Crisis climática
Alpes en desequilibrio: cómo la crisis climática deshace el hielo que sostiene las cimas de Europa

En mayo de 2025, el pequeño pueblo suizo de Blatten, en el cantón de Valais, vivió un acontecimiento que parecía sacado de una película de catástrofes. Veinte millones de toneladas de hielo y roca del glaciar Birchgletscher —conocido como Birch— se precipitaron por la ladera, sepultando casi todo el pueblo en apenas 40 segundos. El estruendo fue tan brutal que, al llegar al fondo del valle, la fricción generó suficiente energía como para derretir instantáneamente alrededor del 27% del hielo, transformándolo en agua y vapor.
Lo que pudo haber sido una tragedia sin precedentes causó solamente una víctima gracias a la evacuación a tiempo de la población. Durante semanas, cámaras, radares y satélites habían registrado señales de un posible colapso, y los científicos habían advertido que la montaña estaba a punto de ceder. Aquel desastre fue un recordatorio bestial de lo que está ocurriendo con el cambio climático en los Alpes: montañas que durante siglos parecían inmutables están perdiendo parte de su equilibrio interno.
Mientras el planeta se calienta a razón de 0,2°C de media por década, en los picos alpinos suizos los incrementos alcanzan hasta 1°C solo en la última década
Lo sucedido en Blatten no fue un accidente aislado, sino la manifestación de un proceso más amplio en el que los glaciares y el permafrost se debilitan simultáneamente. Como explica Marcia Phillips, investigadora del Instituto de Investigación de la Nieve y las Avalanchas (WSL/SLF), “aunque no sabemos exactamente qué ocurrió en el [monte] Nesthorn, sobre Blatten, los científicos creen que la inestabilidad geológica, combinada con el calor y posiblemente con la infiltración de agua, sobrecargó la montaña hasta provocar el colapso”. Tal como señala esta experta, “si el hielo del permafrost ubicado en las fracturas rocosas se derrite, permitiendo que el agua penetre en la montaña, no solo aumenta rápidamente la temperatura, sino que también genera presión. Y esa presión puede desencadenar inestabilidad geológica, caídas de rocas o contribuir a colapsos masivos de masas rocosas como el del Nesthorn sobre el glaciar Birch en Blatten”.

El Birch reposaba sobre la ladera rocosa del Kleines Nesthorn, una zona de permafrost que servía como soporte natural para el glaciar colgante. Como resultado de su particular estructura geológica y del deshielo del permafrost, las rocas se volvieron inestables y cayeron sobre la lengua del glaciar, provocando una aceleración repentina. El Birch, ya debilitado y con menor adherencia al lecho rocoso, se transformó en una avalancha incontrolable. Como recuerda Matthias Huss, glaciólogo del ETH Zurich y del WSL: “El otoño pasado observamos que la parte inferior del glaciar comenzó a avanzar repentinamente. No fue un aumento de volumen, sino un incremento en la velocidad del flujo: la lengua se engrosaba y avanzaba, mientras la parte superior seguía perdiendo hielo. Esto se interpretó como una señal de inestabilidad, y por eso se intensificó la vigilancia”.
Temperaturas bajo cero para sobrevivir
La clave de este fenómeno reside en cómo la crisis climática está transformando los dos pilares de la alta montaña: los glaciares alpinos y el permafrost. Los glaciares son ríos de hielo que se recargan en sus partes altas con la nieve y descienden por gravedad, equilibrando la acumulación invernal con el deshielo estival. El permafrost, por su parte, es un suelo que permanece congelado durante al menos dos años, compuesto de roca y hielo, que actúa como un adherente natural. Ambos sistemas dependen de temperaturas bajo cero para sobrevivir. El retrocesode los glaciares y la degradacióndel permafrost alpino se deben a que ambos entornos son extremadamente vulnerables al aumento continuo de las temperaturas del aire y de la atmósfera impulsado por el cambio climático.
Esta situación se repite en todas las cordilleras del mundo, donde el calentamiento avanza casi el doble de rápido que la media global: mientras el planeta se calienta a razón de 0,2°C de media por década, en los picos alpinos suizos los incrementos alcanzan hasta 1°C solo en la última década.
“Podemos ver un aumento de aproximadamente 1°C por década en la zona del permafrost. En los últimos 30 años, los cambios acumulados han alcanzado entre 2 y 2,5 °C”, explica Phillips
Cuando la temperatura del aire aumenta, el calor no se queda en la superficie: penetra gradualmente en el interior de la montaña. Primero afecta a la capa activa del permafrost, que se congela en invierno y se descongela en verano. En condiciones estables, esta capa se mantendría constante, pero al engrosarse debido al calentamiento, alcanza zonas más profundas que antes permanecían invariables. Allí, el hielo que sellaba las fracturas rocosas y evitaba la infiltración del agua comienza a derretirse.
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“Podemos ver un aumento de aproximadamente 1°C por década en la zona del permafrost. En los últimos 30 años, los cambios acumulados han alcanzado entre 2 y 2,5 °C”, explica Phillips. La resistencia al cambio depende del contenido de hielo: “El permafrost con mucho hielo cambia lentamente porque se necesita una enorme cantidad de energía para derretirlo. En cambio, el permafrost seco, con poco hielo, se calienta casi tan rápido como el aire y es mucho más sensible al cambio”, añade.
Aunque el permafrost rico en hielo podría tardar unos cien años o más en desaparecer por completo, la amenaza ya avanza en silencio. Las temperaturas superficiales continúan aumentando y, mientras en las cumbres más altas el permafrost sigue claramente bajo cero, en altitudes más bajas ya se aproxima al umbral crítico de 0 °C. “Los modelos muestran que, en los lugares más sensibles, la degradación irreversible del permafrost podría comenzar hacia 2050, mientras que en otras áreas podría retrasarse hasta cerca de 2100,” advierte CécilePellet, geógrafa de la UniversidaddeFriburgo especializada en permafrostalpino y estabilidad de laderas.
En Suiza, el volumen glaciar ha disminuido un 36% en los últimos 25 años: de 74 km³ en 1998 a 47 km³ en 2023, según Glamos, el organismo suizo de monitoreo de glaciares
El mayor peligro no es la pérdida del hielo en sí, sino la inestabilidad de las laderas fracturadas: el permafrost actúa como un sellante helado y, una vez que el hielo desaparece, las grietas y fracturas quedan expuestas a la infiltración del agua. El colapso del flanco del Nesthorn sobre el glaciar Birch mostró las consecuencias de lo que ocurre cuando estas zonas frágiles se encuentran sobre comunidades habitadas. El agua del deshielo se infiltra en profundidad, transporta calor y derrite capas internas difíciles de monitorear, aumentando el riesgo de colapsos. “Un terreno homogéneo es estable, como un pan compacto. Pero si la montaña tiene discontinuidades, como una barra de pan hecha en rebanadas, el agua puede infiltrarse entre ellas, y ahí es donde comienza la inestabilidad,” explica Phillips.

Los datos de Permos, la Red Suiza de Monitoreo del Permafrost, confirman que el equilibrio térmico del permafrost lleva roto desde hace décadas. Incluso cumbres alpinas emblemáticas muestran signos claros de debilitamiento. En el Matterhorn (4.477 metros, también conocido como Cervino), las temperaturas en 2023 oscilaban entre –4,8 °C y –6,5 °C. En el Schilthorn (2.970 m.), la capa activa ya alcanza los 13 metros, casi un 40% de la profundidad total del permafrost, una señal de creciente fragilidad. Y en lugares como el glaciar rocoso de Murtèl-Corvatsch, las temperaturas superficiales medias ya superan los +3,8 °C, lo que significa que el suelo ha dejado de estar congelado. “En los últimos 25 años hemos observado un calentamiento general del permafrost y una pérdida de hielo en su interior. Las mezclas de roca y hielo que componen el suelo congelado se están desplazando, y esos movimientos se aceleran,” advierte Pellet.
30 metros menos de glaciar por año
Las otras grandes víctimas alpinas del calentamiento son los glaciares. En Suiza, el volumen glaciar ha disminuido un 36% en los últimos 25 años: de 74 km³ en 1998 a 47 km³ en 2023, según Glamos, el organismo suizo de monitoreo de glaciares. El retroceso del glaciar del Ródano es uno de los ejemplos más dramáticos: donde antes existía una masa densa de hielo, hoy se expande un creciente lago proglacial. En Francia, la situación es igualmente crítica: los glaciares alpinos retroceden una media de 30 metros de longitud cada año, mientras pierden entre 1 y 1,5 metros de espesor. Su desaparición es más rápida que el deshielo del permafrost.
Los glaciares se comportan como organismos vivos en equilibrio: acumulan nieve en invierno, se derriten en verano y mantienen un ciclo que les da vida. Cuando ese equilibrio se rompe, el glaciar entra en desequilibrio y pierde masa. “Hoy sabemos que los glaciares de los Alpes —y de la mayoría de las montañas del mundo— están en total desequilibrio con las condiciones climáticas actuales, y por eso están perdiendo volumen,” resume Antoine Rabatel, de la Universidad Grenoble Alpes.
En los Pirineos, la situación es aún más crítica: en apenas siglo y medio han perdido más del 80% de su superficie glaciar, y hoy sobreviven menos de 20 glaciares activos
El problema para los humanos no es solo estético. El deshielo amenaza infraestructuras alpinas —carreteras, presas, túneles— construidas sobre un terreno que ahora se degrada. También afecta al turismo, que depende del hielo para mantener estaciones de esquí y rutas de alta montaña. Y tiene consecuencias hídricas: en Francia, el agua del deshielo glaciar aporta hasta el 21% de la producción hidroeléctrica nacional, y en Suiza garantiza en verano el suministro agrícola y urbano en valles con escasas lluvias.
El desastre de Blatten demuestra hasta qué punto la prevención es esencial. En el cantón de Valais, las autoridades monitorizan constantemente más de 60 glaciares mediante cámaras, radares y vuelos de inspección. Aun así, reconocen que la seguridad total nunca podrá garantizarse. “Debemos aceptar que la montaña nunca será totalmente controlable. Hay que mantener una cultura del riesgo y aprender a convivir con un entorno que cambia rápidamente,” señalan desde el Servicio de Desastres Naturales del cantón.
Los glaciares de los Pirineos están sentenciados
Pero lo que ocurre en los Alpes no es solo un problema suizo o francés. En los Pirineos, la situación es aún más crítica: en apenas siglo y medio han perdido más del 80% de su superficie glaciar, y hoy sobreviven menos de 20 glaciares activos, como es el caso de los del Aneto, el Maladeta o el Monte Perdido. Investigadores del IPE-CSIC advierten que, de mantenerse la tendencia, podrían desaparecer antes de 2050. La diferencia con los Alpes es evidente: en los Pirineos, las cotas frías apenas superan los 3.000 metros, lo que los hace extremadamente vulnerables. Su permafrost es limitado y frágil, reduciendo no solo la estabilidad del terreno, sino también las reservas de agua veraniegas.

“En los Alpes sabemos que todos los glaciares cuya cota máxima está por debajo de los 3.500 metros en promedio están condenados a desaparecer porque no tienen zonas altas donde acumular masa. Aunque depende de la orientación, en promedio podemos decir que los glaciares situados por debajo de esa línea de equilibrio tienen muchas probabilidades de desaparecer,” explica Rabatel.
Como resume Huss: “Los glaciares son los embajadores del cambio climático. Transmiten un mensaje claro: si el hielo eterno desaparece, vemos con nuestros propios ojos lo que está en juego”
Para España, la desaparición de los glaciares pirenaicos no es solo un fenómeno climático: también supone la pérdida de símbolos culturales y paisajísticos que forman parte de la identidad de las comunidades de montaña. Los científicos los describen como un “termómetro adelantado del cambio climático”, porque lo que ocurre allí anticipa lo que puede suceder en otras cordilleras del planeta. En última instancia, su retroceso no es un problema local, sino un espejo de una crisis global. Como resume Huss: “Los glaciares son los embajadores del cambio climático. Transmiten un mensaje claro: si el hielo eterno desaparece, vemos con nuestros propios ojos lo que está en juego”.
En la mayoría de las cordilleras del mundo, las temperaturas aumentan más rápido que la media global, y esta aceleración se convierte en una amenaza silenciosa. Por un lado, los glaciares alpinos —entre los ecosistemas más valiosos y frágiles del planeta— se encaminan hacia una pérdida sin precedentes. Por otro, el permafrost, que se degrada más lentamente, también lleva años acumulando condiciones adversas que apuntan a un futuro incierto y a un posible punto de no retorno. Los efectos del cambio climático en alta montaña no siempre son visibles, pero están transformando profundamente un paisaje que parecía inmutable. Los Alpes, en el corazón de Europa, se enfrentan ahora al reto de conservar su estabilidad y seguir siendo un entorno habitable para las comunidades y las actividades humanas. El esfuerzo de las administraciones por equilibrar la vida y la protección del medio natural resulta esencial, aunque cada año el desafío crece.
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