Culturas
Berlín reivindica la cultura del cabaret

Casi un siglo después, Berlín mantiene vivo el espíritu de los cabarets de Weimar con producciones tan fieles al original que suponen un viaje en el tiempo. Es el caso del Kabarett Der Namenlosen, que lleva dos años colgando el cartel de “no hay entradas”.

Le Pustra, maestro de ceremonias del Kabarett der Namenlosen del siglo XXI en Berlín
Le Pustra, maestro de ceremonias del Kabarett der Namenlosen del siglo XXI en Berlín. Foto de Daggi Binder.
12 ene 2019 06:00

Es tentador comparar la vida del Berlín de los años 20 del siglo pasado con la de ahora: nos separan casi 100 años, y aunque muchas similitudes son innegables, es fácil caer en el reduccionismo, sobre todo si hablamos del contexto político y socioeconómico. Lo que no ha cambiado mucho, sin embargo, es la vitalidad de una vida nocturna que ha dado a la capital alemana una fama comparable a la que en su momento atrajo a gente de todo el mundo.

Los clubes han reemplazado los salones de baile, y el color negro, los arneses y las riñoneras en poco se parecen a los esmóquines, las boas de plumas o los vestidos de lentejuelas de la década dorada, pero la permisividad, el espíritu hedonista, la falta de prejuicios y el “vive y deja vivir” siguen siendo una seña de identidad de la ciudad.

Aunque la primera imagen que nos viene a todos a la cabeza cuando hablamos de cabarets —además de la película protagonizada por Liza Minelli— es la de obras hedonistas y alegres, los escenarios de los años 20 y 30 también sirvieron para criticar la situación política y satirizar el auge del nazismo, como el cabaret vienés ABC Theater o el berlinés Kabarett Der Komiker (que tuvieron que renunciar a hacer sátira política en 1939 por orden de Goebbels) y autores como Jura Soyfer (fallecido en el campo de concentración de Buchenwald) o Werner Finck, quien tuvo varios encontronazos con Goebbels y Goering y hubo de alistarse en el ejército para evitar más arrestos.

Los arrestos, las persecuciones y la falta de libertad llevaron a muchos a dejar Alemania, pero incluso desde el exilio siguieron adelante con la sátira, como el cabaret Ping-Pong, que estuvo operativo en Amsterdam hasta 1938. Muchos de los artistas o autores de cabaret que no salieron del país a tiempo terminaron en campos de concentración.

Tras la guerra, la crítica política volvió a los escenarios de Berlín occidental: Günter Neumann, que comenzó su carrera como pianista en el Kabarett Der Komiker en 1929, fundó en 1948 Die Insulaner, que llevaba el espíritu del cabaret a la radio y que, según algunos, criticaba duramente la guerra fría y la RDA mientras que para otros simplemente se limitaba a hacer propaganda.

Pero el lado más conocido de los cabarets, el que aún ejerce una fascinación universal, es el más hedonista, el de los números musicales y el de esa libertad sexual que tenía en la inclusión una de sus mayores señas de identidad: la comunidad LGBTQ estaba representada no solo en los escenarios, sino que además tenía sus propios espacios y clubes mucho antes de que se acuñase el término “safe space”, y los cabarets simplemente reflejaban una situación que era absolutamente normal en el Berlín de entreguerras.

Esa absoluta falta de prejuicios y el glamur con el que se vestía la noche berlinesa pese a la inflación, el hambre y el desempleo son los que han prevalecido en el imaginario colectivo y lo que explica la fascinación que aún ejercen.

En el mismo Berlín se está produciendo en los últimos años una reivindicación del cabaret, en algunos casos centrados en su vertiente más política, como es el caso del grupo Radikalku(ltu)r, que lleva a los escenarios textos de Kurt Tucholsky y se centra en la crítica social; o el colectivo Bohème Sauvage, empeñado en recrear el lado más crápula de las noches de los años 20. Pero nada como pasar una noche en el Kabarett der Namenlosen para tener una experiencia lo más fidedigna posible.

Le Pustra, su maestro de ceremonias, descubrió los cabarets viendo “a Joel Grey en la película Cabaret de Bob Fosse. Debía de tener 16 o 17 años y me hipnotizaba ese hombre extraño y su maquillaje casi de payaso y se convirtió en la influencia para la estética de mi propio personaje más tarde. El Berlín de los años 20 me llamó y cuando finalmente me mudé a Berlín en 2015 el romance se volvió serio”.

Un tour guiado por el barrio de Nollendorfplatz le llevó a descubrir el auténtico Kabarett der Namenlosen: “Me fascinó desde el nombre, pero no había mucha información en internet y supe que tenía que crear mi propia versión, y así lo hice”.

Le Pustra pasó horas en la Akademie der Künste, el archivo de la Bauhaus y en la biblioteca municipal buscando documentación; visitó toda exposición relacionada con el tema que se puso en su camino y leyó “tanto como pude encontrar sobre el tema, escuché horas y horas de música de la época. También hubo quien me ayudó, así que me siento muy afortunado. Y por supuesto, usé mi imaginación y creatividad para aunarlo todo”.

Le Pustra, en acción
Le Pustra, en acción. Foto de Tina Dubrovsky.

Le Pustra intuyó que Berlín necesitaba “una producción teatral dedica únicamente a la vida nocturna del cabaret de la república de Weimar celebrando su zeitgeist” y decidió darle vida. No está solo, le acompañan Charly Voodoo al piano, Mama Ulita (vestida de hombre, con un esmókin negro), Bridge Markland, que también basa buena parte de sus actuaciones en dinamitar las ideas preconcebidas de género y la artista de burlesque Vicky Butterfly.

Junto a un plantel de artistas invitados, recrean sobre el escenario la atmósfera de los años 20 en unas actuaciones escasas (apenas se producen una decena al año) pero que logran que hasta el público se vista de época para la ocasión.

Todo está cuidado al detalle: el escenario (siempre en antiguos salones que, pese a las bombas, han permanecido intactos, como el Ballhaus o el Delphi, que además ha servido de plató para la serie Babylon Berlin), la música (se combinan canciones originales de los años 20 y 30 con canciones actuales), el vestuario, el humor, los números con textos de Brecht, Noël Coward, Kurt Tucholsky o Anita Berber, bailarina, actriz, escritora e icono absoluto de la época.

“Quiero que el público se sienta transportado a un cabaret o nachtlokal poco iluminado y lleno de humo en el que todo es posible”, confiesa Le Pustra, “cuando entras en el Ballhaus sientes la energía del pasado, ¿puedes imaginarte toda la música, los bailes y las intrigas que debieron tener lugar en el Ballhaus?”

Le Pustra no se lo piensa dos veces cuando se le pregunta qué haría si pudiera viajar en el tiempo: “Ir al auténtico Kabarett Der Namenlosen, bailar en Eldorado y con suerte, tropezarme con Anita Berber o Sebastian Droste, su marido bisexual”. A falta de viajes en el tiempo, se conforma con disfrutar de una ciudad que es aún es “muy creativa, sexual y experimental. Artistas de todo el mundo se expresan o reintentan como quieren, hay mucha similitudes [con los años 20]. Está en el aire, como solían decir”.

Se refiere al famoso Berliner Luft, popularizado en la opereta de Paul Lincke y al que numerosas novelas y ensayos se refieren para referirse a ese “je ne seis quoi” que pese a la inflación, la crisis y la inestabilidad, atraía cada año a escritores y artistas de todo el mundo.

Para quienes quieran indagar un poco más en la atmósfera de la época, Le Pustra tiene varias recomendaciones para viajar en el tiempo sin salir de casa: “El libro Voluptuous Panic de Mel Gordon es colorido y fácil de leer, y tiene ilustraciones y fotos increíbles. Me gustan mucho las canciones “Das ist Berlin auf der Tauentzien” de Willy Rosen o “Morphium” de Mischa Spoliansky. Las dos suenan en mi show. La película El gabinete del Dr. Caligari no tiene que ver con la vida nocturna de los años 20, pero es una película importante de la época”.

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