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Coronavirus
La travesía de Brasil
Personas en movimiento, colectivos sociales, redes de solidaridad y resistencias populares responden a la catástrofe social y sanitaria generada por el bolsonarismo y las elites económicas en medio de la pandemia del covid-19.
Escribo encerrada desde hace cuatro meses en una casa del barrio popular Vila Anglo Brasileira, oeste de la ciudad de São Paulo, con mi compañera, la artista paulista Juliana Notari. Ella es población de riesgo en esta pandemia. Escribo con el cuerpo alerta, en escucha. Hoy esta ciudad de 12 millones de personas —44 millones en todo el área metropolitana— y con más de 25.000 en situación de calle es el epicentro de los contagios por coronavirus en Brasil. Un país que ya ha superado el millón y medio de casos confirmados y se ha convertido en el segundo más afectado del mundo después de Estados Unidos.
El primer caso de infección por covid-19 se confirmaba en São Paulo el 26 de febrero. A pesar de las experiencias en otras regiones del planeta y de la información científica existente, el Gobierno brasileño decidió negar la gravedad de la pandemia y alentó que la población siguiera haciendo “vida normal”. Algunos estados de Brasil se enfrentaron al negacionismo del presidente y decretaron a finales de marzo el cierre de comercios y el confinamiento para la población. Pero el 11 de junio, en medio de un aumento exponencial de contagios y muertes por coronavirus, el lobby económico se impuso y los estados permitieron la reapertura de los comercios, y dejaron en manos de cada administración local la continuidad del confinamiento. El mensaje: que cada cual se apañe como pueda. Brasil se convierte en un laboratorio para la teoría neoliberal de James Buchanan sobre la libre elección aplicada con sadismo en una pandemia vírica.
En las semanas de junio se superponen imágenes de una realidad delirante: gente haciendo cola para entrar en un centro comercial, entierros de personas sin familiares, contenedores para almacenar cadáveres y dejar así hueco en los cementerios, hospitales públicos saturados y personal sanitario al borde de sus límites, presos hacinados en las cárceles y ahora contagiados por covid-19, manifestaciones bolsonaristas, manifestaciones antirracistas y antifascistas por la democracia, quemas de bosques en tierras protegidas, aldeas que piden ayuda, huelgas de repartidores, ricos blancos confinados en barcos o mansiones, donde sus hijos reciben clases por internet y el trabajo doméstico lo siguen haciendo mujeres negras e indígenas uniformadas.
La pandemia —traída a Brasil por ricos que pueden permitirse viajar al extranjero— se extendió primero por los barrios enriquecidos de São Paulo. Sus habitantes se trataron en hospitales privados y tuvieron acceso a los medios necesarios para recuperarse. Pero el virus se transmitió a las periferias. De arriba a abajo. Por los barrios populares, las favelas, villas, comunidades, ocupaciones, palafitas, baixadas, grotões, mocambos y quebradas. Y en zonas rurales, por las aldeas indígenas, pueblos originarios, por las comunidades quilombolas, en las retomadas y en los asentamientos por la defensa de la tierra.
Los contagios son devastadores en los márgenes del poder. En Brasil, la mayoría de la población no puede permitirse quedarse en casa, sin contaminarse ni contaminar, esperando a que termine la pandemia. Estamos en las puertas del invierno tropical y las muertes por covid-19 ya han superado las 64.900. Por eso están siendo imprescindibles las redes autoorganizadas de información, solidaridad, acompañamiento y apoyo mutuo.
DE LO MICRO A LO MACRO
Paulo Pereira, fotoperiodista que vive al lado de nuestra casa, ha documentado iniciativas sociales en los cinco puntos cardinales de São Paulo, desde Brasilandia pasando por Cracolandia hasta Jaraguá. “Antes de la pandemia, la mayoría de esos colectivos e iniciativas tenían un diálogo con su comunidad y su barrio, pero no prestaban ningún servicio a las personas. Veo que está haciéndose una construcción desde ese lugar de aproximación y de vecindad. Donde eso ya existía está muy fortalecido. Las personas están consiguiendo verse las unas a las otras. Pero sería muy optimista decir que esto es general. Todavía hay mucho trabajo por delante, aunque da para ver que se ha iniciada una acción inédita”.
Al lado de casa se encuentra el Condô Cultural, antiguo hospital reconvertido hace diez años en centro de arte autogestionado y ahora cerrado por la pandemia. “Con el comienzo de la pandemia hicimos un mapeo de las familias que se han quedado sin recursos”, cuenta Géssica Arjona, cogestora del Condô, que forma parte del mapa colaborativo creado por la Central de Movimientos Populares en São Paulo. “Después de diez años de trabajo en Vila Anglo Brasileira, abrimos un canal de comunicación entre el Condó y las mujeres del barrio, la mayoría trabajadoras domésticas diaristas [que cobran por día y no suelen tener contrato laboral]”. dice. Ahora desde este centro distribuyen cestas de alimentos y productos de limpieza a más de 250 familias que necesitan ayuda. “Cuando un centro cultural quita su foco de la producción artística y pasa a pensar en lo que es esencial para la vida, además del arte, salen muchas cuestiones sobre lo que queremos para un mundo futuro y qué relaciones necesitamos”, explica a El Salto.
“En las periferias sentimos en el cuerpo las cicatrices de la desigualdad”, dice Thiago Vinicius, activista de la agencia y casa popular de la familia Solano Trindade, una referencia movimentista en Capao Redondo, zona Sur de São Paulo. “Desde 2012 hemos creado una casa popular, un teatro, el festival Percurso, tierras de producción orgánica con un almacén y un restaurante comunitarios, así como el banco solidario Unión Sampaio y la moneda complementaria al real, el sampaio. Gracias a ese trabajo de autoorganización y a nuestras prácticas de economía social de calle y de cultura, durante esta pandemia hemos podido crear 25 redes de apoyo y solidaridad. Tenemos un delivery de orgánicos en las periferias y podemos llevar de todo a las casas. Además, estamos atendiendo a 30.000 personas con acciones de emergencia”.
Victoria, del Movimiento de Lucha por los Barrios, Villas y las Favelas (MLB), nos habla del trabajo que realizan con familias vulnerables, con las que ocupan casas: “Son las más perjudicadas por la pandemia. Familias trabajadoras, sin empleo fijo, autónomas, trabajadoras domésticas, pedreros, colectores de reciclaje... La mayoría no ha recibido la ayuda de emergencia de 600 reales [120 euros, un bono para el que se registraron más de 80 millones de personas en Brasil] y las familias están pasando un sofoco muy grande". Millones de familias, cuenta a El Salto, no tienen dinero para alimentarse ni para pagar el alquiler, viven en casas muy pequeñas y precarias, muchas veces sin saneamiento ni acceso al agua desde el inicio de la pandemia. “¿Cómo asegurar así los cuidados mínimos de higiene?”, se pregunta.
Raquel Marques, doctora en salud colectiva y codiputada de la Bancada Activista, destaca el problema crónico del abastecimiento de agua: “En muchos lugares solo hay acceso durante 12 horas al día o directamente no hay abastecimiento. Esto es dramático. Lo hemos denunciado al Ministerio Público, pero ahora también estamos haciendo denuncias internacionales”. Más del 12% del agua potable del mundo se encuentra en Brasil.
Frente a la manipulación del Gobierno, la comunidad científica independiente ha creado el Portalcovid-19 Brasil, que monitoriza en tiempo real esta pandemia
Las diferencias de clase son obscenas. Según el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE), en Brasil viven 210 millones de personas, de las cuales 60 millones viven en más de 6.000 favelas y ocupaciones.
Las favelas fueron las primeras comunidades en autoorganizarse en zona urbana. Paraisópolis, en São Paulo, o la Comunidad de Maré y el Complejo del Alemán, en Rio de Janeiro, se activaron desde el comienzo de la pandemia, creando redes de apoyo para alimentos y limpieza, nombrando presidentes de calle para saber qué necesita cada casa y dónde hay contagios, contratando ambulancias y enfermeros por su cuenta, porque saben que el Sistema Unitario de Salud no va a entrar a cuidarles.
Son muchas las acciones y manifiestos públicos que el Movimiento Favelas Na Luta, el Frente Povo Sem Medo y el Movimiento de Trabajadores Sin Techo están emitiendo para todo el mundo desde las zonas urbanas de Brasil. Las mismas ciudades que ahora vuelven a su actividad frenética e intentan esconder el horror de la pandemia del coronavirus.
El MLB exige una reforma urbana por el derecho a la ciudad y a una vivienda digna. “Las familias pobres, que son la mayoría de este país, sienten en la piel esta violencia. En Brasil, la vivienda es el primer paso para todo, también para conseguir un trabajo. Así que nuestra principal acción es la ocupación urbana. Muchísimos edificios no cumplen ninguna función social en este país. Nosotras damos esa función social, hacemos ocupaciones con familias sin techo y familias que pagan alquileres por encima de sus salarios, para garantizar una vivienda digna”, explica Victoria.
RESISTENCIAS POPULARES
El alcance de la pandemia en Brasil está distorsionado por la falta de test y la negligencia política. El Gobierno brasileño minimiza, esconde y manipula los datos de contagios, recuperaciones y muertes por covid-19. Un estudio brasileño publicado el 25 de mayo en el Journal of Human Growth and Development demostraba que las medidas de aislamiento y distancia física de la población brasileña estaban salvando decenas de miles de vidas.
Frente a la manipulación del Gobierno, la comunidad científica independiente ha creado el Portalcovid-19 Brasil, que monitoriza en tiempo real esta pandemia.
El Instituto de Estudios Socioeconómicos denuncia que las medidas de austeridad fiscal han reducido los recursos de programas sociales necesarios para gestionar la pandemia del covid-19 en Brasil. Frente a este abandono institucional, los movimientos de economía social y las redes de apoyo mutuo demuestran que otro modelo económico es posible, urgente y necesario.
La Central de Cooperativas y Economía Solidaria reúne a 54 cooperativas de agroecología en todo Brasil. Durante los tres primeros meses de pandemia, bajo los principios del autoempleo, la intercooperación y la solidaridad repartieron más de 90 toneladas de alimentos, 4.000 cestas básicas para familias sin recursos, que han beneficiado a más de 20.000 personas.
El Movimiento Rural Sin Tierra (MST), en una acción inédita, está donando cientos de toneladas de alimentos a pueblos y ciudades. Llevan casi cuatro décadas trabajando por el derecho a la tierra y por una reforma agraria que todavía no se ha realizado.
Las comunidades quilombolas están formadas por descendientes de personas africanas esclavizadas y viven sobre todo de la agricultura familiar, en tierras propias donadas, compradas u ocupadas. Se coordinan a través de la Conaq y ahora están en una situación muy vulnerable, sin poder moverse ni vender sus productos. En el Estado de Pará, en el norte de Brasil, cinco comunidades con 900 familias, sin apoyo público crearon un Comité Quilombola para organizarse y han montado una vaquiña de apoyo a 70 comunidades quilombolas de todo Brasil.
Las aldeas indígenas se encuentran en una situación extrema. Son comunidades que viven del autoabastecimiento, y de la artesanía y arte que ahora no pueden vender. El Comité Nacional por la Vida y Memoria Indígena ha conseguido registrar más de 3.000 personas infectadas y está presionando con medidas judiciales al Gobierno brasileño para que se notifiquen las muertes por coronavirus y se garanticen las condiciones de tratamientos de salud.
Sônia Guajajara, líder de la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil, denuncia que no hay un retrato fiel de lo que está ocurriendo. “La Secretaría Especial de Salud Indígena no está contabilizando a todas las personas. Niegan nuestra identidad hasta en la muerte, porque en los hospitales no hay opción de poner ‘indígena’. Todos están siendo enterrados como ‘pardos’. Este racismo institucional está promoviendo el genocidio”.
En medio de la pandemia, entre el 1 y el 10 de junio se realizó de forma telemática el Foro Popular de la Naturaleza. En ese encuentro, Sônia Guajajara explicaba que el mayor impacto que está teniendo la pandemia en los pueblos originarios es la vulneración de sus derechos sobre los territorios que habitan: “Con toda esta presión, se ve el uso depredador y opresor de la tierra, que reduce cada vez más las áreas destinadas a los pueblos indígenas, a pequeños productores, a la economía familiar, a la agroecología. Hoy, esta lucha por la tierra es fundamental. Es necesario romper con este modelo económico basado en la explotación de recursos naturales para exportar, atendiendo al PIB y a la bolsa”. Ahora mismo hay en Brasil 726 empresas que tienen deudas con el Estado y podrían cobrarse en tierras.
EL VIRUS DEL BOLSONARISMO
En Brasil, el fascismo del siglo XXI se llama bolsonarismo. Jair Bolsonaro, su equipo de Gobierno y las élites económicas, militares y religiosas están perpetrando en Brasil un crimen triple de lesa humanidad —genocidio, etnocidio y ecocidio—, a través de la negación científica y de una gestión perversa de la pandemia del covid-19. El Tribunal de la Haya ya ha recibido una denuncia internacional para juzgar al actual presidente de Brasil por la gestión “negligente” e “irresponsable” de la crisis sanitaria.
El bolsonarismo está desarrollando una política de saqueo íntimamente relacionada con la expansión del coronavirus. Los contagios aumentan en proporción directa al robo de tierras, la deforestación, la explotación de minerales y de recursos hídricos. Una característica de la situación en Brasil es el fenómeno triple del negacionismo científico, la mentira compulsiva y la manipulación religiosa financiadas por las élites económicas.
“Ellos saben muy bien, es su proyecto, tener una masa bajo control, una masa ignorante, con poca educación, muy baja lectura, que a través de dogmas religiosos estimulan no leer otras cosas y cerrarse entre ellos", explica João Cezar de Castro Rocha
“La guerra cultural bolsonarista no tiene nada que ver con las guerras culturales europeas y estadounidenses”, explica João Cezar de Castro Rocha, crítico literario y profesor de la Universidad Estatal de Rio de Janeiro, en una charla sobre bolsonarismo que recogió el canal Meteoro. “Es la transposición de la doctrina de Seguridad Nacional mediada por la narrativa postoperatoria delirante de Orvil [proyecto nacido en secreto del ejército brasileño como respuesta al libro Brasil Nunca Más, de 1985] y cuya consecuencia es la eliminación del enemigo”, define Castro Rocha.
“Ellos saben muy bien, es su proyecto, tener una masa bajo control, una masa ignorante, con poca educación, muy baja lectura. Se trata de leer solo la Biblia y escuchar solo la palabra del pastor. Esto está creando los peores métodos de lavado mental para conducir a una multitud de millones de personas a la dominación”, explica Raquel Marques.
“La guerra cultural en Brasil no es la disputa por los valores de una nación, sino la tentativa de limpiar y eliminar el otro lado. El bolsonarismo está basado en esta guerra cultural. De ahí el uso del troleo, de sofismas, palabrotas e insultos colegiales”, continúa João Cézar de Castro Rocha.
Jairo Pereira, artista y activista del movimiento negro, pone el foco en las diferencias de clase: “Ahora lo máximo que podemos hacer para no ahogarnos es quedarnos en casa, pero no lo hemos aprendido. Es terrible. Nuestra falta de educación histórica, nuestra falta de herramientas de estrategia. Los ricos juegan al ajedrez y aprenden estrategia. Nosotros solo sabemos recibir golpes e intentamos devolverlos. Tenemos una inocencia que no nos podemos permitir en esta pandemia”.
En palabras de Castro Rocha, “cuando la guerra cultural bolsonarista entre en colapso, la violencia que estaba confinada en las redes puede bajar a la calle”. Algo que ya está pasando, solo que en medio de una pandemia en aumento de contagios y muertes.
Para Jairo, las manifestaciones que empezaron en las principales ciudades de Brasil el domingo 31 de mayo “son extremadamente importantes”, aunque tuvo que morir un “hermano en Estados Unidos” para que empezaran las movilizaciones, “cuando en Brasil mueren 30.000 jóvenes negros cada año”.
EL VIRUS DEL RACISMO ESTRUCTURAL
El 5 de junio, día mundial del medioambiente, el MST presentaba su plan de reforma agraria adaptado a esta crisis y el Tribunal Superior Federal prohibía temporalmente las operaciones policiales en las favelas de Rio de Janeiro, que asesinan adultos y niños negros como João Pedro Matos, de 14 años. Ese día también moría en Recife (Pernambuco) el niño de cinco años Miguel Otávio.
El homicidio clasista y racista ha sido una lupa de la sociedad brasileña. Mirtes Renata, madre de Miguel Otávio y trabajadora doméstica negra, estaba siendo obligada a trabajar en medio de la pandemia para una familia blanca de clase media. Mirtes limpiaba, cocinaba y cuidaba a los niños de la patrona Sarí Corte Real. Mirtes había tenido que salir a pasear al perro de la patrona y dejó a su hijo a los cuidados de Sarí. Pero la patrona metió al niño en el ascensor, novena planta del edificio “para que no le molestara”. Buscando a su madre, el niño se cayó por el hueco del ascensor y murió.
“Los ricos juegan al ajedrez y aprenden estrategia. Nosotros solo sabemos recibir golpes e intentamos devolverlos. Tenemos una inocencia que no nos podemos permitir en esta pandemia”
“Si alguien conoce a la sociedad brasileña son las trabajadoras domésticas negras, que viven en las periferias y trabajan para la burguesía blanca”, explicaba Bianca Santana, activista del movimiento negro, en el periódico Brasil de Fato. El 10 de junio, la Coalición Negra por los Derechos publicó el Manifiesto Antirracista que está siendo firmado por miles de personas.
“no podemos volver”
La mayoría de barrios y favelas urbanas fueron construidos a través del proceso colectivo de ocupación de terrenos abandonados, donde la gente blanca es minoría.
Victoria, del MLB, se ha tenido que ir a San Bernardo porque acaban de desahuciar a once familias. “Ahora estamos acompañándolas. Están en casa de amigas o familiares, pero en condiciones muy precarias”. Durante los primeros meses de pandemia, el Estado de São Paulo ha permitido cinco desahucios: uno en una comunidad quilombola, otra en el interior de São Paulo y tres en San Bernardo. “Dejar sin casa a personas en medio de una pandemia es criminal”, denuncia Victoria.
Sônia Guajajara alertaba en el Foro Popular de la Naturaleza: “Cada vez estamos más expuestos al aumento de la desigualdad. Esta pandemia es un refuerzo de los conflictos históricos que siempre existieron. Exigen una reflexión sobre la urgencia de romper este modelo. No podemos pasar por esta pandemia y volver al lugar donde nos paramos”.
Raquel Marques cuenta a El Salto que Brasil necesitará dos dos o tres años para superar esta pandemia. “Aquí hemos tenido que gestionar ya otras epidemias como el ébola o la fiebre amarilla. Por razones de saneamiento básico, de invasión y deforestación de la naturaleza próxima a las ciudades, por la precarización habitacional y por la desigualdad social existente, no podemos perder de vista que otras epidemias pueden volver aquí en cualquier momento. Por eso, el fortalecimiento del Sistema Unitario de Salud no puede ser aplazado”, explica. Brasil es el lugar del mundo donde más personal sanitario ha muerto por coronavirus.
“Esta pandemia es un refuerzo de los conflictos históricos que siempre existieron. Exigen una reflexión sobre la urgencia de romper este modelo. No podemos pasar por esta pandemia y volver al lugar donde nos paramos”
Desde Suzano, Jairo Pereira comparte con este periódico un temor: “La emoción de la gente brasileña ahora puede jugar en nuestra contra. Porque somos un pueblo que nos movemos por la emoción, por toda una construcción histórica. Y es peligroso. Muchos amigos están yendo a las manifestaciones por la democracia. Y hay un debate grande sobre esto. En las manifestaciones hay una necesidad de querer sentirse parte de algo mayor que uno mismo, de mostrarse en acción, pero no nos hemos librado del ego, sin entender que ahora quedarse en casa también es cuidar de lo colectivo”.
En esta travesía de Brasil, siento frecuencias sensibles y procesos profundos simultáneos. Todas somos necesarias para cambiar el estado de las cosas. Desde las micropolíticas cotidianas, pasando por un un baile, una canción, una escritura, un grito y el impeachement contra Bolsonaro, hasta la conciencia de que la riqueza de Europa y del reino de España, está basada en un robo y genocidio históricos que necesitan memoria, reparación y sanación. Las enseñanzas del coronavirus están por escribirse con la práctica colectiva. Y serán personas no blancas no ricas no binarias las que lideren el proceso de cambio. O no habrá cambio.
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"Todas somos necesarias", pero..."serán personas no blancas, no ricas, no binarias a liderar el proceso". ¿Comprendéis el prejuicio de esa frase? ¿Entendéis que seguir en la misma línea de ultra atomización de la sociedad nunca conducirá hacia algo "colectivo"?