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Crisis energética
El pacto europeo del gas y la maldición de Medvédev
Hubo un tiempo en que Dmitri Medvédev se felicitaba por alcanzar acuerdos estratégicos con la Unión Europea aunque dejara su crítica sobre cómo “el uso de la solidaridad europea" promovía “los intereses de miembros individuales“. Un tiempo en el que se le consideraba “todo lo contrario de Putin” por su amabilidad, su liberalidad y por pronunciar “las palabras que gustan en Occidente”. Pero ese tiempo ya pasó. Hoy, Medvédev ejerce en sus redes sociales de trol y explota las contradicciones del bloque de la Unión Europea. Así ha sido esta semana, donde un mensaje en las redes sociales con lo que Bloomberg califica con su habitual tono “dispéptico”, señalaba la posición no oficial del Gobierno ruso en la crisis del gas: “La histeria azul y amarilla [por los colores de la bandera de Ucrania] ha provocado una diarrea severa por el miedo a congelarse en sus frías casas, mirando por las ventanas cubiertas de escarcha a las fábricas paradas”.
La imagen descrita por el que fuera presidente del Consejo de Administración de Gazprom ilustra cuál es el verdadero temor que afrontan los estados europeos, muy especialmente los agrupados en torno a Alemania, de cara al próximo año. La amenaza por el desabastecimiento de gas persisten y seguirán pese al acuerdo impulsado por la Comisión Europea el pasado martes.
Para la Comisión, hay un salto entre la posibilidad de almacenamiento de cara al mes de noviembre, que puede llegar hasta el 71% en función de la capacidad actual, y la necesidad que habrá en ese mes, que se acerca al 80%. Eso podría generar una caída del PIB estimada de un 1,5%, si no hay limitaciones y el invierno es frío. La peor previsión para el conjunto de la UE, es que determinados países se queden secos en abril. Muy en especial, Alemania, motor industrial del bloque, que no tiene infraestructuras para tratar el gas natural licuado que ofrece EE UU —que procede de técnicas de fracking— ni para adaptar el gas doméstico que le puede proveer Francia a las necesidades de sus factorías.
La perspectiva de una recesión provocada por la paralización de la industria y el riesgo de que los problemas domésticos difuminen la primera respuesta de la UE tras la invasión rusa de Ucrania son los factores que los analistas subrayan al examinar el alcance de un acuerdo que deberá ser revisado en breve espacio de tiempo.
Pese a la relativa alegría con la que se ha planteado la resolución del acuerdo, la Comisión Europea ha fracasado en su primer objetivo, que no era otro que poder imponer recortes de gas a los países miembros. Fruto de ese fracaso, o de la confianza de los mercados en que no se impondrá una visión de conjunto, el precio del gas subió un 12% este miércoles, 27 de julio, y rozó los máximos alcanzados en los días posteriores a la invasión rusa.
Lo que dice la letra es que las reducciones obligatorias en el consumo de gas serán del 15% en el periodo de agosto de 2022 a marzo de 2023, con la excepción de las “islas energéticas”, es decir que no comparten un volumen significativo de interconexiones energéticas, entre las que se encuentran España y Portugal, que se han comprometido a un corte máximo del 8% de su consumo.
La posición de la ministra Teresa Ribera ha sido criticada, especialmente por unas palabras que se han visto como una burla a Alemania: “A diferencia de otros países, los españoles no hemos vivido por encima de nuestras posibilidades desde el punto de vista energético”. Ribera y Sánchez han encabezado el grupo de países del sur en esta pequeña rebelión —con ecos de revancha por el castigo financiero de 2008— en la que han participado Grecia, Portugal, Chipre, Malta y hasta Polonia.
El objetivo del acuerdo es rebajar la demanda, reducir la presión sobre los precios en el mercado y aumentar las reservas de gas, para lo que se “premiará” —se permitirá que compute para el porcentaje mínimo exigido de reducción— a los países miembros que ya hayan almacenado reservas en los últimos meses. En términos cuantitativos, el objetivo es ahorrar 45.000 millones de metros cúbicos de gas natural
Rusia, por su parte, sigue jugando al gato y al ratón con los países a los que se dirige su gas. Tras la parada de Nord Stream 1, la principal tubería de suministro desde Rusia, que tuvo lugar a partir del 10 de julio, el gas ha vuelto a fluir, si bien a un ritmo de solo el 20% de su capacidad. Hasta la fecha, Gazprom ha aludido “problemas técnicos” para justificar los cortes de gas. Antes de la guerra, el 40% del suministro de la UE provenía de esa tubería y de sus ramales, tras la invasión, además de la solución de los recortes de la demanda proceden de dos vías fundamentales: el gas argelino y el gas natural licuado procedente de Estados Unidos.
Italia ha sido el más rápido en establecer una vía alternativa a su dependencia de Gazprom. Días antes de su dimisión, el primer ministro italiano Mario Draghi, llegó a un acuerdo con Sonatrach, la empresa energética argelina, para garantizar el suministro de gas a Italia. Un acuerdo valorado en 4.000 millones de dólares y que convierte al país del Magreb en el primer proveedor de Italia.
En una situación más delicada está Alemania, el país señalado por su dependencia energética de Rusia, que debe afrontar las críticas por el viaje a Moscú del excanciller y consejero de Gazprom, Gerhard Schroeder, en un momento de total guerra diplomática. Para el regulador alemán de la energía el recorte de la demanda del 15% no será suficiente para pasar el invierno y calculan que será necesario un recorte del 20%.
“Estos tiempos requieren que estemos bien coordinados a nivel europeo”, ha insistido la presidenta de la Comisión, Ursula Von der Leyen, para impulsar un acuerdo que, añadiendo las excepciones, puede no entrar en vigor hasta finales del mes de octubre.
La cuestión que se dirime la puso ya hace años Dmitri Medvédev sobre la mesa. La UE no se ha movido históricamente como un bloque. Los ecos de la crisis de la austeridad en el periodo de 2008 hasta 2015 mostraron cómo la Unión encubría una feroz competencia entre los países miembros. El Kremlin, en lo que se ha calificado como una guerra híbrida contra la UE, ha pulsado el nervio más sensible que hoy recorre la unión, la energía.