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Contigo empezó todo
Los bares de Barcelona que vencieron al Ejército
Tras una dura noche en Barcelona, la mañana del 19 de julio de 1936 abre paso a la libertad a ritmo de ametralladora. Concretamente, el sonido del arma resuena desde la azotea del bar Chicago, en la avenida Paral·lel de la capital catalana. Tras varias horas de combate, un grupo de sindicalistas liderados por el carpintero Antonio Ortiz ha conseguido tomar la posición, con el objetivo de hostigar a las tres ametralladoras de las tropas golpistas situadas en la Brecha de San Pablo. El fuego de cobertura permite a los obreros a pie de calle lanzarse al ataque. A mediodía, se confirma la noticia: el pueblo en armas ha vencido por primera vez al Ejército sublevado. No será la última.
Los sindicatos no se van a dormir
En la tarde del 17 de julio, preguntado sobre el alzamiento militar en Melilla, el presidente del Gobierno republicano Santiago Casares Quiroga hace gala de su pésimo humor y peor incompetencia: “¿Se han levantado? Bueno. Yo me voy a dormir”.
En Barcelona, donde el movimiento obrero estaba dominado abrumadoramente por la Confederación Nacional del Trabajo, la victoria conseguida desde la azotea del bar Chicago se estaba fraguando
Mientras Casares Quiroga reposaba plácidamente, el Ejército seguía su agenda. Al día siguiente, el golpe de Estado avanzaba en buena parte de España. Sin embargo, el sindicalismo y sectores de la izquierda no se habían ido a dormir, ni mucho menos. En Barcelona, donde el movimiento obrero estaba dominado abrumadoramente por la Confederación Nacional del Trabajo, la victoria conseguida desde la azotea del bar Chicago se estaba fraguando. La organización llevaba tiempo preparándose para la batalla que todos, menos al parecer el presidente del Gobierno, preveían.
Contaban con 20.000 afiliados encuadrados en Comités de Defensa, un arsenal que esperaban que fuera suficiente y un plan: en cuanto las tropas saliesen a la calle, ellos responderían allí, donde estaban acostumbrados a combatir en innumerables choques callejeros con las fuerzas del orden. A las cuatro de la mañana, varios destacamentos militares dejaron sus cuarteles para apoderarse de puntos neurálgicos de Barcelona. Las sirenas de las fábricas textiles de Poble Nou empezaron a sonar. La alarma se extendió a los barcos del puerto y a los barrios. Desde los alrededores de Barcelona la gente empezó a moverse hacia el centro, con la intención de cercar a los sublevados. Las barricadas comenzaron a brotar, entorpeciendo el despliegue faccioso. Las autoridades republicanas no eran proclives a entregar armas a las organizaciones obreras, por lo que estas por lo general se tuvieron que apañar con las que ya tenían, más las que conseguían merced a las decisiones individuales de los escasos militares afines.
La Tranquilidad antes de la tormenta
Que la azotea de un bar fuera una de las claves para la victoria obrera de Barcelona no es casualidad. Los escuadrones se habían desplegado en la Brecha de San Pablo, enclave importante desde un punto de vista estratégico ya que, si lograban conquistarlo, conseguirían conectar dos áreas que dominaban y así imponerse en el centro de la ciudad. Sabían que no sería tan fácil. Una de las ametralladoras allí situadas se encontraba frente al bar La Tranquilidad.
La Tranquilidad no era un bar cualquiera y, desde luego, no hacía honor a su nombre. Como ha descrito el historiador Agustín Guillamón, junto al Chicago y el Rosales era uno de los principales lugares de reunión anarquista en el centro de la ciudad.
Con capacidad para 200 personas y presidido por un retrato del mártir librepensador Francisco Ferrer i Guardia, La Tranquilidad era un bar, pero también un centro de agitación, organización y resistencia que, en los años duros del pistolerismo en los que ser sindicalista no presagiaba una larga vida, llegó a celebrar rifas de pistolas entre su clientela. El propietario, Martí Sisteró, era simpatizante cenetista y, consciente de que no solo regía un local de consumo, permitía que la clientela de escasos recursos pasara horas en su interior con un vaso de agua del grifo en sus manos. La Tranquilidad era desde hacía tiempo un emplazamiento histórico de la guerrilla urbana. Allí fue donde, en 1923, los grupos de afinidad anarquista aprobaron su estrategia de la “gimnasia revolucionaria”, que 13 años después ofrecería grandes resultados nada más y nada menos que frente al Ejército español.
Los bares anarquistas, con su historia de susurros disidentes, sueños utópicos, alijos de armas e ideas clandestinas, habían derrotado al fascismo
Teniendo esto en cuenta, sorprende menos que las tropas que habían recorrido de madrugada la Avenida Paral·lel se toparan en la Brecha de San Pablo con una enorme barricada de adoquines. A pesar de los obuses lanzados y los muertos ocasionados, el Ejército dominaba el lugar pero no conseguía atravesar la barrera. Cuando llegaron los refuerzos, con la crème de la crème de los Comités de Defensa a la cabeza, la victoria popular se hizo realidad. Los bares anarquistas, con su historia de susurros disidentes, sueños utópicos, alijos de armas e ideas clandestinas, habían derrotado al fascismo.