ser una obra que visualmente puede llegar a parecer sencilla en un primer vistazo, pero que en realidad adquiere complejidad a medida que se relacionan sus detalles con el texto, el contexto y los significados que se van revelando poco a poco.

Por ejemplo, una de las piezas dedicadas a Camboya presenta una caja de luz compuesta por un collage de cien imágenes satelitales de las fábricas donde ocurrieron los desmayos, superpuestas a un mapa de los campos de exterminio de Khmer Rouge, donde durante los años 70 ocurrió el genocidio liderado por Pol Pot.

La instalación impacta por las explicaciones que se desarrollaron alrededor de los acontecimientos que ocurrieron durante años en las fábricas. Muchas de las mujeres señalaban la falta de respeto hacia sus ancestros, al ubicarse las fábricas encima de fosas comunes. A partir de ahí, una de las teorías antropológicas propuestas fue el interpretar que los desmayos eran una posible reconstrucción del dolor intergeneracional.

A través de su investigación, Abril fue percibiendo cómo estas creencias espirituales evidenciaban una conexión entre lo espiritual, lo simbólico y los contextos históricos, así como entre el pasado y el presente. En sus conversaciones con las trabajadoras de las fábricas, además, observó que, si bien algunas hablaban desde la culpa expresando ideas como que “igual no se cuidaban lo suficiente” o que “igual no comían lo suficiente”; también había otras muchas —la mayoría— que mantenían una postura crítica frente a la fábrica. Su perspectiva no solo partía del sindicalismo, sino también de su propia experiencia y visión a través de narrativas más animistas, combinando elementos espirituales, sociales y personales.

Pensar la salud mental desde lo colectivo es también un acto de resistencia contra las estructuras e instituciones que nos sustentan

Abril encontró una potencia reveladora en las explicaciones espirituales que muchas veces superaban las ofrecidas por los marcos médicos o antropológicos tradicionales, llegando también a generar una autorreflexión alrededor del eurocentrismo y su vivencia como persona europea. “Cuando estas mujeres hablan a través de sus sueños, sus pesadillas, sus miedos… están transmitiendo ese dolor, esa rabia, esa angustia. Lo simbolizan, y eso es mucho más interesante que muchos de los estudios”, afirma.

A medida que la artista avanzaba en su investigación sobre el concepto de protolenguaje de la protesta, se iba dando cuenta de que corría el riesgo de adoptar un tono paternalista si se interpretaba única y exclusivamente como la idea de que las mujeres están completamente atrapadas por el sistema y que sus cuerpos responden “por ellas”, sin agencia consciente. Esta observación la llevó a interesarse por una rama de la medicina con un enfoque más social, que le resultó mucho más coherente con lo que estaba observando en el terreno: “De golpe, pensé: esto tiene muchísimo más sentido. ¿Por qué separarlo?”. Para Abril, es precisamente en esa mezcla de dimensiones —lo médico, lo social, lo espiritual— donde emerge la complejidad necesaria para comprender estas experiencias: “Cuando lo juntas todo, se complica… pero es ahí donde está lo interesante”.

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Laia Abril. Charo Lopes

Cuerpos, dolor y sociedad

Observar desde lo colectivo, lo generacional y lo social ha llevado a la artista a una reflexión sobre la salud mental particularmente relevante en los tiempos que corren. La pregunta es inevitable: ¿qué sucede en nuestra sociedad para explicar nuestros dolores? Los dolores y el contexto se entrelazan y el cuerpo encuentra formas de manifestarlo. Esto nos permite entender mejor nuestros malestares, tanto físicos como psíquicos. No todo ocurre desde la vivencia personal, ocurre desde los contextos que ocupamos y las opresiones que en ellos habitan.

Sin embargo, Abril subraya que mirar la salud mental desde una perspectiva colectiva y social implica aceptar su carácter de moneda de doble cara. Por un lado, denuncia la falta de apoyo y recursos: “Hemos tardado años en obtener diagnósticos y tratamientos adecuados”. Por otro, advierte sobre el extremo opuesto, el del sobrediagnóstico, especialmente sobre las mujeres, a quienes, dice, se les atribuye un problema de salud mental ante la mínima expresión de malestar. En ambos casos, se silencia su voz.

Pensar la salud mental desde lo colectivo es también un acto de resistencia contra las estructuras e instituciones que nos sustentan. Nuestros malestares no son meros asuntos individuales, sino manifestaciones de problemas sociales y estructurales que afectan con mayor fuerza a las mujeres, disidencias y sectores más vulnerabilizados. Esta es, precisamente, la gran lección que ofrece A History of Misogyny: una invitación a reconocer cómo la misoginia ha invisibilizado, patologizado y reprimido sistemáticamente nuestra existencia a lo largo de la historia.

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