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Camino al paraíso
Se puede, ya lo hicimos
Coordinador de Clima y Medio Ambiente en El Salto. @PabloRCebo pablo.rivas@elsaltodiario.com
“La capa de ozono va camino de recuperarse gracias al Protocolo de Montreal”. Perdón por el exabrupto pero, joder, una noticia positiva sobre la atmósfera. Aleluya.
En este mundo donde todo pasa demasiado rápido y donde la noticia de hace cuatro horas ya no vale, este titular, de enero de 2023, podría parecer desactualizado. Pero no lo está. En los procesos que conforman este planeta, y los que rigen la vida y la biosfera que la alberga, los tiempos son otros. En ellos no rige la tóxica dictadura del clic ni el beneficio rápido, y la cosa suele llevar años. A veces milenios, eones. Es lo que ocurre con las emisiones de gases de efecto invernadero. Podemos parar hoy en seco de llenar nuestra atmósfera de ellas, ojalá, pero los efectos los veríamos muchos años en adelante.
Volvamos a Montreal. Tomemos aire, exhalemos y usemos los músculos de la cara que permiten que sonriamos: sí, la humanidad lo ha conseguido. El Grupo de Evaluación Científica del Protocolo de Montreal —el acuerdo multilateral adoptado en 1987 para hacer frente al problema del agujero de la capa de ozono—, en su último informe cuatrienal, ha confirmado que la eliminación progresiva de casi todas las sustancias que dañan el escudo protector que frena entre el 97% y el 99% de la radiación ultravioleta ha logrado proteger esta capa tan necesaria para la vida.
Montreal es un faro, una luz en la oscuridad. Pero no fue un camino de rosas. “Fue muy difícil, y se estuvo torpedeando de forma análoga al proceso actual de la crisis climática”, me cuenta José Luis García Ortega
En tiempos de torpe avance —cuando no retroceso— en la lucha climática, de zancadillas del codicioso lobby de la industria fósil y de desesperantes cumbres del clima que no acaban de encauzar el problema, hay que intentar encontrar como sea esa botella medio llena, el lado positivo, las posibles soluciones. Es eso o la desesperanza, y todo humano digno de ser calificado como tal no puede rendirse ante ella mirando a los ojos de cualquiera de nuestros cachorros, habitantes de un futuro hoy incierto que no tienen la culpa de la industrialización de la sociedad del Homo sapiens ni de la adopción de las energías fósiles como motor de la misma.
Montreal es un faro, una luz en la oscuridad. Pero no fue un camino de rosas. “Fue muy difícil, y se estuvo torpedeando de forma análoga al proceso actual de la crisis climática”. Me lo cuenta José Luis García Ortega, que además de licenciado en Astrofísica es el responsable del programa de Clima de Greenpeace España y un profundo conocedor de los procesos que rigen las cumbres climáticas, pues lleva asistiendo a estas desde finales de los años 90.
Los paralelismos, relata, son claros: “Lo que se intentó al principio con el Convenio de Cambio Climático fue reproducir el convenio que se había hecho con el problema del agujero en la capa de ozono”. El protocolo de Kyoto pretendía emular lo que fue el Protocolo de Montreal. Pero las industrias, químicas en este caso, usaron las mismas tácticas que las petroleras están usando con el cambio climático. “Primero negaron el problema. Que si ‘el agujero en la capa de ozono no existe’. Luego, ‘bueno, existe, pero no es peligroso’. Más tarde, ‘es peligroso pero no lo causamos nosotros’. Luego, ‘lo causamos nosotros pero no lo podemos hacer de otra manera porque se perdería muchísimo empleo, las alternativas no son posibles o son carísimas…’. Fueron utilizando todas esas mentiras”.
Según el Grupo de Evaluación Científica del Protocolo de Montreal “se espera que la capa de ozono recupere los valores de 1980 aproximadamente hacia 2066 en la Antártida, en 2045 en el Ártico y alrededor de 2040 en el resto del mundo”
La sociedad civil y las naciones, por suerte, consiguieron echar abajo ese muro y solventaron el problema, aunque el proceso fue ralentizado por la industria y esta impuso sus condiciones, como la de usar gases artificiales patentados por esas mismas empresas (gases que casualmente tienen un poder de efecto invernadero muy superior al CO2) en vez de gases naturales hoy utilizados mucho más ampliamente.
Pero aunque el proceso tiene amplios paralelismos con el de las cumbres sobre el cambio climático, hay diferencias clave. “Con el ozono, el lobby que estaba enfrente era uno muy poderoso: el de la industria química. Pero en el cambio climático no es que sea más poderoso, es que es el más poderoso del mundo; es quien realmente lo gobierna”. El poder, siempre el poder.
La otra gran diferencia es que la industria química no se vio completamente amenazada; bastaba con sustituir los gases que provocaron el agujero de ozono por otros con la misma capacidad. En la lucha contra la crisis climática, y contra su principal causante —que no único—, la solución afecta a su núcleo de negocio. “Y no hablamos de un negocio, sino el negocio de los negocios. Si manejas la economía mundial y tienes a todo el mundo a tus pies, no te vas a ir porque te vengan unos científicos a decir que el planeta se va a la mierda”, dice con sorna José Luis.
Al final no habrá otra, el tema es cuánto vamos a tardar y si vamos a permitir que la industria fósil ralentice las solución hasta un punto inasumible. El mundo no se va, como dice José Luis, a la mierda —literalmente, se entiende—. Pero sí su clima, y eso supone la alteración de las condiciones biofísicas a las que se han adaptado los primates, incluida la especie a la que pertenecemos tú, yo y nuestras crías. Costó, pero las naciones y la industria se pusieron de acuerdo para dejar de usar gases clorofluorocarbonados, los famosos CFC. El resultado: según el Grupo de Evaluación Científica del Protocolo de Montreal “se espera que la capa de ozono recupere los valores de 1980 aproximadamente hacia 2066 en la Antártida, en 2045 en el Ártico y alrededor de 2040 en el resto del mundo”. Hagamos lo que haga falta para leer, más pronto que tarde, una noticia así sobre la temperatura del planeta.
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Es muy loable intentar buscar anclaje en experiencias positivas del pasado que sirvan para apuntalar esperanzas en estos tiempos oscuros. Pero el problema del ozono no es que fuera menor respecto al de los fósiles que quemamos convirtiendo la atmósfera en sumidero es que de otra dimensión, una dimensión sistémica. Que eso sí sirve para ilustrar la gran diferencia que existe entre las soluciones reformistas que sirvieron para poner un remedio (incompleto y en riesgo) a la producción y emisión de ozono, y la inutilidad de soluciones reformistas cuando se trata de la base energética y material en que se apoya todo un sistema-mundo de dominación, porque la economía fósil no es sólo cuestión de unos poderes localizables y denunciables: todo nuestro modo de vida desde la alimentación al transporte y la comunicación se basan en el petróleo y sus derivados, en el carbón y en la deforestación. Aquí no caben acuerdos bienintencionados (que de todos modos no se alcanzan) entre estados y empresas, hay que cambiar toda la base energética y material del metabolismo social y esto es una Revolución eco-social tan radical y traumática como la humanidad no ha conocido en toda su historia. Y mirar esta realidad de frente, asumir la enormidad del reto es el primer paso para construir una esperanza que no sea naif, ilusoria o incluso peligrosa por complicidad con el aceleracionismo climático que nos lleva (nos está llevando ya) a una cadena infausta de ecocidios y genocidios.