‘13 días, 13 noches’: lamentar la “guerra contra el terror” cuando ya está todo perdido

Llega a los cines españoles una ambiciosa producción francesa donde se trata la huida occidental de Afganistán desde un cierto abatimiento.
13 días, 13 noches

Hace casi un cuarto de siglo que George W. Bush declaró el inicio de una inconcreta batalla contra un concepto, contra una sensación: la guerra contra el terror. A pesar del tiempo transcurrido, las fisuras que provocó en el frágil tejido de eso que llamamos legalidad internacional, ya largamente socavado por excepcionalidades persistentes como el desacato israelí a las resoluciones de Naciones Unidas, continúan completamente vigentes.

El cine comercialísimo no ha hablado demasiado de ello, sino que más bien ha normalizado el gesto unilateral a través del relato de situaciones a contrarreloj que requerirían de respuestas inmediatas o de apelaciones a males necesarios para evitar males todavía mayores, como si continuase vigente la geopolítica pop, o pulp, del Hollywood reaganista. Como se decía en Cartas de Iwo Jima, de Clint Eastwood, en un lema vacío que puede legitimar cualquier decisión: “Tienes que hacer lo que tienes que hacer”.

Si hablamos de cine mainstream, esa guerra contra el terror nos la explicaron principalmente desde los Estados Unidos. A menudo se hizo en clave autocentrada y autocompasiva: películas como En el valle de Elah o El francotirador, cada una a su manera, se enfocaban en los efectos humanos de la guerra en los soldados estadounidenses y sus familias. La primera de ellas, escrita y dirigida por Paul Haggis (Crash), podía entenderse como una obra contraria a la guerra de Iraq, pero no estaba movida precisamente por el deseo de proteger a los civiles, sino las vidas y el bienestar de los militares invasores y de sus familias. El francotirador, dirigida por Clint Eastwood, era una especie de película dual que alternaba las escenas dramáticas de desencaje social y problemas psiquiátricos de un soldado en sus periodos domésticos con las estampas bélicas reminiscentes del wéstern colonial (¿acaso hay de otro tipo?). En las escenas de acción militar, la obra de Eastwood hacía aflorar la lógica colonialista, y jerarquizadora del valor de las vidas, implícita en la guerra contra el terror.

Incluso películas tan espectacularizadoras (y permeadas por la agenda de la derecha ultra) como 13 horas, de Michael Bay (Transformers), incluían alguna fugaz (en este caso, muy fugaz) nota humanizadora de la población local. El francotirador, en cambio, tenía algo de cine preglobalización que presentaba sin complejos (o con desfachatez) a la ciudadanía iraquí como una masa asalvajada y vociferante. Suponía una especie de versión de lujo, con mucha más logística y competencia profesional, del esquematismo conceptual de thrillers de acción low cost como American soldiers.

La Europa civilizada se marcha con estilo (humanitario)

13 días, 13 noches supone una mirada desde Francia a la atropellada retirada occidental de Kabul a medida que los talibanes recuperan el control de la ciudad. El filme se basa en un libro escrito por Mohamed Bida, uno de los responsables de la seguridad de la embajada francesa en Afganistán. Trata del destino del personal remanente en esas instalaciones y de varios centenares de civiles locales que buscaron refugio en ellas.

En buena medida, el realizador Martin Bourboulon (Los tres mosqueteros: D'Artagnan) y su equipo reproducen las formas estandarizadas del audiovisual corporativo, sin aportar apenas elementos particulares. Sí optan, en cambio, por el juego de equilibrios para no convertir este relato basado en hechos reales en un espectáculo sensacionalista de acción sin fin. Aunque esto pueda suponer una especie de esperanza incumplida para las audiencias que puedan desear un thriller de acción completamente espectacularizador.

El relato es tenso y asume el punto de vista de su personaje principal (incluida la consabida mirada de sospecha, que se disipa progresivamente, hacia la profesión periodística). Más allá de sus concesiones a la lógica del cine comercial, resulta un ejercicio de divulgación y de memoria apreciable. Eso sí: siempre que se acepte la lógica miope del cine de género, cuya falta de visión panorámica y complejizadora parece más justificada por la misma naturaleza de una narración que se centra en un personaje principal que, además, está recluido en unos pocos espacios de Kabul.

El resultado no tiene demasiados elementos distintivos en el ámbito audiovisual, pero sí que proyecta alguna peculiaridad cultural que no lo es tanto, porque tiene evidentes puntos de contacto con el excepcionalismo estadounidense o con cualquier chovinismo. Se establece una especie de distinción entre los más civilizados agentes y soldados franceses en relación a los endurecidos militares estadounidenses. En el retrato subyace una autocomplacencia francesa que no se sostiene demasiado si, mientras miramos lo que nos enseñan Bourbolon y compañía, pensamos en lo que ha sucedido y sucede en el mundo.

Este aparente sentimiento de elevación europea se enrarece todavía más debido a los mensajes complementarios, quizá contradictorios de una manera interesante, que lanzan los autores. La aparente tendencia estadounidense a la brutalidad esta matizada por la conducta más sensible de una soldado... que muere por ser demasiado prudente a la hora de disparar. Así que esta obra donde se escenifica una supuesta civilidad superior plantea a la vez que quizá hay que ser más despiadados para salvar vidas de una manera más efectiva.

El cine del final de todo esto

Más allá de su eurocomplacencia, 13 días, 13 noches no se sale demasiado del terreno de juego del audiovisual comercial que trata de la war on terror. Al fin y al cabo, desde el principio se han filmado retratos con componentes de crítica incluso desde ese mismo Hollywood fundamentalmente autocompasivo o su periferia. Se han apuntado a los intereses espurios para iniciar la invasión de Iraq en un espectáculo de star system como Green zone. O se han criticado de diversas maneras las actuaciones de los soldados o los mismos protocolos que regían sus actuaciones en obras como Redacted, las versiones documentales y ficcionadas de The kill team, entre muchos otros ejemplos.

Desde la periferia del Hollywood corporativo han emergido proyectos más o menos centrados en dotar de un cierto protagonismo a personajes de la población local de los países invadidos

Cuando la war on terror llega a una especie de final, o de final de ciclo, o de cul de sac donde el deshilachado de los consensos multinacionales ha contribuido a posibilitar un genocidio, se ha dado una coincidencia. Desde la periferia del Hollywood corporativo han emergido proyectos más o menos centrados en dotar de un cierto protagonismo a personajes de la población local de los países invadidos. Aunque el referente dramático continúa siendo el personaje occidental (encarnado por la correspondiente estrella), quizá este matiz modula la perspectiva a través de la cual se suele observar la guerra contra el terrorismo. Esa inercia de considerar que lo importante es lo que atañe a quienes intervienen y sus acciones, mientras que los afganos o los iraquíes son malvados genéricos, o víctimas genéricas (y pasivas) de dramas bélicos, paramilitares o humanitarios genéricos.

El filme Operación Kandahar, protagonizado por Gerard Butler (300), podría haber sido un thriller de acción miope, abstraído en las peripecias de un agente de inteligencia, sus misiones y su lucha por sobrevivir. Tiene mucho de eso. Al fin y al cabo, sus responsables dan por bueno e incuestionablemente necesario que el protagonista, un agente de inteligencia, haga detonar un reactor nuclear en el subsuelo iraní. En paralelo, los autores aportan ese matiz: dotan de un cierto coprotagonismo a la figura del colaborador afgano del protagonista mediante un arco dramático estereotípico, pero funcional.

Los autores también visibilizan, de alguna manera, la laberíntica situación del Afganistán posterior a la presencia estadounidense, con un régimen talibán reempoderado que intenta encajar en el puzle regional conformado por Pakistán o Irán, pero donde también tienen presencia fuerzas transfronterizas como el Daesh. Aunque el enfoque resulte un tanto derivativo de las aventuras de espías en el avispero de la Guerra Fría, socava ligeramente el habitual relato autocentradísimo de la guerra contra el terror. Y guarda un cierto espacio dramático a los dolores y las muertes de los otros: a las heridas de una especie de superagente de los servicios de inteligencia pakistaníes que parece extraído de un inverosímil thriller de acción antiterrorista de Bollywood, al duelo familiar por la muerte de un agente iraní...

The covenant, de Guy Ritchie, también mezclaba el thriller de acción y supervivencia con el drama con ciertos componentes de denuncia. El núcleo de la narración es el vínculo establecido entre un militar estadounidense y el traductor afgano que le salva la vida, y las dificultades de este último para acceder al refugio prometido en Estados Unidos cuando ve su vida amenazada. Las instituciones no cumplen sus promesas, no asumen sus responsabilidades ni siquiera con aquellos que colaboraron con ellas (menos aún con el grueso de la población afgana). Así que el soldado debe rescatar sobre el terreno a su antiguo compañero.

En lo que coinciden ‘The covenant’, ‘Operación Kandahar’ y ‘13 días, 13 noches’ es en que relatan desde la impotencia. Desde la crítica tardía después de décadas de gobiernos títere, de proveer con armas a grupos paramilitares, etcétera

En lo que coinciden tanto The covenant como Operación Kandahar como 13 días, 13 noches es en que relatan desde la impotencia. Desde la crítica tardía después de décadas de gobiernos títere, de proveer con armas a grupos paramilitares, etcétera. Se expresa un malestar general, inconcreto, que acaba remitiendo a la sensación de tantos personajes de las ficciones y documentales de la war on terror que afirman no saber qué están haciendo ahí. Da la sensación de que el público tampoco tiene especial interés en pensar en ello. El fracaso comercial de 13 días, 13 noches en Francia, sobre todo si se relaciona su recaudación apreciable, pero poco destacable (tres millones de euros), con su enorme presupuesto (30 millones), sugiere que un buen número de espectadores posibles no quieren este recordatorio. Quizá no lo quieren ni en esta versión semiespectacularizada ni en ninguna otra.

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