Contigo empezó todo
El ascenso social de Fermín Salvochea
65 años después, Fermín Salvochea completa su ascenso social. Si en 1842 nace entre algodones en una familia acomodada, con un padre mercader y una madre sobrina de un importante político, las circunstancias de su muerte son muy distintas. Según narra su compañero Pedro Vallina, Salvochea ha donado su cama a los pobres y se acuesta en una mesa. Al levantarse un día de otoño de 1907, la mesa se derrumba, causándole una grave lesión vertebral que le conducirá pronto a la muerte. Tanto su nacimiento como su fallecimiento se producen en Cádiz, ciudad que será testigo principal de su vida.
Su vida política, no obstante, no empieza en “la tacita de plata”, sino en Londres y Liverpool. Salvochea pasa allí varios años estudiando. Lo que descubre le vuela la cabeza. Se trata de Thomas Paine, difusor de los principios de la Revolución Francesa, de Robert Owen, uno de los iniciadores del comunismo, y de Charles Bradlaugh, que le hace ateo. “Mi patria es el mundo, todos los hombres son mis hermanos y mi religión consiste en hacer el bien”. Son palabras de Paine que, dirá el propio Salvochea, “se han grabado en mi mente para siempre”. Vuelve con 21 años a Cádiz y, armado con valores como el republicanismo, el igualitarismo y el internacionalismo, decide que no quiere ser un burgués más, sino hacer algo más importante: cambiar el mundo. Su primer intento serio de conseguirlo se produce con 'La Gloriosa', la Revolución de 1868. El joven con gafas, barba y voz baja dirige a las milicias de voluntarios de la ciudad andaluza, lo que le supone sus primeros meses de cárcel y que aumente su fama entre las filas republicanas, en cuyo sector federal y más obrerista milita. Pronto llegará su primer exilio, que le lleva desde Gibraltar a Tánger dando un rodeo por París y Ginebra.
Regresa a Cádiz en 1870. Aunque se mantiene dentro del Partido Federal, ya forma parte también de la Internacional obrera. En 1873 llega la República y las primeras elecciones municipales le convierten en alcalde de Cádiz, puesto desde el que toma medidas fundamentalmente secularizantes. No dura demasiado en el cargo, ya que en julio se proclama (y a continuación es derrotado) el Cantón. El alcalde Salvochea pasa a ser el preso Salvochea, condenado a 20 años de cárcel y enviado a las colonias africanas. En enero de 1882 rechaza la oferta de indulto por razones morales, lo que no significa que tenga intención de seguir encerrado. En mayo logra fugarse del Peñón de Vélez de la Gomera. Tras múltiples peripecias, en diciembre de 1885 consigue establecerse de nuevo en Cádiz. Sus ideas se han ido aclarando y se muestran en el periódico que funda, El socialismo. Rechaza la nueva oferta de los federales para encabezar una candidatura electoral porque “no se puede esperar nada de la política” y el camino es “la transformación de la propiedad privada en colectiva para impedir así la explotación de clase y la lucha de todos contra todos”.
Salvochea se convierte en el referente indiscutible de las sociedades obreras locales y precisamente por eso vuelve a situarse en el ojo del huracán, con diversos procesos judiciales contra su persona a principios de la década de los años 90 que, en un ambiente muy difícil para el movimiento obrero, le llevan otros nueve años a la cárcel. Allí sigue plantando cara a la autoridad. Por ejemplo, el director del penal de Valladolid le exige que asista a misa: “Usted irá a la iglesia o de lo contrario se le encerrará en una celda subterránea”. “Prefiero la celda”, responde el gaditano. Tras su liberación y una estancia en Madrid, a principios del siglo XX vuelve a una humilde casa, con vistas al océano Atlántico, en su querida ciudad y, debilitado por tanto sufrimiento, sigue colaborando con obreros y librepensadores. De rico y alcalde a preso y pobre, Fermín Salvochea completa lo que para él sin duda fue un ascenso social pues, como dejó escrito: “Mirad con el microscopio de la sociología las joyas con que se engalanan las burguesas, y veréis que en sus piedras preciosas se encuentran los glóbulos rojos que faltan en la sangre de los proletarios”.
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