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Son constantes las retóricas, valoraciones y datos sobre la evolución de la pandemia, la gestión de la crisis sanitaria, el confinamiento y, ahora también, las fases previstas para el desconfinamiento gradual. Muchas de estas retóricas, más o menos transgresoras, están protagonizadas por personalidades entendidas y con atribución de experiencia sobre la situación e interpretación de la realidad. Sin negar sus aportaciones, conviene construir una opinión pública con referentes plurales y diversos de acuerdo a la interseccionalidad de opresiones que atraviesan las sociedades contemporáneas. Conviene reconocer la diversidad, sobre todo, como herramienta para combatir los procesos de exclusión y sus respectivas asignaciones de alteridad y marginación.
No todo el mundo tiene un hogar donde confinarse. Tener hogar, aunque aparentemente se ha convertido en un privilegio, es y debería ser un derecho garantizado. Conscientes de las responsabilidades que corresponden a las instituciones y poniendo en valor la labor de los colectivos que trabajan por el derecho a la vivienda, este paréntesis de la vida como la teníamos entendida debería invitar a reflexionar sobre nuestro papel individual y colectivo. Así, conocer las carencias de cualquier vecina, incrementadas por el contexto que estamos viviendo, debería concienciarnos de la importancia de la corresponsabilidad. Justamente, tener contexto sobre las necesidades que hay en el propio entorno es una de las cuestiones que mueve las personas a ser solidarias.
Confinamiento sin hogar y con represión
Se calcula que en Barcelona viven 4.200 personas sin hogar, de las cuales 2.171 duermen y viven en los centros públicos y privados que existen en la ciudad (Fundació Arrels, 2019). El resto viven entre asentamientos y directamente en las calles de una ciudad que se quiso poner guapa demasiado rápido, priorizando una marca que refuerza procesos de exclusión: el 44% de las personas entrevistadas en la investigación de la Fundació Arrels (2019), indicaron no haber sido atendidas por ningún trabajador social.
¿Y qué pasa cuando no tienes un hogar donde confinarte? “Las primeras semanas de confinamiento la Guardia Urbana de Barcelona nos multó dos veces por estar en la calle. Dónde quieren que durmamos?, les dijimos: no tenemos casa ni trabajo. Nos dijeron que fuéramos a cajeros o párkings, que nos escondiéramos donde fuese, pero que no podíamos estar en la calle”. Este es el relato de Radwan y Radwan, dos jóvenes magrebíes con quien conversamos sobre esta distopía.
“Lo estoy viviendo como en un film de zombies, donde la gente va fuera de casa, rápido, sólo para coger comida”, dice el mayor de los Radwan. Podemos entender que algunas penséis que es una exageración, y no estamos aquí para juzgarlo. Pero ciertamente, algunas referencias de la actualidad nos encaminan a tener presentes escenarios y atributos distópicos.
Trayectorias protagónicas
Redwan, 19 años: expulsado a la calle.
Entre bromas, el menor de los Redwan, de 19 años, nos cuenta que los dos jóvenes se conocieron en el calabozo: “mientras le intentaba robar la manta al otro Redwan” y añade que, desde entonces, van siempre juntos. Su amigo y compañero Redwan tiene 33 años, ambos, cada uno con su propia historia, han pasado tiempo en Italia antes de llegar a Barcelona.
El más joven lleva casi cuatro años en Cataluña: “la verdad es que estoy sufriendo desde el día que llegué a este país”, sentencia. Relata como lo cogieron en la frontera cuando venía de Italia hacia el Estado Español y, directamente, lo llevaron a un CRAE de Cerdanyola del Vallès.
Comenta que en el centro estaba bastante bien ya que, entre otras cosas, no tenía que preocuparse por la comida ni por la ropa. En esta época estuvo haciendo prácticas de formación profesional en una fábrica de Cerdanyola. “Pero cuando cumplí 18 años me echaron del centro, a la calle. Y al terminar las prácticas, ni trabajo ni nada. Dejé el currículum y me dijeron: ya te llamaremos”, cuenta con decepción. Lamentablemente, esta es una práctica habitual, abusiva y completamente legal que permite a las empresas tener refuerzo de personal, a menudo, de forma gratuita y sin ninguna remuneración por el trabajo del que se apropian.
“He tenido muchos problemas con la policía y con el país”, prosigue el más joven de los Redwan, quien mantiene contacto con educadores de calle y tiene abiertas más de una decena de causas judiciales. Ambos Redwan relatan situaciones abusivas que han vivido en Cataluña en relación a actuaciones de los cuerpos policiales.
Redwan, 33 años: condenado a emigrar.
El mayor de los Redwan ha vivido veinte años en Italia, “de los cuales doce estuve en prisión”, explica, y añade: “tengo formación reglada en filosofía clásica y cocina”. También comenta que ha escrito la historia de su vida y tiene ganas de compartirla cuando el contexto cambie. Relata con detalle que la persecución policial que sufría en Italia lo motivó a irse de allí y venir hacia el Estado español: “una vez finalicé la estancia en prisión, cada vez que la policía me veía, se me acercaba a preguntar qué estaba haciendo, insinuando si traficaba droga”.
Dada la situación, el mayor de los Redwan narra que un día un agente italiano le dijo que si lo encontraba de nuevo en aquel barrio, le haría entrar de nuevo en la cárcel: “Le dije que no tenía nada y me dijo que si yo no tenía nada, él tenía lo que hiciera falta y que me lo podía poner encima y detenerme, pero que no podía estar más en el barrio”. Redwan pidió que le dejaran quince días y entonces vino hacia Barcelona, donde vive desde hace cuatro meses, dos de los cuales los ha pasado acampado en la calle Marie Curie de Nou Barris.
Cercanías y desconocimiento
Nou Barris es un distrito de Barcelona que engloba un total de 13 barrios con realidades y perfiles poblacionales diversos. Allí, el mismo edificio que acoge la sede político-administrativa del distrito, la biblioteca central y una comisaría de la Guardia Urbana, cobija también uno de los tres albergues de acogida temporal de la ciudad. Esta curiosidad expresa exactamente cómo social, cultural y políticamente se tienden a aceptar, integrar y normalizar las desigualdades alarmantes causadas por la propia “normalidad”, aquello presentado como hegemónico, moralmente promovido como bien visto y a lo que nos hemos habituado.
El albergue es de titularidad municipal con gestión externalizada a cargo de la Cruz Roja y se ubica en la calle Marie Curie nº 20. A nivel técnico es un Centro Residencial de Primera Acogida . Mientras la Generalitat de Catalunya lo define como “servicio de acogida temporal para personas en situación de exclusión”, preferimos describirlo como albergue temporal para personas sin hogar ya que camuflar las vulnerabilidades y desigualdades con tecnicismos resulta una herramienta más de las administraciones para la normalización y presunción de inocencia ante la desigualdad. Hay personas sin hogar y, sin juicios ni discriminaciones, debemos asumirlo social y colectivamente; por lo tanto, conviene denominarlo así.
A puerta cerrada y con afectaciones
El albergue de acogida tiene una lista de espera de unos tres meses de media, está limitado para una estancia máxima de 90 días y consta de capacidad para 75 personas. Sin embargo, actualmente solo se alojan alrededor de 35-40 personas ya que, en el mes de abril, algunas de las personas alojadas (como mínimo seis) dieron positivo en covid-19. Esto obligó a cerrar las puertas del albergue y mantener todos los alojados en cuarentena, tal y como explican fuentes del propio Ajuntament de Barcelona. La administración también referencia que se han redistribuido las personas con positivo por covid-19 a hoteles sanitarios para ponerlas en cuarentena protegida, mientras se mantienen en confinamiento en el albergue a las personas no positivas de Covid-19.
Del albergue de Marie Curie y el resto de albergues municipales de Barcelona ya no entra ni sale nadie. “La primera semana de confinamiento me llamó una educadora social para decirme que, si quería entrar en el albergue, había plazas, pero le dije que no porque no me fiaba”, relata el mayor de los Redwan. Asimismo, las vecinas que tenían previsto entrar en abril están a la espera indefinida de saber cuándo podrán acceder. Personas que continúan durmiendo en las calles, algunas de ellas acampando y haciendo vida alrededor de las puertas del albergue de Marie Curie, vulnerables en salud, exclusión y falta de recursos.
Oximorones urbanos: a pie de calle
La situación en los entornos del albergue es bien viva y plural, también aparentemente controvertida ya que, como mínimo, una veintena de personas hacen vida y conversan distribuidas por afinidad, manteniendo cierta separación entre personas y grupos. El ambiente se respira distendido y los Redwan nos relatan la diversidad de perfiles, procedencias y trayectorias de vida que se congregan en la escena. También comentan cómo, a menudo, en un contexto pre Covid-19, se desencadenan situaciones conflictivas ya que la vida en la calle conlleva duras carencias y mayores tensiones que otros escenarios.
“Tened cuidado y mantened las distancias de seguridad, tenemos ya seis positivos, de los cuales hay cuatro en el hospital y hemos tenido que desinfectar la comisaría. No es porque sean ellos, pero id con cuidado”, esta es la comunicación que transmiten agentes de la Guardia Urbana a algunas voluntarias autoorganizadas (vinculadas a la Red de Tejedoras de Nou Barris) cuando, una tarde de finales de marzo, se acercan a repartir mascarillas confeccionadas con ropa a las vecinas sin hogar que se encuentran en torno a Marie Curie.
La actuación de la Guardia Urbana en este escenario se adecua a un pacto implícito de no agresión, “no nos dicen nada, incluso, nos saludan con la mano cuando pasan por aquí”, explican los Redwan. Hecho que contrasta con que las multas por dormir en la calle y verse forzado a saltarse el confinamiento asciendan a 6.000 euros. La Guardia Urbana de Barcelona no ha escatimado a la hora de ejercer como brazo ejecutor de la represión, con unas actitudes entre abusivas y surrealistas.
Coronavirus
Una red de cuidados antirracista vuelve a ser multada por repartir alimentos a migrantes en Barcelona
La Guardia Urbana del Ayuntamiento de Barcelona multa de nuevo a la Red de Cuidados Antirracistas. El grupo estaba concluyendo una de las rutas por las que distribuyen alimentos a un centenar de personas migrantes.
Por otra parte, fuentes municipales exponen que han activado medidas de desinfección en los entornos del albergue tres veces por semana. A raíz de la crisis de la covid-19, en Barcelona también se han abierto espacios con servicios extraordinarios de alimentación e higiene, así como nuevos espacios para personas sin hogar. Hay 2.885 plazas para personas sin techo habilitadas por el Ayuntamiento de Barcelona ante la crisis de la covid-19. Sin embargo, son insuficientes para las más de 4.000 personas sin hogar que, se calcula, viven en la ciudad.
Sobre carencias, responsabilidades y exclusión
Hasta ahora, las indicaciones y recomendaciones se han ido sucediendo sobre la marcha, mientras la crisis se expresa con intensidad y día a día se evidencia la falta de recursos y las necesidades de aquellas vecinas más vulnerables. La situación actual ya es de emergencia, pero resultan aún más alarmantes los retos y las carencias potenciales derivadas de una gestión pública que intenta paliar con migajas y parches la precariedad y desigualdad de raíz estructural.
No es novedad señalar los impactos que los recortes y las externalizaciones en servicios públicos están teniendo durante esta crisis y quién está pagando las peores consecuencias. A la conversación con los Redwan, se añade en Simo, un joven extutelado de apenas 18 años, quien nos muestra un certificado que acredita que vive en la calle y lo cubre de posibles sanciones.
Simo desea que pase la crisis de la covid-19 para poder continuar buscando trabajo y maneras de formarse, aunque la realidad en la que se encuentra le implica la necesidad de tediosos procesos de papeleo. Los tres tienen ganas de trabajar y ser productivos, pero la realidad del contexto y su situación administrativa juegan en su contra: ninguno de los tres jóvenes dispone de permiso de trabajo.
Por su parte, con el paro de actividades por la crisis sanitaria de la Covid-19, el pequeño de los Redwan se ha quedado a medias de una formación en cocina que estaba cursando. La crisis de la Covid-19 les ha dejado más desamparados que de costumbre y les ha complicado mucho más la supervivencia: “la realidad nos ha cambiado un montón”, sentencia Redwan.
Las dificultades de la situación les han llevado a buscarse la vida como han podido y, desde la primera quincena de abril, viven ocupando piso en una localidad cercana a Barcelona. “La situación está muy complicada”, comenta el Redwan mayor. “Y la gente que no trabaja, qué comerá ahora?”, añade el pequeño.
Emergencia e insuficiencias: expresiones de la desigualdad
La emergencia socioeconómica pone de manifiesto las desigualdades y privaciones materiales que atentan directamente las condiciones de vida de la población más vulnerable, evidenciando grandes carencias en materia de derechos y servicios sociales.
Conviene incidir en la pobreza como emergencia flagrante derivada de esta crisis, a la vez que esta es una expresión de la desigualdad. Datos alarmantes sobre el contexto indican como durante la segunda quincena de marzo los Servicios Sociales de Nou Barris atendieron a más de 2.000 personas nuevas, además de las ya registradas. Esto, sumado al grueso de casos que, en incremento, están atendiendo las diversas iniciativas vecinales y de apoyo mutuo del territorio.
Cuando desde la organización popular se deben asumir, en gran medida, tareas asistencialistas se evidencia que las estructuras no quieren ni pretenden cubrir las necesidades básicas de la clase trabajadora y los sectores populares. Necesidades y carencias alarmantes que no dejan de crecer.
Sin duda, también hay que poner en valor la tarea del personal de los servicios estipulados como esenciales, que han estado trabajando a pie de terreno exponiéndose día a día al riesgo de la covid-19 y a la crudeza de sus impactos socio-sanitarios, a menudo bajo un mismo patrón: la sobreexposición por falta de material de protección.
En el caso de los albergues, al igual que en otros sitios, el desconocimiento, la escasez de EPIs y la falta inicial de medidas, directrices claras y protocolos, han comportado riesgos y carencias en seguridad y prevención. “Al principio no hubo voluntad en desarrollar protocolos de seguridad para mantener distancias entre trabajadores y usuarios”, comenta un trabajador de uno de los otros albergues de Barcelona. Respecto al material para el personal laboral, añade que han dispuesto de algunas, pero escasas, mascarillas FFP3 y que recientemente se han empezado a utilizar mascarillas de quirófano desechables. Asimismo, indica que actualmente se han empezando a tomar más medidas, a pesar de que las sigue considerando insuficientes.
Incertidumbres en una distopía
Conversando con los Redwan, compartimos preguntas e informaciones sobre teorías respecto el alcance y el origen del virus. Charlamos desde nuestras posiciones y compartiendo la asunción de dudas: “he escuchado muchas cosas, pero no sé si son verdad o no”, comenta el más joven de los Redwan. Mientras tanto, en las redes y medios de comunicación se suceden mensajes, informaciones y desinformaciones en una cadena de intercambio inagotable que crece exponencialmente (como los contagios de covid-19 y como la desigualdad) tanto en contenidos, como en generación de datos: el nuevo petróleo de las sociedades contemporáneas.
Mientras las nuevas tecnologíasnos abocan a una sociedad sobresaturada de informaciones y rodeada de cambios constantes, mucho más rápidos que el tiempo requerido para digerirlos. Desde el ámbito de los cuidados, se manifiesta y lee con preocupación el impacto emocional y psicosocial de esta situación de avasallamiento informativo y sobreexposición desinformativa.
La vida da la vuelta
Podemos intuir que la crisis económica derivada de la actual epidemia mundial, posiblemente sea similar en intensidad. Y no, no queremos pagarlo las mismas de siempre: “un virus, por perturbador que sea, no sustituye a una revolución… No podemos pecar de inocentes. Las luchas sociales seguirán siendo indispensables“ (Ignacio Ramonet).
Los Redwan y Simo, junto a las otras personas que se encuentran en situaciones sin hogar, tienen aspiraciones y ganas de construirse un futuro. Conocimos a los tres jóvenes fruto la causalidad de la solidaridad, el apoyo mutuo en una vivencia impactante y las propias circunstancias. Después de semanas, seguimos manteniendo contacto (no presencial como es obvio), y es más, sus inquietudes son bien similares a las de cualquiera, a los tres les gustaría volver a la vida que llevaban antes del Estado de alarma, a pesar de la dureza de la misma. Aspiración que refleja cómo de lejos está llegando y se proyectará esta crisis, y lo insuficiente que está siendo su gestión. Con todo: “los pájaros están libres, has visto, la vida da la vuelta", concluye el más joven de los Redwan.
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muy cierto todo, pasan los días al sol agrupados sin mascarilla con cervezas, móvil y fumando haciendo sus necesidades ensuciando y dejando el barrio que da asco vivir la guardia urbana mira para otro lado y te los puedes encontrar durmiendo en el portal de tu casa.
Estas personas duermen ahí desde mucho antes de la pandemia, dicen groserías a las mujeres que pasan (al lado hay un centro de asesoramiento a mujeres y están hartas) hacen sus necesidades donde pillan, delante de los niños, compran alcohol ( ni idea de donde sacan el dinero) y se emborrachan a diario. No creo que estas personas se integren. Realmente no entiendo qué hacen aquí.