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El Patrimonio histórico y cultural español lleva décadas en constante peligro: transformaciones urbanas, especulación inmobiliaria, urbanismo salvaje, unidos a los incontrolables desastres naturales o accidentes han supuesto pérdidas irreparables por todo el país. Todo ello con el beneplácito de las administraciones públicas pese a que, según el artículo 46 de la Constitución Española, sobre ellas recae garantizar su conservación y promoción.
Madrid es una ciudad que, históricamente, se ha preocupado muy poco por la protección de su patrimonio y la situación actual, lejos de mejorar, está en un momento crítico. Escudándose en la crisis económica en la que nos estamos viendo inmersos por la covid-19, administraciones como la Comunidad de Madrid están planteando reformas en la ley del suelo, que facilitarían la actividad urbanística, eliminando trámites administrativos y sustituyéndolos por una “declaración responsable” de las empresas constructoras que pondrá en peligro, aún más si cabe, la protección del patrimonio.
Todo Madrid para usted, lema con el que se anunciaba el concurso de Jabones Florit en la película Esa pareja feliz (Juan Antonio Bardem y Luis García Berlanga, 1951), es una ruta (im)posible para recuperar una pequeña parte de un Madrid ya inexistente, a través de películas rodadas en la capital.
La primera parada nos lleva al centro de la ciudad. Allí, en plena Gran Vía en su confluencia con la calle Montera, zona conocida como Red de San Luis, se ubicaba el templete de acceso al metro, que albergaba los ascensores y las escaleras que salvaban los 20 metros de profundidad que separaban la calle de los andenes. De su diseño se encargó Antonio Palacios, uno de los arquitectos más representativos de Madrid en el primer cuarto del siglo XX.
Realizado con grandes sillares de granito, dovelas muy marcadas, entrada en arco de medio punto y remate escultórico con la palabra Metro grabada, estaba rodeado por una marquesina, de influencia art decó, realizada en hierro forjado y cristal. Inaugurado en 1919, fue desmantelado a principios de los años 70 con la remodelación del suburbano. En la actualidad se está levantando una réplica a menor escala del original, mientras que el templete de Palacios se encuentra en un parque de O Porriño (Pontevedra) lugar de nacimiento del arquitecto. Gracias al cine podemos contemplar el templete original, en pleno apogeo, con las idas y venidas de los miles de pasajeros que lo usaban a diario, en películas como Historias de la radio (José Luis Sáenz de Heredia, 1955), El mundo sigue (Fernando Fernán Gómez, 1963) o La ciudad no es para mí (Pedro Lazaga, 1966).
Seguimos ruta de la mano de Antonio Palacios, a pocos metros del templete y continuando por Gran Vía, llegaríamos a la plaza del Callao, donde se ubicaba el Hotel Florida. Inaugurado en 1924, este edificio de Palacios tenía cierta influencia de la Escuela de Chicago, una fachada dividida en tres secciones diferenciadas, grandes ventanales, con un mirador central y un remate en forma de torreón, coronado por un neón con el nombre del hotel. Si su valor arquitectónico era evidente, más aún era su valor histórico, ya que el Florida se convirtió durante la Guerra Civil en el hotel de los corresponsales, albergando a los representantes de periódicos como The Daily Telegraph, The New York Times, Pravda o Daily Express y nombres tan destacados como Martha Gellhorn, Antoine de Saint-Exupéry, André Malraux, Robert Capa, John Dos Passos, Ernest Hemingway, Errol Flynn o Charles Chaplin se alojaron allí.
Con semejante historial, hoy en día sería uno de los lugares más emblemáticos de la ciudad, sin embargo en los años 60, una cuestionable operación inmobiliaria favorecida por Carmen Polo acabó con el derribo del hotel, siendo sustituido por un nuevo edificio de Galerías Preciados.
Precisamente, dos películas, que en parte están hechas para promocionar estos grandes almacenes, nos sirven para ubicar, claramente, el hotel en la gran pantalla: El día de los enamorados (Fernando Palacios, 1959) y Las muchachas de azul (Pedro Lazaga, 1957) en este segundo título también podemos ver el hotel de noche, con su neón encendido.
La plaza del Callao es una localización recurrente y varias películas más nos permiten situar el Hotel Florida, por ejemplo El último caballo (Edgar Neville, 1950), El Pisito (Marco Ferreri, 1959) y desde las alturas, en una toma aérea, lo podemos ver durante el vuelo sobre Madrid que hacen en El misterio de la Puerta del Sol (Francisco Elías Riquelme, 1929).
Un edificio no es solo la construcción en sí, sino también sus usos y muchas veces estos acaban teniendo una identidad propia, un estatus, que aporta arraigo emocional al ciudadano, pasando a formar parte de la imagen que tenemos de los lugares en los que vivimos. Aprovechando que estamos en la plaza del Callao, epicentro de la vida cultural en la capital, incorporamos a la ruta un recuerdo a las salas de cine desaparecidas, que en Madrid dieron forma a la idea que tenemos de calles como la Gran Vía.
En 1987, desde la azotea de los Cines Callao, José María Pou decía “Dentro de poco todos estos cines, grandes almacenes” esto ocurría en una de las secuencias de Madrid, película dirigida por Basilio Martín Patino. El tiempo ha acabado por darle la razón y la mayoría de salas han ido cerrando. Si hay alguien que ha rendido homenaje a los cines en sus películas, ese es José Luis Garci y en El Crack, Solos en la madrugada o Asignatura pendiente podemos ver el Imperial, el Rex, el Azul o el Rialto, todos ellos ya desaparecidos.
Otros cines que han corrido la misma suerte pero que aún podemos revisitar en películas son el Roxy en Nadie lo sabrá (Ramón Torrado, 1953), el Gran Vía en Arrebato (Iván Zulueta, 1980) el Covadonga en Atraco a las tres (José María Forqué, 1962), el Lope de Vega y el Avenida en Deadfall (Bryan Forbes, 1968) o el Luchana en Juegos de sociedad (José Luis Merino, 1974).
Este mismo 2020 hemos sufrido uno de los casos más desoladores en lo que a pérdida de cines se refiere, con el derribo, en el año de su centenario, del Real Cinema situado en la Plaza de Isabel II, para ser sustituido por uno de esos no lugares, acuñados por Marc Augé, que cada vez invaden más las ciudades, en este caso en forma de anodino hotel. A una sesión del Real Cinema aún podemos acudir acompañando a Antonio Resines y Assumpta Serna en el arranque de Vecinos (Alberto Bermejo, 1981).
Retomamos el recorrido con otro de los arquitectos más representativos que han dado forma al Madrid contemporáneo, Miguel Fisac. De entre todos sus edificios, y pese a que solo estuvo en pie unos 30 años, el conocido como La Pagoda, sería, sin duda, el más icónico de su carrera. Sede de los laboratorios farmacéuticos Jorba, se levantó entre 1965 y 1967 en la calle Josefa Valcárcel (cerca de la Avenida de América). Siete plantas giradas cada una 45° respecto a la que le precedía, uniendo los ángulos con unas elegantes superficies curvadas de hormigón, consiguieron darle su peculiar aspecto. En 1999, nuevamente la especulación urbanística y la falta de compromiso por parte de las administraciones con la salvaguarda del patrimonio, acabaron con el derribo del edificio. Gracias al cineasta Francisco Regueiro, que en 1969 rodó Me enveneno de azules, podemos rememorar, al ritmo de la Sinfonía número 7 de Beethoven, las bellas formas de La Pagoda cuando Miguel, papel interpretado por Junior, va a ver a su padre que trabaja en los laboratorios. Junto con él recorremos también el interior del edificio y la terraza de la última planta, con sus espectaculares vistas que permitían divisar, por ejemplo, las Torres Blancas, de Saénz de Oiza.
Si desde allí pidiéramos un taxi en dirección Colón para continuar la ruta y tuviéramos la suerte de que nos recogiera el Pepe Isbert de Los ángeles al volante (Ignacio F. Iquino, 1957) llegaríamos a una plaza muy distinta a como la conocemos ahora. Allí se ubicaban, a mediados del siglo XX, la casa palacio de Luis de Silva y Fernández de Córdoba, el palacio del Duque de Uceda y la antigua Casa de la Moneda. En 1964, el arquitecto Antonio Lamela presentó un proyecto al Ayuntamiento de la ciudad para la ordenación de la plaza, que acabó derivando en toda la remodelación de la zona. El primero de los edificios citados fue construido en 1881, contaba con cinco plantas, dividido en dos bloques gemelos, fachada semicircular que se adaptaba a la curva de la plaza y una alternancia de vanos de arco de medio punto y cuadrangulares. Derribado en 1967, en su lugar se levantaron las Torres de Colón, obras del propio Lamela, edificio pionero de arquitectura suspendida. Rehabilitado en los años 90 para adecuarse a la nueva normativa de seguridad, se ideó un remate, de influencia art decó, en forma de enchufe para poder instalar una escalera de incendios. Actualmente está envuelto en una nueva polémica con el plan de reforma en el que está sumido, que afectará a la estructura suspendida de las torres, con la incorporación de cuatro plantas que ocuparán el lugar del enchufe. Cuando esta obra esté finalizada, tendremos que recurrir, por ejemplo, a Arenal (Rafa Alberola, 2019) para recordar cómo era.
Este plan de modificación de la plaza de Colón iniciado en los años 60 incluyó la creación de un espacio conmemorativo dedicado al descubrimiento de América, que se ejecutó a manera de plaza ajardinada, ocupando el lugar en el que se encontraba La casa de la Moneda, levantada a mediados del siglo XIX. Ambos edificios se pueden ver en la película de Iquino. Del palacio de los Duques de Uceda no queda nada, ni siquiera se encuentra su rastro en el cine, lo más cerca fue en La quiniela (Ana Mariscal, 1960) cuando otro taxi, en el que va el protagonista de la película camino del Santiago Bernabéu, pasa justo por delante pero el contraluz del plano impide distinguirlo.
En el lugar del palacio de los Duques de Uceda se levantó la sede de Barclays, un imponente edificio de arquitectura brutalista, diseñado en hormigón por Antonio Perpiñá y Luis Iglesias que también hemos perdido, recientemente, sin darle el valor que merecía, en favor de un cubo de cristal diseñado por Norman Foster. En uno de los planos de Sal gorda (Fernando Trueba, 1984) aún podremos ver el edificio Barclays.
No muy lejos de Colón, en la noche del 12 de febrero de 2005, se producía un dramático incendio en la planta 21 de la Torre Windsor, que en pocas horas acabaría con el edificio. La torre se comenzó a construir en 1975 por el estudio de arquitectura Del Río-Ferrero, Alas y Casariego. Con más de 100 metros de altura, era uno de los rascacielos estrella de la zona financiera de la ciudad. Varias películas de los años 80 incluyen planos generales desde los alrededores de AZCA, en los cuales se puede ver, nítidamente, cómo era la torre con su exterior de hierro y vidrio: Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (Pedro Almodóvar, 1980), Maravillas (Manuel Gutiérrez Aragón, 1981) o Sesión Continua (José Luis Garci, 1984).
Como vemos, el siglo XXI tampoco está siendo una buena época para algunas de las más icónicas construcciones de la ciudad, y al Windsor, la sede Barclays y el Real Cinema habría que sumarles el Estadio Vicente Calderón, la cárcel de Carabanchel o el Pasaje de Fuencarral. El primero, inaugurado en 1966 a orillas del Manzanares ha sido la casa del Atlético de Madrid durante más de 50 años. Es en una película italiana, ...Altrimenti ci arrabbiamo (Marcello Fondato, 1974) una comedia de acción protagonizada por los entrañables Bud Spencer y Terence Hill, cuya trama se sitúa en torno a una feria instalada junto al estadio, donde más se aprecia. Otras películas como Princesas (Fernando León de Aranoa, 2005) o Las Ibéricas F.C. (Pedro Masó, 1971) nos sirven para ver el interior del campo, las gradas y el ambiente que se vivía durante los partidos.
La cárcel de Carabanchel, tras estar funcionando durante 54 años (1944-1998), la dejadez por parte de las instituciones durante los años siguientes, llevaron a su derribo definitivo en 2008 pese a la oposición de diversas asociaciones vecinales y organizaciones de defensa de la memoria histórica y la lucha antifranquista, que reclamaban la creación de un Centro para la Paz y la Memoria en el edificio. La cárcel siempre formará parte destacada en películas como El Pico 2 (Eloy de la Iglesia, 1984) o Manolito Gafotas (Miguel Albadalejo, 1999).
Por su parte, el Pasaje de Fuencarral comunicaba esta calle a la altura del número 77 con el 10 de la Corredera Alta de San Pablo, construido en los años 50, funcionaba como galería comercial, con una planta sinuosa y una plaza central, cubierta por una bóveda con claraboyas que permitía la entrada de luz natural, decoración con relieves de estilo neoclásico y farolas de hierro forjado, llegó a contar incluso con un auditorio. Recientemente, un fondo de inversión compró todo el edificio en el que se encontraba el pasaje y ahora se encuentra tapiado y no sabemos si perdido tras esos muros. Para recordarlo podemos ver a Natalia de Molina, en una de las secuencias de Vivir es fácil con los ojos cerrados (David Trueba, 2013) cruzar por él.
Continuamos ruta para acercarnos ahora al Neomudéjar, uno de los estilos arquitectónicos que a partir de finales del siglo XIX más calaron en las construcciones que comenzaron a levantarse en la ciudad. Entre los edificios más destacados, que no han llegado a nuestros días, se encontraría la fábrica de Perfumes Gal. Construida entre 1913 y 1915 en la zona de Moncloa, bajo la dirección del arquitecto Amós Salvador Carreras, obra por la que recibiría el premio a la mejor construcción proyectada en la ciudad. Con unas dimensiones extraordinarias, estaba levantada sobre una extensión de 4.700 metros cuadrados, su aspecto exterior era semejante a un castillo de influencia medieval, realizado en ladrillo y con detalles modernistas. En los años 60, la producción de la fábrica se trasladó a Alcalá de Henares y el edificio es derribado, siendo sustituido por el actual edificio Galaxia, quedando solo en pie, a día de hoy, una vivienda anexa (C/ Isaac Peral, 6) que se construyó durante una ampliación en 1919, actualmente convertida en residencia universitaria. De la existencia de esta suntuosa fábrica de Perfumes Gal queda constancia en la secuencia final de Los tramposos (Pedro Lazaga, 1959) cuando las dos parejas protagonistas, por un lado Tony Leblanc y Concha Velasco y por otro Antonio Ozores y Laura Valenzuela, salen de viaje tomando la actual avenida de la Memoria, conduciendo sus pequeños descapotables y dejando, tras ellos, la estampa del edificio.
A pocos metros de la Fábrica Gal situamos el Parque del Oeste, uno de los más antiguos de la ciudad, fue inaugurado en dos fases durante 1905 y 1906. Entre sus enclaves más destacados se encontraba el Kiosco mirador que coronaba uno de los altos del parque, de planta hexagonal y decoración de influencia árabe, en alzado estaba rematado por una cupulín con vanos de arco de medio punto, a sus pies arrancaba una cascada que recorría la ladera. Su imagen era tan popular en aquellos años, que se convirtió en una de las más representadas en las postales de la época.
Durante la Guerra Civil, la zona de Ciudad Universitaria se convirtió en primera línea de batalla y el Parque del Oeste, situado junto a ella, sufrió intensos bombardeos que entre otras cosas destruyeron el Kiosco. A principios de 1936, poco antes del arranque de la guerra, José Ernesto Díaz-Noriega dirigía una película bajo el premonitorio título de El viejo parque del Oeste que nos permite recordar cómo eran el Kiosco y la cascada.
Terminamos esta ruta saliendo de Madrid por la A6, pasando por la Puerta de Hierro, levantada en el siglo XVIII en estilo barroco, actualmente aislada en una glorieta y rodeada por carreteras, solo puede verse en la distancia, pero hubo un tiempo, antes de que fuera desplazada de su ubicación original, en la que se podía cruzar a pie bajo ella, como vemos en La ciudad perdida (Margarita Alexandre y Rafael María Torrecilla, 1955).
A pocos metros de allí se encontraba uno de los mejores ejemplos de gasolineras racionalistas, construida en 1933, gracias a su disposición en tres secciones podía dar servicio a las dos carreteras entre las que se encontraba, la de A Coruña y la de El Pardo. Estaba presidida por una gran torre central, con reloj y las estaciones de surtidores se repartían de forma simétrica, bajo marquesinas de grandes tejados volados, que protegían a los vehículos. La completa remodelación vial que se hizo en la zona, en 1989, llevó consigo su derribo. Sin embargo, aún podemos recuperarla en una secuencia de la ya citada Las muchachas de azul, de Pedro Lazaga, uno de los cineastas que más protagonismo le ha dado a la ciudad de Madrid en sus historias y gracias al cual hemos recuperado algunos de estos lugares perdidos.
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Está muy bien el artículo. Una ciudad, aunque no nos damos cuenta, está en continua transformación. Aparecen unos edificios y otros desaparecen por distintos motivos. Por añadir algunos ejemplos. El Mercado de Olavide en la Plaza de Olavide, una obra racionalista de 1934, fue derribado en los años 70, en pleno tardofranquismo. Hay un cortometraje sobre aquel derribo de Antonio Artero (https://es.wikipedia.org/wiki/Antonio_Artero), encargado por el COAM. El mercado fue obra de Francisco Javier Ferrero Llusiá. Del mismo arquitecto, es el Mercado de Frutas y Verduras de Legazpi, un paralepípedo de hormigón y hierro, que está en proceso de transformación y quedará desfigurado después de las obras. La reforma fue encargada por el Ayuntamiento de Madrid pese a las quejas de DOCOMOMO (Centro de Documentación del Movimiento Moderno) que hizo pública una carta pidiendo su conservación. Este espacio podrá seguir viéndose en "Los golfos", la ópera prima de Carlos Saura.