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Licenciada en Biología, especialista en Genética y Doctora por la Facultad de Veterinaria de la UCM.
Cuando terminé la carrera de Biología ya llevaba tres años colaborando en un grupo de investigación de la Facultad de Medicina. Terminadas las clases y las prácticas, me iba allí hasta bien entrada la noche, labor que realizaba gratuitamente porque “te abre puertas”. Solo el último año recibí una beca de colaboración que no daba ni para cubrir gastos. En estos momentos eres joven, desbordas vocación, te mueres por estar en el laboratorio.
Después, empecé a trabajar en la Facultad de Veterinaria, con una beca de un año. Allí obtuve otra de cuatro años para realizar mi tesis doctoral. Durante ese periodo, y gracias a la lucha de tantos jóvenes investigadores, conseguimos que parte de nuestras becas se transformaran en contratos. Por ello pude cotizar a la seguridad social y contar con un paro de nueve meses, que consumí para acabar la tesis: trabajaba gratis y sin seguro médico o protección alguna, pero no hay alternativa. Defendí mi tesis con sobresaliente cum laude y al mes siguiente se me acabó el subsidio.
Tardé cuatro meses en conseguir un contrato postdoctoral, era de nueve meses en el CSIC. Mi supervisora me propuso continuar después y yo accedí. Cuál fue mi sorpresa cuando vi que el nuevo contrato era de media jornada. Me dijo: “Aquí nadie hace contratos a jornada completa”. En ese centro de excelencia, que tantos aires de superioridad se daba, trabajabas en precario o te ibas a la calle.
En investigación se da por hecho la dedicación total, las jornadas llegan a 10 o 12 horas; es normal trabajar los fines de semana, a cualquier hora del día, porque el experimento es lo más importante
Aclaremos que jornada completa o no, en investigación se da por hecho la dedicación total, las jornadas llegan a 10 o 12 horas; es normal trabajar los fines de semana, a cualquier hora del día, porque el experimento es lo más importante. Lo último, siempre, eran nuestras vidas. Así estuve casi cuatro años encadenando contratos de seis, tres y hasta dos meses, con la incertidumbre de saber si esa vez me renovarían, hasta terminar el proyecto en el que trabajaba. Este era el momento en que la ciencia se desmoronaba en España a raíz de la crisis de 2008. No había fondos para investigación; no quedaba más remedio que irse fuera.
Entonces conseguí un contrato importante de la UE para contribuir a la investigación en países en desarrollo. Un buen sueldo y duración de tres años (el sueño de cualquier investigador precario) en República Checa. Además, incluía siete meses en la Cambridge University. No lo pensé dos veces. Fue la primera vez que me sentí valorada profesionalmente; no somos conscientes de lo mal que se trata a los trabajadores en España.
La etapa en Cambridge me demostró que, efectivamente, las investigadoras de excelencia trabajan de sol a sol, de lunes a domingo; todo muy motivado, todo muy bonito. Pero mientras tanto la vida pasa; estás tan ocupada que ni te paras a pensarlo. Cuando se me acabó el contrato europeo, continué mi trabajo en Chequia, esta vez con un sueldo local que no llegaba a 900 euros, el mismo horario y la mitad de vacaciones. Ya no podía ahorrar ni mantener el nivel de vida; viajar a España a ver a la familia era muy caro. Yo me iba desinflando. Además coincidió con ese momento en que te planteas “¿qué demonios hago yo aquí, tan lejos de mi cultura y mi gente?, ¿qué futuro me espera aquí?”. Excepto mi pareja, allí no tenía a nadie. Por estos y otros tantos motivos me volví a España.
Es triste saber que tienes tanto que aportar pero no se valora tu perfil. Mi situación es la de tantas personas con experiencia que se quedan en la estacada. ¡Cuánto talento desperdiciado!
Comencé a echar currículos aquí: primero para investigar en instituciones públicas, luego en empresas privadas, al final de técnico o de cualquier cosa para la que estuviera capacitada; necesitaba sentirme útil, y se me iba acabando el paro. Apliqué a más de cincuenta ofertas de trabajo y no me llamaron ni para entrevistas: mujer, más de cuarenta, demasiada experiencia. De las universidades ni hablamos, ahí solo vale el enchufe y el pesebrismo. Es triste saber que tienes tanto que aportar pero no se valora tu perfil. Mi situación es la de tantas personas con experiencia que se quedan en la estacada. ¡Cuánto talento desperdiciado! “Estudia, viaja”, nos decían. Me siento estafada.
Acabo de dar a luz, y esto va a complicarme aún más lo de encontrar trabajo. En ciencia quieren gente “altamente motivada” con “total disponibilidad”; esclavos con alta formación y salarios míseros. No hay fondos para todos y un trabajador experimentado es caro. La alternativa es vivir en otra parte del mundo y mudarse de país cada dos o tres años. Después de toda una juventud de sacrificio y precariedad ya no estoy dispuesta a ser esclava, y la vida me pide echar raíces; ahora miro el presente, necesito reinventarme porque no sé qué va a ser de mi futuro.
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Sin vacuna contra la precariedad en la ciencia
La carrera para la prevención del covid-19 ha puesto en evidencia la importancia de la investigación y desarrollo, pero en España la inversión pública en I+D+i ha caído un 30% en diez años. ¿Cómo se construye, a quién afecta y en qué se traduce esta falta de financiación?
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Había que darle a leer este texto a todos los que empiezan ahora la tesis porque estas cosas sobre la carrera científica no te las enseña nadie, se da uno de bruces con ella cuando ya es tarde.
Una estrategia para sobrevivir es aprovechar las grietas. Con un poco de suerte casi siempre hay alguna rendija por la que meter cabeza.
Pero, sí, es todo muy decepcionante. Ánimo compañera.