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No han sido pocas las voces con conocimiento que, en la víspera del 24 de febrero de 2020, ante el anuncio de la inminente invasión rusa del territorio ucraniano que resonaba ya entonces en las noticias internacionales, sacudimos la cabeza con incredulidad. No, ni de coña. Pero pasó, y de eso hace ya 730 días. No quisiera comenzar otra vez con la consabida cantinela de que esta guerra no tiene dos años, sino que se acerca ya casi a la década, ni tampoco con la denuncia, también unas cuantas veces repetida en estas páginas (gracias, Salto) de que contar una guerra sin contexto no es periodismo, sino propaganda a fogonazos.
Pero contarla no es fácil: navegar las toneladas de información y de desinformación que genera esta guerra y la velocidad a la que se suceden es agotador, y a veces, frustrante y desesperanzador. ¿De qué sirve intentar ordenar el ruido, si mañana otro fogonazo tumba las crónicas honestas, si los números bailan hasta no poder creer ninguno, si el escribir mismo, termina siendo un acto de guerra? Por eso, y en un intento de reubicar el foco, que no puede ser otro que un análisis que pueda darnos las claves sobre cuán lejos queda —o no— un proceso de paz- y haciendo uso del “sola no puedes, con amigas sí”, hay una mirada diferente —una de esas voces con conocimiento— con las que mirar al este y al futuro y plantearnos donde está y a dónde nos lleva hoy esta guerra.
Su nombre es Nahia Sanzo. Quizá os suene: su blog, Slavyangrad, lleva activo desde 2014 recogiendo un impresionante trabajo que documenta y actualiza periódicamente la situación en el frente, y que impresiona más aún cuando descubres que Nahia lo escribe en los ratos libres que le dejan el trabajo y la vida. Cuando comenzó, afirma, era obvio que Donbass iba a ser una guerra que no generaría enorme interés mediático y escribirlo era la forma que encontró de ser una alternativa a la escasa y siempre de parte cobertura mediática y a evitar los vacíos entre los picos de interés, ahí donde viven las guerras. “Por eso me pareció importante seguir los años de guerra de baja intensidad al día pese a que prácticamente estábamos hablando solas”.
Los años de guerra sin guerra —2015, 2016, 2017, y así hasta 2022— los describe Nahia como un tiempo tedioso, una travesía por el desierto. Fue el tiempo de los acuerdos de paz de Minsk, sin apenas foco ni interés desde Europa, lo que ha facilitado la ignorancia sobre lo ocurrido y la reescritura de su historia. “Ahora que ya no importa, —señala Sanzo— y que Minsk acabó enterrado por el reconocimiento ruso de las Repúblicas Populares, [de Donetsk y Lugansk] Merkel, Hollande y Poroshenko admiten que eso no se iba a cumplir, y se ha instalado el discurso de que “ambas partes incumplieron”. En realidad, los pasos políticos y económicos tenía que darlos Kiev en colaboración con Donetsk y Lugansk, algo que nunca iba a hacer.” Sanzo señala que no se estableció ningún diálogo político con esos territorios, más allá del intercambio de rehenes: ni alternativas ni fórmulas de encaje territorial. Tampoco, señala, se produjo la amnistía prometida desde Ucrania y firmada en los acuerdos para los territorios de Donbass. “Entender lo que pasó en los siete años anteriores es clave para entender realmente los puntos de vista de las partes —Ucrania, Rusia y también Donbass— y sus objetivos. Entender también quién prefirió mantener, de forma un tanto artificial, el estado de guerra en Donbass arriesgándose a una guerra más amplia nunca iba a rendirse tal y como pareció esperar Rusia en febrero de 2022
Navalny y la Conferencia de Munich: parabellum (pacem non vis?)
La reciente Conferencia de Seguridad de Múnich ha multiplicado los tambores de guerra y la alarma sobre lo que ya era una evidencia desde hace tiempo: el rearme europeo y la expansión acelerada de la industria de guerra, para dar abasto donde hoy es imposible llegar. El timing de los acontecimientos no ha podido ser más simbólico: si la semana pasada caía Avdivka, enclave de la resistencia ucraniana en el este del país, al mismo tiempo se hacía pública la muerte de Alexey Navalny, aupado desde occidente como el representante moral de la oposición a Putin, en una prisión siberiana en la que cumplía una condena de décadas. Gasolina made in Kremlin para la narrativa de Rusia como la gran amenaza continental que combatir mientras se desvía la mirada del genocidio en Israel. “En Munich —afirma Nahia— la cuestión ucraniana ha adquirido un protagonismo por encima de lo esperado con dos mensajes principales: la idea de que Rusia ha sufrido una derrota estratégica, como pronunció Emmanuel Macron, y la necesidad de garantizar que no se produzca una victoria rusa”. Palestina ha sido un incómoda competencia a la agenda marcada en la Conferencia, de nuevo, sin tiempo para la paz: “La enorme gama de grises entre esas dos posturas triunfalistas y apocalípticas queda eclipsada cuando tanto las victorias como las derrotas son utilizadas para justificar la necesidad de mantener la escalada de la guerra”.
Sanzo opina: “no hay cambio hacia unos objetivos más realistas. Ucrania y sus socios insisten en la derrota completa de la Federación Rusa, es decir, la captura de Donbass y de Crimea”
Todo se produce en el contexto del fracaso de la contraofensiva de 2023, que era la apuesta principal de Ucrania y sus socios para el año pasado. Sanzo explica el desarrollo del frente con la serenidad de quien lleva años observándolo: “La ofensiva terrestre —acompañada de unos ataques en la retaguardia y, sobre todo, contra la flota del Mar Negro—, debía recuperar un territorio lo suficientemente significativo en el sur como para amenazar el control sobre Crimea y obligar a Rusia a negociar entre la espada y la pared. Pero Rusia tuvo prácticamente un año para preparar la defensa, la famosa línea Surovikin, y era consciente de por dónde iba a venir la ofensiva”. Enumera ciudades y estrategias —Jersón, Crimea, Melitopol, Belgorod— convirtiéndolas en un mapa lógico y no en recortes de telediario. “El fracaso en el intento de ruptura del frente —ahora Rusia empuja para recuperar lo poco que Ucrania tomó, fundamentalmente Rabotino— ha debilitado la posición de Ucrania y reforzado la de Rusia.”
Una reciente encuesta publicada en The Guardian señalaba que solo el 10% de las y los europeos veía posible una victoria ucraniana en el campo militar. Pero las enseñanzas extraídas de los pobres resultados en el frente no han generado un plan B, sino que han conducido en Kiev a concluir que “hacen falta más armas, equipamiento más pesado (aviación occidental y misiles de largo alcance, que NBC dice que Biden está a punto de aprobar, en plena guerra por la aprobación de fondos en Washington)”. ¿Por qué no una transición a la vía diplomática? Sanzo opina: “no hay cambio hacia unos objetivos más realistas. Ucrania y sus socios insisten en la derrota completa de la Federación Rusa, es decir, la captura de Donbass y de Crimea. Eso implica una guerra a largo plazo en la que habrá que seguir movilizando enormes cantidades de armamento, munición y financiación.”
Pero ¿un suministro mayor de armas solucionaría esta guerra? “los tanques, blindados, HIMARS, o Storm Shadows no han sido suficientes para derrotar a Rusia en 2023. No hay ningún indicio para pensar que vaya a ser diferente en 2024, de ahí que cada vez se hable más de misiles de crucero con los que atacar Crimea y territorio ruso, se pida rapidez en la entrega de cantidades masivas de munición, fabricación de drones y aumento de las sanciones en el contexto de un conflicto con Rusia que se prevé para muchos años.” Las posiciones de Josep Borrell, como las define Sanzo, son “más guerra, más OTAN y más militarización”.
La caída de Avdivka
Las ciudades que aparecen y desaparecen en los telediarios marcan el ritmo de la guerra. Como Bajmut, Bucha, o Mariupol, son sólo símbolos para colocar el relato. Pero en Avdivka, el frente llevaba activo desde 2014, y no era un enclave cualquiera, ya que marcaba la línea de defensa ucraniana. “La importancia de su caída reside especialmente en la forma en la que se ha producido, pues con ella cae la tercera pieza de lo que se consideraba la línea más fortificada de las defensas ucranianas, creada durante la guerra de Donbass y fortalecida durante casi una década. Para Rusia, la importancia de Avdeevka es la misma que la de Peski o Marinka: alejar a las tropas ucranianas de Donetsk, donde recientemente han provocado numerosas muertes, entre ellas más de una veintena de víctimas a las puertas de un mercado. La toma de Avdeevka es también el derribo de lo que puede considerarse una línea Surovikin de Ucrania, que fortificó esas localidades durante años y que no dispone de refuerzos similares en la segunda línea. En Donbass y especialmente en los alrededores de Donetsk, una zona mucho más poblada y urbana que otros sectores del frente, cada localidad protege los flancos de la siguiente. La caída de varias de ellas supone un problema defensivo para Ucrania, especialmente en un momento en el que, sin asistencia militar estadounidense, la situación de las tropas de Kiev es más vulnerable que en otros momentos del último año”. Para Sanzo, no obstante “aún es cuestionable el potencial ofensivo de las tropas rusas. Lo que sí deja claro el avance sobre Avdivka, es que se aleja cada vez más el sueño de la derrota completa de Rusia, la victoria sin negociación, sin concesiones”.
Según Naciones Unidas, 14.000 personas, entre civiles y militares, habían perdido la vida en la guerra antes del 24 de febrero de 2024
En Avdivka han combatido algunas de las más relevantes estructuras de las Fuerzas Armadas ucranianas: la 110ª Brigada, entrenada para hacer el avance profundo en el frente central durante la contraofensiva y la Tercera Brigada de Asalto, famosa por ser el antiguo Batallón Azov, la evidencia más clara de como el entonacionalismo y la ultraderecha violenta de Maidán se imbrican en sus Fuerzas Armadas, y, lo que es más grave, en la identidad del proyecto del Estado que arrincona a las fuerzas democráticas —o las ilegaliza— en nombre del “esfuerzo de guerra”.
El silencio del Donbass
Una de las cuestiones menos abordadas es el sentir de la propia población de Donbass. “Tenemos muy interiorizado que cualquier avance ruso se haría por encima de la opinión de la población, pero no tanto que en Donetsk, Lugansk o Crimea un avance ucraniano ser produciría por encima de la opinión de la población”. Kiev reivindica los territorios como parte del pueblo ucraniano, pero lo cierto es que, desde 2014, los y las donbassianas sólo han recibido violencia, exilio o movilización. Nahia recuerda que “las sanciones, limitación de derechos civiles e imposición de un nacionalismo que ya rechazaron en 2014” han hecho mella en el sentir de una población a la que nadie ha preguntado aún qué desea hacer consigo misma.
Allí llevan casi una década en un estadio que Nahia describe como ni guerra ni paz: que no era suficiente para obtener atención mediática pero que impedía una vida normal. La atención desapareció. Las promesas electorales de Zelensky en 2019, que prometía el fin de la guerra en Donbass, parecían abrir un horizonte que acabara con la guerra de baja intensidad. Qué ingenuidad. “La guerra no son solo tanques rodando por las carreteras, artillería destruyendo infraestructuras, sangre, barro y muerte. Es también industrias destruidas por la artillería y la crisis, el paro, la desesperación de la población, la falta de personal médico y educativo”.
Según Naciones Unidas, 14.000 personas, entre civiles y militares, habían perdido la vida en la guerra antes del 24 de febrero de 2024. En 2015, cuando recorrías Lugansk, Kirovsk, Alchevsk o Gorlovka, las estanterías de suministros estaban vacías, había obuses clavados en los jardines y toques de queda que vaciaban las avenidas. Se dormía en sótanos oscuros, y se convivía con las trincheras y los checkpoints con la resignación de lo inevitable. ¿Quién socorrió a Donbass, cuando los corredores humanitarios estaban bloqueados desde el oeste del país? “parte de ese pueblo —nos recuerda Nahia— tuvo que elegir entre quien le impuso un bloqueo y le negó las pensiones y quien evitó que hubiera desabastecimiento y envió fondos para mantener al menos un nivel mínimo de pensiones”.
Boris Kagarlitsky, el sociólogo marxista ruso que encarnó la izquierda postsoviética en su país, era condenado la semana pasada a cinco años de prisión por sus posiciones contrarias a la guerra contra Ucrania. Pero él —como otras en la izquierda, como la que suscribe— también vio en los levantamientos de 2014 en Donbass un potencial movimiento emancipador y antifascista al que seguir de cerca, sobre el que cayó la precipitada operación antiterrorista en abril de 2014 “con la que Kiev intentó anticiparse a la posible llegada masiva de hombres de verde —¡qué vienen los rusos!— que nunca estuvieron de camino”.
Nahia lo recuerda así: “el estallido de las protestas en abril dio alas a todo tipo de manifestaciones y declaraciones que planteaban crear un nuevo Estado que acabara con la oligarquía y que pensara en las personas. Las protestas empezaron en apenas un edificio de Donetsk. Ahí se mezclaban consignas prorrusas y soviéticas y frente al edificio hubo durante un breve tiempo dos carpas del Partido Comunista de Ucrania (hoy prohibido, no por su papel en la rebelión de Donbass, que nunca apoyó, sino por el revisionismo histórico de Kiev y su política de “descomunización”, que ha querido eliminar todo legado o vinculación soviética)”. El sueño duró poco —que se lo digan a Kagarlitsky—: “nunca hubo capacidad de movilización de base a favor de un modelo más a la izquierda y que pudiera mantenerse en pie al margen de Rusia, que con su presencia marcaba los límites de lo aceptable. Las condiciones de la guerra, la fuga de población y la ausencia de movimientos políticos que canalizaran las Repúblicas Populares en otra dirección hacía prácticamente inevitable que la RPD y la RPL se convirtieran en pequeñas rusias. Y tampoco es una sorpresa que la población de Donetsk y Lugansk fuera la que con más entusiasmo defendió la intervención rusa del 2022. El deseo de alejar el frente de sus ciudades provocó la ingenuidad de pensar que podía ocurrir de forma rápida”.
La herida de Donbass es muy profunda y su rencor a Kiev, justificado: “Ucrania condenó todos y cada uno de los envíos de ayuda humanitaria que llegó de Rusia, pero, especialmente en los primeros meses, en el invierno de 2015, impidieron que la situación humanitaria fuera absolutamente catastrófica. Desde 2022, Ucrania —con razón y como debe hacerse—, ha contado con un flujo constante de ayuda humanitaria y se ha acogido a la población refugiada. No fue así con la población de Donbass. Gran parte de las peticiones de asilo de población de Donbass en España fueron denegadas" —de hecho, la gran mayoría de refugiados acogidos en nuestro países pertenecen a regiones del centro y del oeste del país—. Donbass vivió bajo un bloqueo ucraniano durante todos esos años. “En la guerra el sufrimiento es el mismo a uno y otro lado del frente, en Avdivka y en Yasinovataya, en Debaltsevo y en Artyomovsk. Pero la prensa pone el foco en uno y olvida al otro”.
¿Podrá Ucrania soportar ahora, en su versión extendida, una guerra que vaya desgastándose hacia la “baja intensidad” y el olvido de los focos? Nahia advierte: “La guerra se ha concentrado en el frente y la vida vuelve a cierta normalidad en Kiev y las ciudades alejadas del frente. Es la falsa normalidad que también vivió Donetsk y que puede desaparecer en cualquier momento. Pero ese foco en las ciudades donde se concentra el poder político supone el riesgo de olvidar que hay población más cercana al frente que sufre en condiciones durísimas”. Por eso, a veces hay que hablar de historias pequeñas, de tragedias personales, de historias humanas, de si funciona el transporte, de si arrancan las fábricas. En Donbass, quienes este año estudian quinto curso, no han conocido todavía un estado de paz”. El precio de vivir en la frontera de la frontera.
Y ahora, ¿qué?
“Rusia mantiene su capacidad industrial y dispone de una población más amplia para reponer sus filas y Ucrania mantiene el apoyo externo que hace posible que sus fuerzas armadas puedan seguir luchando. Por el momento, la guerra se encamina hacia un final no concluyente, sin ninguna de las partes completamente derrotada, sin una bandera rusa en Kiev o una ucraniana en Sebastopol”.
David Arahamiya, exnegociador de Zelensky en las conversaciones de paz frustradas en marzo de 2022 en Estambul, afirmó que se podría haber llegado a un acuerdo entonces, pero las presiones de Reino Unido evitaron la firma de Ucrania, aunque quizás esas reticencias ya estaban escritas incluso antes.
Hace apenas dos semanas, Putin se mostraba ufano ante el periodista de ultraderecha Tucker Carlson, dirigiéndose a occidente sin intermediarios para mostrarse abierto a recibir a quienquiera que fuera a hablarle de paz, eso sí, con condiciones diferentes a las de hace un año, y hace cinco, o hace casi diez. Pero en este punto nadie parece valorar la vía diplomática como una opción.
Nahia se aventura: “A corto plazo, no es difícil presagiar más guerra en el frente, más sanciones y más ataques en las retaguardias (en Ucrania, en Crimea y en la Rusia continental). A medio plazo, no parece tampoco haber ninguna apertura a la diplomacia. Las guerras acaban con la derrota de una de las partes o con ambas exhaustas. Ahora mismo, no estamos cerca de ver una victoria lo suficientemente definitiva de ninguna de las partes”. No es optimista. “A todas nos gustaría poder decir que hay una salida a la vista, alguna posibilidad de que esta guerra pase a una fase diplomática y se busque algún tipo de resolución. Pero, si vemos la situación actual y las declaraciones de las autoridades políticas de los países directa e indirectamente implicados, esa vía que no sea militar simplemente no existe en estos momentos”.
Una, que quiere pecar de optimista para volver a equivocarse, cree que todavía es posible un viraje diplomático, sobre todo, si se presiona contra la lógica del rearme europeo y sus consecuencias en la ciudadanía, haciendo de lo internacional algo personal. El espejo de Israel, la tolerancia europea con el genocidio y sus responsables, y el hecho de que sean los mismos patrocinadores que los de la carnicería ucraniana, han abierto una brecha necesaria en los relatos europeos en favor de la guerra. También —quiero creer— han debilitado las posturas probélicas presentadas como un “realismo inevitable” dentro de una izquierda que compraba sin reservas el “sí a la guerra” con editoriales pidiendo rifles y leopards, y acogiendo con orgullo a la OTAN en Madrid. Toca, me temo, seguir haciéndonos preguntas, Y es una suerte contar con alguien como Nahia y con medios como este para no sentirnos tan perdidas en las respuestas.
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Pero está pasando lo que sucede en todas las guerras, que los que mandan se quedan en casa y tampoco están sus familias en el frente de batalla. Estoy de acuerdo que el mismo patrocinador de las guerras actuales es el mismo: EEUU y no tienen ninguna baja.
Ahí estamos viendo los ataques a Yemen que quizás en algún momento existan bajas estadunidenses por contraataques hacia algún buque y entonces veremos que opinan la ciudadanía de EEUU
Tenemos el mundo lleno de guerras.
Basta ya de tanta guerra sin sentido
Para justificar sus guerras Occidente siempre dice que son acciones salvadoras hacia una población que siempre acaban utilizando como carne de cañón. Con ello, las empresas de energía, armamento, bancos y fondos de inversión aumentan sus beneficios, mientras en la UE nos aplican políticas de austeridad y se riega con dinero público la barbarie. Las pequeñas historias son los auténticos relatos de la vida. Gracias por hacer periodismo.