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Arte
Yo soy el siglo: el radicalismo humanista de Alice Neel
“Si alguna vez escribo una biografía voy a titularla Soy este siglo”. Con esta frase, Alice Neel resumía una vida que abarca desde 1900 hasta 1984. Rebelde y humanista, trabajando siempre en contra del pensamiento dominante, la vida de Alice Neel constituye la visión de un siglo.
Testigo siempre de la vida en la resistencia y en los márgenes, Alice Neel nació el 28 enero de 1900 en Pensilvania, Estados Unidos, en el seno de una familia acomodada y con prestigiosos antepasados, en la que tuvo una educación repleta de valores conservadores y contra los que peleaba. Desde un primer momento, Neel mostró su carácter distanciándose de la influencia represiva de su familia, que odiaba todo lo que tenía que ver con los artistas y la bohemia.
En 1921 entró a estudiar en el Philadelphia School of Design for Women, en la que su enseñanza se vería influenciada por la pintura realista de la vida diaria que hacían los pintores de la Ash Can. Apenas dos años mas tarde, en un curso de verano en Chester Springs, conocería a Carlos Enríquez, un artista cubano que compartía con ella los mismos ideales de rebeldía bohemia contra el mundo burgués de sus padres. Después de un romance arrebatador, Neel y Enríquez se casarían en Cuba y tendrían una hija, Santillana del Mar, nacida en La Habana. De su estancia en este país y de la obra de Enríquez se llevaría la mentalidad latina y también una colorida paleta, que sin embargo tardaría en introducir, por las circunstancias personales.
En 1930, pinta un desnudo de su compañera Ethel Aston, con un cuerpo situado en las antípodas del canon fijado por la mirada masculina, ofreciendo al espectador una imagen incómoda de la feminidad, sin concesiones ni complacencias
Durante este periodo explora una representación para nada conformista del cuerpo femenino y de la maternidad por la que atraviesa: la angustia en el momento del parto, la deformación del cuerpo, los múltiples sentimientos y emociones que atraviesa un cuerpo cuando se encuentra en estado. En 1930, pinta un desnudo de su compañera Ethel Aston, con un cuerpo situado en las antípodas del canon fijado por la mirada masculina, ofreciendo al espectador una imagen incómoda de la feminidad, sin concesiones ni complacencias.
La complicada situación económica junto a Enríquez les llevó a tener que volver a la casa de los padres de Neel en varias ocasiones. Por ello su retrato de la realidad tampoco excluye la representación de la fatiga, de la pobreza y de la muerte. A los tres años de edad, la hija de ambos, Santillana del Mar, muere por difteria y Neel entra en un periodo depresivo que le llevó a estar ingresada en varios hospitales psiquiátricos y por el que Enríquez terminó abandonándola, llevándose a su hija Isabetta con él a Cuba. También esto queda reflejado en su arte, en el que nunca deja de trabajar y que evoluciona —como señala Phoebe Hoban en su biografía de la artista— junto a los eventos traumáticos de su vida: “Cuba había activado permanentemente su radicalismo; sus experiencias devastadoras en los hospitales psiquiátricos y en la Colonia Gladwyne le habían dado un profundo conocimiento de primera mano de la vulnerabilidad psicológica y el colapso; y la Depresión había reforzado su sentido innato de la conciencia social”.
Si anteriormente ya tenía una preocupación y una conciencia sociales, junto a Kenneth Doolittle, —activista marxista que participaría en la Guerra Civil española, como miembro de las brigadas internacionales en la brigada Lincoln— se introdujo de lleno en el marxismo, y en 1935 se unió al Partido Comunista, convirtiéndose en miembro a largo plazo. Finalmente, este período clave también marcó la primera incursión artística seria de Neel en Nueva York. De 1932 a 1933, participó en media docena de espectáculos, incluido su memorable debut en la primera exposición de arte al aire libre de Washington Square. De esa época también destacan algunos cuadros que denuncian la alienación de los obreros al salir del trabajo, la pobreza derivada de la gran depresión, la violencia policial y las manifestaciones comunistas como la que pinta en Nazis Murder Jews (1936), en la que se muestra un cartel con el titulo y que fue criticada por el tamaño del mismo. Sin él, contestaría Alice Neel, si hubierais hecho caso del cartel millones de judíos podrían haber sido salvados.
Después de que la relación con Doolittle terminara de manera abrupta cuando él, en un ataque de celos, destruyó varias obras suyas, Neel se cansó del ambiente de Greenwich Village, trasladándose al barrio del Spanish Harlem en 1938, en el cual se encontraba más a resguardo del ambiente burgués y conformista que tanto la repelía. En el Spanish Harlem conocerá al cantante José Santiago Negrón, que la abandonará una vez Neel se quede embarazada de él. Más tarde, en 1940, iniciará una relación más estable con el cineasta Sam Brody, con el que criará a su hijo Hartley. Su profundo interés por la condición humana le llevó a seguir apostando por el realismo y la figuración, sin preocuparse demasiado por las corrientes abstractas que estaban ganando terreno en aquel momento en el panorama artístico y las tesis que proponían críticos de arte como Greenberg.
Neel definiría su trabajo así: “Tanto en política como en la vida siempre me han gustado los perdedores, los marginados. Fue el olor a éxito lo que nunca me gustó”
Neel definiría su trabajo de la siguiente manera: “Tanto en política como en la vida siempre me han gustado los perdedores, los marginados. Fue el olor a éxito lo que nunca me gustó”. Y precisamente lo más interesante de su obra reside en esta capacidad de subvertir lo que hasta entonces había sido patrimonio de la burguesía y las clases altas: el retrato. La observación brillante de los sujetos que hace Neel abarca todas las razas, edades y sexos, retratando a las familias vecinas y reivindicando la representación de sus vidas.
En 1943 llegó a retratar el maltrato que sufría una de sus vecinas del barrio, Peggy, a manos de su pareja, Aef Grattama. En el lienzo podemos ver a una mujer que no intenta cubrirse el rostro magullado por los golpes, los brazos torcidos y huesudos, mostrando la miseria y la tristeza de la situación. “Siempre creí que las mujeres deben indignarse y dejar de aceptar los indultos gratuitos que los hombres les infligen”, diría.
A finales de la década de 1950 y coincidiendo con una época de mayor reconocimiento por parte de la crítica a sus obras, Neel se trasladará a vivir al Upper West Side, donde entrará aún más en contacto con artistas del momento como Andy Warhol. En este periodo, Neel retrata a sus amigos y conocidos, atendiendo sobre todo a los detalles que forman parte de las personalidades, captándoles con una paleta de colores brillantes, y una expresividad cautivadora que tiene su máxima expresión en los rostros y en las manos.
Cuando te encuentras delante de los lienzos de Alice Neel, es inevitable sentir la franqueza con que los retratados miran al espectador, con una honestidad que confronta, a la que no le da miedo ser vista. Es así como Alice Neel les veía y como la mirada del retratado siendo retratado por Neel nos desafía. Con su mirada se expone y nos expone a todos. “Un buen retrato mío tiene que tener muchas más cosas que captar de forma fidedigna unas facciones. Si tengo algún talento en relación con la gente, además de saber imaginar un lienzo, es mi identificación con ellos. Me siento tan identificada cuando los pinto que cuando vuelven a su casa me siento aterrorizada. No tengo un yo propio, sino que este se ha ido con esa persona… Es mi manera de sobrellevar la alienación, mi billete hacia la realidad”.
Sin olvidar la causa de los derechos civiles de los ciudadanos negros, Neel retrata a Rita y Hubert en 1954 denunciará la falta de artistas negros en el panorama artístico oficial. Lo volverá a hacer en 1968, manifestándose para denunciar la ausencia de artistas negras en la exposición The 1930’s. Painting and sculpture in America en el Whitney Museum.
A lo largo de la década de los años 70, cuando la segunda ola feminista comenzaba a despuntar en Estados Unidos, el arte de Alice Neel comenzó a ser más valorado
A lo largo de la década de los años 70, cuando la segunda ola feminista comenzaba a despuntar en Estados Unidos, el arte de Alice Neel comenzó a ser más valorado. En sus últimos años también cabe destacar su apoyo a la comunidad LGTB, la ternura y la crudeza de sus retratos disidentes de Jackie Curtis y Ritta Red, Ron Kajiwara o los impresionantes retratos que hace de las feministas Irene Pesliskas y Kate Millet. Entre los años 1964 y 1987 pintó una serie de retratos francos y directamente honestos de desnudos embarazadas que la escritora Denise Bauer denominaría “una representación feminista convincente de la experiencia femenina”. Su curiosidad por la vida llegará hasta el final: días antes de morir en 1984, Neel deja que su amigo, el fotógrafo Robert Mapplethorpe, la retrate con los ojos cerrados. “No tengo miedo a la muerte —diría—, pero no quiero perderme nada”.