Cine
Se cumplen 40 años de una comedia facha sobre Franco resucitado

Y al tercer año... resucitó es una sátira política de la España de la Transición vista desde la extrema derecha apologética de la dictadura. Sus burlas al Estado autonómico, su antisindicalismo y su identificación de la politización con un caos libertino remiten a discursos todavía muy presentes.

Y al tercer año resucito - 1

El audiovisual español de la transición a la democracia parlamentaria no solo trató de las exploraciones más o menos casposas de una mayor libertad sexual, o de las aventuras y desventuras de los antihéroes del controvertido cine quinqui. También abundaron las comedias que comentaban la actualidad política, muchas veces nacidas de un oportunismo evidente. Los autonómicos o Que vienen los socialistas parecían propuestas construidas alrededor de un título y de una circunstancia (la constitución del Estado de las autonomías, o la probable —y finalmente arrolladora— victoria del PSOE en las elecciones de 1982).

En este contexto llegó el estrenó de Y al tercer año... resucitó. El veterano realizador Rafael Gil (La guerra de Dios) llevó a la gran pantalla un libro del polifacético Fernando Vizcaíno Casas, mediante un guión del mismo autor. Fue la tercera colaboración entre dos autores próximos a la dictaura. Vizcaíno Casas, que dejaría clara su posición abiertamente apologética del nacional-catolicismo en el libro Viva Franco (con perdón), había concebido una sátira que reducía al absurdo la democracia parlamentaria y los activismos políticos de la época.

La película se apoyaba en una premisa ambigua: un chiste periodístico sobre la reevaluación de la moneda francesa (“el franco ha resucitado precisamente el 20 de noviembre”) generaba un rumor sobre la resurrección del dictador. Algunos malentendidos y casualidades refuerzan esa leyenda urbana: cuando un grupo de soldados tienen que entrar en una pequeña localidad porque la carretera esta cortada, los lugareños suponen que está teniendo lugar un golpe de estado. En paralelo, los mismos autores del filme juguetean con lo sobrenatural al mostrarnos a un doble de Franco paseando silenciosa y melancólicamente por un país caótico y desnortado.

Si Fellini representó la segunda ola feminista como una especie de amenaza distópica, Gil y Vizcaíno Casas hacen algo parecido con la misma democracia parlamentaria

Y al tercer año... resucitó era un retablo coral de humor más bien facilón. Una especie de trávelin cinematográfico que retrataba de pasada a una gran cantidad de ambientes y personajes-arquetipos. Su recorrido incluía escenas con trasuntos de los principales políticos en activo (Santiago Carrillo y Felipe González preparan rápidamente la huida, mientras que Adolfo Suárez saca del armario su uniforme falangista), escenas de la capital y también comedia de costumbres de una pequeña localidad. Esta naturaleza dinámica proporciona una cierta variedad al filme, dentro de sus limitaciones y su evidente tendencia a la apología del fascismo.

La democracia parlamentaria como distopía

Y al tercer año... resucitó adelantaba por la (ultra)derecha y sin frenos a Vota a Gundisalvo o Que vienen los socialistas, filmes que trasponían los discursos antipolíticos del nacional-catolicismo (manifestado en el rumoreado lema de “no se meta en política”) al nuevo contexto parlamentario. Los realizadores Pedro Lazaga y Mariano Ozores coincidían en mostrar un panorama poco halagüeño de oportunistas y caciques adeptos al antiguo régimen que se reconvertían a la democracia para conservar sus influencias y los réditos correspondientes.

Ambas obras asumían y transformaban algunas inercias del franquismo sociológico, y de alguna manera empujaban a la inacción y el desencanto al desacreditar casi cualquier opción política, pero no estaban articuladas explícitamente en clave prodictatorial aunque pudiese hacerse esa lectura llevándolas al extremo. Ozores incluso parecía abrir una sorprendente puerta final a la esperanza en una cierta regeneración socialista, quién sabe si en un intento de adaptarse al nuevo entorno (se estrenó cuatro semanas antes de la amplia victoria electoral socialista de 1982) o quizá por entenderlo como el único final feliz posible para su farsa.

La obra de Gil y Vizcaíno Casas, en cambio, traslucía un considerable alineamiento con el autoritarismo. Los autores reducían la España de la Transición al absurdo, convirtiéndola en un bullicio pesadillesco: un presunto exceso de politización generaba una conflictividad constante e insoportable, opuesta a aquella “placidez del franquismo” aparentemente añorada, incluso décadas después, por algunos representantes del Partido Popular. La realidad de la primera transición, anterior a la desactivación ideológica y el desencanto, se convertía en una paralizante sucesión de huelgas y manifestaciones. En una escena, unos sindicalistas parecen incapaces de conseguir un espacio para su movilización ante el calendario tupidísimo de protestas.

Se advertía sobre el libertinaje ‘moral’ en que derivan los supuestos excesos de libertad: los jóvenes se desplomaban por las calles al abusar de la marihuana y demandaban el derecho a voto desde los 16 años protestando mediante coitos en público

Por supuesto, se advertía sobre el libertinaje ‘moral’ en que derivan los supuestos excesos de libertad: los jóvenes se desplomaban por las calles al abusar de la marihuana y demandaban el derecho a voto desde los 16 años protestando mediante coitos en público. Las imágenes de hombres barbudos besándose en una feria, o de personas travestidas que van a lavabos “para gais”, se convertían en gags y a la vez en advertencias más bien homófobas emitidas desde la supuesta normalidad heterosexual.

El resultado se asemejó a una versión de bajo coste, sin refinamientos estéticos, de la contemporánea La ciudad de las mujeres. Si Federico Fellini representó la segunda ola feminista como una especie de amenaza distópica, Gil y Vizcaíno Casas hacen algo parecido con la misma democracia parlamentaria.

Cuando las bromas las hacen los vencedores

Las connotaciones antipolíticas de muchas comedias de la Transición, a menudo con evidentes interferencias del cine del destape, podían considerarse en sintonía con el proceso histórico en marcha. Los realizadores parecían hacer su propia transición mediante los discursos subyacientes en sus divertimentos cinematográficos: de la inercia dictatorial a la Europa en la que desplegaba la hegemonía de otro movimiento con tendencias antipolíticas como el neoliberalismo. Le aportaban, como otras comedias mediterráneas, una cierta atracción por motivos reminiscentes de la picaresca. Y ese androcentrismo desatado, o machismo sin más, de un humor basado en cómicos rodeados de mujeres desnudas.

Con una carga ideológica mucho más consciente, y más evidentemente cercana al franquismo, Y al tercer año... resucitó incluye discursos específicos en los que la derecha española está volviendo a profundizar

Con una carga ideológica mucho más consciente, y más evidentemente cercana al franquismo, Y al tercer año... resucitó incluye discursos específicos en los que la derecha española está volviendo a profundizar. Aunque un rótulo inicial de advertencia se muestra comprensivo con las reivindicaciones de las nacionalidades históricas, la ridiculización del autonomismo es evidente. En el filme se muestra a una España convertida en una Organización de Estados Ibéricos, con los representantes peleándose. No falta la alusión a la ruptura de la Liga española de fútbol y la competición en la que jugaría el Fútbol Club Barcelona, como en los debates cuñados sobre el actual soberanismo catalán.

Gil y Vizcaíno Casas insistirían en la burla sobre la organización territorial en Las autonosuyas, una farsa todavía más rudimentaria en su humor y con una narrativa puesta al servicio del actor Alfredo Landa. Como Los autonómicos, llevaba al absurdo la descentralización, mostrando a pequeñas localidades o grupos de localidades reivindicando su autonomía por motivos espurios.  Había una coherencia en el descrédito general de la actividad política, en las instituciones o en la calle. La representación parlamentaria se asocia con el asamblearismo entendido como una manera de funcionar desordenada, impracticable: en la España postfranquista, los penaltis de los partidos de fútbol se avalarían por sufragio universal de los asistentes. También se habla de la legalización de un estatuto de “las trabajadoras del amor” (ante las protestas de parte del feminismo), representándola como otro exceso izquierdista.

Entre bromas y veras, un cartel con la efigie de Franco resume una lectura posible de la película. Lo hace en una frase que también sirvió de lema de su distribución cinematográfica: “No se os puede dejar solos”. El mismo gag en que aparece la frase es ideológicamente confuso: alguien arranca la cara del dictador y detrás aparece la efigie de Suárez, en una ocurrencia que hubiesen firmado muchos críticos de las insuficiencias democráticas (y no de presuntos desafueros progresistas) de la Transición.

Gil y Vizcaíno Casas se alineaban con una derecha nacional-católica más bien amnésica (o insensible) a los horrores del pasado, que optaba por asumir un cambio de ciclo y adaptarse a la nueva etapa

Un personaje secundario interpretado por Juan Luis Galiardo parece emitir el mensaje deseado por los autores: el caudillo lo hizo bien, pero no hay que aferrarse al pasado y hay que mirar hacia adelante. Gil y Vizcaíno Casas se alineaban con una derecha nacional-católica más bien amnésica (o insensible) a los horrores del pasado, que optaba por asumir un cambio de ciclo y adaptarse a la nueva etapa.

Fuese como fuese, el sesgo de los autores era evidente, incluso cuando estos intentaban ser equidistantes. En Las autonosuyas, Gil y Vizcaíno Casas otorgaban el mismo tratamiento a verdugos y víctimas: simultanearon la ridiculización del golpista nostálgico y del izquierdista temeroso del retorno dictatorial. Este último aspecto recordaba implícitamente la naturaleza dictatorial del nacional-catolicismo.

En Y al tercer año... resucitó, cuando los políticos socialistas o comunistas preparan el camino del exilio o cuando muchos ciudadanos temerosos de la llegada casual de unos militares hacen el saludo fascista, emerge el miedo del disidente a represalias muy reales y potencialmente letales. Desde la óptica poco piadosa de quien había estado alineado con el totalitarismo y no había tenido razones para temer una persecución violenta por motivos ideológicos, en cambio, se caracterizaba como mera cobardía e hipocresía. Y es que las bromas de los vencedores pueden llegar a resultar muy crueles.

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