Estados Unidos escala su despliegue militar en el Caribe y crece la tensión en América Latina

Los ataques de la administración Trump contra embarcaciones sospechosas de tráfico de drogas en el Caribe, sumados a la advertencia de que cualquier país que “produzca o permita” el envío de narcóticos puede ser blanco militar, han desatado una ola de reacciones en la región.
Donald Trump 30/11/2025
El presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Foto: Casa Blanca.
Bogotá (Colombia)
7 dic 2025 06:00

La relación entre Estados Unidos y América Latina entró en una fase de tensión acelerada desde que el presidente Donald Trump anunció que su Gobierno podría atacar a cualquier país que produzca o trafique drogas hacia territorio estadounidense y “no necesariamente solo Venezuela”.

La advertencia, formulada el 2 de diciembre, marcó el mayor endurecimiento del discurso en años y colocó a varios países latinoamericanos, especialmente Colombia, en estado de alerta.

La afirmación se enmarca en la “política antidrogas” de Trump, intensificada durante su segundo mandato, que combinó operativos marítimos, ataques selectivos y advertencias abiertas a gobiernos latinoamericanos.

La ofensiva de Washington representa una apuesta por “mantener su hegemonía a punta de cañonazos”. Al mismo tiempo, exhibe “una pérdida acelerada de legitimidad” en la región

Las fuerzas armadas de Estados Unidos incrementaron sus patrullajes y operaciones en el sur del mar Caribe, donde en los últimos meses han atacado varias embarcaciones a las que señalaron de transportar cargamentos ilegales.

Las operaciones ya dejaron al menos 83 muertos tras los ataques contra 22 embarcaciones señaladas por Estados Unidos como transportes de droga. El sábado 29 de noviembre, el presidente estadounidense Donald Trump advirtió en la red social Truth: “A todas las aerolíneas, pilotos, narcotraficantes y traficantes de personas, por favor consideren que el espacio aéreo sobre y alrededor de Venezuela está cerrado en su totalidad”.

El mensaje fue leído en la región como una posible amenaza de acción militar aérea. En respuesta, seis aerolíneas internacionales suspendieron sus vuelos desde y hacia Venezuela. Sumado a esto, el despliegue militar en el mar Caribe incluye al Grupo de Ataque del portaaviones nuclear USS Gerald R. Ford, tres destructores con capacidad de lanzamiento de misiles, un submarino de ataque de propulsión nuclear y al menos diez cazas furtivos F-35 que operan desde Puerto Rico. 

Todo este contingente forma parte de la Operación Lanza del Sur (Southern Spear), que Washington presenta como un esfuerzo para frenar el narcotráfico, mientras que Caracas lo denuncia como una amenaza directa a su soberanía.

Las autoridades estadounidenses sostienen que la mayoría de estas acciones se realizaron en el marco de operaciones bajo protocolos establecidos, aunque no han revelado detalles sobre los criterios de identificación de los blancos.

Si bien Estados Unidos ha mantenido presencia militar permanente en la región durante décadas, el actual despliegue combina dos elementos que lo vuelven excepcional. Primero, el uso recurrente de ataques letales contra embarcaciones en zonas próximas a aguas nacionales; segundo, una advertencia política abierta que amplía el concepto de amenaza más allá del combate al narcotráfico.

Para el politólogo Federico García, esta ofensiva se inscribe en un patrón histórico: “El Caribe históricamente ha sido un mare nostrum estadounidense”, explica a El Salto. Sin embargo, el experto, subraya que el escenario actual tiene un carácter novedoso. “Este despliegue cambia las reglas del juego”, explica, porque introduce un nivel de hostilidad militar contra países latinoamericanos que no se veía “desde la invasión de Panamá en 1989 o de Granada en 1983”.

García señala que la presencia estadounidense no es nueva, pero sí lo es su función: “Lo que significa, es la amenaza para la soberanía de los países y el momento político que vive América Latina”.

En diálogo con El Salto, Mario Urueña Sánchez, profesor y experto en seguridad en la Universidad del Rosario, sostiene que las acciones de Washington, por su unilateralidad, “activan una redefinición de la seguridad colectiva” y empujan a los gobiernos latinoamericanos a responder con prudencia y coordinación diplomática.

El experto también cuestiona la eficacia militar de la estrategia estadounidense. Asegura que, mientras las rutas del narcotráfico operan por el Pacífico o a través de cargueros y aeronaves, los ataques contra lanchas rápidas tienen un impacto limitado: “La eficacia de esta estrategia antidrogas es bastante modesta, por no decir casi insignificante”.

En Brasil, el Gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva expresó “preocupación” por la escalada, subrayando la necesidad de que cualquier operación se realice bajo normas internacionales y con consulta previa a los Estados. México adoptó una postura similar, rechazó el uso de la fuerza unilateral y recordó que el combate al narcotráfico debe regirse por cooperación multilateral, no por acciones militares aisladas.

El despliegue militar es “una gran operación de guerra psicológica” cuyo efecto principal es “amedrentar a los gobiernos latinoamericanos” y, al mismo tiempo, distraer la atención

Autoridades de islas del Caribe, dependientes del comercio marítimo y con limitadas capacidades de defensa locales, temen que la intensificación de ataques genere daños colaterales, como la interrupción de rutas comerciales o involucre accidentalmente a embarcaciones civiles.

Como explica García, esta ofensiva es un intento de presión regional y también como una herramienta política interna en Estados Unidos.

El experto describe el despliegue como “una gran operación de guerra psicológica” cuyo efecto principal es “amedrentar a los gobiernos latinoamericanos” y, al mismo tiempo, distraer la atención del público estadounidense de problemas internos.

Un reacomodo que marcará el futuro de la región

Mientras gobiernos como los de México, Brasil o Colombia han rechazado la ofensiva estadounidense y piden mecanismos regionales de coordinación, otros como Ecuador, Perú y Argentina, han defendido el accionar de Estados Unidos.

Urueña subraya que estas divisiones no son nuevas: “Siempre ha habido gobiernos más alineados y gobiernos más escépticos frente a Washington”. Sin embargo, advierte que la figura de Trump obliga incluso a los gobiernos críticos a adoptar posiciones “más prudentes y conservadoras” para evitar una escalada.

“La popularidad de Lula aumenta cuando aumenta la hostilidad de Trump contra Lula, algo similar sucede en Colombia o México”

García, por su parte, enfatiza que el despliegue estadounidense está tensionando la política interna de varios países. En naciones con gobiernos progresistas, como Brasil o Colombia, la hostilidad de Washington puede incluso fortalecer el respaldo doméstico a sus presidentes: “La popularidad de Lula aumenta cuando aumenta la hostilidad de Trump contra Lula, algo similar sucede en Colombia o México”.

El académico sostiene además que, a largo plazo, este episodio puede profundizar la polarización regional entre bloques alineados y disidentes. Según su análisis, instrumentos como la Celac o Unasur podrían reactivarse como plataformas de respuesta colectiva, mientras otros gobiernos actuarán como de forma sumisa a la política estadounidense.

Aunque expertos coinciden en que no es probable que el despliegue derive en una invasión o en un conflicto bélico abierto, advierten que sus efectos políticos ya son visibles. Para García, la ofensiva de Washington representa una apuesta por “mantener su hegemonía a punta de cañonazos”. Al mismo tiempo, exhibe “una pérdida acelerada de legitimidad” en la región.

En conjunto, las operaciones militares, las respuestas diplomáticas y las tensiones políticas delinean un momento crítico para la región. La reaparición del Caribe como espacio de disputa geopolítica y la incertidumbre sobre futuras acciones estadounidenses obligan a los gobiernos latinoamericanos a definir estrategias de coordinación, defensa y diálogo que no se veían con urgencia desde hace décadas.

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