
Argentina
Villa Inflamable, un territorio de sacrificio donde respirar es un riesgo
A comienzos de febrero de 2025, el arroyo Sarandí, en el partido de Avellaneda, provincia de Buenos Aires, amaneció teñido de un rojo intenso y así permaneció durante aproximadamente 20 horas. Informes preliminares apuntaron a la presencia de anilina, un químico que se usa en la industria textil y que podía tener su origen en cualquiera de las fábricas que componen el Polo Petroquímico Dock Sud, el más grande del país.
Las imágenes del arroyo rojo se hicieron virales y circularon en varios medios nacionales e internacionales. Pero en Villa Inflamable, asentamiento que limita con el arroyo, la sorpresa fue relativa. Para los vecinos y las vecinas, el agua cambia de color desde hace años: verde, azul, amarillo… aunque esto no fue siempre así. Mabel, una de las personas que vive en el asentamiento, llegó en 1986, cuando todavía era zona de quintas —casas de recreo—. Recuerda cómo los niños se bañaban en el cauce, que también surtía de agua a las plantaciones.
Este ya no es el caso. Villa Inflamable, a solo una hora del centro de Ciudad de Buenos Aires, a menos de cuatro km de la Plaza de Mayo, es hoy un territorio de sacrificio, declarado “inhabitable” por la propia Justicia Argentina a raíz de los altos niveles de contaminación en suelo, aire y agua.
La villa inhabitable
Villa Inflamable ocupa unas 77 hectáreas sobre una zona de ciénagas. Según estimaciones del Ministerio Público de la Defensa y organizaciones sociales que atienden el área. En 2020 vivían en el barrio aproximadamente unas tres mil familias. No hay cloacas ni red de gas, y la electricidad apenas cubre las calles principales.
Tres mil familias que viven en condiciones de extrema vulnerabilidad y que, por su ubicación geográfica, respiran en el día a día más de veinte sustancias volátiles altamente cancerígenas (benceno, tolueno, xileno, plomo, cromo y otros). El polo petroquímico, a escasos kilómetros, reúne 44 empresas —entre ellas Shell, Petrobras y Petro Río— que desde hace décadas descargan su producción sobre la cuenca Matanza-Riachuelo, una de las vías fluviales más contaminadas del mundo, que conecta con el arroyo Sarandí y Villa Inflamable.
En 2012, un estudio por parte de la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo confirmó que más de la mitad de los niños superaban los niveles de plomo aceptados por la Organización Mundial de la Salud
En 1996, el Gobierno de la provincia de Buenos Aires encargó a la consultora estadounidense Brown & Caldwell realizar un estudio sobre el estado de contaminación de la villa. El informe reveló que los niveles de polución en la zona estaban muy por encima de los estándares internacionales. Desde ese entonces, se empezó a hablar sobre la necesidad de limitar las emisiones de las empresas; algo que nunca ocurrió.
Siete años después, la Agencia de Cooperación Japonesa (JICA) llevó a cabo una investigación en Villa Inflamable con una muestra de 300 niños, de entre siete y 11 años. El resultado fue determinante: más de la mitad de los menores de edad tenían el triple de plomo en sangre que los niños de los barrios vecinos. El metal también apareció en el suelo de las viviendas.
La situación derivó en la causa Mendoza, iniciada en 2004 por la asistente social Beatriz Mendoza y un grupo de vecinos, que demandaron al Estado y a las empresas responsables. En 2008, la Corte Suprema ordenó elaborar un Plan Integral de Saneamiento Ambiental (PISA), con relocalización de familias incluidas.
El plan, sin embargo, se aplicó de manera parcial y estuvo plagado de irregularidades, sin llegar a hacer frente a la situación socioambiental de la villa. En 2012, un estudio por parte de la Autoridad de Cuenca Matanza Riachuelo (ACUMAR) confirmó que más de la mitad de los niños superaban los niveles de plomo aceptados por la Organización Mundial de la Salud. Ese mismo año, la Asociación Civil por la Igualdad y la Justicia detectó que en casi la mitad de los hogares encuestados (55 familias) había alguien con problemas de salud potencial o comprobadamente asociados a la contaminación: asma, broncoespasmos, afecciones de la piel y dolores de cabeza.

Mabel tiene 59 años, es pequeña, de rostro amable. La matriarca de una numerosa familia con una docena de nietos que van desde el año de vida hasta bien entrada la adolescencia. Es la administradora de Pequeño Solecito, uno de los dos comedores populares que aún resisten en Villa Inflamable. Antes había muchos más, pero la crisis llevó al cierre de muchos locales.
La conocí un miércoles, mientras preparaba la comida para repartir entre los vecinos. Llegó a la villa con 19 años, recién casada, a finales de la década de los 80. “Se cultivaba de todo”, recuerda de los tiempos de quintas. Su llegada coincidió con una primera oleada migratoria de trabajadores provenientes de provincias como Chaco, Formosa y Corrientes, pero la crisis de 2001 lo transformó todo. El “corralito”, consecuencia de una deuda insostenible, derivó en el colapso económico y la renuncia de Fernando de la Rúa.
—¿Qué cambió?
—La población —responde—. Se empezó a poblar y poblar. Pasó casi lo mismo que ahora: la gente no podía pagar un alquiler. También cambiaron los niveles de producción de las fábricas.
Cuando Mabel se instaló, Shell ya estaba en Dock Sud, pero en los 90 la petrolera sumó una planta de coque, combustible sólido obtenido de carbón o residuos de petróleo. Para ella, ese fue un punto de inflexión.
Las primeras alertas llegaron con su sobrino, el menor de los hijos de su cuñada Victoria, diagnosticado con altos niveles de plomo en sangre. “Vivían sacándole sangre cada dos por tres. Le hicieron análisis que nunca me entregaron. ¿Y después qué hicieron? Nada”, relata Victoria, convencida de que usaban a su hijo como conejillo de indias. “Una vez que pasó todo, nunca más regresaron”.
Hasta 2024, Acumar repartía bidones gratis, pero con la llegada de Javier Milei a la presidencia el programa fue desfinanciado hasta desaparecer por completo
Poco después, uno de los nietos de Mabel también dio positivo cuando apenas tenía meses de vida. Los cultivos amarillentos les hacían pensar que “algo” estaba pasando, pero lo atribuían a un mal “natural”. No fue hasta que Acumar tomó muestras en la villa que la palabra “contaminación” adquirió un peso real.
Tras el fallo judicial favorable a los vecinos, que ordenó su reubicación en viviendas dignas, en 2011 comenzó el proceso de traslado. Victoria y la hija de Mabel fueron seleccionadas para mudarse al “Barrio Alianza”, entre Villa Tranquila e Isla Maciel, pero ambas rechazaron la oferta. El proceso estuvo plagado de irregularidades: se basó en un censo desactualizado de 2009, la locación era considerada una “zona roja” o peligrosa y los apartamentos que iban a ser entregados no contemplaban las necesidades específicas de las familias. Hoy, el proceso permanece paralizado. “Muchos no aceptaron. Algunos sí, pero después volvieron”, resume Mabel.
El agua que no se bebe
En su cocina apenas iluminada, Mabel abre la canilla. El sistema de cañerías en su hogar es completamente artesanal, lo instaló su yerno. El agua corre con buena presión, pero no la bebe: al lado, un bidón de cinco litros casi vacío lo dice todo. “El agua de la canilla la usamos para cocinar, pero para el té o la leche de los bebés no. No tiene aval de potabilidad porque las redes pasan por tierra contaminada”, aclara.
Mabel hace referencia al sistema comunitario de agua que unos años atrás instaló Acumar, pero que no llega al interior de las viviendas. El sistema tampoco llega hasta el “descampado”, un área sin pavimentar casi al final de la villa donde los niños juegan al fútbol rodeados por las chimeneas de fábricas y las casas precarias levantadas sobre un agua espesa de color verde. Un espacio —tierra de nadie— donde más familias se han asentado en el último tiempo.
Hasta 2024, Acumar repartía bidones gratis, pero con la llegada de Javier Milei a la presidencia el programa fue desfinanciado hasta desaparecer por completo. Hoy, una familia promedio de la villa puede consumir hasta seis bidones por semana. Con un valor de 5 mil pesos argentinos por envase de cinco litros — un aproximado de 3 euros, según el cambio no oficial—, el gasto mensual por agua potable puede ser de hasta 120 dólares, en un barrio de trabajadores precarizados.
Con la “motosierra” de Milei la situación en la villa se ha agravado. Nuevas familias llegan, expulsadas por la falta de trabajo y los alquileres inaccesibles en Buenos Aires. “Es como en el corralito”, compara Mabel. “Prefieren vivir en una zona contaminada antes que quedarse sin techo”. Además, la crisis económica golpea fuerte: “Lo poco que hay de trabajo es en el reciclado: cartones, botellas… con eso viven el día a día”. El comedor de Mabel no da abasto.
Un modelo de sacrificio
La crisis ambiental de Villa Inflamable se enlaza con el contexto político actual. En junio de 2024, el Senado aprobó la Ley de Bases impulsada por Milei, que incluye el Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI). El plan otorga beneficios por tres décadas a sectores extractivos, prioriza el acceso de empresas al agua y minimiza controles ambientales. El propio presidente lo había anticipado en campaña: “Una empresa puede contaminar el río todo lo que quiera”, dijo en septiembre de 2023 en el Congreso Económico Argentino.
En febrero de 2025, Acumar despidió a más de 300 trabajadores y sufrió un recorte del 77,5% en su presupuesto. A esto se sumó, en octubre de 2024, el cierre de la causa Mendoza por parte de la Corte Suprema. El futuro del saneamiento de la cuenca y de la villa es, hoy, incierto.
La resistencia de las mujeres
El pasado 7 de agosto, en la peregrinación de San Cayetano, encontré a Mabel marchando junto a una veintena de trabajadoras de comedores comunitarios. Llevaba un pañuelo verde en la cabeza, un delantal rosa y una olla en los brazos. Sonreía mientras avanzaba hacia Plaza de Mayo, pese al frío. Pensé entonces que en contextos de crisis ambiental son las mujeres —los cuerpos feminizados— quienes sostienen la vida cuando el Estado se retira y las empresas arrasan. En Villa Inflamable, ellas organizan ollas, gestionan el agua, registran síntomas de los niños y las niñas, enfrentan a la justicia y proyectan el día después.
—¿Te preocupa el futuro de tus nietos acá? —Sí. Si tuviera la oportunidad, me iría con ellos a otro lugar —respondió.
Villa Inflamable es la radiografía de un modelo económico que sacrifica comunidades enteras en nombre de la rentabilidad. Un modelo que Javier Milei profundiza desde diciembre de 2023 y cuyos efectos en Argentina ya son palpables. Pero también es un retrato de resistencia femenina: cuerpos que luchan para que, al menos, los niños puedan seguir respirando.
Series
‘Menem, el show del presidente’: el menemismo como precuela pop del mileismo

Relacionadas
Para comentar en este artículo tienes que estar registrado. Si ya tienes una cuenta, inicia sesión. Si todavía no la tienes, puedes crear una aquí en dos minutos sin coste ni números de cuenta.
Si eres socio/a puedes comentar sin moderación previa y valorar comentarios. El resto de comentarios son moderados y aprobados por la Redacción de El Salto. Para comentar sin moderación, ¡suscríbete!