Corea del Sur
El régimen de los ‘chaebol’

En Corea del Sur mandan los ‘chaebol’, grandes conglomerados como Samsung o Hyundai. Su importancia en la economía es gigantesca y sus vínculos con el Estado han sido fundamentales para comprender su poder. Sobre su dominio se funda el aparato productivo, educativo, político y cultural del país.
Samsung Seul
Edificio sede de Samsung en Seúl, Corea del Sur. Foto: Wikipedia

Cuando las posibilidades de transformación radical son pequeñas, las distopías abundan en los espacios culturales e ideológicos. En ellos se pueden sentir con nitidez las dinámicas perversas del modelo. Cualquiera que haya visto El juego del calamar en las últimas semanas habrá sentido la pérfida lógica del capitalismo de la (no) libre elección. Los años de la libre competencia en los que la creatividad, el ingenio y la capacidad de ofrecer algo de la mejor y más eficiente forma al resto determinaban el acceso al éxito del mejor capitalista entre los capitalistas quedan lejos. Hoy la concentración de capital es tan gigante, la diferencia de poder entre la alianza de clases dominante y el resto es de una magnitud tal que solo queda para quienes están al borde de “caerse” del sistema el azar y la suerte que el mismo capitalismo ofrece.

Los liberales más honestos ideológicamente dirán con inocencia que esto no es capitalismo; los más desvergonzados armarán una y otra vez campañas apelando a la libertad de oportunidades o al mérito. Importa poco si los voceros de estos grandilocuentes conceptos son conscientes o no de que ambos son incompatibles con el capitalismo en su actual fase de desarrollo. Cínicos o crédulos no importa; sino que efectivamente cumplen la tarea de estirar hasta el infinito el chicle del no capitalismo que, en definitiva, ejerce como sostén ideológico de las lógicas de explotación: “si hay desigualdad, no es capitalismo; si hay corrupción estatal, no es capitalismo; si hay abusos, no es capitalismo...”.

Puesto que se va a hablar de Corea, traigamos a Han Byung-chul para esta idea. En el régimen neoliberal, la explotación se produce “como libertad”, nos dirá. Cojamos con pinzas esta afirmación, puesto que efectivamente los grandes poderes del capitalismo surcoreano continúan teniendo a su disposición el aparato represivo del Estado como lo tuvieron durante la dictadura de Park Chung-hee. También disponen de vínculos tan grandes con los grandes partidos del país que pueden conservar y profundizar la legislación en contra de la protección estatal a los trabajadores, así como en contra de la organización obrera. Y, por supuesto, tienen la capacidad de explotar a las periferias vía extracción de recursos, empleo de mano de obra e intercambio desigual. Pero ¿quiénes son los grandes poderes del capitalismo surcoreano? Los chaebol, la forma coreana de la tendencia del capitalismo a la concentración del capital.

Efectivamente los grandes poderes del capitalismo surcoreano continúan teniendo a su disposición el aparato represivo del Estado como lo tuvieron durante la dictadura de Park Chung-hee.

Y ¿de qué manera se expresa esa explotación en “libertad” en Corea del Sur? A través del esfuerzo descomunal de las familias de clase trabajadora (familias de ‘cuchara de tierra’) por acceder a los escasos espacios de comodidad que se les ofrecen en el régimen político de los chaebol. En Corea, ese acceso se presenta por lo general en forma de hilo: nacer en una familia instalada favorablemente en la estructura de clases te ofrece un background más favorable para tu desarrollo académico; tu mejor desarrollo económico (medido en la capacidad y el mérito solo parcialmente) te facilita el acceso a una mejor universidad (mediadas todas ellas por cuestiones de clase); tu acceso a una mejor universidad te permite aspirar con acceder a alguna rama productiva de una de las grandes empresas del país; tu presencia en una de esas empresas, te permite soñar con ascender. Quedan fuera de esta lógica, claro, “el resto”, que no son ni más ni menos que la mayoría.

Los chaebol y la concentración de capital en Corea del Sur

“El surgimiento de los monopolios, como resultado de la concentración de la producción, es una ley general y fundamental de la actual fase de desarrollo del capitalismo”, escribió Lenin. Si se le pudiera traer de vuelta a la vida y mostrarle lo que los monopolios capitalistas privados han instalado en Corea, probablemente se enorgullecería de sí mismo al comprobar que lo que dispuso en El imperialismo, fase superior del capitalismo se constató; aunque también se decepcionaría al ver que la caída del régimen capitalista que tan cercana le pareció un día no aconteció casi un siglo después de su muerte.

A Lenin se le podría invitar a conocer Samsung Town, en Seúl. De hecho, la concentración de capital que se genera alrededor de Samsung es tan grande y su consiguiente “combinación” de “distintas ramas de la industria” (por seguir citando a Lenin) tan diversa que se le podría organizar todo un tour por Corea únicamente consumiendo productos y servicios Samsung. Podría ir a ver fútbol (Suwon Samsung Bluewings), baloncesto (Seoul Samsung Thunders o Yongin Samsung Blueminx) e incluso eSports (Samsung Galaxy). Podría hospedarse en algún hotel Shilla, pasar un día en el parque de atracciones Everland y, si tiene ganas de hacer una de sus afiladas críticas, consultar alguna publicación del think tank SERI. Y, por supuesto, si se llegase a torcer el tobillo en las calles de Gangnam, siempre podría acudir al Centro Médico Samsung.

Todas las mencionadas (y otras) son filiales de la misma casa matriz. Pongámoslo en datos: únicamente Samsung concentraba en 2017 el 28% del índice de precios de acciones de Corea del Sur. Si se incluyen en esa ecuación a apenas los cuatro conglomerados que le siguen en la lista (Hyundai, SK, LG y Lotte), el porcentaje del mismo índice se elevó en hasta el 51%. Es decir, en cinco casas matrices se concentra más de la mitad del índice de precios de acciones de todo un país en el que viven 50 millones de personas.

Samsung concentraba en 2017 el 28% del índice de precios de acciones de Corea del Sur. Si se incluyen en esa ecuación a los cuatro conglomerados que le siguen en la lista (Hyundai, SK, LG y Lotte), el porcentaje del mismo índice se elevó en hasta el 51%

Este enorme dominio lo ejercen gracias a su presencia en ramas productivas de lo más variadas, que van desde la electrónica hasta el sector financiero, pasando por la biotecnología, el deporte, la refinación de petróleo, la automovilística o las telecomunicaciones. El mismo dominio se expresa en datos como que el 0.1% de los individuos más ricos del país concentran más del 4% de los ingresos personales o que, de todo el PIB nacional, el 84% corresponde a los 64 mayores conglomerados y, más concretamente, el 20% corresponde a Samsung, el 11% a Hyundai y el 10% a SK Group.

A tal nivel de concentración, la capacidad y la valía empresarial rigen poco a la hora de determinar el éxito. Por supuesto, dentro de las corporaciones subsisten mecanismos para el ascenso, pues de ninguna forma podría perpetuarse en el tiempo una situación tan frustrante si solo se fundase en mentiras. Se puede ‘trepar’ a la interna de un chaebol, conseguir un puesto más elevado en la cadena de mando y un mejor salario. Aunque, claro, en una estructura piramidal siempre serán más quienes queden abajo y, de nuevo, no necesariamente es la eficacia la que impulsa tal movilidad. La cultura popular refleja esto. En los noventa, las series que mostraban aspectos de la vida corporativa dibujaban el perfil de un trabajador leal a la empresa, capaz de sacrificar tiempo, salud y vida social en pos del beneficio “colectivo” (quizá la forma más pintoresca de referirse a la extracción de plusvalía). Este era el empleado que ascendía. Recientemente, se ha mostrado más bien un perfil capaz de competir con el de al lado y de engañar al de arriba para utilizar “a su favor” el aparato de la compañía. En fin, todos ellos modelos de ascenso que no se vinculan precisamente con la capacidad creativa y la habilidad en ese capitalismo del mérito del que hablan.

Monopolio y dictadura, relación de conveniencia

El anticomunismo es todo un asunto en la política surcoreana. Sus orígenes son incluso previos a la Guerra de Corea (1950-1953), remontándose a los debates internos en el marco de la lucha política por la independencia. El éxodo hacia el sur de miles de colaboracionistas con el Imperio Japonés y de antiguos terratenientes huyendo de la política de expropiación de tierras que comenzó antes de 1950 Kim Il-sung en el norte, junto con el control directo de Estados Unidos en los años de la post liberación de 1945 y su posterior influencia ideológica marcan precedentes claros. No puede dejarse fuera de la ecuación, por supuesto, la masacre de la isla de Jeju (1948-1949) en la que entre 30.000 y 60.000 militantes de la izquierda coreana fueron asesinados bajo mandato de Rhee Syngman. Incluso hoy, varios de los líderes de los principales partidos del país reivindican su desprecio hacia los comunistas y hacia el norte en general.

La realidad es que el desarrollo económico en Corea del Sur nunca se llevó muy bien con la democracia. Y, por supuesto, nunca tuvo en alta estima a la izquierda política. Rhee Syngman, Park Chung-hee, la Ley de Seguridad Nacional, la represión a los huelguistas, etc: Se cuentan por multitud los ejemplos históricos. Y aunque no sería del todo exacto decir que los chaebol son los máximos exponentes de esto, sí es innegable que han sacado provecho sin ningún pudor de ello. La Ley de Seguridad Nacional, vigente desde 2018, viene sirviendo como marco normativo bajo el cual se ha ejecutado la represión, la persecución y la exclusión de la izquierda política en el país, a menudo bajo la forma de censura a quienes difundan textos o ideas vinculadas con el juche norcoreano o exalten a sus líderes.

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En Corea un nuevo formato de hombre, los kkonminam, pone sobre la mesa formas más laxas de entender la masculinidad. Lo hace a través del k-pop, los dramas, el cine… Y bajo la atenta mirada del capital.

Claro que la Ley, revisada y aplicada con mayor moderación en las últimas décadas, es una broma si se compara con el régimen de Park Chung-hee, quien sustentó por un lado el crecimiento económico de las grandes familias del país y, por el otro, reprimió a la izquierda y al movimiento obrero.

Del golpe de Estado de 1961 salió Park Chung-hee como Presidente de la República sobre la base de dos aspectos ideológicos concretos: el primero, un fuerte nacionalismo que tenía mucho que ver con el pasado de maltrato japonés sobre la Península; el segundo, una creencia sólida en el papel del Estado como director del desarrollo económico que le valió la inicial desconfianza de algunas figuras estadounidenses en un tiempo en el que la tutela yanqui sobre el país era más profunda. Algunos veían en él a un comunista ‘oculto’. Probablemente, la tensión de la Guerra Fría les impedía apreciar varios factores clave: en primer lugar, que siempre las clases capitalistas se valieron del estado en una u otra forma para el desarrollo económico de la burguesía nacional; en segundo lugar, que el espacio del pensamiento político marxista en Corea estaba (y, en parte, está) fuertemente vinculado al marco ideológico del marxismo norcoreano; en tercer lugar, que Park Chung-hee, como tantos otros líderes políticos surcoreanos a lo largo de la historia, estaba atravesado por el conflicto norte-sur, defendiendo una posición anti norte.

El gobierno de Park Chung-hee (1961-1979) fue profundamente anti comunista, así como también fue el gobierno de la expansión económica del país y de la emergencia de los chaebol como actores económico-políticos centrales

De hecho, el gobierno de Park Chung-hee (1961-1979) fue profundamente anti comunista, así como también fue el gobierno de la expansión económica del país y de la emergencia de los chaebol como actores económico-políticos centrales. Durante la década de los sesenta, quienes habían fundado las firmas que se terminaron desarrollando hasta la forma actual de chaebol eran ya insultantemente ricos, muchos de ellos gracias al marco de posibilidades (para unos pocos, claro) que supuso el régimen corrupto de Rhee Syngman. El régimen de Park Chung-hee solo vino a potenciar esta concentración a través de un acuerdo win-win (para los grandes capitalistas y para el régimen de Park).

La oferta era la siguiente: el Estado otorgaría licencias, favores y buenas condiciones para que los grandes capitalistas siguieran disfrutando de la absurda lógica del capitalismo: acumular capital con el fin de acumular más capital. A cambio, debían aceptar las directrices estatales al respecto del tipo de industrias en las que debían invertir su capital para fomentar la exportación. Los fundadores de LG, Samsung, Hyundai, SK… fueron muchos los “emprendedores” que aceptaron la tutela económica del régimen.

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Durante los primeros años de su gobierno, impulsó a la industria privada textil para la exportación. Los beneficios fueron colosales. Una de las marcas estrella en este ámbito fue Cheil Wool Textile Company que, vaya, era filial de Samsung. Otro ejemplo de la “meritocracia” en la acumulación de la riqueza del capitalismo surcoreano fue el de Daewoo. La marca fue fundada en 1967 y obtuvo gigantes beneficios durante toda una década gracias a la cuota de exportación a Estados Unidos que obtenía su presidente y fundador, Kim Woo-chung, gracias al vínculo que su padre había forjado con el Presidente Park al haber sido su profesor.

El régimen de Park manejó, por ejemplo, el paso de una economía de exportación centrada en la industria ligera hacia una que miraba más a la industria pesada y a la electrónica. Entre tanto, la posición ventajosa (no por mérito, sino por contacto) que el Estado surcoreano brindó a unos cuantos conglomerados facilitó que la ley general de la tendencia a la concentración se diera con mayor fuerza en Corea del Sur que en otros países. En su proyecto de abarcar las múltiples ramas productivas que iban ocupando la posición central en los planes económicos, los chaebol absorbían, aplastaban y hacían desaparecer a pequeños y medianos productores del país.

La dictadura también ayudó a los chaebol a partir de la exclusión política de la izquierda política en general y de los comunistas en particular. En 1961 el régimen introdujo la Ley Anti-Comunismo, que afectaba a movimientos y personas vinculadas directa o indirectamente con organizaciones comunistas. Conviene poner esto en contexto: el marco internacional de la Guerra Fría, la superioridad económica y militar que por aquel entonces ostentaba el norte y la histórica inserción que había venido teniendo el marxismo en el seno de los movimientos de trabajadores en la Península; todos ellos factores que no hacían sino asustar a las grandes familias del país.

Tal herencia nos lleva hasta nuestros días, en los que el anticomunismo se vincula más que nunca con las posturas anti norte, definiendo resultados electorales y obstaculizando la resolución pacífica del conflicto peninsular. En lo que a los chaebol respecta, el marco político establecido por la Ley de Seguridad Nacional y por el desarrollo histórico del país les ofrece la seguridad de un continuismo en las políticas de defensa de sus intereses. Con la izquierda política minorizada con el paso de las décadas a través de la violencia, la invisibilización, la resignación y la exclusión, el régimen de los chaebol en Corea del Sur parece lejos de estar amenazado. Por ahora, pues, en el país parece que seguirá siendo más probable imaginar distopías que dibujar horizontes de transformación.

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