Argentina
Javier Franzé: “La revolución peronista consiste en colocar al pueblo en el centro de la nación”
Javier Franzé (Buenos Aires, 1965) es doctor en Ciencias Políticas por la Universidad Complutense de Madrid. Autor de libros como ¿Qué es la política? Tres respuestas: Aristóteles, Weber y Schmitt y de numerosos textos académicos sobre ética y política, violencia, Estado, hegemonía, democracia o populismo, acaba de publicar La lógica del peronismo. Una guía para espantados, encantados y desorientados (Siglo XXI). En esta obra trata de deconstruir, con una mirada más analítica que normativa, algunos preconceptos europeos sobre el peronismo.
Su relato articula un armazón conceptual propio de la teoría política antiesencialista con un conocimiento riguroso y detallado de la evolución histórica del peronismo, desde sus antecedentes argentinos en la primera mitad del siglo XX hasta su variante kirchnerista contemporánea, prestando una atención especial a los gobiernos de la figura que le dio nombre al movimiento, Juan Domingo Perón.
Escribes que “el peronismo plantea todos los problemas de lo político” y que, consecuentemente, muchas críticas europeas al peronismo dejan traslucir una incomodidad con lo político per se. Tu hipótesis es que “el desconcierto que el peronismo despierta es en el fondo un rechazo de lo político” ¿De qué manera entiendes esta categoría?
Entiendo lo político, siguiendo a autores como Maquiavelo, Schmitt o Weber, como una actividad trágica, dramática, que habitualmente nos obliga a elegir el mal menor. También tomo un concepto de Aristóteles que me parece clave: la frónesis, es decir, la pregunta acerca de cómo realizar los fines o los valores en situaciones siempre cambiantes. Lo político no es sinónimo de la plenitud del Bien (ni del Mal), sino por el contrario nos compele a aceptar algo malo para conseguir algo bueno. El caso más terrible es el de la guerra, que a veces es necesaria para conseguir la paz. Yendo al libro, ahí digo que los encantados miran al peronismo como lo auténticamente argentino y por lo tanto intraducible e inefable. La de los espantados sería esta visión que tú acabas de nombrar, porque en nombre del peronismo lo que están rechazando es la dureza de lo político. Por eso, más allá de sus diferencias ideológicas, ambos grupos no terminan de aceptar lo político. Unos porque ven en el peronismo la superación de lo político por la vía de una plenitud del Bien: la felicidad del pueblo y la grandeza de la nación. Para los espantados el peronismo sería anómalo porque rompe la idea eurocéntrica de lo político. Me refiero a esa autoimagen de Europa como formada por democracias liberales representativas y Estados de derecho que parecen haber encontrado unas reglas institucionales que resuelven todos los problemas de manera racional, sensata y madura; esto es, sin ninguna cuota de dramaticidad, sin pagar precio alguno. Frente a esas dos miradas, lo que llama la atención del peronismo es lo que está en lo político.
El peronismo ha tenido agudeza para entender la lógica de lo político, unas ciertas características constitutivas de la actividad política, pero no solamente debido al genio estratégico de su conductor, como muchas veces dicen los propios peronistas aludiendo por ejemplo al libro de Perón, Conducción política. El peronismo ha sido una escuela de práctica política. Si uno mira, por ejemplo, la época de la proscripción del peronismo y de la resistencia, del 1955 al 1972, se ve como los sindicatos, sobre todo, habían aprendido a hacer política en la década clásica peronista (1945-1955) y lo ponen en marcha. Tienen una gran flexibilidad para moverse en unas circunstancias muy hostiles y logran mantener unido al peronismo, preservando la organización y el poder social que habían obtenido en la década previa. Eso lo hacen gracias a la puesta en práctica de la frónesis, a su capacidad de entender, en circunstancias diferentes, cómo hay que ir navegando para mantener la capacidad política de conseguir los propios fines.
Los valores políticos son variables, pero se realizan siempre a través de esa lógica de lo político, que se sumerge en la contingencia radical de las construcciones históricas. Eso, en definitiva, es lo distintivo del peronismo. No digo que no haya ocurrido en ningún otro movimiento político. En Europa, el mal constitutivo de la política se suele racionalizar y presentar como un bien, se suele maquillar y al fin ocultar. El peronismo, en cambio, ha sido muy osado en ese aspecto. El propio Perón y los sindicatos fueron transparentes, audaces, determinados y no les tembló el pulso, para bien y para mal, a la hora de sumergirse felices en esas aguas de lo político sin ningún tipo de resquemor.
Aunque el kirchnerismo recupera parte del peronismo de los setenta, sin embargo no tiene ningún problema en que su partido de referencia en España sea el PSOE
¿En qué puntos se asemeja más el peronismo a la tradición de la izquierda política y en cuáles se muestra más lejano o incluso incompatible? ¿Hay algo que los movimientos emancipatorios de otras partes del mundo puedan aprender del peronismo?
El elemento que los hace converger es la lucha por el valor de la igualdad. Esa convergencia está hoy en su momento más cercano. El peronismo, en sus orígenes, toma mucho del laborismo inglés —de hecho, Perón será en 1946 el candidato del Partido Laborista argentino— también su lejanía respecto a la tradición marxista. En los años ochenta, la época de la transición argentina a la democracia, el primer presidente fue [Raúl] Alfonsín, del partido radical, que históricamente venía más o menos de la misma familia que el peronismo, pero justamente por eso había terminado encarnando el partido antiperonista por definición. Una de las críticas que le hacía el peronismo más ortodoxo a Alfonsín era la de socialdemócrata y europeísta. Hoy en día, por ejemplo, aunque el kirchnerismo recupera parte del peronismo de los setenta, sin embargo no tiene ningún problema en que su partido de referencia en España sea el PSOE.
Respecto a lo que los aleja: primero, el peronismo nunca se reconoció en la tradición de la izquierda, no es una de las familias de la socialdemocracia, ni por supuesto del comunismo. Es más, tiene componentes anticomunistas fuertes. Por otra parte, el peronismo tiene un fuerte rasgo nacionalista. Esta diferencia es en realidad más una cuestión de autopercepción, porque la socialdemocracia europea se reconcilia con la nación ya desde la Primera Guerra Mundial. Es el caso de la socialdemocracia alemana, con el voto de los créditos de guerra, cuando se dan cuenta de que el elemento nacional es un componente de identificación importante, que el internacionalismo está bien, pero no puede ser una práctica política cotidiana. Incluso Gramsci reconoce el elemento nacional como un elemento decisivo. Pero la izquierda europea, en sus vertientes socialdemócrata y eurocomunista, nunca terminó de asumir el nacionalismo como un elemento explícito. Aunque los dos partidos que llevan el nombre de España en sus siglas, curiosamente, son los partidos de izquierda: ni el Partido Popular, ni Vox, sino el Partido Comunista de España y el Partido Socialista Obrero Español.
El peronismo tiene un elemento de conjunción de la igualdad con lo nacional, basado en su caracterización de Argentina como un país periférico, del tercer mundo. Otro elemento muy propio del peronismo es la idea de vincular la igualdad con el orden. En el libro lo llamo “salir del desorden”. Para el peronismo, el orden existente es en realidad un desorden porque le falta la integración de las clases trabajadoras o populares a la vida nacional, es decir, que el pueblo sea centro de la nación. En la izquierda europea, como lejana deuda de la idea de revolución, sigue presente la idea de que el programa o la acción políticas van contra el orden establecido y buscan producir una transformación o una emancipación. Aunque no terminan de asumir como propia la idea del orden, en realidad, en la práctica política, son partidos de orden. El Partido Comunista Italiano era un partido de orden. El PSOE también. Ni hablar del Partido Comunista de España, incluso en su negociación con el franquismo: la concordia nacional, la renuncia al republicanismo y a la bandera republicana, la asunción de la Constitución, etc.
Me viene a la cabeza otro elemento en que se diferencia de la tradición de la izquierda. El peronismo nunca fue dogmático, vanguardista ni intransigente. Esto es muy importante. Pero además, nunca tuvo la idea típica de la izquierda, de origen ilustrado, de elevar o educar a la clase trabajadora. Por supuesto que la organiza y ejerce una constitución política del sujeto popular. Pero lo acepta tal como es y lo coloca tal como es en el centro de la nación. Eso produce una identificación impresionante entre el peronismo y sus seguidores. Hay algunos libros que cito que muestran muy bien eso, como Un mundo feliz de Marcela Gené, que trabaja el tema de cómo en el peronismo los gustos populares se legitiman tal como son. Perón también era muy rompedor con las formas y los estilos políticos. Ya en su época de Secretario de Trabajo y Previsión recibe a los sindicatos en mangas de camisa y fumando. Hablar de igual a igual con ellos era toda una ruptura con los modos tradicionalistas y pedagógicos de la política. Ese elemento es la clave del peronismo, lo que produce esa identificación tan fuerte y tan perdurable.
En el libro tratas de matizar la idea que presenta al peronismo como sinónimo de autoritarismo político, sin por ello dejar de reconocer que los gobiernos de Perón tuvieron una dimensión autoritaria. También mencionas como uno de sus rasgos invariantes la “patrimonialización del pueblo y de la nación”. ¿Cómo se relaciona el peronismo con la democracia?
Perón utilizaba una frase muy sencilla: teníamos una nación pero le faltaba un pueblo. El peronismo es una revolución en ese aspecto. Para entenderlo, tenemos que desprendernos, quizá, de la visión tradicional de la revolución en la que el criterio era la socialización de los medios de producción. Esa crítica se le hace al peronismo, sobre todo desde la izquierda: “mucho ruido y pocas nueces”, no hizo la reforma agraria ni socializó los medios de producción. El marco teórico en el que yo me apoyo privilegia mucho más el lugar de los sujetos en el orden social. La frase de Laclau de que el peronismo le sirvió para entender a Gramsci era elocuente al respecto. La política es la lucha por el sentido. El peronismo coloca claramente a lo popular en el centro de la nación.
Como contracara de esa creación de un pueblo nuevo, el peronismo tiende a identificar el pueblo con lo peronista. Algo similar ocurre con la Nación, que sólo es tal si es pensada como lo hace el peronismo. Esto, en la década clásica, se expresa por ejemplo en el uso de los nombres: algunas provincias y capitales, hospitales, el autódromo de Buenos Aires pasan a tener los nombres de Perón o Eva. La CGT, que es única por ley, asume la identidad peronista como tal. El escudo peronista mismo es una estilización del escudo nacional argentino. Esto con el tiempo fue cambiando. Aunque el kirchnerismo tuvo algún gesto en ese sentido, sobre todo con la política de Derechos Humanos, con la que el peronismo no se había llevado muy bien, la tendencia a autoconcebirse como el depositario de la idea de Pueblo y de Nación menguó. Esto abre otra cuestión, bien importante desde el punto de vista teórico: la relación entre identidades políticas e historia.
Las identidades políticas no son un núcleo duro, esencial y eterno, que se va expresando a través del tiempo
En efecto, las identidades políticas no son un núcleo duro, esencial y eterno, que se va expresando a través del tiempo. Los elementos de una tradición que se activan o se desactivan no deben ser entendidos como lealtades o traiciones a ese núcleo original. Pensemos en el caso de España y del PSOE actual: si uno lo quiere cotejar con el PSOE de los años 30, tiene elementos comunes, pero también muy diferentes. Lo político es contingencia y, por lo tanto, variación. Las tradiciones políticas son también sus variaciones históricas. El peronismo en la primera década, sobre todo en la segunda presidencia de Perón, y también en el tercer gobierno peronista en los años 70, tiene elementos autoritarios fuertes. En el caso de los años 70 está comprometido con el terrorismo de Estado. Por un lado, en la década clásica, el peronismo se propone hacer una revolución dentro de la democracia. Es un caso parecido al del PRI mexicano, un partido “revolucionario” e “institucional”. El peronismo quiere canalizar la revolución, colocar al pueblo en el centro de la nación y hacerlo dentro de las instituciones liberales representativas.
El peronismo agrega a la historia argentina un elemento cristiano en la vida social. La oligarquía se lo rechaza y también muchos partidos, incluidos los de izquierda. El peronismo tiene muchos elementos de un cristianismo social, la propia idea de justicia social viene de la encíclica [de León XIII] Rerum Novarum y consiste en aceptar que somos todos iguales y todos ocupamos un lugar en la sociedad. Por otra parte, no es anticapitalista, nunca ocultó que no lo era. Aboga por un capitalismo productivo, nacional, que distribuya la riqueza, pero en el cual todas las personas valen igual. Desde ahí rechaza la explotación, que vincula al capitalismo liberal, no al capitalismo como tal. Por eso el peronismo puede concebir al capitalista y al trabajador como productores y como nacionales. Lo que queda afuera es la oligarquía rentista, parasitaria e improductiva.
En esta concepción peronista, la democracia es la voz del pueblo. No existe un solo concepto de democracia, como no existe un solo concepto de nada. Hay un concepto liberal de la democracia como Estado de Derecho y hay otro que enfatiza más la idea de la soberanía popular. Nuestra democracia actual, como bien muestra [Chantal] Mouffe, es una convergencia de dos tradiciones: la liberal y la democrática. A día de hoy estamos más en un momento individualista que de soberanía popular. El peronismo intenta enfatizar la idea de voz del pueblo, pero dentro del marco liberal republicano representativo. También se encuentra, ya desde los primeros años, con una oposición que lo cuestiona, que no es leal a las instituciones que dice reivindicar. En 1951, por ejemplo, esa oposición ya intenta un golpe de Estado para desalojar al peronismo.
Mucha gente de izquierdas tiene prejuicios negativos hacia el peronismo debido al exilio de Perón en el Madrid franquista y a la visita de Evita a la España de posguerra, donde fue agasajada por Franco. ¿Qué nos dicen estos acontecimientos sobre el peronismo desde un punto de vista ideológico y geopolítico?
Por un lado, curiosamente, Perón tenía un fuerte elemento hispanista. Seguramente la tradición nacional católica, no en el sentido español, sino en el sentido argentino de un nacionalismo popular católico, haya jugado un papel. Luego está la idea de la tercera posición, del equilibrio entre los dos bloques de la Guerra Fría. La revolución cubana significa un corte decisivo para la visión de América Latina y muchos sectores de la izquierda empiezan a interpretar retrospectivamente al peronismo como un movimiento nacional de liberación. John William Cooke, el padre de la izquierda peronista, se fascina con Cuba y le ofrece a Perón hacer el exilio en la isla. Perón le dice que no y después de peregrinar por varios países se va a España. Es verdad que en España no tiene contacto con Franco. La única vez que se ven, por lo menos oficialmente, es el día en que Perón se vuelve, 17 años después, definitivamente para la Argentina. España era un país que estaba en el bloque occidental, pero sin ser el típico país occidental. Y era, por supuesto, anticomunista. Pero Perón tenía una comprensión de lo político que le impedía ser un hombre de convicciones absolutas, como Franco. El peronismo no tiene mucho que ver, realmente, con el franquismo. Perón era muy moderno. Él se dió cuenta en la Italia de Mussolini, a la que fue en un viaje de instrucción militar en los años treinta, de que la política sin masas ya no era posible. Entonces incorpora a las masas, pero sin barrer con la democracia liberal. Ahí está su originalidad.
En este sentido, recomiendo fuertemente la serie de Televisión EspañolaCarta a Eva, que está en abierto. En su viaje, la propia Eva tiene encontronazos fuertes con Franco, con su mujer y con los jerarcas del régimen, porque ella quiere hablar con los obreros y ver a la gente del pueblo. En alguna visita le dice a Carmen Polo: “Ustedes hablan todo el tiempo de los obreros y de la religión, pero la gente está muerta de hambre”. Y claro, Franco y Carmen Polo se espantaban. El viaje y los famosos barcos de ayuda con trigo revelan una solidaridad muy grande que tiene Argentina con España, en un momento en que España lo está pasando muy mal. Podríamos decir que es una ayuda de pueblo a pueblo, antes que de régimen a régimen. Aunque esa visita tiene efectos en la estabilidad del franquismo.
¿Es posible que llegue a arraigar una visión política nacional-popular en países europeos con pasado imperial, como España, o, por el contrario, piensas que únicamente florece en países con una fuerte tradición anticolonialista como los latinoamericanos?
Lo nacional está sedimentado en España de una manera específica y, como punto de partida, significa algo que no es necesariamente lo que significa en América Latina. Resulta muy difícil en Europa la idea de que un nacionalismo puede ser popular, por contraposición al nacionalismo burgués u oligárquico. Esto, otra vez, es en buena medida una autopercepción, porque los partidos europeos de izquierda o centroizquierda han sido fuertemente nacionalistas. En España, en un determinado momento la idea fue, por un lado, homologarse con Europa, pero, por otro lado, estar diciéndose a sí mismo todo el tiempo “los españoles tenemos las capacidades que tienen el resto de países, tenemos buenos deportistas, tenemos buenos científicos, hemos sido capaces de construir una vida homologable con la europea…”. Esto último significa una autoafirmación del orgullo nacional.
El problema en España fue que se interpretó el populismo o lo nacional popular como una fórmula que aplicada en cualquier lugar funciona. Me estoy refiriendo a Podemos
La política es creativa, nada es imposible. Según mi punto de vista, el problema en España fue que se interpretó el populismo o lo nacional popular (ahí hubo también un solapamiento de dos cosas que son diferentes) como una fórmula ganadora, de éxito, que aplicada en cualquier lugar funciona. Me estoy refiriendo a Podemos, evidentemente. Esa aplicación se topa con lo sedimentado, con que la nación y lo nacional en España es más bien una idea de la derecha. Por eso la izquierda tiene problemas con símbolos nacionales que son, incluso, constitucionales y no preconstitucionales, como la bandera o la propia Constitución. El sectarismo franquista (que el peronismo nunca tuvo, aunque intentó patrimonializar la nación y el pueblo) ha articulado lo nacional a la derecha, a lo conservador y a lo excluyente. Uno de los problemas de España, una de las tareas pendientes de la Transición, es construir una idea de nación diversa, una idea democrática de nación y no seguir arrastrando esos resabios del pasado. La lucha por la igualdad, como la de cualquier valor, depende mucho de la capacidad de interpretar la coyuntura y la historia nacional. En el caso de Gramsci se ve clarísimo: no se trata solo de interpretar la historia nacional, sino de quererla tal como es. El peronismo quiere al país y quiere al pueblo. Lo construye, pero lo construye a partir de lo que hay y eso solo es posible si uno lo quiere. Por eso no es vanguardista. El peronismo es comunitarista a través del nacionalismo. No tiene ese propósito de una elevación o ilustración de las clases populares, que en el fondo es un recelo de la capacidad de juicio político de cualquier ciudadano o de las masas en general. Me parece que el primer Podemos no mostró lo mismo.
¿Identificas en el actual gobierno de Milei y en su forma de hacer política algún rasgo peronista o crees que es la némesis del peronismo?
Una de las cosas que me llaman la atención es esta idea novedosa de un liberalismo beligerante y plebeyo. Milei no viene de las clases altas, como la oligarquía, ni de los inmigrantes que se enriquecieron, como Macri. Es un tipo de clase media, que fue jugador de fútbol. Encima, para peor, fue portero. Si eres argentino y juegas al fútbol no puedes ser portero, sino diez. En ese sentido, Milei es muy poco argentino, y sacó partido de eso. Jugó a ser el outsider completo, el tipo raro por definición. Por supuesto, no tiene amigos. Al contrario de lo que pasa con el resto de candidatos en campaña, que cuando les preguntan cuál es su comida preferida responden que un asado con amigos, Milei decía que para él comer era una pérdida de tiempo, que no tenía un plato favorito y que si pudiera comería con pastillas, como los astronautas.
Milei parecía, sobre todo, el típico economista (en Argentina ha habido muchos) que cree que la economía es economía y no es política. Pero a la vez ha captado algo de la cultura política argentina, que es su beligerancia, su elemento populista, en el sentido de designar siempre a una minoría culpable o de hacer un corte histórico con el pasado. Ese también es otro elemento que el peronismo tuvo en su primera etapa, se sentía continuador de una tradición nacional-popular: Rosas, el yrigoyenismo, etc., pero a la vez hacía un corte temporal en la Argentina nueva. Milei lo hace, su corte temporal es 1916, que son las primeras elecciones democráticas libres, cuando surge justamente Yrigoyen como primer líder popular de masas. Efectivamente, hay algo en Milei de esa beligerancia y de esa audacia política que caracterizaron al peronismo.
Un elemento decididamente diferente de Milei con el peronismo es la flexibilidad. Como dije antes, el peronismo tiene una gran capacidad para entender la política como construcción, como hegemonía, como frónesis. Milei, en cambio, aparece como un político de convicciones absolutas. Eso le ha traído problemas en su gobierno para tejer alianzas o conservar aliados. Milei muestra una actitud muy intransigente, un poco vanguardista y cientificista en términos económicos, que no sé hasta qué punto, en una situación de equilibrio o empate hegemónico como la argentina, le va a ser útil para mantener la capacidad de gobernar.
En la línea de redoblar siempre la apuesta, Milei presentó el ajuste no como un mal para alcanzar un bien, sino como algo popular, como una prueba para convertir, como él dice, a los corderos del Estado en leones del mercado. En una sociedad muy desestructurada y muy desarmada en términos de representación política, Milei hace de la necesidad virtud y efectúa una llamada a un individualismo beligerante.
¿Se encuentra el peronismo en su momento histórico más bajo desde el regreso de la democracia en 1983? ¿Qué debería cambiar en su configuración actual para volver a estar en condiciones de disputar el poder?
La derrota con Alfonsín en 1983 también dejó al peronismo en una situación muy delicada, para mí peor que ésta de 2023. Pero el peronismo siempre ha sido muy vital políticamente, como la política argentina, de la cual es el centro. Aquella derrota del 83 fue, al revés que ésta, inesperada. No obstante, su situación actual es mala. Después de tantos años de gobierno, la travesía del desierto de la oposición cuesta. Le pasó al PSOE tras la salida de Felipe González; esos liderazgos generan inevitablemente sombras muy largas. Uno de los problemas del peronismo, a diferencia del 83, es que debe hacer una renovación, pero para ello se topa con el liderazgo de Cristina, que combina una gran capacidad de análisis político –en ese sentido es, quizás, el cuadro más valioso que tiene– con una cierta tendencia a una política de convicción, que le resta. Al compararla con Néstor Kirchner, muchas veces se dice que en ese aspecto él era más peronista. La figura emergente es [Axel] Kicillof, que representaría un peronismo popular, pero aggiornado, modernizante y que tiene un poder propio, pues ya va por su segundo mandato en la Provincia de Buenos Aires, la de mayor caudal electoral y bastión histórico del peronismo. Esto último es muy importante, porque Cristina ha designado siempre a gente sin poder propio. El caso más notorio era el de Alberto [Fernández], pero también los de [Daniel] Scioli o [Sergio] Massa. Eso les quitó capacidad e independencia respecto de Cristina. Kicillof, sin embargo, tiene capacidad de independizarse de Cristina, como hizo Néstor con Duhalde, pero hay que ver si puede y se anima.
El peronismo está llamado a ir hacia una especie de social-cristianismo, con su tradición propia, nacionalista y popular, pero una especie de democracia social desde el lado cristiano. Kicillof encarna eso. Quizás es un poco más socialdemócrata, lo cual para muchos peronistas ortodoxos como [Guillermo] Moreno es un horror. Los gobiernos de Cristina y de Néstor fueron básicamente gobiernos en pro de la democracia social. El elemento pendiente del peronismo, históricamente, es el elemento fiscal y de la modernización y profesionalización del Estado. La experiencia de Milei debería servir, en términos de autocrítica del peronismo, para que la próxima vez que haya que manejar el Estado habrá que hacerlo con mucho cuidado, porque a veces se les dan excusas a los que lo quieren destruir.
¿A qué te refieres cuando mencionas el elemento fiscal?
En Argentina, curiosamente, la idea de que la distribución de la riqueza puede hacerse como se hace en Europa, a través de un modelo fiscal progresivo, está bastante ausente del debate político. En cambio, la derecha lo tiene clarísimo. Si vos consultas a la mayoría de los argentinos te van a decir que Argentina es un país en el que se pagan muchos impuestos, cuando el sistema impositivo argentino es muy regresivo. El peronismo tiene una tradición de nacionalismo económico y de alianza de clases que hace que le dificulta pensar el tema tributario. El peronismo tiende a buscar una burguesía nacional y a usar al Estado como colchón entre clases, entendiendo que las empresas nacionales son las que proveen esa riqueza que luego se va a distribuir. Eso viene atado a la cuestión de la profesionalización del Estado, que, en época neoliberal, es clave para cualquier fuerza transformadora, progresista o nacional-popular. España es un muy buen ejemplo de eso. Sin un Estado profesional y que actúe como fuerza de construcción es muy difícil llevar a cabo políticas progresistas o igualitaristas.
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