Chile
Las izquierdas españolas y la “vía chilena al golpe de Estado”

La vía chilena al socialismo —y “al golpe de Estado”, tal como ironizó Vázquez Montalbán— se convirtió en un espejo de las izquierdas españolas para desarrollar sus propias estrategias.
Salvador Allende Chile
Salvador Allende, presidente chileno depuesto por el golpe de Estado de Augusto Pinochet, el 11 de septiembre de 1973.
@DiegoDazAlonso1es historiador y redactor de Nortes.me
10 sep 2023 06:00

El 20 de septiembre de 1973, una manifestación ilegal recorría el Paralelo de Barcelona para repudiar el golpe de Estado en Chile. A pesar de la represión vigente, un nutrido grupo de activistas se atrevía a desafiar a una dictadura para denunciar a otra, la que se estaba estableciendo en el Cono Sur latinoamericano con el apoyo activo de la burguesía chilena, su Ejército, sus medios de comunicación y el gobierno de los EE UU.

Convocada por Comisiones Obreras, y apoyada por los grupos más activos del antifranquismo catalán, la marcha acabaría con el lanzamiento de cócteles molotov contra la sede de la multinacional norteamericana ITT, acusada de estar detrás del derrocamiento del presidente Salvador Allende. No sería la única demostración de solidaridad del antifranquismo español con la izquierda chilena.

También en Madrid y en otras ciudades se registrarían movilizaciones y ataques a empresas norteamericanas en los días posteriores al golpe. En las fábricas más politizadas se iniciaban colectas de apoyo para los represaliados por la Junta Militar, mientras en los kioskos, dominados por una prensa oficial abiertamente pinochetista, se agotaba la voz crítica de de la revista Triunfo, en cuya portada aparecía la palabra Chile sobre un austero pero más que elocuente fondo negro.

Portada de la revista 'Triunfo' una semana después del golpe.
Portada de la revista 'Triunfo' una semana después del golpe.

La ilusión chilena

El 12 de septiembre, un significativo grupo de “personalidades” de la cultura española ya había difundido “a la opinión pública” un manifiesto condenando el golpe de Estado. Entre los firmantes estaban el profesor Enrique Tierno Galván, el pintor Antonio Saura o el dramaturgo Antonio Buero Vallejo, pero también el poeta y ex falangista Dionisio Ridruejo y la cantante Massiel, ganadora en 1968 del festival de Eurovisión en representación de España. La pluralidad de las firmas era buena muestra del alto grado de simpatía que la experiencia de la Unidad Popular había despertado entre la totalidad del antifranquismo español: desde la Democracia Cristiana hasta la izquierda radical trotskista y maoísta.

De un modo un otro todos los grupos políticos, y no solo las izquierdas, habían encontrado puntos de identificación con el proceso político vivido en Chile entre 1970 y 1973. Significativo sería por ejemplo el interés prestado a la política chilena por el democristiano Joaquín Ruiz-Giménez y su revista Cuadernos para el Diálogo. Ex ministro de Educación con Franco, caído en desgracia en 1956, y con una evolución posterior hacia posiciones democráticas y progresistas, Ruiz-Giménez militante de las llamadas “terceras vías”, había estado muy atento a las posibilidades de colaboración abiertas entre la Democracia Cristiana y las izquierdas chilenas en torno a un programa de reformas sociales y económicas avanzadas.

Capellín recuerda el impacto que le causó el fracaso de la vía chilena al socialismo, la que con irónica amargura Manuel Vázquez Montalbán rebautizó como “vía chilena al golpe de Estado”

El proyecto de un gran pacto democrático fracasó, y no por falta de empeño de Allende y los comunistas, que conscientes de la debilidad de la Unidad Popular, buscaron hasta el último momento un acuerdo con la DC, partido donde convivían una corriente más derechista y otra más progresista, esta última favorable a entenderse con las izquierdas. Decepcionado por la actitud obstrucionista y finalmente progolpista de la dirección de la DC de Eduardo Frei, Ruiz-Giménez y su grupo evolucionarían hacia posiciones más a la izquierda, aproximándose a lo que entonces era conocido como el “socialismo cristiano”. En 1975 fundaría un nuevo partido, Izquierda Democrática, que ese mismo año se integraría en la Plataforma de Convergencia Democrática promovida por el PSOE, el PNV, el Movimiento Comunista de España y la Organización Revolucionaria de Trabajadores.

Aviso a navegantes

A finales de 1975, mientras Franco agonizaba en la cama, un grupo de cuadros del PCE recibía formación teórica y práctica en Rumanía, país socialista con el que los comunistas de Santiago Carrillo mantenían muy buenas relaciones. Entre las “asignaturas” que se impartían en un viejo caserón en el campo, no demasiado lejos de Buscarest, estaba la preparación para una eventual transición violenta en la que los militares pudieran volver a salir de los cuarteles, como finalmente pasó el 23 de febrero de 1981.

La asturiana María José Capellín era una de las alumnas de aquellas clases. “No se trataba de aprender a manejar armas, sino de aprender a protegerse en caso de que otros las usaran”, matiza Capellín, que recuerda cómo aquellos días aprendió rudimentos básicos de autodefensa: esconderse en caso de un tiroteo o moverse por la ciudad en caso de que los tanques ocuparan las calles. De fondo estaba la resaca del 73 chileno: “En Chile, los militantes de izquierdas habían caído muy rápidamente porque no existía ningún tipo de preparación para enfrentarse al golpe. En ese sentido los que veníamos de la clandestinidad en España estábamos un poco más preparados”.

Para las izquierdas europeas Chile, un país con un sistema político homologable, era un espejo en el que resultaba más fácil mirarse que Cuba, Bolivia o incluso Argentina 

Capellín recuerda el impacto que le causó el fracaso de la vía chilena al socialismo, la que con irónica amargura Manuel Vázquez Montalbán rebautizó como “vía chilena al golpe de Estado”: “nos dimos cuenta con que no bastaba ser la mitad más uno para ganar, que había que ensanchar la política de alianzas para poder aislar a los franquistas más irreductibles”.

Para las izquierdas europeas Chile era un espejo en el que resultaba más fácil mirarse que Cuba, Bolivia o incluso Argentina. Se trataba de un país con un sistema político homologable a Europa Occidental, y de ahí las ilusiones que en socialistas y comunistas había despertado la posibilidad de una revolución pacífica y democrática.

Socialistas como Enrique Tierno Galván habían visitado el país para aprender de la experiencia chilena, que tenía en el valenciano Joan Garcés a uno de los principales asesores del “compañero presidente”. Tras entrevistarse con Salvador Allende, el profesor y futuro alcalde socialista de Madrid escribiría que “la revolución más renovadora de cuantas revoluciones ha habido: la revolución que impone la ley sobre la violencia”.

También destacados dirigentes comunistas habían querido conocer de primera mano lo que pasaba en Chile, y en las publicaciones del PCE el proceso sería seguido con mucho interés. “Socialistas y comunistas chilenos tenían un diseño bastante parecido al del PCE, un proceso socialista gradual cuya primera fase sería una democracia avanzada, antioligárquica y antimonopolista. Por eso el fracaso de la Unidad Popular causaría un impacto muy grande en el partido español”, explica Francisco Erice, historiador de la Universidad de Oviedo y coautor de Resonancias de un golpe. Chile, 50 años (Ediciones La Catarata).

Tras entrevistarse con Salvador Allende, el profesor y futuro alcalde socialista de Madrid escribiría que “la revolución más renovadora de cuantas revoluciones ha habido: la revolución que impone la ley sobre la violencia”

El fracaso de Salvador Allende convertiría la experiencia chilena en un “proceso incómodo”. Para Santiago Carrillo, secretario general del PCE, una parte de la izquierda chilena había sobrevalorado la posibilidad de emprender reformas socializantes sin el suficiente apoyo social para defenderlas de la reacción. Aviso a navegantes. Se hacía necesario ensanchar la base social para consolidar y hacer irreversible cualquier proceso de cambio, aunque fuera a costa de moderar el programa. Por ello el partido de Santiago Carrillo se afanaría todavía más en tender puentes con los militares menos identificados con la continuidad de la dictadura, así como con los sectores de la burguesía, incluso del régimen y del aparato del Estado, que se mostraban más favorables a una apertura democrática sin exclusiones.

El 16 de septiembre de 1986, cerca de 100.000 personas se manifestaron en Madrid por la democracia y los derechos humanos en Chile.
El 16 de septiembre de 1986, cerca de 100.000 personas se manifestaron en Madrid por la democracia y los derechos humanos en Chile.

Un año más tarde, en abril de 1974, la revolución portuguesa y el papel democrático jugado en ella por el Ejército despertaría grandes ilusiones en el antifranquismo en torno a las posibilidades de alcanzar una ruptura democrática de manera pacífica. Sin embargo, por la historia y trayectoria del Ejército español, la dirección del PCE no perdería el temor a un eventual golpe del llamado “bunker franquista”. Para Carrillo conjurar esta posibilidad pasaba por lograr un gran acuerdo democrático, transversal e interclasista, que impulsara una movilización de masas tan fuerte que inhibiera al Ejército de intervenir. Algo parecido a lo que había pasado el 14 de abril de 1931 en España.

La reflexión en el PCE corría en paralelo a la del poderoso Partido Comunista Italiano, donde su secretario general, Enrico Berlinguer, teorizaría el llamado “compromiso histórico”. La idea básica: buscar un gran pacto de las izquierdas y la Democracia Cristiana de Aldo Moro para poner en marcha un programa de reformas económicas y sociales frente a la crisis económica. La clase trabajadora renunciaría a su programa de máximos a cambio de una ampliación de sus derechos, y de la participación del PCI en la dirección del Estado italiano. Los Pactos de la Moncloa y la llamada política de “concentración democrática” serían la versión “a la española” por parte del PCE de la política berlingueriana, una política vigente hasta 1980, pero que en la práctica había entrado en vía muerta en 1978 tras el secuestro y asesinato por parte de las Brigadas Rojas de Moro, líder del ala progresista de la DC.

Ilusiones reformistas

Si para los llamados eurocomunistas el fracaso de la vía chilena al socialismo obligaba a adoptar una táctica más gradualista, así como a cuidar una política de alianzas que no se desvinculara de las clases medias, Francisco Erice señala que en la llamada izquierda radical las “lecciones de Chile” serían justamente las contrarias: “Estas organizaciones se reafirmarían en su escepticismo con respecto a las posibilidades de una vía pacífica y legal al socialismo”. Así, los grupos maoístas criticarían la estrategia desarrollada por el Partido Comunista de Chile en estrecha colaboración con Salvador Allende y lamentarían “la falta de realismo” de la búsqueda de un acuerdo con la Democracia Cristiana, como señalaba el Partido Comunista de España (Internacional), que lamentaba que el gobierno se hubiera centrado en un imposible pacto con el centroderecha y no en armar al pueblo ante la posibilidad de un levantamiento militar. El futuro Partido de los Trabajadores de España advertía en su portavoz, Mundo Obrero Rojo, que la política del PCE de buscar un acuerdo con sectores del franquismo y de la oligarquía para alcanzar la “ruptura democrática” llevaba a “repetir los errores” de Chile en España.

Para los eurocomunistas el fracaso de la vía chilena al socialismo obligaba a adoptar una táctica más gradualista, así como a cuidar una política de alianzas que no se desvinculara de las clases medias. Para los grupos a la izquierda, la conclusión fue la contraria

También en la Liga Comunista Revolucionaria hablarían de la “trágica confirmación” de los errores del reformismo: la confianza en la lealtad del Ejército y en la posibilidad de llegar a un pacto con una parte de la burguesía chilena. Jaime Pastor, uno de sus dirigentes, entonces militante clandestino en Madrid, recuerda que en aquel momento simpatizaban “con las posturas de una parte del Partido Socialista Chileno, que era un partido movimiento con muchas corrientes internas, pero sobre todo con el Movimiento de Izquierda Revolucionaria”. Para Pastor, la lectura que entonces haría la IV Internacional era que Allende no había aprovechado ni la dinámica de desborde popular de los “cordones industriales”, una suerte de soviets a la chilena, las ocupaciones de tierras y de fábricas, ni había explorado hasta las últimas consecuencias la vía parlamentaria: disolver el congreso de los diputados, en el que la Unidad Popular estaba en minoría, y convocar unas elecciones para redactar una nueva Constitución que ampliara sus poderes.

¡Chile vencerá!

Más allá de los debates sobre táctica y estrategia, y de las diferencias en torno a la valoración del proceso chileno, todas las izquierdas españolas se encontrarán en los años siguientes en las movilizaciones de solidaridad con “el pueblo chileno”. España se convertiría además en un importante lugar de acogida de refugiados políticos, sobre todo a partir de la transición democrática. Con la victoria de las izquierdas en las municipales las ciudades españolas se llenarían de calles y avenidas dedicadas a Salvador Allende.

La reactivación de la lucha contra la dictadura de Pinochet a lo largo de los años 80, incrementaría también la represión estatal, y con ella la corriente de solidaridad internacional, que en España sería muy importante. El 16 de septiembre de 1986 más de cien mil personas se movilizarían en Madrid en una masiva manifestación que contaría con la presencia de Isabel Allende, hija del difunto presidente.

En la Liga Comunista Revolucionaria hablarían de la “trágica confirmación” de los errores del reformismo: la confianza en la lealtad del Ejército y en la posibilidad de llegar a un pacto con una parte de la burguesía chilena

¡Chile vencerá! resonaría a lo largo de los años 80 en los actos públicos y manifestaciones de solidaridad de las izquierdas españolas, cada una con una referencia en alguna corriente de la izquierda chilena, ya fuera el Partido Socialista, el Partido Comunista o el MIR.

Los gobiernos socialistas compaginarían en todo caso la condena al régimen de Pinochet con una realpolitik mucho más pragmática en la que no faltaría la venta de armas al país andino. Con todo, Felipe González se iría convirtiendo en una poderosa influencia para el sector más liberal del Partido Socialista Chileno, y la transición democrática española en un espejo para la oposición chilena de centro izquierda y derecha, vencedora en 1989 de las primeras elecciones presidenciales desde 1970.

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Hodei Alcantara
Hodei Alcantara
11/9/2023 15:27

Acaso la burgesia capitalista va a permitir el triunfo electoral de un gobierno revolucionario?? Jamas, ante eso, a la Unidad Popular (por el miedo a una masacre popular por parte de los sectores facciosos del ejército) le faltó la osadía de armas a los trabajadores, ya que estos habían sido concienciados y movilizados durante el trienio.
Por lo demás, el aliarse con sectores centristas y liberales para poder gobernar, acaba dando el gobierno, pero destruyendo el programa revoluciónario. Por tanto, ni sirve de nada. La manera de lograr el poder político, por vías armadas o pacíficas, es ganarse el apoyo del pueblo, sin perder los ideales comunistas.

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Luis M
10/9/2023 20:37

Es interesantísimo lo que se comenta, nunca había pensado en la importancia de golpe de Chile en la práctica política de los PC europeos. ¿Podéis dar bibliografía al respecto? ¿Alguien ha teorizado sobre las reverberaciones de todo esto en la estrategia de Podemos hasta su fractura?

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Luis M
10/9/2023 21:05

Vale, he visto que apuntáis RESONANCIAS DE UN GOLPE: CHILE 50 AÑOS

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