Emilio Santiago: “El discurso colapsista desmoviliza a la mayoría de la población”

El investigador del CSIC ataca la idea de que el colapso de la civilización sea una certeza científica y cuestiona su utilidad política. Opina que una vida “de lujo” y sostenible es verosímil: “El ecologismo tiene que dar la batalla por el deseo”.
Emilio Santiago
Emilio Santiago Muíño, doctor en antropología social y Científico Titular del CSIC. Foto cedida.

Emilio Santiago Muiño (Ferrol, 1984) es investigador del CSIC con una plaza en antropología climática y un autor prolífico de obras que tratan de desmontar las tesis más pesimistas con respecto al futuro climático del planeta. Sus dos libros más recientes, Contra el mito del colapso ecológico (Arpa, 2023) y Vida de ricos (Lengua de Trapo, 2025) son dos caras de la misma moneda: en el primero, Santiago refuta la idea de que la civilización mundial vaya a colapsar repentinamente; en el segundo, expone que llevar una vida “de excesos” dentro de los límites planetarios es posible. “Eso no significa que las cosas puedan seguir como están y parte de la propuesta es redefinir qué entendemos por excesivo”, matiza.

El antropólogo delinea algunos de los que considera fallos de la corriente ecologista que vaticina el colapso de la civilización. Entre ellos, Santiago ataca uno de los pilares de esta tesis: la teoría del pico del petróleo, que augura desde los 2000 una crisis energética inminente por el fin de los recursos petroleros fácilmente explotables. El propio Santiago creyó en la teoría, que en sus inicios parecía sólida, pero se descreyó conforme el punto de inflexión proyectado se postergaba más y más.

Aunque la cuestión de la continuidad de las sociedades industriales complejas no es baladí, el investigador del CSIC cree que el discurso colapsista no es adecuado: crea hipermovilización en una minoría activista y desmoviliza a las masas, argumenta. “Una parte del ecologismo ha renunciado al deseo o a lo aspiracional”, diagnostica el antropólogo. Por ello, contrapone una teoría de buena vida que se pueda llevar a cabo a la vez que hacemos las paces con los límites biofísicos del planeta. La clave: la expansión, abaratamiento y mejora en eficiencia de las energías renovables que, junto con la construcción de baterías y la electrificación de “cosas que nadie pensaba que se podían electrificar”, nos llevarían a esa vida de excesos. Eso sí, nada de coche eléctrico para todos y adiós a los niveles actuales de consumo de carne.

¿El planeta no va a sufrir un colapso?
Al planeta le da un poco igual. Si la vida pudo sobrevivir a la extinción del Pérmico Triásico, seguramente va a poder continuar la aventura sin nosotros. El enfoque no hay que ponerlo tanto en el planeta como en ¿las sociedades industriales complejas van a sufrir un colapso por haber chocado con los límites planetarios? Esa es solo una posibilidad y ni siquiera la más probable. Antes que un colapso, viviremos una suerte de deriva ecofascista, por decirlo de modo simple, que no colapso. El colapso es otra cosa. Esto no significa que un mundo ecofascista no sea malo, sino que hay que prepararse políticamente de manera distinta.

Desmontas varias ideas del colapsismo en Contra el mito del colapso ecológico. Entre ellas, la del colapso como fin del mundo asegurado.
Hay una crítica a ciertas ideas que el ecologismo ha comprado que vienen de toda una tradición escatológica y teleológica de darle una dirección a la historia y asumir que a un gran acontecimiento en principio dramático le vamos a poder dar una vuelta para renacer. El precedente más inmediato de este mito es el colapsismo marxista, que aspiraba a que una crisis terminal del capitalismo fuera el sustrato del que nacería el orden comunista. En el libro, hay una crítica a esa filosofía de la historia.

Muchas de las tesis que se defendían a principios de los 2000 y apuntaban a la inminencia del pico del petróleo y la incapacidad de las renovables para ejercer de energías de sustitución ya no se sostienen

También refutas la base que tiene el colapsismo en la teoría del pico del petróleo y la supuesta incapacidad de las renovables para suplir la demanda energética.
Hay una discusión sobre algunas premisas de diagnóstico que el ecologismo ha dado por muy sólidas y que durante mucho tiempo tuvieron sentido —esto es más una actualización que una impugnación total— y que tienen que ver con las tesis del pico del petróleo y la imposibilidad de las renovables para sostener sociedades complejas. Aunque este debate no se puede dar por cerrado porque la ciencia está en discusión permanente, es evidente que muchas de las tesis que se defendían a principios de los 2000 y apuntaban a la inminencia del pico del petróleo y la incapacidad de las renovables para ejercer de energías de sustitución ya no se sostienen. Ni en lo académico, ni en lo empírico. Yo vengo de esos mundos y de haber creído hasta la médula de mi ser en la cuestión del pico del petróleo en 2003, 2004. Pero, cuando ya en 2015 o 2016, el pico no llega, uno empieza a ver que el esquema falla mucho. Y empiezas a leer otras fuentes y te das cuenta de que el ecologismo había hecho de una hipótesis una identidad porque le venía bien por cuestiones políticas.

Esa es la clave. La ilusión de que el colapso te permita hacer aquello que tú no puedes políticamente. “El enemigo [el sistema] es muy fuerte, no podemos tumbarlo, pero viene el colapso; morirá de muerte natural y aprovecharemos el hueco que deje para generar alternativas”. Ese esquema que entiende el colapso como algo asegurado por las condiciones materiales también lo entiende como oportunidad política. Esa es una de las cosas que el libro intentaba discutir y autodiscutirme; el libro también es un ejercicio de responsabilidad de haber defendido durante mucho tiempo esas tesis [colapsistas] y darme cuenta de que estaban ya agotadas.

Esa orientación anarquizante, digamos, en las ideas colapsistas, hace que se suela recetar comunidades pequeñas y simplificación social como solución.
Hay una mitología libertaria de fondo no solo en el colapsismo, sino en una parte de nuestra cultura política desde los años 90. Hay un anhelo de que haya circunstancias materiales favorables para la emergencia de la autoorganización comunitaria como alternativa al Estado y al mercado. Muchos autores con una matriz ideológica anarquista lo explicitan directamente: dicen que el colapso, pese a su componente de tragedia, será una oportunidad para reorganizar los flujos sociales de manera no jerárquica y volver a lo local. Esa tesis no se sostiene en lo teórico y tampoco en lo empírico.

Y pones ejemplos de ello.
Hice mi tesis doctoral sobre el caso de Cuba [durante el Periodo especial, cuando la caída de la URSS redujo enormemente la disponibilidad de petróleo como combustible en la isla], que era el gran ejemplo a seguir en los círculos del pico [del petróleo] en los años 90 y 2000. Cómo una sociedad industrial podía sobrevivir al peak oil [pico del petróleo] y, además, con el acento puesto en que si Cuba sobrevivió, fue porque el gran socialismo de Estado dio paso a un empoderamiento comunitario general.

Yo me creí esta historia. Conseguí una beca y viví nueve meses en la isla, estudié el tema con relativa profundidad y me di cuenta de que el relato hacía aguas por muchos sitios. Es verdad que Cuba había conseguido algunos avances ecologistas muy sustanciales y significativos, pero eran avances que nadie deseaba o se impusieron como adaptación forzosa a circunstancias que todo el mundo reconocía como absolutamente traumáticas y vergonzantes. Y me di cuenta de que eso de “colapsar feliz” [no existía]… O sea, en Cuba ni siquiera había sido un colapso, solo lo había rozado, y todo el mundo lo recordaba como una pesadilla. Y más allá de eso, el Estado y las políticas públicas habían sido fundamentales. Las dos piezas del relato se me descuadraron completamente.

Que la civilización global no enfrente un colapso inminente no quita la necesidad de encajar la economía dentro de los límites planetarios y ahí sí dices que pequeñas dosis del discurso colapsista pueden venir bien.
El ecologismo tiene que tener un ingrediente de alarma porque la situación es crítica. No podemos rebajar la gravedad de la situación, pero tampoco podemos exagerarla y que nos paralice; es igual de pernicioso a efectos políticos. Lo que nos dicen los estudios de comunicación política es que tú tienes que presentar el problema, por supuesto sin menoscabar su gravedad, pero modulado a un contexto de soluciones posibles. Si no haces eso, llevas a la mayor parte de la población a la desmovilización, al nihilismo, al hedonismo presentista de “porque qué más me da” y puede que a una parte muy pequeñita la lleves a una hipermovilización. El colapsismo moviliza a los movilizados y desmoviliza a los desmovilizados.

También depende de qué concepción de cambio social tengas. La mía es una concepción de cambio social de masas. He tenido una deriva muy pragmática en los últimos tiempos que tiene que ver con una asunción de que tenemos muy poco tiempo, que hay que hacer cambios a una escala muy grande y que eso implica política de masas. Y la política de masas se hace con mínimos, no con máximos. Esto hablando del problema del colapsismo como comunicación política, que otra cosa más de fondo es su problema como diagnóstico.

No solo hay que actuar contra la crisis climática por supervivencia o responsabilidad moral, sino porque es posible vivir bien o vivir mejor dentro de los límites planetarios

En línea con esto que dices, haces un diagnóstico al inicio del libro: el ecologismo camina una fina línea entre la esperanza y el miedo y ha caído del lado del miedo. El libro tiene ya dos años; ¿crees que el ecologismo sigue errando?
Una parte del ecologismo sigue anclada en el lado del miedo, pero, paradójicamente, las cosas que nos deberían estar dando miedo no le están dando tanto. Estoy pensando en la administración Trump y cómo está suponiendo un desplazamiento tectónicos de los imaginarios políticos de Occidente hacia un lugar terrible y el precedente que eso puede generar. Eso al ecologismo parece que no le está dando suficiente miedo. En el fondo, lo que opera es un esquema marxista de base y superestructura. Como la política, según este enfoque, no importa (porque la base material es la que condiciona las cosas), entonces da igual.

Luego, una parte del ecologismo ha renunciado a algo que es fundamental: el deseo y lo aspiracional. Hay que construir los discursos alrededor de esto; no solo hay que actuar contra la crisis climática por supervivencia o responsabilidad moral, sino porque es posible vivir bien o vivir mejor dentro de los límites planetarios.

Se me ocurre un paralelismo con esto del colapsismo como desmovilización: “vota para parar al fascismo”, al menos como discurso basado en el miedo.
Tienen un parecido de familia, pero son de naturaleza diferente. La apelación al miedo del ecologismo es un hipermiedo tan desbordante que acaba generación desconexión. Sin embargo, la apelación frentepopulista de frenar a la derecha se ajusta más a un marco de riesgo real. Se puede asumir como posición de debilidad transitoria, como un momento de cerrar filas que es compatible también con trabajar a la vez por una ambición superior que permita tomar la delantera en la batalla cultural.

Aunque ambos se asemejan a ese fenómeno de falta de motivación como vector de cambio, en el ecologismo se le añade connotaciones más dramáticas. Con el colapsismo, el daño es tan grande, tan rápido y las causas son tan complejas y poderosas que ¿para qué voy a hacer algo?

El programa ecologista de reintegrarnos rápidamente en los límites planetarios no solo no se contradice, sino que es complementario con una expansión del bienestar, la felicidad y la prosperidad

En tu último libro, Vida de ricos, defiendes que se puede vivir bien en un modelo de decrecimiento. ¿Cómo sería esa buena vida y cuál sería el papel de la tecnología en ella?
En el libro hablo de poscrecimiento, no de decrecimiento. No es una cuestión de terminología, hay algo más de fondo. Pero vamos a la pregunta. El programa ecologista de reintegrarnos rápidamente en los límites planetarios no solo no se contradice, sino que es complementario con una expansión del bienestar, la felicidad y la prosperidad. Y hablo de esto reivindicando el bienestar en términos lujosos y de exceso. Eso no significa que las cosas puedan seguir como están y parte de la propuesta es redefinir qué entendemos por excesivo. La apuesta es esa: ganarle al capitalismo la batalla del deseo.

El papel de la tecnología es importante, aunque no decisivo. Una de las hipótesis fundamentales del libro es que tenemos una oportunidad histórica de redefinir la estrategia de intervención política del ecologismo. Uno de los elementos fundamentales es la revolución tecnológica y política de las renovables —y digo política porque la tecnología es fruto de una política industrial sostenida durante décadas— que nos da un trinomio de renovables, almacenamiento y electrificación de cosas que antes nadie pensaba que se podían electrificar. Yo mismo decía que era imposible que un camión funcionara con electricidad.

¿Puedes profundizar en esto?
Nunca antes una energía se había desplegado tan rápido, abaratando tanto sus costes y con unas curvas de aprendizaje tan espectaculares de tal modo que posibilite reintegrarse en los límites planetarios sin un regreso forzoso al pasado. El retorno al pasado ha gravitado durante un tiempo alrededor del imaginario del ecologismo, con todas las implicaciones que eso tiene y a las que nadie quiere regresar. Otras puede que sean más apetecibles, pero entonces el pasado ya no es un ‘pack de empobrecimiento’, se convierte en un yacimiento del que poder inspirarnos para cosas puntuales. Puede ser muy interesante aprender de las arquitecturas vernáculas para la bioconstrucción o aprender de la selección participativa de semillas de comunidades campesinas, pero no implica tener que poner la bicilavadora.

No tenemos que volver a lavar la ropa a mano en el río.
Muchas de las conquistas de la vida moderna que tienen que ver con consumos energéticos y materiales altos pueden ser mantenidos en sociedades imposibles. ¿Esto significa que podemos crecer hasta el infinito? En absoluto. No tenemos que cambiar cada coche de combustión por uno eléctrico. Tenemos que replantear el modelo de transporte y generar más transporte público, transporte privado, si quieres, pero de bajo peso: bicicletas, patinetes…

El ecologismo tiene que dar la batalla por el deseo. No es lo mismo decir que vamos hacia la rerruralización y un retorno a algo traumático en la memoria colectiva que “mira, tienes que comer menos carne y volar un poco menos o no volar”.

Una última pregunta. Se ha dicho que el feminismo es el gran movimiento que hace de punta de lanza contra la ola ultraderechista global. ¿Crees que el ecologismo puede estar llamado a un papel similar?
Me gustaría que el ecologismo tuviera el arraigo, la fuerza y la capacidad de movilización política que el feminismo tiene. De todas formas, empiezo a sospechar que no se trata de que el ecologismo como movimiento crezca y asuma ese papel, sino ecologizar la sociedad y que un bloque histórico democrático progresista tenga un componente ecologista estratégico en su concepción del mundo y proyecto político.

Río Arriba
Javier Peña (Hope!): “La transición ecológica regenerativa es la mayor oportunidad para el progreso humano"
Entrevista en formato podcast sobre cómo revertir las consecuencias de la crisis climática, de decrecimiento, colapsismo y de la esperanza que se necesita tener para enfrentarnos al reto climático.
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