Opinión
Pánico, delirio y ajuste en Argentina

Leandro Barttolotta e Ignacio Gago, coautores de ‘Implosión. Apuntes sobre la cuestión social en la precariedad’ (Tinta Limón, 2023) indagan en este texto sobre las razones de la victoria de Milei en las últimas elecciones y los límites de los análisis al uso.
Garrahan Argentina - 3
Daniela Fernández Realin Uno de los pacientes del hospital pediátrico Garrahan, víctima de los recortes, en Buenos Aires.

Hay un problema en la política y no es solo de representación: es de afectación. Hay un problema que se dice parecido, pero implica planos distintos: la política está fragmentada. No pensamos en sistema de partidos, en la representación entendida en términos de expresiones ilimitadas y minúsculas de la sociedad. La política, la percepción (de la) política a la que recurren desde dirigentes, militantes, intelectuales y periodistas destacados hasta el denominado círculo rojo, mira fragmentos de realidad popular. O se considera anecdótica la investigación de las vidas populares y su cotidianidad o se la intenta comprender a golpe de vista y por fragmentitos; videos, reels, clips, recortes breves y condensados que muestren cómo se vive el ajuste criminal para poder rápidamente realizar diagnósticos, análisis, reflexiones profundas. La política está fragmentada, en su mirada de la sociedad, entonces busca que se la muestren fraccionada, astillada; busca las esquirlas de un estallido que ya pasó o que está por suceder o que ya está sucediendo. 

Primer error perceptivo y afectivo: la política podría intentar pensar como un continuo la realidad cotidiana de la sociedad ajustada (haciendo zoom en las mayorías populares que quiere representar). Si se investiga en continuado, si se mantiene una cartografía continua, se podrían registrar los movimientos extenuantes, sinuosos, arriesgados, tortuosos que realizan las vidas populares para soportar cada día (día: una convención. La forma que toman las horas en esta normalidad precaria y en medio de un ajuste criminal no parecen concordar con esas 24 horas o esa semana o ese mes). También se podría atender, en la misma percepción unida, seguida, en serie, las múltiples y belicosas disputas de realismos que malviven dentro de esas mayorías populares. Pero ni una cosa ni la otra. 

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Es como ese chiste de Borges sobre Ricardo Rojas y su historia de la literatura argentina que era más extensa que la literatura que existía. La cantidad de horas y horas de análisis sobre cualquier mínimo evento político o social es más extenso que su duración real (y ni que hablar de su perduración, de lo que se mantiene en la economía de atención de las mayorías populares que, en el mejor de los casos, ven algo al pasar). 

Se recurre, en la incesante y continua, sí, reproducción de editorialismo, encuestología, artículos, entrevistas, etc., a una novedosa variante de la teoría del péndulo. Oscilando, ahora, entre dos polos. En momentos (días, semanas) de temblor económico salen expertos a explicar lo que está pasando y cómo esto no da para más. Ya está. En momentos de (aparente) paz económica salen expertos y expertas a explicar e interpretar que hay que mirar lo que sucede en la Política. Los mismos dos polos para las miradas pos-acontecimientos electorales.

Si pierde Milei la sociedad lo rechaza en bloque (el país se pinta de rojo y gira a la izquierda) y entonces se habla del valor que tuvo en ese voto la movilización pública, la presión sobre el Congreso, etc. Si gana Milei (a veces, las mismas caras, los mismos nombres y apellidos) salen a decir que la sociedad acepta este Gobierno (el país se pinta de violenta y gira a la derecha) y enfatizan más o menos algunos discursos: el enojo con el electorado, la justificación retroactiva y obvia de lo que pasó en la urna, la idea de una derecha, esta vez sí (¡Papá Noel no son los padres!) moderna y eficiente, la pregunta por la eficacia de las movilizaciones, etc., etc. 

Una tercera versión de la teoría del péndulo, que se desprende o antecede a las anteriores, muestra que todo se explica por la economía o la política y la sociedad no aparece o lo hace fragmentada y representada en gráficos y datos incuestionables, o lo hace, en algún homenaje a su origen decimonónico, como La Sociedad, como un Personaje: alegre, fuerte, luchadora en un polo; mala, engañada, resignada en el otro. Una Sociedad novelada, un mal guion en el que no faltan los rápidos adjetivos: bronca, ira, indignación, etc. Se podría agregar, una incorporación de los últimos años, la versión de una Sociedad reducida a impresiones sociológicas: “Lo que pasa es que la gente” y la frase se completa con un fragmento contundente, granítico, incuestionable que informa cómo-vive-la-sociedad.  

Antes que una sociedad derechizada hay una sociedad cansada, que no le regala gobernabilidad a nadie. Tan imprevisibles como quien está al mando del gobierno nacional, entonces, son esas mayorías cansadas

También, podría pensarse, pero ya corriéndonos de la teoría del péndulo, aunque quedándonos en una lógica binaria, en la existencia de un pueblo peronista vs un pueblo libertario. Saliendo de la búsqueda —tan redituable a nivel editorial y mediática—– de identidades y sujetos mileístas, la discusión política por un pueblo, por los pueblitos que se arman y se desarman en una jornada electoral o que se mantienen más allá de ese cronograma, podría ser interesante. Cuánto de lo pintado de cada color es de material, de textura indeleble, y cuánto se destiñe en el próximo acontecimiento electoral o político. Pero no, la búsqueda se asimila a la detección de identidades delimitadas. Y excepto algunas excepciones, que cada vez reducen más su volumen (el conurbano bonaerense, la Ciudad de Buenos Aires, Córdoba, etc.) no parece haber nada demasiado perdurable. Algunos más perdurables que otros. Pero “los pueblos” que se arman en la jornada electoral, casi siempre se desarman al otro día y no se vuelven a ver las caras (hasta el próximo evento electoral, si es que van. Una época en que los pueblos electorales no son los reales, necesariamente).

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Dijimos tantas veces, que antes que una sociedad derechizada hay una sociedad cansada. Y que una sociedad cansada es un enigma y no le regala gobernabilidad a nadie. Tan imprevisibles como quien está al mando del gobierno nacional, entonces, son esas mayorías cansadas que no le dan un cheque en blanco a nadie. Y es desde este punto de vista, el de una sociología anímica que investigue de manera profunda esos cansancios, que se puede hacer otro mapa de la anatomía argentina. Un mapa nervioso (a dónde va, de dónde viene cada nervio, qué lo tensa, qué lo relaja); muscular (qué reflejos políticos están intactos, cuáles se perdieron, cuáles ya no existen o mutaron); corporal (cómo son los nuevos cuerpos que está fabricando el brutal ajuste en ciernes: cuerpos apretados que se retuercen, que pierden su forma y sus hábitos, que incuban otros novedosos; inquietantes, impacientes, intranquilos). Mirar las geografías anímicas y afectivas del ajuste (los bajones, las efusividades). Con qué se soporta el cansancio, por qué orificios respira (respiración artificial, química, religiosa, etc.: no se juzgan las maneras en que cada quien se sostiene en pie. Se investiga). 

Sociología anímica, y no anómica (decir que en Argentina hay o puede haber anomia es tan vago a nivel sociológico como redituable en el plano político, económico, etc.). Más que la falta de reglas o disolusión del lazo social, hay intensificación producto del ajuste criminal. Intranquilidad —y no caos— es lo que predomina en lo social implosionado. Intranquilidad como sonido de fondo, ruido blanco constante, como característica de la vida anímica en la precariedad. Intranquilidad como efecto de la exposición permanente al infinito, a ese afuera abierto que se introduce en cada vida, en cada hogar, en cada pequeño mundo familiar y personal, que es la precariedad cuando toma todos los aspectos de las vidas. Una intranquilidad que más que parálisis es aceleracionismo.

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Con este mapa encima (perdido entre la cantidad de encuestas y editoriales) salir del infierno para pasar a algo peor no parece una buena estrategia electoral. La mentira de un momento de flotación es siempre más eficaz que la gravedad de una caída sin suelo: al abismo (“el lunes después de las elecciones se puede ir todo a la mierda”). Al menos contiene una promesa implícita: no caés más de acá y no subís más que allá. Cuando estás mal no querés estar peor. Porque entonces se reemplaza el sacrificio a lo Moloch que pide el Palacio por un salto a un sacrificio que no viene acompañado de ningún paraíso. No ofrecer alternativas es hacer realidad el sueño histórico de la derecha (extreme, hard, soft; rojo sangre, amarillo judicial o violeta). 

A marcar la cruz en la Boleta Única, detrás del biombo, se pasa solo y con una lapicera encima. No entran colectivos, sindicatos, partidos, ni siquiera entra un grupo de amigos o amigas

A marcar la cruz en la Boleta Única, detrás del biombo, se pasa solo y con una lapicera encima. No entran colectivos, sindicatos, partidos, ni siquiera entra un grupo de amigos o amigas: entra solito o solita cada persona y piensa en su propio sacrificio y en el de su familia (extensión inmediata de sí mismo, injerto íntimo para forzar a ese mismo a levantarse cada día). Que los hay los hay, pero no se puede iniciar o concluir todo análisis y reflexión pensando en sujetos colectivos, organizaciones, etc. (¿Cómo se explican las vidas laburantes que, en silencio y omitiendo opinión en los grupitos de sociabilidad, hayan votado a La Libertad Avanza?). Esto no se aguanta más, pero hay que seguir aguantando. En épocas de crisis, cada quien transpira su camiseta (o, a lo sumo, una que al dorso tiene el apellido familiar. Neoliberalismo, o como se lo quiera llamar, y familiarismo se llevan muy bien. Se familiariza, se privatiza el malestar). Todo esto, claro, por fuera de los polos de minorías intensas y sobreinformadas. 

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Un país ocupado (mientras se intenta consumar del todo la ocupación, ya ocupa, Argentina, la agenda gubernamental y mediática de Estados Unidos) por potencias extranjeras: mayorías populares sobreocupadas e hipermovilizadas, cansadas a umbrales desconocidos (fusiladas por las fuerzas del cielo) por un ajuste criminal con recesión brutal. Ese umbral de ocupación de las fuerzas anímicas y físicas también lo es de la economía de la atención (no entra más información en la economía de la atención de un cuerpo y una cabeza quemada, ocupada en cuidar las fuerzas que restan, en hacer que la barrita no llegue, tan rápido, a signo negativo y se ponga en rojo titilante). De allí que hacer campaña dando clases de geopolítica, con el mismo tono de siempre, tampoco parece recomendable. Como no lo parece negar retroactivamente un acontecimiento electoral que movilizó una realidad efectiva: el 7-S (las elecciones de la Provincia de Buenos Aires) existió. Abrió, si se lo piensa también como un acontecimiento imprevisto (y no desde los aciertos dirigenciales o desde el magnetismo de lo que pasa en los balcones) un posible a explorar y a cuidar (se lo cuida sacándolo de la burbuja microclimática).

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La ingobernabilidad argentina es ambigua. Se está terminando, tal vez en estos años, de definir eso. Acá, en esta Argentina-experimento, no hay seguridad gubernamental para nadie. Exceptuando las puntas bien coloridas, el resto de la sociedad está teñida de pinturas plásticas, que son permeables a las inclemencias del tiempo político, económico y, sobre todo, a las mutaciones de lo social implosionando (la forma que toma el lazo social en la precariedad). Una ingobernabilidad ambigua hecha de hipermovilización de las mayorías populares (movimiento continuo e intensivo para llegar al final del día) y movilizacionismo (reservorio de energía vital y política que no solo se activa ante consignas y en torno a lo palaciego); de una calle agitada (se requiere más calle que nunca para lidiar con lo social implosionando, con el ajuste criminal) y una movilización callejera siempre latente, e imprevisible. 

La Política se resetea, la economía (con los cuerpos populares crujiendo) tambalea; lo social implosionando, no. No se lo llega a percibir desde gráficos, encuestas y clips; es demasiado denso, espeso (una materia, su relleno: las fuerzas anímicas, la intranquilidad, las violencias inquietantes) que no se deja apurar, a la hora de pensarlo. Imperceptible: casi transparente como ese hálito que sale de las bocas de los cuerpos cansados. Y más imperceptible aún si solo hay antenas (y espacios) para lo que se hace tendencia, pantalla o jornada electoral. 

La pregunta por lo social es una pregunta para salir del algoritmo, del microclima y de los diagnósticos, y requiere de otro sistema de percepción e intervención (escucha atenta y ampliación de la imaginación política).
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