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Cine
Los cien años de película de Juan Mariné
Nació el último día de 1920 y, siendo un chaval, filmó el multitudinario entierro de Durruti en Barcelona. A sus 99 años, Juan Mariné repasa una vida dedicada al cine y la fotografía. Nunca trabajó para Hollywood pero sigue acudiendo diariamente a su despacho laboratorio.
Abrir la puerta del despacho de Juan Mariné en la Escuela de Cine y Audiovisual de la Comunidad de Madrid (ECAM) es como sentarse ante la gran pantalla a ver una película de las buenas: todo un viaje. El espacio —un híbrido entre oficina y laboratorio— contiene carteles, cacharros construidos por él, cámaras, moviolas, fotografías, libros y muchos recuerdos de una vida entera consagrada al cine. Un siglo de cine, nada menos.
Así precisamente, El siglo Mariné, se llama el ciclo que Filmoteca Española ha puesto en marcha para homenajear a Juan Mariné durante todo 2020, coincidiendo con el centenario de su nacimiento, el 31 de diciembre de 1920 en Barcelona. Una proyección al mes con películas que marcaron su trayectoria, seleccionadas y presentadas por él mismo en el Cine Doré de Madrid. Y el recorrido es monumental: Mariné trabajó en la fotografía de más de 140 películas y después dirigió el trabajo de restauración fílmica en la misma Filmoteca Española. En la sesión de este viernes, 21 de febrero, se podrán ver dos películas que Mariné rodó como director de fotografía a las órdenes de Juan Piquer Simón en 1979 y 1982: Supersonic Man, una versión sui géneris de Superman, y Los diablos del mar, adaptación de la novela de Julio Verne Un capitán de quince años.
A sus 99 años, Mariné sigue acudiendo a diario a su despacho de la ECAM, donde recibe a El Salto para hablar de un siglo de cine que arrancó a los 14, después de superar una delicada operación. “Tras curarme los ojos, empecé a trabajar de mozo de mecánico en una casa de transportes que estaba en la calle Aribau de Barcelona, Transportes David. Entonces llegó a Barcelona la primera cámara de cine sincrónica, que grababa al mismo tiempo sonido e imagen, con las dos películas a la misma velocidad. Venía toda la documentación en francés y me puse a leer lo que venía con la máquina y me estudié todas sus triquiñuelas. En un momento dado, cuando no había nadie que la pusiera en marcha, quité un motor, hice unas conexiones, cerré, apreté y sonó un aplauso. Desde entonces estoy al lado de la cámara”, rememora Mariné, ganador del Premio Nacional de Fotografía en 1966 y del Premio Nacional de Cinematografía en 1994.
Siendo un chaval, la guerra civil le atravesó. Trabajó como ayudante de cámara y otras labores para el Sindicato de la Industria del Espectáculo (SIE), controlado por CNT, y participó en varios rodajes mientras estudiaba, como el de Paquete, el fotógrafo público número uno, un mediometraje dirigido por Ignacio F. Iquino en el que Paco Martínez Soria y Mary Santpere tuvieron sus primeros papeles protagonistas. Así recuerda hoy Mariné aquellos comienzos: “Entré de fotógrafo en CNT-FAI y también trabajé en una película, Molinos de viento, dirigida por Rosario Pi. Se iba a rodar en un estudio en el que doblaban películas. Yo por entonces estudiaba, por la mañana iba a clase y por las tardes iba haciendo de reportero con la cámara, tomaba fotos de escenas con la directora, cosas para la película, lo que mandaran. Me propusieron ir de ayudante de cámara en la película Aurora de esperanza. Se ve que era un espabilado [risas]. Tuve que dejar la de Rosario Pi. Acumulé muchas cámaras en los estudios, que en aquel momento no había nadie, porque en Aurora de esperanza había que rodar grandes masas de gente desfilando. A unos les pagaban, a otros no. La película quedó muy bien”. Aurora de esperanza, dirigida por Antonio Sau en 1937, fue el primer largometraje de ficción realizado por el SIE y se convirtió en un precedente del neorrealismo europeo. Y todas esas cámaras acumuladas le sirvieron para filmar un momento histórico, el entierro de Buenaventura Durruti en Barcelona: “Rodé en el cementerio, en el Tivoli y en el Novedades”.
Durante la guerra, Mariné también trabajó para los noticiarios de Laya Films, la productora oficial de la Generalitat de Catalunya, y sirvió a las órdenes del comandante Líster como fotógrafo. De él rescata una anécdota reveladora: “Cuando le entregué las primeras fotos que él me había dado para revelar y positivar me dijo, con la pistola en la mano, que mis fotografías eran tan horrorosas y estaban tan mal hechas que merecería que me matara allí mismo”.
Después de un breve paso por el exilio, donde escapó con vida del campo de concentración de Argelès-sur-Mer, Mariné regresó a un país que era otro. Ver el musical El gran Ziegfield, dirigido por Robert. Z. Leonard y el primero de los títulos proyectados ahora en el ciclo de la Filmoteca, le hizo recuperar las ganas de volver a trabajar en el cine y la fotografía. Y se tuvo que enfrentar a la cruda realidad de la España franquista, como recuerda: “Después de la guerra, cuando nadie me daba de comer porque decían que yo era de los que habían perdido la guerra y que me fuera a hacer puñetas, tuve que ir a la sede de Falange a que me dieran el carnet para poder trabajar —antes tenías que hacerlo en CNT-FAI—, y el mismo individuo que me había dado el carnet de CNT-FAI estaba sentado en una mesa con la camisa de Falange, el correaje, los letreros de Falange detrás. Me despachó rápido, no quiso que me entretuviese allí. Cerré la puerta, salí y me agarré a la barandilla porque era incapaz de bajar la escalera. Lo que había visto allí, aquella oficina que era de CNT-FAI, donde me dieron el carnet, que ahora era de Falange, olvidando que habían causado la muerte de media España. Bajé la escalera llorando, no podía aguantar que aquel señor cambiando de camisa estuviera allí. Fue un momento en el que recapacité sobre toda la guerra, bajando aquella escalera de dos pisos. He sido un imbécil sentimental toda la vida”.
A partir de ese momento desarrolló una carrera centrada en la innovación aplicada a la fotografía en el cine, a pesar de que le habían despedido del No-Do, el noticiario franquista, diciéndole que no estaba preparado para ese trabajo. Un recuerdo de 1947, año clave para Mariné, resume su carácter: “Cambié las fórmulas de revelado porque el laboratorio lo hacía muy mal, utilizaban fórmulas anticuadas. A los cinco días me llamó don Enrique Blanco, el dueño de Madrid Film, muy molesto conmigo, para decirme que teníamos que arreglarnos y me ofreció dinero. Pero yo no quería dinero. Soy un trabajador del cine y un gran aficionado”.
Como cinéfilo, señala una película que le impresionó en su momento: “Por El coloso en llamas hubiera pagado varias veces el precio de la entrada en el cine. El principio de esa película, con el avión entrando entre unas nubes hasta que te enseña el hotel que se va a incendiar, es una maravilla”.
Y, en la despedida, Juan Mariné explica por qué su nombre y su apellido no aparecieron en ninguna producción de Hollywood a pesar de que en una ocasión se alojó en casa de Orson Welles durante un viaje a Los Ángeles —“solo hablaba español y francés y estaba obsesionado con modificar los sistemas de revelado; me ofrecían mucho dinero para que les dijese lo que hacía, pero nunca lo hice”— y cuenta su agridulce experiencia como asistente a la Gala de los Premios Goya el 25 de enero en Málaga: “Tuve un asiento privilegiado, lo que sería un palco principesco, de general en mando, pero fue un desastre, no cabía toda la gente que estaba invitada”.
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