Opinión
Brasil, ¿vivir con miedo es democrático?
En las últimas tres semanas se han registrado más de 70 agresiones por motivos políticos, de las cuales unas 50 han sido atribuidas a seguidores de Bolsonaro.

Brasil está totalmente dominado por la catarsis de las elecciones. Ningún otro tema de conversación se sienta en la mesa de quien teme el ascenso del candidato de extrema derecha Jair Bolsonaro. Dormir, soñar y despertar pensando en las elecciones. Cocinar y comer con las elecciones en la boca o, por lo menos, en la cabeza. Enfermarse e, incluso, llorar por la preocupación política.
En las últimas tres semanas se han registrado más de 70 agresiones por motivos políticos, de las cuales unas 50 han sido atribuidas a seguidores de Bolsonaro, tal y como investigó el medio brasileño Agencia Pública. Personas negras, homosexuales, transexuales, travestis o mujeres feministas, figuran entre las principales víctimas. Por precaución, unas se quitan las pegatinas de 'Él no' antes de entrar en un taxi, otros prefieren no andar por la noche de la mano de su pareja homosexual y si el conductor del Uber dice ser 'bolsonarista' muchos de los que antes adoraban discutir sobre política volviendo a casa, hoy prefieren guardar silencio por miedo a un encontronazo de ideas agresivo. “Las olas de violencia me hacen sentir miedo de ser yo misma”, me escribió hace unos días una de mis mejores amigas. En este tenso contexto político, las discusiones familiares se han vuelto tan comunes que hasta los medios de comunicación han hecho de eso noticias, podcasts o incluso memes. Otra amiga me mostraba la batalla de ideas que sostuvo con su padre vía WhatsApp, en un intento de consolarla, él le decía: “Hija, Bolsonaro solo da miedo a los que están contra él”.
Aún con miedo, las personas publican, comparten, comentan y escriben hashtags de manera compulsiva. Empresarios que financian ilegalmente la campaña de Bolsonaro realizan disparos masivos de informaciones electorales que inundan las redes, según revelan las investigaciones de un periódico. Las noticias falsas se empujan las unas a las otras. Pero si hay algo que, en Brasil, casi todos saben es que Bolsonaro defiende el porte de armas, discrimina la homosexualidad y ya hizo apología de la tortura. La inmensa mayoría de la población vio el discurso de Bolsonaro cuando, en la votación del impeachment de la antigua presidenta Dilma Rousseff en 2016, dedicó su voto al coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, torturador de Dilma y de muchas otras personas durante la dictadura. Fue Ustra quien, entre otras prácticas, ordenó traer a los hijos de una de las víctimas torturadas para que, con cuatro y cinco años, presenciasen esta terrible escena y fue Bolsonaro quien, muchos años después, rindió homenaje a la tortura con un discurso que le lleva de camino directo a la presidencia en el palacio del Planalto.
Pero las semillas de este odio fueron plantadas hace tiempo. Ni este discurso intolerante se construyó de un día a otro, ni Bolsonaro es una alternativa al actual sistema político. Lleva 27 años ejerciendo como diputado. Casi tres décadas defendiendo públicamente que “ser homosexual es un extravío”, que “el único ladrón que no vuelve a robar es aquel que está muerto”, que “un niño con 16 años debe responder penalmente por sus crímenes”, que “una mujer no merece el mismo salario que un hombre” o que “la selva debe ser productiva, si la población indígena no la explota, que lo haga un empresario”, según sus propias declaraciones.
En este Brasil polarizado, donde muchas heridas colonialistas todavía están abiertas, más de la mitad de la población apoya las propuestas de Bolsonaro. Hasta hace unas semanas todavía quedaba un poco de pudor por lo 'políticamente correcto'. Pero el masivo apoyo que recibió el candidato en la primera vuelta de las elecciones del 7 de octubre le puso un altavoz a ciertas ideas fascistas. Algunas ya pueden incluso leerse en los baños y muros de colegios y universidades, como “muerte a las lesbianas”, “masacre #Columbine” o “negros a las senzalas [alojamientos de los esclavos]”, junto con dibujos de esvásticas. Si la intolerancia toma las riendas, el camino será el de la violencia.
Cuando una joven que portaba una pegatina con el eslogan 'Él no' (Ele não) recibe una paliza de varios hombres con la camiseta de Bolsonaro y le graban una esvástica nazi en la barriga con una navaja, sangra la piel de todas las feministas. Cuando un seguidor de Bolsonaro mata con 12 puñaladas a un activista negro, mestre de Capoeira, porque afirmó su apoyo a la izquierda, violentan a todos los que defienden la tolerancia y la diversidad. Cuando el candidato de extrema derecha afirma no tener control sobre sus seguidores pero continúa expresando un discurso de estigmatización sobre las personas LGBTI, legitima las recientes muertes de una travesti y una transexual, también apuñaladas bajo el grito de “Bolsonaro”.
Algunos se agarran a un clavo ardiendo: “No tendrá tiempo ni capacidad de cumplir todo lo que propone”, “si la mayoría de la población lo elige tal vez acabe dándose cuenta de que no era la mejor solución” y, en el peor de los casos, “solo serán cuatro años”. Se vislumbra el comienzo del túnel pero la salida está tan incierta como nublada, porque la tensión está servida y el miedo está sembrado.
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