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Altri
Por qué Galicia no necesita Altri, o cómo la economía local y solidaria actúa de escudo
“Celulosa de Altri non, fóra contaminación”, reza una pancarta de dos metros que preside la finca de Carmela, en Palas de Rei (Lugo), donde recibe a El Salto justo antes de ponerse a plantar melisas con una azada. Mientras, Bea atiende a los peregrinos del Camino Francés a Santiago, que hacen un alto para curiosear los productos que venden en la cooperativa: cosmética natural, infusiones, tés, especias… Y Chusa está dentro, en el laboratorio, ultimando unos pedidos online. Antonio va y viene con el tractor, amasando la tierra y Ramón, que está de prácticas, se encuentra a lo lejos retocando el riego. Un proveedor sale de la finca, al tiempo que aparecen en escena Lusco y Breta, dos perros que acompañan la vida de esta cooperativa junto a unas gallinas autóctonas, que pasean a sus anchas. Es un día laborable y el movimiento domina la mañana.

Así es la cooperativa Milhulloa, que transforma, envasa y comercializa productos ecológicos a partir de las plantas que cultivan: salvia, milenrama, caléndula, aciano, melisa, artemisia y, por supuesto, el grelo gallego. Frente a su modelo económico, de economía social y solidaria, la amenaza de la macrocelulosa de Altri, que tiene previsto chuparse 46 millones de litros de agua al día del río Ulla; engullir 2,4 millones de toneladas de eucalipto, una especie invasora que crece igual que arde: muy rápido; y una chimenea de 75 metros para expulsar los gases del proceso industrial. ¿Y cómo financiarlo? Con 250 millones de euros de los Fondos Next Generation, si el Gobierno central da el visto bueno final.
La fábrica cuenta con tanta oposición social, que el crowdfunding lanzado por la Plataforma Ulloa Viva, que encabeza la lucha, ya ha recaudado más de 60.000 euros, muy cerca de la cifra que se han marcado como objetivo. ¿Entre las recompensas a la aportación económica? Una visita por la finca Milhulloa y un taller de plantas medicinales.
“Aquí vivimos muchos proyectos agroecológicos, de economía social, ganaderías y de turismo rural que son incompatibles con una empresa de esas dimensiones de contaminación”, Carmela, agricultora en Palas de Rei
Justo las plantas que Carmela Valiño está a punto de trasplantar, aprovechando que no llueve, aunque se toma su tiempo para explicar lo que sucede: “Aquí vivimos muchos proyectos agroecológicos, de economía social, ganaderías y de turismo rural que son incompatibles con una empresa de esas dimensiones de contaminación. Estamos hablando de una megacelolusa del tamaño de la ciudad de Santiago”. Y aunque la carta de presentación del megaproyecto son 500 puestos de trabajo, Valiño contraataca: “¿Y los que van a destruir, qué? Somos muchos quienes vivimos de esta riqueza natural, y el río Ulla atraviesa muchos pueblos hasta llegar a la ría de Arousa. Van a arrasar con todo, desde los proyectos de producción del interior hasta las marisquerías de la ría”.

En ese sentido se expresa también su compañera Chusa Expósito, que sale de la maraña de cajas de pedidos preparados llenos de grelos deshidratados, y con el tiempo justo antes de atender una reunión: “Están atacando nuestra forma de vida y nuestra empresa. Están amenazando los puestos de trabajo que hemos creado aquí en los últimos 25 y 30 años”. Y continúa: “Aquí no tenemos problemas de trabajo, tu te das una vuelta por Melide, por Palas de Rei y ves que hacen falta cocineros, camareros. Nosotras aquí en el campo no tenemos a quién contratar cuando tenemos picos de trabajo alto”.
El mayor número de proyectos sostenibles por km2
En el camino entre la finca de Milhulloa y la Granxa Arqueixal, hay unos 10 kilómetros de distancia y entre medias queda el denominado “punto cero”, como llaman al lugar donde pretenden instalar la fábrica. Solo hace falta mirar a un lado y otro de la carretera para comprender la importancia del sector agroganadero en la comarca y el valor paisajístico de una zona que no ha sido industrializada y por la que pasa el camino de Santiago, con miles de peregrinos al año. Hoy en día, hay más de 5.000 granjas productoras de alimentos en un radio de 30 kilómetros del impacto mínimo de esta industria, que según los promotores, ocupará “casi 500 hectáreas”. Los municipios de Palas de Rei, Melide, Santiso y Agolada cuentan con 258 explotaciones que producen 82.193.664 litros de leche/año, por poner un ejemplo. Y Melide es también la sede del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Protegida (DOP) Arzúa Ulloa, que es la segunda de España por volumen de producción.

“Es un despropósito en toda regla”, explica Xose Luis Carrera, que recibe a El Salto junto a una de sus “35 vacas felices” en la aldea donde se ubica la Granxa Ecolóxica Arqueixal, de la que es coordinador. En esta aldea lo aprovechan todo: hacen quesos con la denominación de origen, yogur y leche fresca, todo en vidrio retornable; tienen una huerta y cuatro casas de agroturismo. “Yo recogí el testigo de la granja, que tiene varias generaciones, hace ya 35 años”.

Abre una pequeña puerta escondida bajo la tierra y descubre su bodega de quesos orgánicos, que desprende un olor que abre el apetito. “En esta comarca presumimos de tener el mayor número de proyectos de producción sostenible por kilómetro cuadrado y no es casualidad, es la riqueza que nos brinda esta tierra, por eso Altri pone en riesgo nuestra calidad de vida y la viabilidad de nuestras empresas”, sentencia.
Fuera ya de la comarca de A Ulloa, desde Pontevedra, las cooperativistas Cristina y Erea, que también forman parte de la Red de Economía Social Solidaria (REAS), son contundentes: “Este tipo de megaproyectos impactan profundamente y de manera negativa en el tejido local. Proyectos como Altri, minerías, macrogranjas o algunos parques eólicos mal planificados alteran el paisaje, la biodiversidad y los recursos patrimoniales del entorno, que precisamente son los principales atractivos de nuestro destino”.
Zonas rurales sin escudo: De Galicia a Guadalajara
“Los núcleos rurales de Galicia que están muy despoblados están siendo el objetivo de estos macroproyectos, ya que no hay una masa social suficientemente grande como para hacerle frente”. Es lo que explican Alba Villanueva y Zósimo Yubero, miembros de la entidad social Meta-Comunica, que habitan una pequeña aldea a los pies de Pena Ventosa, en el Concello de Cea (Ourense), y que han conseguido, con mucho esfuerzo, articular junto a otras vecinas una plataforma para salvar la sierra A Martiñá de numerosos parques eólicos. Cuentan con algunas victorias, como la paralización de un parque eólico que contemplaba instalar uno de los aerogeneradores, de 200 metros de altura , a tan solo 300 metros de un núcleo de población. “Esta transición ecológica a través de las energías renovables se está haciendo de forma opaca e injusta para la ciudadanía, y lo único que están consiguiendo es apuntalar la España vaciada”, lamentan. “No generan empleo y ahuyentan a la población”.

Es justo en lo que incide la agricultora María Ángeles Rosado, unos cientos de kilómetros más abajo, en la provincia de Guadalajara, en una zona despoblada y de secano. Su labor agraria se encuentra a un radio de 3km de la central nuclear José Cabrera, en Almonacid de Zorita, que está en proceso de desmantelamiento desde 2006. Desde entonces, la zona, ya de por sí vaciada, ha perdido un 25% de población. “El monocultivo nuclear se ha comido la economía local de la zona y ha generado despoblación”, señala Rosado que explica que esta industria tampoco ha generado riqueza durante sus años de funcionamiento, “quizá al ayuntamiento, pero mucha gente que trabajaba en la nuclear empezó a ganar poder adquisitivo y a comprarse pisos en la ciudad. Aquí venían a trabajar”.
De la nuclear a cinco macroproyectos fotovoltaicos
Y ahora que la central nuclear ha hecho las maletas, ha dejado un desierto a su paso, sin población ni tejido productivo. ¿Cómo impulsar la zona? La alternativa son 5 macroproyectos fotovoltaicos, construidos en zonas protegidas, a las orillas del río Tajo, en tierras fértiles y expropiando tierras, según cuenta. “Lo ponen en marcha pequeñas empresas creadas ad hoc, que en realidad forman parte de las grandes”, lamenta, al tiempo que asegura que están haciendo “atrocidades medioambientales” y en mitad de “mucha corrupción”.
En su caso, llevaba una tierra en arrendamiento que ha sido expropiada a su dueño para instalar la línea de evacuación de la planta fotovoltaica a las instalaciones de Red Eléctrica porque lo declaran “bien de utilidad pública”. “Es todo muy poco transparente, aquí somos muy poca gente y cuando te enteras de lo que están haciendo, ya se te han pasado los plazos para reclamar”, continúa.
Las placas entran a competir con los usos del suelo, por lo que lejos de crear puestos de trabajo, lo destruyen
Como ocurría con Altri, la carta de presentación es el empleo que van a crear. “Pero no crean empleo, todo lo contrario”. Y es que, las placas entran a competir con los usos del suelo, por lo que lejos de crear puestos de trabajo, lo destruyen. “Hay muchos sitios donde poner placas sin eliminar las economías locales: en los tejados de naves industriales, polígonos, en zonas ya degradadas, escombreras… Donde no hacen competencia a nadie”, asevera. “No necesitamos que venga la Coca-Cola, necesitamos familias emprendedoras, que luego contratan a sus vecinos. Porque viven aquí, invierten aquí y reinvierten aquí. Lo que necesitamos son más cooperativas, empresas arraigadas al territorio que no expolien, sino que sean red y fijen población”.
Unos cuantos kilómetros hacia arriba, en la misma provincia, está Pedro García: “Estos macroproyectos nos están matando”. En su caso, no está todo perdido, y confía en parar a una multinacional que quiere instalar 5 macrogranjas con un volumen de 600.000 pollos anuales en Maranchón, en pleno valle del Mesa. “Esto va a afectar a los pocos emprendedores que hay” que, explica, basan sus proyectos en la riqueza natural. En la propia web de turismo de Castilla La Mancha pone en valor la zona: “es un lugar sorprendente, de angostas gargantas, profundos desfiladeros y fértiles vegas”. La multinacional, dice García, “va a causar un daño irreversible, como la posibilidad de desarrollo sostenible de la zona, porque una cosa mata a la otra”.
Y ahí mismo, en Maranchón, hay ya instalado un clúster eólico de más de 100 aerogeneradores en zonas Red Natura 2000 y ZEPA (Zona de Especial Protección para las Aves), cuenta Berta Caballero, portavoz provincial de la plataforma Aliente. “Con la invasión de las renovables algunas organizaciones ecologistas están actuando con tibieza". Y zanja: “Guadalajara es una tierra de sacrificio para alimentar a Madrid” aunque aún recuerda cómo consiguieron paralizar la instalación del denominado cementerio nuclear en plena Alcarria, para albergar los residuos radiactivos de todas las centrales de España.
El papel que juega el desarrollo de la economía local y los principios básicos de la economía social y solidaria son “fundamentales” para articular la resistencia
Con todo ello, Rosado lo tiene claro: “El secreto está, siempre ha estado, en apoyar a la gente que quiere emprender, a las mujeres, que son las que dan a luz, a las pequeñas empresas locales y en hacer una red negocios viables, arraigados. Eso, y que no nos quiten lo poco que nos queda”.
Y es que, dicen desde Galicia, el papel que juega el desarrollo de la economía local y los principios básicos de la economía social y solidaria son “fundamentales” para articular la resistencia: Respeto con el entorno, sostenibilidad ecológica, distribución de la riqueza, trabajo digno, equidad y cooperación. Un verdadero escudo frente a los grandes monocultivos industriales.