Contigo empezó todo
L’Esquinazau: la resistencia en el Pirineo

Repasamos la segunda parte de la vida de Antonio Beltrán, un republicano maño que se vio envuelto en varios de los acontecimientos más importantes de la primera mitad del siglo XX.
23 dic 2022 06:00

El 16 de junio de 1938, la 43ª División del Ejército Popular de la República, liderada por Antonio Beltrán, L’Esquinazau, realiza un referéndum. Tras llegar a Francia a través del Puerto Viejo de Bielsa, los franceses han dado a elegir a los combatientes españoles. Si lo desean, pueden convertirse en refugiados en el país vecino. La otra opción es volver a España a seguir peleando.

La decisión puede parecer fácil desde una ideología y un sofá casi un siglo después, pero no era tan sencillo. Estos hombres llevaban dos años combatiendo en el frente, y habían pasado dos meses seguidos en la nieve, rodeados por tropas franquistas. Sin siquiera 24 horas para descansar, tienen al alcance de la mano abandonar una guerra que, a estas alturas, tiene bastante mala pinta. 7.300 soldados pueden decidir su destino. L’Esquinazau cruzará al día siguiente la frontera en Port Bou. 6.888 soldados, el 94% de la División, le acompaña.

Después de una juventud en la que luchó junto a Pancho Villa en México y Estados Unidos, en la I Guerra Mundial con las tropas estadounidenses y colaboró como civil con la sublevación de Fermín Galán en Jaca, Beltrán ha pasado unos años tranquilos en Canfranc. Considerado como un héroe de la República, trabaja en el ferrocarril y no se mete en líos. Los líos, no obstante, le buscan a él, en forma de golpe de Estado militar. En cuanto se conocen las noticias de la sublevación en África, L’Esquinazau, “El Relojero” y “El Sastre” se ponen manos a la obra. Son Beltrán junto a otros dos veteranos de la Sublevación de Jaca y de la Agrupación Socialista de la ciudad, Alfonso Rodríguez y Julián Borderas. No consiguen impedir la debacle. Jaca, como la mayoría de las ciudades aragonesas, es tomada con facilidad por el Ejército.

Inasequibles al desaliento, Beltrán y un nutrido grupo de compañeros cruzan por primera vez la frontera francesa, justo el tiempo necesario para regresar por Catalunya. Beltrán, de ideas republicanas pero sin especiales intereses partidistas, se une al Partido Socialista Unificado de Catalunya como método para disfrutar de mayores libertades de desplazamiento. El grupo de aragoneses llega rápidamente a Huesca, donde contribuyen a estabilizar el frente. Poco a poco se van fusionando con grupos de huidos de la zona franquista, unidades anarcosindicalistas, maestros de la UGT y de la nada surge el Batallón Alto Aragón, cuya denominación se irá modificando hasta convertirse en la 43ª División.

Antonio quiere pasar a la ofensiva en Huesca y Jaca, pero sus propuestas no son autorizadas. Quien sí pasa más tarde a la ofensiva es Franco, que en la primavera de 1938 hunde el frente republicano en Aragón. Parece que el único rescoldo que de este sobrevive es la 43ª División pero, para colmo de males, el jefe militar de la división lo ve todo perdido y huye a Francia. En esta situación, los responsables militares republicanos nombran un nuevo jefe. L’Esquinazau toma el mando con un único objetivo: evitar la aniquilación total. Es todo un reto. Cuenta con 7.000 soldados, cuatro cañones y cero respaldo. Enfrente tiene 14.000 soldados vinculados con la retaguardia, 30 cañones y apoyo aéreo. Contra todo pronóstico, la División consigue realizar una retirada ordenada hasta el Valle de Bielsa, donde resiste de abril a junio. Finalmente, tras ayudar a evacuar a 4.000 civiles, pasan a Francia, momento en el que se celebra el mencionado referéndum. Después de su retorno a la guerra, Antonio y sus compañeros continuarán el combate en la batalla del Ebro y el frente catalán, hasta que la derrota es palpable. A principios de febrero de 1938, Antonio Beltrán es otro soldado más, vencido y anónimo, en el campo de refugiados de Saint-Cyprien.

La catástrofe española no supone el fin de L’Esquinazau, que se niega a languidecer en Francia. Gracias a su carnet del PCE, se hace con un pasaporte que le permite trasladarse a Moscú. Allí recibirá formación militar. Tras la Revolución Mexicana, la I Guerra Mundial y la Guerra Civil, Antonio solicita permiso para combatir en la II Guerra Mundial al comenzar esta, pero se le deniega. En 1945 finaliza el conflicto bélico y Beltrán, seis años después, no ha olvidado sus cuentas pendientes. Llega a Toulouse y se hace cargo del aparato de pasos del sector central del maquis.

Si algo sabe hacer L’Esquinazau es moverse por el Pirineo. Organiza una red con viejos colaboradores, pero su independencia y personalidad no son bien vistas en la cúpula estalinista que, al contrario, fomenta la obediencia y el sectarismo, llegando en ocasiones a la liquidación física de guerrilleros no adeptos. Antonio Beltrán no tarda en escuchar a su alrededor rumores sobre “traición”, y el enfrentamiento con el partido acaba en su salida del mismo durante una reunión con altos responsables en octubre de 1947. En ella, el indomable maño se explaya y suelta andanadas poco habituales en esos eventos, según el acta: “Stalin se puede equivocar igual que yo”, “Habláis mucho de la URSS y poco de España”, “Gastamos más aquí [el partido] de lo que se dedica allá [la guerrilla]”.

L’Esquinazau sigue involucrado, ahora por libre, en la liberación de España. Sin embargo, las autoridades francesas le darán la puntilla en 1950, cuando le deportan a Córcega durante dos años. Al salir de la isla, no tardará en abandonar también Europa. Desde 1953 recorre América Latina, de Cuba a Argentina, y se asentará definitivamente en la ciudad mexicana de Puebla. Lo que parecía imposible, que L’Esquinazau se quedara quieto, ocurría en 1960. Su ataúd, en el Panteón Español de México, entraba en la tierra rodeado por la bandera tricolor.

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Hodei Alcantara
Hodei Alcantara
23/12/2022 14:43

Un auténtico héroe y aventurero. Muchas gracias a Él Salto por sacar a relucir estás figuras republicanas. Por otro lado, vergonzoso el papel de la Francia liberal, como trato a los republicanos. Y qué decir del estalinismo, la destrucción del poder popular comunista.

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