Bestiario
Jordi Graupera: entre el espectro de Mas y el reflejo de Valls

Barcelona és capital se presenta como una marca aparentemente ambigua entre izquierdas y derechas a las elecciones locales del próximo domingo. Su cara visible es Jordi Graupera, el representante de un sector que no duda en fomentar una división entre buenos y malos catalanes.

Jordi Graupera -municipales 2019
Jordi Graupera es periodista y candidato de Barcelona és Capital a las elecciones municipales del 26 de mayo.
22 may 2019 07:10

La política vive tiempos convulsos, y las próximas elecciones municipales no han sido ajenas a ello. En Barcelona, la competición por la alcaldía se ha visto sacudida por un previsible reajuste del mapa político y por la irrupción de nuevas candidaturas. Aunque la mayoría de las encuestas coinciden en dejarlo fuera del consistorio, uno de los nuevos candidatos de quien más se hablado ha sido Jordi Graupera. Más allá de su previsible papel residual en la política municipal, el grupo de influencia articulado a su alrededor ha conseguido en los últimos tiempos una cierta notoriedad. ¿De dónde sale Graupera? ¿Qué propone? Y, más importante, ¿en qué medida puede su apuesta por la política terminar teniendo alguna influencia en el debate público?

El espectro de Artur Mas

La anécdota la ha contado el propio Graupera. Nos situamos en la época en la que Convergència pretendía proyectar a Artur Mas como candidato a la Generalitat. En este contexto, el hombre llamado a suceder a Pujol organizó un encuentro con periodistas de varios medios. Graupera, entonces un joven veinteañero que, además de haber pasado por las juventudes del partido, colaboraba con el Cercle d’Estudis Jordi Pujol, figuraba entre los convocados. Su voz y su pluma ya habían empezado a aparecer en los medios. Al llegar su turno, dijo lo que muchos estaban comentando antes de la reunión pero nadie se había atrevido a formular claramente ante el entonces todavía aspirante a la presidencia: que la gente no sabía qué era lo que pensaba exactamente y que tenía que plasmar sus ideas en un libro. A pesar de la estupefacción suscitada por el atrevimiento de aquel muchacho, al salir de la reunión la secretaria de Mas llamó a Graupera, y terminarían encargándole la elaboración del libro que proponía. No obstante, el borrador que entregó nunca llegó a publicarse. Según Graupera, no había sustancia: en la parte dedicada a las propuestas, apenas se podía concretar nada.

Casi veinte años después de participar en la gestación de aquel libro que no vio la luz, el ahora candidato Graupera, con 38 años, vive atrapado en la misma insustancialidad de la que adolecía el entonces candidato Mas. Tal vez consciente de ello, quiso acompañar su salto a la política de un cierto empaque teórico. Sin embargo, su capacidad retórica apenas ha podido ocultar la vaguedad de sus argumentos. Así ocurría con el artículo que publicó en enero de 2018 con el título de la que luego ha sido su candidatura, “Barcelona és capital”, en el que podía ya entreverse su intención de competir por la alcaldía. Y algo parecido pude decirse de la conferencia que dio dos meses después, el 20 de marzo de aquel año, como presentación en sociedad de su propuesta política, luego resumida y convertida en libro: Una proposta per a Barcelona (Destino, 2018). En ambos casos, más allá de la reivindicación del referéndum del 1 de octubre y de una dura crítica al catalanismo “autonomista”, costaba encontrar algo que no fueran palabras huecas. Había, eso sí, una clara obsesión como telón de fondo: “No nos podemos permitir que Ada Colau vuelva a gobernar cuatro años”.

Soluciones tecnocráticas, trasfondo liberal

En el terreno propositivo, Graupera apenas bosquejó entonces alguna idea. Más bien se dedicó a elogiar las soluciones técnicamente eficaces, a la vez que mostraba cierto recelo ante los debates condicionados por las “preferencias ideológicas”. Asimismo, parecía menospreciar las materias que normalmente copan los debates municipales, al afirmar: “Estas elecciones no van sólo de la recogida de la basura, del tranvía, del precio del alquiler o de las licencias de las terrazas”. Y, a ratos, medio escondida, dejaba entrever una retórica de resonancias liberales: “Barcelona tiene que estar a la vanguardia del urbanismo […], de la protección de la autonomía personal y la capacidad de tener iniciativa, de las soluciones imaginativas y de la economía más robusta”.

Cuando por fin presentó el programa electoral, una vez constituida su candidatura tras el proceso de primarias que promovía, los equilibrios y la pretensión de aparentar centralidad no han podido ocultar el carácter de algunas de sus ideas iniciales. Por ejemplo, la de impulsar la urbanización de la ciudad por encima de la ronda de Dalt, ganando terreno a Collserola. De hecho, el programa incluso va más allá, al recuperar la propuesta —surgida en los últimos años del franquismo— de los tres túneles para conectar Barcelona con el Vallès, lo que supondría la construcción de dos otros túneles, además del ya existente (el de Vallvidrera).

Ante el reflejo de Manuel Valls

El problema de la ausencia de concreción no es, con todo, ni el único ni el más importante de los que han acompañado la candidatura de Graupera. Seguramente más llamativas resultan las contradicciones inherentes a su propuesta de conformar una lista única independentista bajo su liderazgo para conquistar el ayuntamiento de Barcelona. Por un lado, porque es precisamente en las elecciones locales donde menos sentido tiene la unidad de acción del independentismo: lo que en ellas se dirime es la gestión de los municipios, no la política de país. Por el otro, porque, con esta proposición, Graupera estaba tendiendo la mano a los mismos a quienes afeaba una actitud “autonomista”. Y lo hacía, además, con ciertos delirios de grandeza: él tenía la fórmula para renovar la política del país; él era la persona llamada a liderar esta transformación. En la práctica, la única hipótesis plausible con la que podía contar era la de conseguir arrastrar tras de sí el espacio político articulado alrededor de Carles Puigdemont. No en vano, las mayores críticas de Graupera iban dirigidas a ERC. Y no por casualidad fue el aspirante que contaba inicialmente con el beneplácito de Puigdemont, Ferran Mascarell, quien más señales de entendimiento con Graupera dio, antes de que el PDeCAT y los sectores afines al president exiliado decidieran finalmente presentarse juntos bajo la marca Junts per Catalunya, con Joaquim Forn al frente. Finalmente, sólo Demòcrates, una de las patas en las que quedó fragmentada la extinta Unió, terminó dándole apoyo.

Graupera fracasó, pues, en lo que Manuel Valls había conseguido con Ciudadanos: en materializar el abrazo del oso a un gran partido ya existente. Pero los paralelismos con Valls no terminan ahí. Si el uno aterrizó desde Francia, el otro lo hizo desde Estados Unidos, donde llevaba más de una década. Si el uno se presenta por el partido de Albert Rivera, que se hizo un hueco llamando a superar el eje derecha-izquierda, el otro se define como “de izquierdas y de derechas” a la vez. Si el uno ha cimentado su candidatura a partir de la obsesión por impedir el acceso del independentismo al gobierno municipal, el otro lo ha hecho con la única idea de que Barcelona se proyectara como capital catalana sin “subordinaciones” de ningún tipo. Si el uno ha atizado un discurso no sólo anticatalanista, sino incluso a veces anticatalán, el otro lee cualquier problemática en función de la subyugación al Estado español. Graupera funciona como el reverso de Valls, y viceversa. Y, lo que es peor: el discurso del uno refuerza el del otro.

Un discurso pernicioso

Es probablemente este terreno, el del discurso, el que más preocupación deba levantar. Cabe aquí introducir un matiz entre la candidatura configurada a raíz del proceso de primarias —en el que, como era previsible, Graupera se impuso holgadamente, pero que motivó la incorporación a la lista de gente con perfiles no enteramente coincidentes— y el entorno más cercano al candidato. En este segundo grupo, dos nombres han destacado por su nacionalismo con tintes esencialistas y xenófobos, así como por su machismo y groserías: Enric Vila y Bernat Dedéu.

A pesar de no formar parte de la candidatura, han sido ellos quienes más han contribuido a catapultar a Graupera, al modo de intelectuales orgánicos. Junto con el ahora cabeza de lista de Barcelona És Capital, ambos se hicieron un hueco en el panorama mediático apadrinados por el catalanismo conservador, que veía en ellos la futura elite —política e intelectual— de este espacio político. Sin embargo, el cisma de CiU y la ambición personal los han proyectado como grupo con aspiraciones propias.

Tanto Vila como Dedéu han exacerbado la tendencia de algunos sectores del independentismo de derechas hacia una radicalización en las formas y el contenido, fenómeno que ha merecido análisis desde hace ya algún tiempo. En los últimos meses, sus ataques se han focalizado especialmente en el gobierno de Quim Torra, al que Vila ha bautizado reiteradamente como “régimen de Vichy”. La etiqueta resulta especialmente alarmante. En primer lugar, porque banaliza en extremo el fascismo y minusvalora a los auténticos colaboracionistas catalanes con el franquismo, que los hubo, y no pocos. Pero también porque abona la división entre buenos y malos catalanes, en unos momentos de auge de la intolerancia en toda Europa en los que, si algo no se necesita, es atizar el odio. No parece precisamente que la candidatura de Graupera vaya a contribuir a frenar esta tendencia, y ahí radica su mayor peligro.

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