Sara Plaza Casares: “Es esencial cerrar la puerta a la privatización de los cuidados a domicilio”

La periodista de El Salto lanza un libro con testimonios de las trabajadoras del Servicios de Atención a Domicilio donde reivindican su papel en este sistema, denuncian su precariedad y celebran sus logros unidas.
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David F. Sabadell Sara Plaza Casares ha recopilado los testimonios de trabajadores del Servicio de Ayuda a Domicilio de todo el estado

Hablar en los medios de comunicación de trabajos invisibles no suele resultar atractivo ni a los lectores ni a los editores. Mucho menos lo es hablar de las personas que ejercen esos trabajos invisibles. Trabajadoras que están al final de la cadena de producción pero en primera línea del frente que es la lucha de los cuidados en el día a día. Sara Plaza Casares, periodista de El Salto, decide desafiar ese foco hace años y seguir de cerca la realidad de las trabajadoras del Servicios de Atención a Domicilio (SAD). Unas tareas que pasan de ser municipales a ser un manjar para los fondos buitres y que llevan a estas mujeres trabajadoras a la precariedad más absoluta. Plaza Casares recoge sus testimonios, contextualiza el sistema en el que sobreviven y dignificar una profesión que cada vez vez es más necesaria. 

¿Con qué perfil te acercas a conocer la realidad de las trabajadoras de Atención a Domicilio?

Yo soy una persona que ha intentado acompañar a unas mujeres para visibilizar un trabajo que es invisible. Me mueve el compromiso, pero también me mueve mi profesión porque creo que como periodista tenemos la obligación de poner el foco en aquellas cosas que no se ven y que no trascienden. El trabajo de estas mujeres sucede en los hogares, en la intimidad, sin cámaras, muy difícilmente agrupadas de manera sindical, muy atomizadas. Creo que es necesario juntar toda la información que pueda haber en torno a ellas y ofrecer una visión más o menos global de lo que ellas hacen. Por otro lado, he intentado focalizarme en sus luchas porque creo que es el aspecto más interesante que ellas transmiten, que más allá de su atomización, han conseguido unirse. Y hay varias luchas activas y han conseguido cosas en todo el Estado. 

¿Cuándo tienes consciencia de que es un sector interesante y su lucha hay que seguirla de cerca?

Yo llego a las trabajadoras del SAD a través de una primera movilización que se organiza en Madrid pero a nivel estatal. Esa fue la primera vez que cubrí el tema y me llamó la atención que pese a que apenas habían salido los medios, esa movilización pues bastante considerable. A partir de ahí les empecé a seguir de cerca. Luego entré de lleno en seguir el tema de las residencias de mayores y todo lo que había ocurrido en la Comunidad de Madrid, y el SAD es la alternativa al modelo de las macro residencias. Si queremos otro tipo de cuidados tenemos que ir hacia los cuidados personalizados, en los hogares. Tenemos que intentar que las personas conserven su dignidad en su hogar, si es que así lo eligen, la libertad de elección de quedarme en casa y poder ser atendido en casa. Entonces creo que ahí radica la importancia de ese colectivo y también la importancia informativa, sobre todo después de ver el horror del interior de las residencias. 

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Ese foco en los trabajos precarios llegó para las riders o las kellys, ¿por qué no para las trabajadoras del SAD?

Estas mujeres, como te digo, tienen un componente de atomización muy elevado. Hay muchísimas mujeres trabajando en esto, pero lo desconocemos. De hecho, una vez publicado el libro, en el cole de mis hijos me paran las mamás y me dicen ‘yo trabajo ahí’. A raíz de la publicación me están llegado más historias, por eso digo que es un servicio todavía invisibilizado y reciente. No tienen la tradición de las trabajadoras domésticas de la limpieza. Es un servicio, como demuestra el libro, que todavía es minoritario, al que hacen todavía muy pocas personas, pese a todas las necesidades que hay. Las administraciones no lo suministran de una manera adecuada. Por ejemplo, ahora mismo hay una ley ELA aprobada, que no se está materializando, donde el trabajo del SAD debería ser básico. Ellas van a jugar un papel crucial. 

Y a ellas decides dar voz también con el formato en este libro realizado entre CGT y la editorial Catarata.

Yo colaboro en un programa de televisión de CGT, que se llama ‘Al lío’ emitido en Canal Red, y me invitan a participar en un programa temático sobre el SAD. En esa mesa había tres trabajadoras. Cuando acabó el programa, empezaron a contar las historias que habían vivido y que algunas incluso las tenían por escrito. Una de ella dijo ‘yo quiero sacar un libro sobre esto’. El coordinador del programa, Gonzalo, me dijo que por qué no hacía un libro sobre esto. Luego me di cuenta que los relatos solos no funcionaban, necesitamos un contexto, y ese contexto se ha centrado tanto en la legislación como en las condiciones laborales de las trabajadoras, también su lucha. Pero sin los relatos el libro no existiría, porque son la piedra angular. 

Tú vas a trabajar todos los días sola, te enfrentas cada mañana con la realidad que te enfrentas de una manera solitaria. Y entonces, de repente, muchas dicen ‘anda, si me puedo organizar así o asá’

Hablas con trabajadoras organizadas, la excepción dentro de un sector muy poco sindicado como es el de los cuidados. 

Justo, lo interesante es que a través de este libro, como te contaba, me están llegando otras historias de mujeres que no están organizadas y que ni siquiera se habían planteado la posibilidad de organizarse. Tú vas a trabajar todos los días sola, te enfrentas cada mañana con la realidad que te enfrentas de una manera solitaria. Y entonces, de repente, muchas dicen ‘anda, si me puedo organizar así o asá’. Este libro puede abrir, o espero que lo haga, la puerta a nuevas luchas, luchas cada vez más numerosas. Y quizás contar con las voces de las mujeres que se están dando cuenta ahora de que pueden luchar sería interesante para un segundo libro. 

Muchas veces se cuestiona por qué las trabajadoras más vulnerables no están encabezando las luchas pero es que el día a día de su precariedad no les deja. Es lo que pasa con las trabajadoras del SAD: mujeres, con cargas familiares, mayores de 50 años, migrantes, con enfermedades laborales no reconocidas, etc.

Estamos hablando de un sector totalmente feminizado, con triples y cuádruples cargas. Si después del trabajo y atender a lo que tienen en el hogar pueden ir a la asamblea… Es un colectivo con una representación de mujeres migrantes muy alta, que en muchas ocasiones han pasado de la clandestinidad a tener un contrato. Luchar puede llegar a ser un privilegio. Hace poco hablaba con una una trabajadora que me decía ‘llevo mucho tiempo de baja ya y tengo miedo, quiero que me den el alta porque me van a echar’. Estas son las preocupaciones que tienen y está bien que lo apuntemos. Si tú puedes disfrutar del privilegio de luchar, ejercerlo y ejercerlo por todas. Y si yo tengo el privilegio de poder ser su altavoz como periodista, tengo que hacerlo. 

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La situación es tan precaria que hay muchas reivindicaciones, ¿cuáles son prioritarias, urgentes?

Lo primero es salir del salario mínimo interprofesional, en el que se encuentran muchas sumidas. Y tener jornadas claras. Esto quiero explicarlo bien: ellas, a lo mejor trabajan, tres o cuatro horas al día pero empiezan a trabajar a las siete de la mañana y acaban a las nueves de la noche. A lo mejor tienen una hora en en un pueblo de siete a ocho, otra hora en otro lado de tres a cuatro de la tarde y luego dos horas de siete a nueve de la noche. Eso quiere decir que toda tu vida, toda tu jornada, está dedicada a trabajar sin cobrar por esas horas. Luego, las inspecciones de trabajo. Es necesario que pasen a los domicilios, que no se está cumpliendo. Estas mujeres trabajan con personas inmovilizadas y las levantan a pulso. Esto está encadenado a la situación que viven las trabajadoras, que atraviesan enfermedades relacionadas con sus trabajos y muchas no están reconocidas. Lo mismo con las bajas o lo difícil que es que el INSS (Instituto Nacional de la Seguridad Social) reconozca una incapacidad laboral a estas trabajadoras. 

Otra cosa que diferencia su trabajo de otro que se realiza en un centro de trabajo no aislado es su seguridad personal.

Esto está hilado a la Inspección de Trabajo también. Este verano comenzaba con la muerte de una de ellas en un domicilio, a manos del marido de la persona a la que cuidaba, donde ya se había denunciado violencia. Muchas me cuentan que cuando sufren violencia o maltrato dentro de un domicilio, lo comunican a la empresa y la empresa lo que hace es quitar a esa trabajadora, pero mandan a otra. Así la violencia se perpetúa. La actuación de las Administraciones públicas tendría que ser muchísimo más contundente. 

Muchas veces cuando llegan a un domicilio les dan la mopa y la escoba y les dicen ‘limpia eso’. Pero su tarea no es esa

En tu libro se puede ver que la violencia tiene muchas caras contra estas trabajadoras. 

En efecto, estamos hablando de la exposición a la violencia sexual, de violencia interseccional porque muchas veces se junta con racismo. Hay muchas mujeres migrantes en el SAD que se enfrentan a esa utilización de los cuerpos, a insultos, estereotipos, vejaciones. Hay muchas que denuncian maltrato psicológico también, porque no hay que olvidar que entras en un domicilio donde no sabes qué te vas a encontrar. Ellas hablan mucho de la necesidad de estar informadas de dónde van a entrar, porque a veces entran en un domicilio de una persona con problemas de salud mental. Y ellas a lo mejor no van preparadas para eso. No pueden abandonar el trabajo por lo que muchas veces se van al rellano de la escalera a hablar por teléfono. Si hay suerte y alguien de la empresa les coge pueden darles unas pautas, pero puede que ni eso. 

Mucha gente cree que Atención a Domicilio es limpiar, pero tienen una formación que va mucho más allá. 

Generalmente, cuando llegan a un domicilio les dan la mopa y la escoba y les dicen ‘limpia eso’. Pero su tarea no es esa, es la de cuidados de las personas dependientes. Una cosa es que recojas la habitación de una persona dependiente y otra cosa es que te pongas a fregar suelos o limpiar ventanas, algo bastante habitual. pero la mayoría tienen el módulo de auxiliar de cuidados, con contenidos muy similares a los perfiles sanitarios de las TECAE (Técnico en Cuidados Auxiliares de Enfermería). Hay que señalar que, hay veces, que la persona a la que van a atender necesita algo más allá, necesita profesionales que vayan un poquito más allá en salud mental y estas mujeres se enfrentan a situaciones muy difíciles.

Ellas reivindican esa profesionalización, de hecho. 

Para trabajar en el SAD es necesario contar con una titulación, pero cuando hay mucha demanda de este servicio y no hay profesionales, los ayuntamientos y las comunidades autónomas están contratando a gente que no tiene la titulación. Esto genera problemas. Lo que hay que hacer es seguir avanzando en la profesionalización de este servicio y siempre bajo los parámetros de la seguridad para que no excedan a sus funciones. 

Mujeres del sur global abandonan sus cuidados en sus territorios y son exportados al norte global. Es una nueva forma de extractivismo colonial

Denuncias en el libro la feminización de la migración por culpa de esta demanda de cuidados en países como España. 

Sí. Sucede un fenómeno en la cadena internacional de cuidados que es se da la situación de que mujeres del sur global abandonan sus cuidados en sus territorios y son exportados al norte global. Es una nueva forma de extractivismo, la forma neocolonial de seguir utilizando la fuerza de la materia prima del sur en favor del norte. ¿Cómo mejora esta situación? Dado que muchas mujeres eligen migrar y son totalmente libres de hacerlo, por supuesto, deben ejercer estos cuidados de una manera digna. No puede ser que ganen 500 o 600 euros al mes. Tenemos que empezar a entender que ante un envejecimiento masivo de la población, hay que dignificar los cuidados. Los cuidados están en el centro del sistema, porque sin los cuidados no habría producción posible.

Leyendo los testimonios, parece que ellas son testigos de situaciones que nadie más quiere ver. No solo reivindican mejoras para ellas si no que denuncian la situación de los beneficiarios del sistema. 

En este país hay una crisis, una crisis de soledad no deseada encubierta y ellas, las trabajadoras, son las únicas testigos. Hay una trabajadora que cuenta que llega a un domicilio y lo primero que le dice la mujer a la que va a cuidar es ‘no hagas nada, siéntate ahí, porque hace un mes que no veo a nadie más que mi reflejo en el espejo’. Por eso se puede decir que la función de estas mujeres va mucho más allá de hacer cuatro recados. No están atajando una crisis de soledad que, como he dicho antes, se va a agravar mucho tiempo con el envejecimiento de la población. Muchas personas van a envejecer solas y van a morir solas. Y entonces ahí el trabajo de ellas es, pues esencial. 

Argumentos de peso para que sea un servicio público blindado y no un activo de mercantilización. 

En teoría, la Ley de Dependencia incluye entre entre su articulado, la posibilidad de que si los servicios no se pueden dar desde las Administraciones públicas, se pueden subcontratar con entidades privadas. Esta es la puerta abierta que han aprovechado las Administraciones, especialmente las gobernadas por el Partido Popular, para externalizar este servicio y ponerlo en manos de empresas. Son las verdaderas causantes de la precariedad de estas mujeres. Estamos hablando de empresas, muchas también, que gestionan residencias y que han entrado en el mercado de la vejez por la puerta depredadora, como el fondo de inversión Domus. Ganan concursos a la baja y ofrecen salarios paupérrimos. Sería esencial que en la reforma de la Ley de Dependencia que hay en ciernes para eliminar el artículo que abre la puerta a que esto se externaliza. 

Si desde aquí me escucha el ministro Bustinduy: por favor, echadle un ojo a eso, no permitáis que un servicio tan esencial como este siga en manos de fondos buitres

Hay una trabajadora en tu libro que en relato cuenta cómo ha visto evolucionar el servicio, de lo que era beneficencia, a un derecho y a un bien de consumo para empresas sin escrúpulos. 

Es que antes de la Ley de Dependencia este servicio se empezó a dar desde los ayuntamientos, como parte de una batería de servicios para personas que necesitaban ayuda, no solo mayores. Una familia numerosa, una madre monomarental, gente que se ha roto una pierna. Este servicio se ponía en manos de ONG, de cooperativas, de empresas con un ánimo de lucro no tan exacerbado. Luego empezaron a llegar empresas con intereses más comerciales y a tirar por la baja los contratos. Es que lo que supone pasar de ser una persona subcontratada a ser personal de un ayuntamiento no tiene nada que ver. Lo cuentan también ellas. Si desde aquí me escucha el ministro Bustinduy: por favor, echadle un ojo a eso, no permitáis que un servicio tan esencial como este siga en manos de fondos buitres. 

Esa remunicipalización se ha logrado en batallas sindicales, no solo con cambios de leyes. 

Las sevillanas han sido un colectivo que se ha movido mucho, que han sentado cátedra haciendo una acampada frente al Ayuntamiento en San Telmo y hasta que no fueran escuchadas no se levantaron. Estuvieron muchos días allí, entraron en los plenos, hicieron ruido y finalmente lo consiguieron. Todo con un coste personal muy alto, que se cuenta en el libro. También me gusta hablar del caso de Madrid, que después de una huelga que tuvo una duración de casi un mes, consiguieron un aumento salarial del 10%. Parece poco, pero un 10% para unas personas que ganan tan poco es mucho. En Pamplona consiguieron frenar la externalización de un servicio municipal al cambiar de color el Gobierno. 

Están logrando muchas cosas, pero generalmente en sus propias organizaciones, sin estar dentro de grandes sindicatos. ¿Por qué?

Creo que las mujeres históricamente están infrarrepresentadas en el sindicalismo. Creo que los sindicatos de clase han mirado hacia otro lado en sectores tan feminizados como el suyo, creo que no han ocupado los espacios de una manera proporcional a la importancia que tienen. Esto ha hecho que experimenten nuevas formas de organizarse. Es cierto que en algunas organizaciones como CGT tiene hueco y tienen mucho peso en los territorios y estoy percibiendo una capacidad de transformación en las asociaciones anarcosindicales, como CNT o CGT. Es fácil de apreciar que que el perfil de las personas afiliadas cada vez es más diverso y que el peso que ganan las trabajadoras precarizadas en estos espacios es también gracias al impulso de la nueva ola feminista. Y eso es muy de agradecer. Pero queda mucho por hacer, también para respaldar las luchas de las personas migrantes. En todos los sindicatos, en todos.
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