Análisis
El estado de las cosas (2)

Segunda parte del análisis de la coyuntura política y de las posibilidades de acción antisistémica.
Ucrania Kiev y Chernobil - 6
Muchas personas se acercan a sacar fotos a los vehículos rusos destruidos que quedaron en la ciudad de Kyiv. Raúl Moreno

Es editor de la New Left Review en español.

31 dic 2022 05:29

0. La calidad de un proceso de hegemonía global se demuestra de modo fundamental en la capacidad de la potencia hegemónica global de penetrar y constituir de modo estructural la productividad económica, la lógica de la legitimación política y la ratio militar de la forma Estado prototípica predominante en el sistema internacional de Estados, considerada en su diversidad diferencial realmente existente en el sistema-mundo capitalista durante el respectivo ciclo histórico, que por definición coincide con un determinado ciclo sistémico de acumulación mediante el cual las clases dominantes organizan la explotación de los recursos globales y las clases dominadas, producto de sus luchas antisistémicas, participan del excedente producido y constitucionalizan sus derechos fundamentales para hacer efectiva esa participación. Esta forma Estado prototípica se integra y constituye el sistema internacional de Estados, que vehiculiza las relaciones de poder de clase globales y define por ende los sistemas políticos nacionales correspondientes mediante un proceso productivo real de sus funciones económicas, políticas y militares capaz de ligarlas de modo subordinado a los procesos de producción de (plus)valor privados organizados por las clases dominantes hegemónicas globales, cuya ordenación estructural constituye la trama y la urdimbre de un determinado ciclo sistémico de acumulación de capital, cuya configuración material supone por definición un determinado modelo de precipitación dinámica de la lucha de clases y de la subalternización política de la composición de clase de la fuerza de trabajo históricamente específica, la cual a su vez expresa continuamente procesos de autonomía y constitución política proletaria, que han sido espectaculares durante el largo siglo XX.

En la coyuntura histórica actual, el conjunto de la población del planeta paga de modo carísimo este modelo de subsunción de lo político y de las formas Estado en la productividad del ciclo sistémico de acumulación estadounidense

La potencia hegemónica estadounidense ha llevado este característica primordial del capitalismo histórico de acoplamiento productivo de la forma Estado y por ende del campo político nacional respectivo a las necesidades de la estrategia de la potencia hegemónica a su punto de madurez y cabe decir de paroxismo en términos de condensación del antagonismo de clase en tanto que ambos, la forma Estado y el campo político nacional, deben hallarse subordinados a esta estrategia y esta subordinación debe constituir de modo determinante la lógica del funcionamiento de la política dicha nacional. Ello ha tenido, como estamos comprobando en estos momentos al hilo de la guerra ruso-estadounidense librada en Ucrania, efectos devastadores sobre la propia constitución de lo político como campo potencialmente democrático, dado que las clases dominantes han construido históricamente el primero, por el contrario, como experiencia de poder nudo sobre la totalidad de los factores productivos y sobre la situación y condiciones de reproducción de la fuerza de trabajo, sin olvidar que esta ha sido durante la modernidad capitalista, iniciada en torno al largo siglo XVI, diferencialmente muy diversa, dispersa y atomizada histórico-geográficamente hablando y ha estado dotada de temporalidades y de concepciones del tiempo muy heterogéneas, hasta la emergencia durante el largo siglo XX («siglo marxista, siglo americano») del sujeto político proletario, el cual ha pretendido mediante el despliegue de su autonomía desligar lo político de la subordinación de la productividad históricamente asignada por las clases dominantes a las formas Estado y a los sistemas políticos nacionales a la estructura de poder derivada de los correspondientes regímenes de acumulación y crecimiento insertos en el ciclo sistémico de acumulación de capital de la potencia global hegemónica y por ende dotar a la constitución y la dinámica del campo político de una complejidad y de una profundidad que las clases dominantes históricamente han sido incapaces de pensar y de organizar, porque para estas lo político ha sido y es en el momento presente simplemente el juego de la legitimación de su poder estructural de clase y la subordinación de todos los recursos sociales mercantiles y no mercantiles, productivos y reproductivos, naturales y producidos como segunda naturaleza, esto es, la subordinación y subsunción de la productividad total de los factores, a su proyecto de poder de clase.

1. En la coyuntura histórica actual, el conjunto de la población del planeta paga de modo carísimo este modelo de subsunción de lo político y de las formas Estado en la productividad del ciclo sistémico de acumulación estadounidense —como demuestra el desencadenamiento de la guerra de la OTAN contra Rusia— en tanto que la intensificación de la productividad de las formas Estado a las exigencias de la reproducción del poder hegemónico estadounidense y por ende a las estructuras locales de poder de clase, supone la destrucción de la mínima autonomía que las luchas de la composición de clase prefordista, fordista y posfordista habían construido en el seno de estas formas Estado mediante la disputa de la unilateralidad del concepto de lo político, precipitada en el carácter históricamente violento y autoritario de estas sobre las clases dominadas e impuesta históricamente por las clases dominantes occidentales durante la totalidad del arco de la modernidad, que arranca sin duda del siglo XVI y que eclosiona hasta el punto de su madurez durante el largo siglo XX, siglo político por antonomasia, siglo de lo político definido por el contenido y el impacto multifactorial de la lucha de clases en el metabolismo de la relación capital.

Esta subordinación sistémica redoblada de la productividad de la forma Estado y del campo político al ciclo sistémico de acumulación estadounidense y esta destrucción de la potencial autonomía de lo político, que las clases dominadas habían logrado inducir mínimamente mediante sucesivos ciclos de antagonismo, luchas de clases y acción política antisistémica en la lógica de la producción de plusvalor al introducir la posibilidad material de nuevas productividades sociales de la política mediante la invención de nuevos derechos fundamentales constitucionalizados como gran dispositivo de comprensión del proceso de producción y acumulación de valor y de capital en el capitalismo histórico, son las que explican tanto la catastrófica dirección seguida por el ciclo sistémico de acumulación estadounidense durante las últimas tres décadas, como la incapacidad de los sistemas políticos nacionales actuales para intervenir sobre las propias tendencias y procesos regresivos ligados al mismo, como atestiguan de modo apabullante y mastodóntico el último conjunto de guerras (1990-2022) lanzadas las clases dominantes hegemónicas globales occidentales y su incapacidad para intervenir sobre la crisis de los procesos ecosistémicos primordiales inducida por el propio ciclo sistémico de acumulación del que depende su poder de clase. Este colapso de lo político en el cierre del ciclo sistémico de acumulación de capital y poder de clase estadounidense se entrelaza, pues, con el colapso de las descripción y análisis racional de las opciones sistémicas en juego que se dilucidan en torno a la guerra, la medida del valor y las propias condiciones de reproducción biopolíticoecológica, lo cual indica con tremenda nitidez el concepto de dominación ligado al comportamiento sistémico del capitalismo como sistema histórico a contrapelo de la paupérrima vulgata liberal y, por consiguiente, el campo de problematicidad de lo político imprescindible en esta coyuntura para que las clases trabajadoras y pobres dominadas definan e inventen un nuevo concepto de lo político y por ende una nueva forma de la política útil para intervenir simultáneamente en las respectivas formas Estado y en el sistema internacional de Estados correspondiente en el que se dirimen hoy la dirección geopolítica del sistema-mundo capitalista y las formas de dominación de clase, que definirán la textura, la consistencia y la densidad de la dominación de clase durante el siglo XXI.

Esta incompetencia de las clases dominantes y dirigentes hegemónicas globales y sus contrapartes nacionales, define en esta coyuntura histórica el concepto de lo político y el funcionamiento y la crítica de los sistemas políticos realmente existentes

Esta disyunción dicotómica de la destrucción o no de lo político y de la intensificación o no del contenido de clase inherente al ciclo sistémico de acumulación estadounidense, que por definición tiende a intensificarse exponencialmente en términos autoritarios en momentos de crisis y transición hegemónica global y que constituye, pues, la expresión misma de la lucha de clases en esta coyuntura histórica, es la que explica (1) las sendas de comportamiento irresponsable y la inacción ante el cambio climático y el mencionado desastre ecosistémico por parte de la clases dominantes globales; (2) el crecimiento exponencial de la desigualdad como objetivo político deliberadamente buscado por las clases dominantes hegemónicas globales y neuróticamente implementados con un celo sádico por las elites políticas dirigentes nacionales mediante el funcionamiento de los respectivos sistemas de partidos locales y de su impacto sobre sus respectivas formas Estado; (3) el colapso empírico de los paradigmas macroeconómicos, tecnológicos y monetario-financieros como guías útiles para propiciar los antaño denominados desarrollo y crecimiento económicos y la propuesta redoblada de su utilización contra toda evidencia de sus efectos catastróficos para las variables de una reproducción social justa y democrática, que no propicie la destrucción exponencial de las actuales formaciones sociales y de sus condiciones transnacionales de existencia; (4) la proliferación y utilización redoblada de la guerra como manifestación y vector de ulterior pérdida de control sobre el conjunto del sistema por parte de las clases dominantes occidentales, que apuestan su futuro a la extrapolación e intensificación irracionales del actual ciclo sistémico de acumulación estadounidense y de las opciones geoeconómicas, geopolíticas y constitucionales regresivas que estas traen aparejadas; (5) el debilitamiento ulterior de lo político y la esterilización tendencial de todos y cada uno de los campos políticos nacionales del sistema-mundo capitalista y por ende la creación de las condiciones de posibilidad propicias (a) para la liberación de toda restricción impuestas por la lucha de clases sobre el comportamiento de las clases dominantes y de las elites políticas tanto respecto a las consecuencias macroscópicas de sus acciones, como a las modalidades de captura y destrucción de lo político, del campo político tout court, en tanto que dispositivo de autorreflexividad social y de implementación de la infraestructura material de los derechos constitucionales fundamentales, así como (b) para la subordinación por parte de las mencionadas clases dominantes globales y locales de la productividad de la forma Estado al mantenimiento y la prolongación del actual ciclo sistémico de acumulación de capital y de poder geopolítico de clase y por ende para la disminución y eventual destrucción de la plasticidad potencial de la forma Estado, esto es, de la condensación del antagonismo de clase, en su capacidad de generar otros modelos de (des)acumulación, (de)crecimiento y (re)estructuración de la productividad social del trabajo mediante instrumentos políticos capaces de intervenir sobre las tendencias más destructivas y nefastas del diseño global de las actuales clases dominantes globales hegemónicas, comenzando de modo urgentísimo por (i) la utilización de la guerra y la destrucción masiva de activos, recursos e infraestructuras como instrumentos privilegiados de governance global, ligados a huellas de carbono insostenibles y a la vulneración masiva de los derechos humanos y (ii) la eliminación de las condiciones políticas materiales e institucionales para la potencial construcción de situaciones virtuosas de bifurcación en esta coyuntura definidas de modo preliminar e inmediato por la creación de sendas de resolución e intervención sobre la situación de desigualdad abismal realmente existente en el sistema-mundo capitalista, la atrofia y el malogramiento o eventual destrucción del sistema constitucional democrático a escala global puesto a prueba tras la conclusión de la guerra civil europea, y el deterioro cuasi irreversibles de la matriz ecosistémica y de la ecuación energética, procesos todos ellos dotados de enormes consecuencias constitucionales y políticas a escala global, regional y nacional; así como, last but not least, (6) la elusión, la perversión y a la postre la destrucción de las externalidades hiperpositivas de la actual cooperación social del trabajo inmanentes a la actual composición de clase, que las clases dominantes y las elites políticas perciben como el punto nodal de un eventual proceso de constitución política imbricado en un proyecto constituyente abocado a incidir, con una enorme profundidad, en los sistemas políticos nacionales y, por consiguiente, en los equilibrios de poder regionales y globales garantizados por estos y en los procesos de producción y acumulación de valor y capital vigentes en el ciclo sistémico de acumulación estadounidense.

2. El hecho de que el capitalismo se defina de modo privilegiado por la apropiación y el uso ajurídico de la forma Estado para dotarse de un acceso privilegiado a la infraestructura social, ecosistémica y política de las respectivas formaciones sociales y así hacer posible la reproducción de las estructuras de explotación y dominación históricamente específicas de este modo de producción de (plus)valor y de acumulación ilimitada de capital mediante la que ordena la reproducción social y por ende la dominación de clase, tiene un impacto decisivo sobre la subestructura política de la estructura social capitalista, esto es, sobre los sistemas políticos, los sistemas de partidos y los campos políticos nacionales en los que se disputa el conflicto, el antagonismo y la lucha en torno a la dirección de la reproducción social en la totalidad de sus procesos sistémicos constitutivos. En la coyuntura actual, ello resulta decisivo para pensar la guerra y, en concreto, la guerra de Estados Unidos y la OTAN contra Rusia y China desplegada en Ucrania, y el contexto geopolítico que abre el uso de la violencia para garantizar la prolongación del ciclo sistémico de acumulación de capital y el modelo de hegemonía global estadounidense, cuyos fundamentos materiales no logran plantear ni por asomo la conceptualización y menos aun la implementación de las políticas estructurales que podrían acometer la gravedad de la actual crisis sistémica del capitalismo y sus efectos destructivos tendencialmente irreversibles en plazos de tiempos históricamente muy breves. Esta urgencia sistémica, esta incompetencia de las clases dominantes y dirigentes hegemónicas globales y sus contrapartes nacionales, así como la propia inercia y eficacia sistémicas del modo de producción capitalista y de su forma política definen en esta coyuntura histórica el concepto de lo político y el funcionamiento y la crítica de los sistemas políticos realmente existentes, así como las formas organizativas de los nuevos sujetos políticos de clase susceptibles de introducir líneas de transformación antisistémicas frente a la actual crisis sistémica del capitalismo como sistema histórico y de intervenir sobre las peligrosísimas tendencias derivadas de ella, que golpean los fundamentos mismos de la reproducción social y democrática de la vida y por ende no garantizan el bloqueo y la exclusión del predominio de situaciones sociales y políticas de barbarie durante el periodo de transición del sistema-mundo capitalista hacia un sistema definitivamente poscapitalista y, por consiguiente, durante el periodo histórico en que se dilucidará durante el presente siglo la viabilidad y la sostenibilidad del propio sistema-tierra.

El punto crucial es comprender cómo se reproduce y por qué lo hace la violencia del proyecto hegemónico global de la potencia estadounidense –y a la postre la violencia derivada de la insostenibilidad del capitalismo como sistema histórico– en los campos políticos dichos nacionales y de cómo ello condiciona los horizontes de acción de los sistemas políticos y su articulación con las respectivas formas Estados y los respectivos sistemas de partidos nacionales realmente existentes en los sistemas políticos europeos, por circunscribir pragmáticamente nuestro objeto de estudio. La dilucidación de esta relación entre el diseño hegemónico global de la potencia estadounidense en esta coyuntura histórica y el funcionamiento de los sistemas políticos dichos nacionales que lo introyectan y procesan democrática o autoritariamente para legitimarlo mediante la imposición de sus variables estructurales en la formación social correspondiente explica (1) el grado de paralización política de los campos políticos (sub)nacionales europeos y la uniformización de los sistemas de partidos en clave conservadora y reaccionaria durante las últimas tres décadas; (2) la sustracción de las problemáticas sistémicas como objetos políticos privilegiados de los respectivos campos políticos nacionales y por ende de la política dicha nacional; (3) la captura y la deconstrucción neoliberal de la forma Estado para privar a esta de su posible constitución material organizada en torno a los derechos constitucionales fundamentales para evitar su reestructuración, tras convertirla en objeto de antagonismo político, como vector potencialmente hiperdemocratizador frente a la regresión sistémica y la degradación estructural verificada en el seno de las correspondientes formaciones sociales tendencialmente a todas los niveles de la respectiva estructura político-constitucional y jurídico-administrativa al hilo de la imposición monótona de procesos de privatización, corrupción, desguace de la competencia profesional pública, debilitamiento o destrucción de las políticas de bienestar conquistadas durante el fordismo y exacerbación del nacionalismo tanto intranacional como internacional; (4) la convergencia regresiva en el centro político de la práctica totalidad de los partidos y del propio sistema de partidos tout court; y, como corolario ineluctable de estos procesos, (5) el seguidismo becerril del orden geopolítico realmente existente, como han demostrado ad nauseam de modo inexorable e incontrovertible las opiniones de los sistemas de partidos europeos durante las últimas tres décadas con excepciones, algunas importantes, mostradas en torno a la Guerra de Iraq, que ahora parecen recuerdos de un pasado muy lejano, y como demuestra la lectura y las reacciones suscitadas durante los últimos meses por la guerra de Ucrania por los sistemas políticos occidentales. El punto crucial en este sentido es constatar el funcionamiento homologo en los sistemas políticos y en los campos políticos nacionales, a todas las escalas de constitución del poder político, de la imposición de una violencia sobre las relaciones sociales, de producción, ecosistémicas, productivo-tecnológicas, culturales, ideológicas y políticas recreadas por los correspondientes sistemas de partidos nacionales, autonómicos/regionales y locales y sus instituciones supranacionales, idéntica a la violencia que el diseño de la hegemónica estadounidense y su vocación de mantenimiento del capitalismo como sistema histórico inducen geopolíticamente a escala del sistema-mundo capitalista y por ende sobre el sistema-tierra que este ha generado, como demuestra de nuevo de modo espeluznante tanto la actual guerra librada en Ucrania, por no recordar otros conflictos bélicos desplegados durante las últimas tres décadas, como las formas de gestión de la situación y los flujos migratorios de las poblaciones pobres del planea, cuya brutalidad e irresponsabilidad constituyen una enmienda a la totalidad de las actuales elites políticas occidentales y no solo.

Estos sistemas políticos dichos nacionales son tan incapaces de producir como objetos políticos nacionales diversificados las grandes tendencias sistémicas de la crisis sistémica del capitalismo y los propios vectores de comportamiento generados por la actual fase de caos sistémico de la crisis de hegemonía estadounidense en sus respectivas formaciones sociales, como la actual potencia hegemónica estadounidense y sus respectivos bloques de poder regionales lo son para generar escenarios geopolíticos, políticas globales sobre los bienes comunes planetarios y políticas públicas articuladas implementadas transnacionalmente susceptibles de abordar y transformar los efectos destructivos sobre las condiciones de vida de la inmensa población del planeta de las actuales tendencias sistémicas ordenadas en su destructividad acumulativa por la situación de caos sistémico que la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y la propia del capitalismo han provocado y cuyo abordaje se presenta en los campos políticos dichos democráticos como absolutamente inasequibles a la acción pública y más precisamente a su dilucidación y gestión democráticas.

3. El aspecto crucial es que los sistemas políticos nacionales incorporan la violencia de este diseño hegemónico global como diagrama constitutivo tanto de la organización de su funcionamiento político-constitucional, que deviene cada vez menos democrático y participativo, como del diseño e implementación de las políticas públicas domésticas generadas en su seno, que devienen cada vez más funcionales al proceso de oligarquización del propio sistema político y al proceso de jerarquización, exclusión y empobrecimiento del propio sistema socioeconómico, al tiempo que crean procesos de selectividad estructural ordenados en torno a la elisión y exclusión del potencial contenido democrático susceptible de generarse domésticamente a partir de las constituciones formalmente fordistas o desarrollistas para comprender, legitimar y producir en su seno propuestas y respuestas políticas útiles para neutralizar la violencia global impuesta por la potencia hegemónica actual sobre las relaciones geopolíticas y geoestratégicas regionales que la hacen posible, así como para neutralizar y combatir las políticas regresivas que la mencionada crisis de la hegemonía global estadounidense y del capitalismo decanta en estos sistemas políticos dichos nacionales, regionales, autonómicos y locales, influyendo de modo muy intenso y pesado sobre las condiciones materiales y constitucionales de reproducción social de las clases trabajadoras y pobres, esto es, de la práctica totalidad de la ciudadanía. Desde este punto de vista, las homologías estructurales son muy fuertes, si se analizan desde un riguroso punto de vista de clase, dado que la insostenibilidad de las pretensiones globales de la hegemonía estadounidense y de la racionalidad de la violencia omnidireccional expresada por el capitalismo histórico en esta fase de su desarrollo, expresada por la actual articulación productiva y económico-financiera que su ciclo sistémico de acumulación de capital ha generado globalmente, es tan insostenible como los efectos que tal configuración del poder de clase global produce en los sistemas políticos nacionales mediante el concurso de sus sistemas de partidos, que operan en esta coyuntura histórica como vectores de reproducción de idéntica violencia en las formaciones sociales discretas por mor de la destrucción, debilitamiento o no fortalecimiento de las condiciones dignas de reproducción social de sus ciudadanías jurídicamente contenidas en sus textos constitucionales. Esto crea campos políticos en los que nacionalmente se enuncia, se implementa y se legitima idéntica destrucción sistemática por cada uno de los nk-sistemas políticos nacionales de los ordenamientos constitucionales fordistas en la medida que toda unidad o agencia pública de la respectiva forma Estado nacional dotada de capacidad de gestión político-administrativa implementa nacionalmente las mismas políticas insostenibles en el ámbito de las decisiones sujetas a su competencia jurídico-política para imponer el conjunto de políticas neoliberales, privatizadoras y destructivas de los derechos constitucionales y de los derechos fundamentales producidos y en parte implementados, tras el ciclo intensísimo de luchas de clases condensado jurídico-constitucionalmente tras la Segunda Guerra Mundial en las primeras constituciones democráticas de la historia y, por supuesto, bloquean por todos los medios posibles su reinvención y expansión en las condiciones sistémicas de la tercera década del siglo XXI. Al mismo tiempo estos campos políticos nacionales fragmentan, diferencian y pulverizan, mediante sus procesos de legitimación débil, los bloques sociales que sustentaban la dinámica política jurídico-constitucional de este modelo y contribuyen a la destrucción por todos los medios a su alcance de la posible emergencia y constitución de los nuevos sujetos políticos que pugnan por organizarse para oponerse a este curso de acción, todo lo cual, en consecuencia, sienta las condiciones para pulverizar ulteriormente las grandes políticas públicas universalistas en el ámbito de los derechos fundamentales concebibles nacionalmente y, a la postre regional y globalmente, como el funcionamiento de la Unión Europea y las constricciones de los mercados financieros globales nos recuerdan monótonamente cada día.

En este sentido, el funcionamiento de la Unión Europea, cuyo seguidismo de la estrategia estadounidense y su abyección respecto a Ucrania ya forman parte de la historia universal de la infamia, y su relación con sus Estados miembros y la de estos con sus unidades regionales/autonómicas y municipales correspondientes y en general con sus sectores públicos, es paradigmático en la media que durante las últimas tres décadas todos ellos a instancias de la primera y de los bloques dominantes nacionales en estrecha simbiosis con esta han impuesto políticas estructurales, cuyo contenido destructivo de los derechos constitucionales fundamentales era el correlato exacto de la insostenibilidad del diseño global de las clases dominantes hegemónicas y de las alianzas que ello ha provocado durante ese mismo periodo. Esta doble matriz destructiva geopolítica y constitucionalmente hablando ha desencadenado sin excepción durante los últimos treinta años (1) graves crisis geopolíticas regionales dotadas de efectos potencialmente cada vez más devastadores, (2) el deterioro y la asfixia de todo un conjunto de políticas internacionales potencialmente capaces de arrostrar las graves crisis sociales y ecosistémicas regionales y globales generadas durante las últimas cuatro décadas por la incompetencia de las clases dominantes hegemónicas globales en el intento de mantener intacta su estructura1 de estructuras2 de dominación y explotación, y (3) la destrucción a escala global de las condiciones políticas capaces de concebir y eventualmente implementar políticas realmente serias y responsables para enfrentar las crisis sistémicas del sistema-mundo capitalista y del sistema-tierra, que es donde se condena realmente el poder de clase en el siglo XXI, dado que la presión sistémica elevadísima ejercida por la potencia hegemónica y el bloque occidental condiciona de modo muy severo el comportamiento de las potencias regionales y los posibles modelos constitucionales factibles en sus respectivas formaciones sociales, además de desplazar el menú de las opciones geopolíticas respectivas, la calidad democrática de sociedades en muchos casos caracterizadas por modelos muy débiles de constitucionalismo democrático y el comportamiento de sus sistemas políticos hacia los extremos más conservadores, identitarios, autoritarios y en muchas ocasiones directamente reaccionario y mortíferos, como demuestra el incremento de situaciones de genocidio o pregenocidio verificadas en el sistema-mundo capitalista desde principios de la década de 1980.

4. La guerra librada por Estados Unidos y la OTAN en Ucrania, al igual que la invasión rusa del país y la gestión por definición no democrática de ambas, constituye, pues, la manifestación y la condición geopolítica del deterioro de los sistemas políticos europeos (y no solo) registrado durante las últimas cuatro décadas hasta los niveles por todos conocidos de corrupción, de incompetencia, de reificación del poder político, de serialización, uniformización y vaciamiento de la democracia y por ende de los respectivos sistemas de partidos, así como de subordinación y desguace democrático de las formas Estado, de descentralización oligárquica de los poderes públicos reguladores y de homogeneidad regional, al hilo de políticas identitarias monótonas, de imposición de las consabidas políticas neoliberales mediante la generación en cascada de elites políticas locales, regionales, estatales y supranacionales cortadas por el mismo patrón de gestión abusiva de lo publico, de indiferencia absoluta respecto a las necesidades generales y el sufrimiento de la población y de las clases trabajadoras y pobres incluidas en su jurisdicción y ámbito competencial y de organización de la violencia diseñada desde las propias Administraciones públicas contra las condiciones democráticas de reproducción ecosistémica y social y contra la consolidación de los derechos fundamentales, de acuerdo con patrones conmensurables con los seguidos mutatis mutandis por las elites supranacionales, globales, transnacionales e internacionales más avezadas, avarientas y despiadadas. En puridad, el compás del análisis debería ampliarse y considerar el deslizamiento en general, declinado de modo geográfico-histórico desigual, cada vez más abiertamente autoritario y reaccionario de la forma política a escala del sistema-mundo capitalista por mor del impacto cada vez más irracional e incompatible de las relaciones de dominación y explotación consustanciales a las modalidades de comportamiento actuales del ciclo sistémico de acumulación estadounidense, que como sabemos es característicamente un modelo de funcionamiento del poder geopolítico, sobres la normatividad impuesta por el principio democrático, aceptado nocionalmente por la práctica totalidad del espectro político, sobre las condiciones dignas de reproducción social. El núcleo de esta tensión reaccionaria y regresiva entre (1) la guerra actual librada en Ucrania –y en general la utilización de la guerra durante las últimas tres décadas como expediente de regulación de la reproducción del ciclo sistémico de acumulación estadounidense en su fase de caos sistémico y de su potencial extrapolación a lo largo del siglo XXI– y (2) la degradación de los derechos constitucionales fundamentales, objetivamente ponderados, cuantificados y evaluados, y de las condiciones ecosistémicas de vida, que han experimentado un deterioro absolutamente conmensurable con el uso de la violencia militar durante este periodo por parte de las clases dominantes hegemónicas globales, se organiza mediante un expediente doble que orienta el comportamiento de los sistemas políticos nacionales europeos y no solo. Por un lado, se verifica la adecuación de los sistemas políticos y de partidos europeos (pero no solo) al diseño hegemónico estadounidense y a las constricciones impuestas por su ciclo sistémico de acumulación de capital sobre sus respectivas formaciones sociales y sobre el proyecto de la Unión Europea y, en consecuencia, por la imposibilidad político-institucional de convertir los vectores de este conjunto de intervenciones en objetos políticos sustantivos colocados en el centro de los respectivos campos políticos nacionales actuales y por ende en el centro de los debates de la institucionalidad europea y a fortiori por las dificultades de convertirlos en objetos políticos susceptibles de ser elaborados, construidos y socializados por los movimientos sociales europeos (o globales), como sucedió de modo experimental con el movimiento antiglobalización, los cuales se hallan atrapados en sistemas políticos cada vez menos dispuestos a tolerar la presencia de sujetos políticos que pongan en cuestión no ya el orden sistémico vigente, sino que ni siquiera critiquen o se opongan a las formas más aberrantes de apropiación, corrupción y destrucción de derechos y ecosistemas por parte de las elites políticas locales, que prosperan en el seno de los actuales partidos prosistémicos. Al mismo tiempo, estos sistemas políticos y sus sistemas de partidos efectúan la gestión minuciosa de las condiciones de posibilidad de ese modelo geopolítico y productivo al hilo del consabido conjunto de políticas públicas homologadas aplicadas en las formaciones sociales europeas, que las clases dominantes europeas y sus elites políticas administran mediante la articulación de los respectivos sistemas políticos y económicos, cuyas consecuencias se manifiestan en la mencionada penetración y gestión neoliberal de las formas Estado, procesos que han introyectado durante las últimas tres décadas una enorme dosis de violencia sistémica en todas y cada una de las respectivas formaciones sociales europeas y en las condiciones de vida de sus clases más privadas de capital económico, social, educativo, cultural y laboral. Las condiciones de la guerra impuesta por la potencia hegemónica estadounidense se alimentan, pues, por la acumulación de patologías antidemocráticas, que han debilitado la calidad democrática de los mismos sistemas de partidos nacionales y su réplica a escala de la Unión Europea, que han sido tan incapaces de prever la tendencia sistémica destructiva de militarización violenta de la reproducción del sistema-mundo capitalista, como de reaccionar en tiempo real cuando esta se ha convertido en acontecimientos dramático, disruptivo y devastador de las formaciones sociales europeas, comenzando por la rusa y obviamente la ucraniana, y del propio proyecto europeo, si nos es lícito emplear cabalmente esta locución. Es crucial, pues, establecer esta relación fuerte entre la incapacidad de los sistemas políticos europeos y sus campos políticos nacionales y su replica supranacional para captar las tendencias sistémicas de comportamiento del sistema-mundo capitalista y por ende la lógica conductual de su potencia hegemónica, por un lado, y el daño y el deterioro experimentados por la calidad democrática de las formaciones sociales europeas y no solo durante las últimas décadas de reestructuración neoliberal, por otro, que han incidido pesantemente en el deterioro de la conversación política y en el sistema de poderes y contrapoderes, que permiten el funcionamiento de campos políticos atravesados genuinamente por el conflicto y el antagonismo de clase, hecho que ha constituido la ratio misma de constitución de los sistemas políticos democráticos después de la Segunda Guerra Mundial. En este sentido los procesos enumerados a continuación, esto es, (a) la masiva privatización, empresarialización y espectacularización de la actividad política, que como indicábamos se convierte en un input más del proceso de valorización de capital en cuyo proceso resulta crucial la degradación o funcionalización de los partidos políticos como actores que construyen la inevitabilidad de estas tendencias y que reclutan a los cuadros del agrado de las clases y actores dominantes para gestionar su traducción en políticas y decisiones implementadas a través de la forma Estado; (b) la hipertrofia de la explotación laboral y social, vía salario directo e indirecto, cuantificada por la pérdida de derechos fundamentales como tendencia normalizada de comportamiento político y como horizonte de expectativas incansablemente impuesto por las elites políticas y por los sistemas de partidos sobre una población cada vez más indefensa ante el ataque frontal contra sus condiciones de vida orquestado desde los propios poderes públicos, que deberían tener las constituciones vigentes como protocolo si no orientador de sus iniciativas y políticas públicas, al menos sí limitativo de sus intervenciones sobre los derechos fundamentales en ellas recogidos; (c) la degradación y el vaciamiento de la democracia expresada en el debilitamiento estratégico de las formas Estado como actores de políticas de potencial fortalecimiento democrático, que se convierten igualmente, por el contrario, en matrices de externalización de servicios y de creación de nuevos sectores de acumulación de capital brindados a coste cero a un sector privado cada vez más desnortado y privado de criterios como agente de producción de valor; (d) la homogenización severa de las esferas públicas y políticas mediante un estricto proceso de taponamiento y cercenamiento de todo proceso de ligazón entre las políticas públicas posibles y la reversión del conjunto de crisis generadas por la apuesta ciega en pro de la hegemonía estadounidense y su modelo de acumulación de capital, lo cual ha provocado la elisión practico-intelectual de la crisis sistémica del capitalismo como objeto político privilegiado susceptible de elaboración colectiva en los sistemas políticos nacionales y supranacionales; y (e) la pérdida de personal público cualificado capaz de traducir administrativamente la complejidad de las demandas y necesidades sociales, que constituyen la expresión de lo político por definición en la modernidad, en políticas públicas capaces de enfrentarse a las constricciones destructivas impuestas por las clases dominante hegemónicas globales (y por ende nacionales, regionales y locales), lo cual ha intensificado a su vez la gravedad de la crisis sistémica actual y creado las condiciones para alabar las virtudes del comportamiento de una democracia cada vez más oligarquizada, han sido procesos cruciales restrictivos de la calidad democrática de las formaciones sociales europeas y han contribuido poderosamente al empobrecimiento de sus sistemas políticos, a la pérdida de elasticidad y capacidad de procesamiento de sus campos políticos de las tendencias sistémicas en juego y, sobre todo, a la disminución y empobrecimiento de percepción social y política de la acumulatividad de sus efectos domésticos sobre las dinámicas regionales y por ende globales de comportamiento de las variables más críticas de la crisis multidimensional actual, que es sistémica. Este empobrecimiento de los sistemas políticos y de las clases dirigentes europeas también ha provocado además, y ello es crucial para dilucidar cómo deber reorganizarse el campo político de la izquierda, el embrutecimiento constitucional de las sujetos políticos situados en el campo político de la derecha, que han podido rescatar sus parámetros autoritarios de comportamiento históricamente atribuibles a su historia secular y articularlos con las formas de violencia sistémica ligadas a las modalidades de gestión de la crisis del ciclo sistémico de acumulación de capital estadounidense vigente implementadas por las clases dominantes hegemónicas globales y por supuesto por el extremo centro europeo, lo cual a su vez ha sido construido ideológicamente como la naturalización espontanea del recentramiento hacia la (extrema)derecha del conjunto de los sistemas políticos europeos y de prácticamente la totalidad de los sistemas de partidos y de estos mismos como ha demostrado ad nauseam su comportamiento respecto al conflicto ucraniano desde 2014 y de modo inapelable desde otoño de 2021 y luego tras el estallido del conflicto bélico propiamente dicho en febrero de 2022.

Esta tensión entre la crisis del ciclo sistémico de acumulación estadounidense y el uso de la guerra como expediente para resolver una regulación imposible a escala global de los parámetros de crecimiento y apropiación del excedente económico, que exige un alineamiento cada vez más rígido de las formas Estado respecto a las opciones impuestas por la potencia estadounidense a costa de todo equilibrio político o social doméstico o regional, por un lado, y el deterioro de la infraestructura y la racionalidad de lo público y la destrucción de los derechos fundamentales y de las condiciones de reproducción ecosistémica, así como de los procesos ecosistémicos primordiales de las formaciones sociales contemporáneas, por otro, es crucial para comprender la degradación multidimensional de los sistemas políticos democráticos (y a fortiori no democráticos) actuales y la homologación a la baja de los sistemas de partidos, comprendidos como ecosistemas autorregulados, y de sus unidades constituyentes, que durante las últimas décadas se han expresado en la acumulación creciente de patologías político-institucionales, esto es, vehiculizadas a través de la actividad legislativa, administrativa y constitucional de las diversas formas Estado europeas e implementadas por la actividad institucional de los partidos políticos activos en ellas: este conjunto de comportamientos y tendencias han creado las condiciones para que cuando ha estallado la última crisis geopolítica en torno a la ampliación de la OTAN en Europa del Este en la forma del conflicto desencadenado por la invasión rusa de Ucrania, cuidadosamente llevado a su punto de ruptura durante las tres décadas precedentes por las potencias occidentales bajo la batuta estadounidense, los sistemas políticos europeos se hayan visto desprovistos de toda capacidad de reacción tanto durante los años de incubación del conflicto como de los reflejos just in time para eludir el abrazo del oso de la estrategia estadounidense. El impacto de la imposibilidad de regular la crisis sistémica del ciclo sistémico de acumulación estadounidense si no es por medio de la guerra, de acuerdo con la opinión de las clases dominantes hegemónica globales estadounidenses, y el impacto de la expropiación y concentración generalizadas de los recursos ha desencadenado en los sistemas políticos democráticos, pero no solo, estas innumerables patologías, que los han debilitados sustancialmente y degradado la riqueza potencial de sus campos políticos en los que no solo se dirimen banalmente los conflictos, sino, sobre todo y fundamentalmente, se construyen los objetos políticos que deben ser atravesados precisamente por el antagonismo y el conflicto para que su autorreflexividad pueda medirse con el automatismo de las tendencias sistémicas, que las clases dominantes siempre extrapolan y construyen ideológicamente como la cuestión primordial del más puro sentido común de su dominación, por definición insostenible contemplada desde un punto de vista socioestructural y moral intelectual en esta coyuntura.

La guerra de Estados Unidos y la OTAN en Ucrania indica, pues, el paroxismo de esta matriz de comportamiento en tanto que la aceptación del diseño estadounidense para conservar su hegemonía global, abrazado con unanimidad patológica por la estricta totalidad de los gobiernos y sistemas políticos europeos, se imbrica en las postrimerías de 2022 con la inminente reedición por parte de los respectivos sistemas de partidos nacionales y de la Unión Europea como forma Estado supranacional espuria de políticas de austeridad renovadas, cuyo horizonte se proyecta para el resto de la década sin evaluación, estimación o diseños de escenario alguno de la panoplia de sus impactos sobre los parámetros de comportamiento de las estructuras socioeconómicas, ecosistémicas y políticas globales, regionales o nacionales, y obviamente sin mostrar preocupación alguna sobre sus consecuencias sobre el conjunto de las crisis sistémicas abiertas en estos momentos, al tiempo que la Comisión anima incesantemente a la continuación de la privatización de la forma Estado y de las infraestructuras jurídico-administrativas y al desmantelamiento de las políticas públicas, mientras continua abogando por la subordinación integral de los recursos sistémicos, públicos y comunes y de las opciones geoestratégicas y geopolíticas al diseño de una hegemonía global, por un lado, incompatible con el respeto y la dignidad constitucional de las clases trabajadoras y pobres a escala global y por ende nacional, esto es, de la práctica totalidad de ciudadanía sujeto de derechos constitucionales, y, por otro, incapaz de evitar la catástrofe ecosistémica y de atenuar mínimamente las dificultades crecientes de la reproducción misma de la vida en el sistema-tierra y altamente proclive, además, y ello es fundamental, al deslizamiento hacia modalidades cada vez más bárbaras de gestión de la reproducción social y de los flujos de las poblaciones, todo lo cual emponzoña y desplaza hacia la extrema derecha y propicia la exacerbación del nacionalismo en los campos políticos nacionales realmente existentes al tiempo que arruina el contenido de la conversación política en los sistemas políticos discretos y en el seno de la sedicente comunidad internacional. La imposición de la guerra de Ucrania por la potencia estadounidense y la gestión previa y posterior de la situación de conflicto por parte del bloque occidental y sus aliados constituye, pues, un acelerador neto de estas tendencias y la negativa cerrada de los sistemas políticos y de partidos europeos, pero no solo, a considerar su complejidad y su insoportable contenido de clase la prueba irrefutable de la urgente necesidad de la irrupción de nuevos sujetos políticos antisistémicos en todos y cada uno de los campos políticos nacionales a partir de su constitución simultánea como sujetos políticos transnacionales y posnacionales dotados de la capacidad de leer y convertir en objetos políticos las tendencias sistémicas del capitalismo histórico en esta coyuntura de desintegración del ciclo sistémico de acumulación de capital por parte de la potencia hegemónica estadounidense.

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