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Lavapiés de sol a sol, historias de un barrio que se resiste a perder su identidad
           
        
        
“Por si acaso el día de  mañana las tristes campanas redoblan por mí” canta Tona en la película Del  Susurro del Tiempo, que refleja los latidos del barrio durante las 24 horas de  un día y a lo largo de un año. La imagen, grabada en 2018, es quizá la metáfora  perfecta para definir el trabajo de Zavan Films: un largometraje que nos habla  de un barrio de Lavapiés que se resiste a desaparecer tal como lo conocimos,  pero al que se le van silenciando las voces y cerrando los lugares que han sido  emblemáticos.
Tona fue una más del  centenar y medio de personas que han participado del proyecto cinematográfico que  comenzó a pensarse en 2017. Vivía sola y estaba afectada de Alzheimer. La  visita de su amiga Alexandra a la hora del almuerzo para ayudarla a cocinar y  preparar la comida es uno de los instantes de mayor emoción: como cantara aquel  día, hoy las campanas replican por ella. Tona ha sido una de las víctimas  fatales de la pandemia.
También la vida de Marina cambiaba días después de que las cámaras inmortalizaran las escaleras que llevaban a su vivienda, llenas de plantas, libros y cuadros. Tras 25 años alquilando en la misma casa, un burofax del arrendatario le comunicaba que debía abandonar su hogar. Para su suerte, las mismas vecinas y vecinos que se habían sumado al proyecto, la ayudaron en la repentina mudanza. El barrio perdía una vecina y ganaba una suma incontable de turistas que a partir de allí pasarían a ocupar el piso por días.
“Cuando estuvimos grabando, en 2018, teníamos mucho la sensación de que venía un tsunami detrás nuestro barriendo con todo, estaba a pleno el proceso de gentrificación y la pandemia lo frenó un poco”
“Nos ha pasado un montón  a lo largo del rodaje de la peli, que cosas que queríamos rodar de repente ya  no estaban o cosas que acabábamos de grabar de repente habían desaparecido.  Cuando estuvimos grabando, en 2018, teníamos mucho la sensación de que venía un tsunami detrás nuestro barriendo con todo, estaba a pleno el proceso de  gentrificación y la pandemia lo frenó un poco, pero no soy demasiado optimista  de cara al futuro”, explica Zavan, el director de la película.
La idea llevaba un tiempo rondando en su cabeza, “como estaba pasando todo esto en el barrio daba un poco de pena, sobre todo porque has conocido un barrio que te gusta un montón, en el que suceden un montón de cosas bonitas y de repente ves que eso está desapareciendo, que un montón de gente de tu red social se está yendo del barrio, que en vez de tener colegas tienes turistas”, afirma.
Como proyecto colectivo comenzó  a andar con una convocatoria grande, con carteles, por guasap, por el boca a  boca. La película era una excusa, un camino para crear una red vecinal, generar  un nuevo espacio de encuentros dentro del entramado de alianzas y movimientos  sociales del barrio. “Si además terminábamos el documental, mejor”, ratifica Zavan.
Las primeras reuniones no bajaron de la asistencia de treinta personas, de muchas edades y culturas. Como punto de partida tenían una estructura temporal que recorría las veinticuatro horas del día a lo largo de un año y una línea ideológica. “Queríamos que fuera una peli de izquierdas, feminista y que reflejara cierta diversidad dentro de ello”, explica el director.
“Cada 15 días nos  reuníamos con toda la gente y en asamblea hablábamos de qué considerábamos que  era representativo del barrio a esa hora del día y en ese momento del año. Fueron  aproximadamente 24 asambleas, y hay gente que estuvo del principio al final y  otra que en algún momento no pudo estar y luego se volvió a enganchar. Una cosa  que tenía muy clara desde el principio es que no tenía que mediar el dinero y  como eso lo hemos mantenido, hemos generado espacios de encuentro donde  la gente pudiese participar generando relaciones muy interesantes”, asegura.
El film es un puzzle de diferentes situaciones cotidianas que viven los cuerpos que habitan el barrio de Lavapiés. Se levantan, desayunan, suben y bajan de un bus o se pierden en la boca del metro, ritmos que se adaptan a las horas del día, con mañanas pausadas, la siesta obligada del verano o la vidilla que cobran los atardeceres entre asambleas y terrazas.
Es una película sobre Lavapiés, pero en el fondo Del Susurro del Tiempo nos habla de ese tipo de barrios multiculturales, las relaciones que se producen en él, la importancia del vecindario, de las relaciones humanas.
“En cada una de las horas  buscamos una serie de conceptos: primero es la nada, luego el despertar de la corrala  y de la gente, el despertar de la ciudad, la apertura de los negocios. Está mezclado  para que el espectador tenga la sensación de que estás viviendo un día y al  mismo tiempo estás viviendo un año. Pero de ese juego con el tiempo quien vea  la peli no será demasiado consciente”, detalla Zavan.
Claramente es una película sobre Lavapiés, pero en el fondo Del Susurro del Tiempo nos habla de ese tipo de barrios multiculturales, las relaciones que se producen en él, la importancia del vecindario, de las relaciones humanas. “Es un documental más que narrativo, muy de sensaciones, hay mucha gente a la que un producto de este tipo posiblemente no le vaya a gustar porque está acostumbrada a un algo más mainstream, que tienes que estar sobre estimulado todo el rato y esto es como más ver la vida pasar, con otro ritmo y de alguna manera provocar sensaciones”, describe el director.
Entre las imágenes, aparecen la guerra del agua en el  verano de la Plaza Nelson Mandela, las tiendas mayoristas que suben sus  persianas, las corralas, locutorios en los que se entremezclan risas y  lágrimas, la diversidad sexual de ese Lavapiés multicultural que también se ve  reflejado en los equipos de fútbol mixto de la chavalería del Club Dragones.  Artesanos y luthiers, vecinas que se saludan de la calle a la venta, jóvenes que  le suben la compra al vecino del cuarto sin ascensor que no puede con su  cuerpo.
Historias donde no faltan las asambleas en un barrio  de luchas. Como las de la Pah, o un debate sobre la gentrificación que asola el  barrio. Urbanistas, sociólogos e historiadores que hablan de ese Lavapiés que  cambia a pasos agigantados. “Queríamos de alguna forma mostrar lo  contemplativo, pero también intelectualizar sobre lo que estaba pasando.  Mientras parece que no pasa nada te están hablando de toda la violencia que se  está ejerciendo sobre el barrio”, aclara Zavan.
Han pasado cuatro años desde el inicio del rodaje y en el paso del tiempo ha habido hechos que han marcado la historia de Lavapiés. Entre ellas la muerte del joven Mame Mbaye, fallecido cuando ya habían empezado a grabar. Hubo disturbios callejeros y represión policial. Un Lavapiés conmovido por la muerte de un vecino que llevaba más de diez años construyendo barrio.
“Si bien por el tema de la estructura temporal no podíamos meter lo de la muerte de Mame Mbaye, porque la rompía, tampoco queríamos pasar de ello. Entonces hicimos varios guiños“.
“Si bien por el tema de la estructura temporal no  podíamos meterlo porque la rompía, tampoco queríamos pasar de ello. Entonces  hicimos varios guiños. En una parte aparece las ofrendas florales en la calle  Oso, donde murió. Y también hay una parte dedicada a la memoria, con parte del  texto de la Forja del Rebelde, de Arturo Barea, que fue vecino del barrio y hay  una parte en la que cuenta que va a acompañar un amigo y empiezan a caer bombas  y cómo la gente ayuda a los heridos”, hace spoiler.
También hubo pandemia y esquíes bajando las cuestas de Lavapiés, pero había que ponerle un final. “Han sido cien días de rodaje al final, cada día rodando cosas distintas. Lo bueno fue que con la estructura temporal, no tienes que enfrentarte a la angustia de tener veinte mil horas de material sin saber por dónde empezar. Lo de grabar más cosas a veces es tentador, pero no, había que poner un límite”, justifica.
La grabación ha sido realizada con diferentes cámaras  y medios materiales aportados por las mismas personas participantes del  proyecto, allí también se ha notado el esfuerzo colectivo. Después de veinte  meses de montaje ahora queda el empujón final: contratar servicios para el  etalonaje, la banda sonora y la post producción de sonido. Además de moverlo por  festivales.
Para ello tienen abierta una campaña de micromecenazgo para ayudar a financiar el final del proyecto. No era el objetivo principal, pero ahora que falta poco, valdría la pena que pudiera ser un premio a ese Lavapiés que día a día sigue su batalla contra el avance gentrificador.
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