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Análisis
La hoja de ruta de la izquierda en Uruguay
Uruguay tendrá elecciones generales en octubre del año 2024 para renovar enteramente su Cámara de Representantes y su Senado. Además, en esos comicios se determinará el presidente y vicepresidente del país para el periodo 2025-2030. Desde 2020, Uruguay ha tenido un gobierno de derecha que ha afrontado una serie de reformas encaminadas a desandar lo construido por el Frente Amplio desde el año 2004 mediante los gobiernos de Tabaré Vázquez y José Mujica.
En un escenario político de menor efervescencia que los de sus vecinos, con la derecha radical todavía agazapada en torno al 10% de los sufragios y con un oficialismo desgastado a pesar de la imagen positiva del presidente Luis Lacalle Pou, la izquierda uruguaya se encamina a la cita con las urnas en posición de favoritismo. Quizá no en primera vuelta, pero sí muy probablemente en el ballotage de noviembre, ciertamente la vuelta del Frente Amplio al Ejecutivo uruguayo parece un escenario esperable. Yamandú Orsi y Carolina Cosse podrían ser los próximos presidente y vicepresidenta de Uruguay, respectivamente.
El oficialismo
Las elecciones de 2019 dibujaron un escenario peculiar en Uruguay. En la primera vuelta del 27 de octubre, Daniel Martínez, candidato del Frente Amplio que buscaba la reelección de la izquierda uruguaya al frente del gobierno, obtuvo el 39% de los votos, por delante de Lacalle Pou, del Partido Nacional. En tanto el sistema electoral uruguayo solo contempla la victoria en primera vuelta en caso de que un candidato supere el 50% de los sufragios, el país se vio abocado a un balotaje. En él, celebrado el 24 de noviembre, Lacalle Pou se impuso con una diferencia de apenas un punto y medio (algo menos de treinta mil votos) y fue proclamado presidente.
No obstante, durante los casi treinta días de campaña por el desempate, la derecha uruguaya ejecutó un particular proceso de unidad política informal que desembocó en la “Coalición Multicolor”. En suma, este acuerdo fue un pacto entre el propio Partido Nacional y el histórico Partido Colorado, el ultraderechista Cabildo Abierto, el Partido de la Gente y el Partido Independiente. Todos los partidos “anti frenteamplistas” brindaron apoyo explícito a la fórmula Lacalle-Argimón para evitar un nuevo gobierno de la izquierda a cambio de que el futuro gobierno del Partido Nacional contase con ministros y secretarios de otros partidos. Y, en efecto, así ocurrió.
El oficialismo llega débil a los comicios y con su principal valor, el propio presidente, anulado electoralmente por la negativa constitucional a aceptar la reelección inmediata
La retórica del “cambio total” defendida por Lacalle Pou durante la campaña electoral de 2019 y, a posteriori, durante su gobierno, se concretó en oposición a la agenda de gobierno que había sostenido el Frente Amplio desde el año 2004. La LUC (Ley de Urgente Consideración), una suerte de “Ley Bases” uruguaya que logró ser aprobada durante los primeros meses del gobierno del Partido Nacional y que resistió al impulso sindical, político y social de las izquierdas uruguayas por derogar más de cien artículos por la vía del referéndum en 2022, dio pasos firmes en esta dirección.
El gobierno de Lacalle Pou ha transitado sus cerca de cinco años de vigencia en un equilibrio complejo entre la imagen del presidente (generalmente, positiva) y la de los partidos que forman parte de la Coalición Multicolor. El oficialismo llega débil a los comicios y con su principal valor, el propio presidente, anulado electoralmente por la negativa constitucional a aceptar la reelección inmediata.
En este contexto, el Partido Nacional dirimió en las elecciones internas nacionales del 30 de junio su sucesión presidencial: Álvaro Delgado, secretario de la Presidencia, fue elegido por amplia mayoría como candidato presidencial del espacio. Además de él, el amplio espectro político de la derecha uruguaya concurrirá mediante Andrés Ojeda, candidato del Partido Colorado, y Guido Manini, de Cabildo Abierto, quien defiende la retórica conspiracionista contra la “ideología de género”, defiende posturas nativistas contra la inmigración y se enmarca ─aunque quizá un paso por detrás en términos discursivos─ en el mismo esquema regional que Javier Milei o Jair Bolsonaro.
¿Victoria inevitable del Frente Amplio?
Por su lado, la izquierda uruguaya ha redoblado la consolidada apuesta por la unidad político-electoral en torno al Frente Amplio. A pesar de los cantos de sirena de algunos sectores de la prensa anti frenteamplista en Uruguay, la interna del bloque se resolvió con una considerable calma. Dos eran los candidatos principales: Carolina Cosse, intendenta de Montevideo apoyada por sectores del socialismo nacional, del trotskismo y de la izquierda revolucionaria, y Yamandú Orsi, intendente de Canelones e integrante del Movimiento de Participación Popular, la agrupación política a la que ha adherido durante años José Mujica.
Orsi se impuso con más de veinte puntos de diferencia frente a Cosse, y siguiendo la tradicional dinámica de proporcionalidad en el reparto de poder en el bloque, nombró a su propia rival como compañera de fórmula. Tanto la socialdemocracia como el socialismo, el marxismo nacional, el trotskismo y otras vertientes del campo popular uruguayo se encuentran representadas en un Frente Amplio que, nuevamente y pese a la derrota en 2019, concurrirá en unidad a las elecciones de octubre.
Orsi, que proyecta un perfil público parecido al del ex presidente Mujica, recibió en este mismo año una denuncia reconocidamente falsa que pretendía abrir una situación win-win para la derecha uruguaya. Si prosperaba, ensuciaría el liderazgo de un Yamandú Orsi que ya por aquel entonces se presumía como el futuro candidato presidencial del Frente Amplio; si no prosperaba, daría pie a que los partidos conservadores del país azuzaran nuevamente la retórica anti feminista contra las “incontables” denuncias falsas. En cualquier caso, ni la denuncia prosperó ni la polémica duró lo suficiente como alterar la campaña de las internas.
En los comicios, el Frente Amplio ganó con un margen importante: un 42% ─en los mismos comicios en 2019 obtuvieron un 23%─, por delante del 33% del Partido Nacional ─7 puntos menos que en las internas cinco años atrás. Aunque los resultados de las elecciones primarias nacionales han de ser interpretados cautamente por su no obligatoriedad ─solo participó un 35% del censo, mucho menos que el 90% que acudió a las urnas en las elecciones generales de 2019─ y por su carácter de instancia electoral “intermedia” ─escenario que, por norma general, “exagera” las inercias electorales de los espacios opositores─, sin duda confirmaron una tendencia favorable para la izquierda. Si en 2019 se quedaron a un puñado de votos de imponerse en la segunda vuelta de las presidenciales tras alcanzar un 39% en primera vuelta, es del todo esperable que en noviembre, probablemente con un suelo en primera instancia de entre el 42% y el 45%, sepan capitalizar la campaña por el balotaje e imponerse frente a Álvaro Delgado.
Uruguay, actor clave durante los años de la “marea rosa” latinoamericana, estaría cercano a formar parte nuevamente del eje progresista en la región
Además, las encuestas durante el último año apuntan también en esta dirección. Uruguay, actor clave durante los años de la “marea rosa” latinoamericana, estaría cercano a formar parte nuevamente del eje progresista en la región. En este sentido, las encuestas ─históricamente más fiables que en otros escenarios latinoamericanos─ definen una horquilla fija para la coalición de entre el 46% y el 52%. Son números incluso por encima de los que presentaba el movimiento con anterioridad a la primera victoria electoral de Tabaré Vázquez en el año 2004.
Del desgaste generalizado que asola al gobierno de Uruguay solo parece salvarse la propia figura del presidente Lacalle Pou, cuya participación activa en la campaña electoral podría en cierta medida posibilitar una remontada de Álvaro Delgado, aunque ciertamente las distancias en los sondeos en favor del Frente Amplio dibujan un escenario casi inviable para la derecha nacional. Cabildo Abierto, en tanto representante de las derechas radicales en el país, no logra arrancar, víctima de un sistema político-simbólico tendente a la moderación discursiva.
Uruguay no parece ser proclive, por el momento, a la retórica antiinstitucional de las derechas radicales, aunque sí a un Frente Amplio cuya indiscutida unidad sorprende si se la compara con las crisis que han atravesado otros movimientos regionales como el MAS-IPSP en Bolivia o el peronismo kirchnerista en Argentina. Como sea, las semanas de precampaña y campaña abren la puerta a una remontada derechista que, en cualquier caso, se torna casi milagrosa en el escenario de crecimiento del candidato a presidente Yamandú Orsi.