Análisis
Entre la agenda cultural y la batalla por la verdad: el escenario electoral en Chile

José Antonio Kast, el candidato de la ultraderecha en las elecciones del 14 de diciembre, ha apostado por dejar a un lado muchos de los temas identitarios que marcaron su trayectoria para acercarse a un electorado más amplio.
José Antonio Kast, durante la campaña electoral, en diciembre de 2025.
José Antonio Kast, durante la campaña electoral, en diciembre de 2025.
13 dic 2025 08:03

Durante el extenso y dilatado escenario electoral que finalizará este domingo con la votación que definirá al presidente de Chile para los próximos cuatro años, muchos analistas y comentaristas de la plaza han sostenido que José Antonio Kast, el candidato de la ultraderecha que, según todos los sondeos, se convertirá en el futuro mandatario del país, ha abandonado la llamada agenda cultural. En la conversación pública chilena, este concepto suele asociarse a disputas sobre valores, identidades y modelos de sociedad. 

Es la tercera vez que Kast se presenta a una contienda presidencial. En las oportunidades anteriores, su impronta discursiva revelaba una marcada predilección por los denominados temas valóricos: métodos anticonceptivos, aborto, diversidades sexo-genéricas, entre otras materias a las que siempre se ha opuesto con firmeza. Pero en esta ocasión ha optado por evitarlas, reconociendo que sus posturas conservadoras no son rentables electoralmente. Este supuesto cambio de eje lo ha llevado a plantear como principal propuesta la realización de un “gobierno de emergencia” que combata la inseguridad y la ineficiencia del Estado. 

Pero ¿esto significa que, como muchos han insinuado, el candidato ultraderechista ha renunciado realmente a la agenda cultural? 

El concepto de batalla cultural, introducido por Antonio Gramsci, alude a la disputa por las instituciones que establecen los marcos de referencia del sentido común, como la educación, la prensa, las asociaciones comunitarias y gremiales. Son estos espacios los que contribuyen a instalar los imaginarios que luego conforman los consentimientos sociales. La cultura, en este sentido, no puede reducirse únicamente al campo de lo valórico. Es un terreno más amplio, que define lo posible, lo reconocible y expresable. 

Hoy, tristemente, esta batalla por el sentido común comprende otra deriva aún más delicada y preocupante: la batalla por la verdad

Hace unos días, en una carta publicada en El Mercurio, representantes de más de 12 centros de pensamiento y fundaciones ligados a la derecha (IES, Libertad y Desarrollo, CEP, entre otros) sostenían que una eventual presidencia de Kast no representaba un riesgo para la institucionalidad democrática e invitaban a la izquierda a ser autocrítica respecto de su trayectoria y posturas en el resto del continente. La existencia misma de estos espacios de pensamiento e incidencia da cuenta del gran aparataje institucional —financiamiento mediante— con el que cuenta la derecha para intentar instalar sus agendas y enfoques en el debate público. David Harvey ha sostenido que quienes mejor comprendieron (y aplicaron) a Gramsci fueron los impulsores del neoliberalismo. Este ejemplo le da la razón 

La escasa diversidad en la propiedad y en las líneas editoriales de los medios de comunicación convencionales constituye otra hebra de este entramado. La concentración mediática facilita que un sector defina el marco desde el cual se interpreta la realidad. La batalla cultural, con su capacidad para priorizar ciertos enfoques, no es una novedad, sino un fenómeno en constante desarrollo. Particularmente en Chile, existe un sector bastante homogéneo políticamente, que dispone de una infraestructura significativa para manejar buena parte de los hilos que guían el debate. No es casualidad que la sociedad chilena exhiba índices de percepción de inseguridad considerablemente superiores a los de países de la región con tasas de delitos objetivamente más altas.

La “verdadera” batalla 

Pero hoy, tristemente, esta batalla por el sentido común comprende otra deriva aún más delicada y preocupante: la batalla por la verdad. Es un diagnóstico transversal que fenómenos como la fragmentación de medios, las burbujas informativas, las cámaras de eco algorítmicas y las economías de la atención han derivado en la relativización y, en última instancia, la devaluación de la verdad. Un caldo de cultivo perfecto para campañas populistas que, mediante eslóganes altisonantes, y agitando lo que François Dubet denominó “las pasiones tristes”, captan el interés y los votos de una ciudadanía cuyo sentido de lo común se ha ido progresivamente atomizando. Orwell lo presagió con inquietante claridad: “El mismo concepto de verdad objetiva está desapareciendo del mundo. Las mentiras son las que pasarán a la historia”. 

Kast, desde sus años iniciales en la política como abierto defensor de la dictadura, entiende que la verdad es un campo de disputa y que ni siquiera los fallos judiciales actúan como límite en esa contienda

En los dos debates del balotaje, José Antonio Kast ha recurrido en múltiples ocasiones a informaciones falsas, ha entregado cifras que no se corresponden con la realidad y ha negado afirmaciones explícitamente contenidas en su propio programa de gobierno. Verificadores independientes han desmentido varios de estos puntos. Esto se suma a preguntas que ha evitado responder durante toda la campaña, como su propuesta de reducir en 6.000 millones de dólares el gasto público, una cifra elevadísima que, según numerosos expertos, tendría impactos severos en la economía. Pero ni esas advertencias parecen pesar frente a una forma de hacer política que antepone la mentira como herramienta estratégica y que evita explicar cómo se concretarán sus propuestas. 

La batalla cultural es hoy, y quizás siempre lo ha sido, una batalla por la verdad. Durante su primera campaña presidencial, Kast visitó en la cárcel a Miguel Krassnoff, violador de derechos humanos condenado a cientos de años por crímenes de lesa humanidad acreditados en múltiples sentencias judiciales. Tras la visita, declaró: “Conozco a Miguel Krassnoff y, viéndolo, no creo todas las cosas que se dicen de él”. Actualmente, el candidato ultraderechista no ha descartado impulsar un indulto que, entre otras personas, podría beneficiar a criminales como Krassnoff. Kast, desde sus años iniciales en la política como abierto defensor de la dictadura, entiende que la verdad es un campo de disputa y que ni siquiera los fallos judiciales actúan como límite en esa contienda. Su agenda cultural comprende y trasciende lo valórico: apunta a restituir el orden autoritario, el “peso de la noche”, un lugar donde la verdad y el reconocimiento no se construyen a partir de la evidencia y el consenso, sino de la fuerza y del poder.

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