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Opinión
Previsiones a ojo de buen cubero
Hacer algo “a ojo de buen cubero” es una expresión popular que vendría a significar la forma de abordar la realización de algún objeto u obra sin haber tomado las medidas previas y fiándolo todo al buen criterio del operario. En cuanto a cubero, se trata del profesional que fabrica las cubas o barricas para vino y otros líquidos ensamblando tablas de madera. Parece ser que antiguamente, al no haber establecidas unas medidas comunes para las citadas cubas y buscando que todas las barricas tuvieran una capacidad parecida, se acabó fiando al buen ojo de los cuberos la consecución de esas dimensiones recomendadas.
Con el tiempo ese dicho castellano se ha convertido en una forma de calificar cualquier acción que se realice sin mucho rigor y precisión. De tal forma que en nuestra vida diaria solemos usar esa frase sin pensar tan siquiera en el buen, aunque algo tosco, hacer de los fabricantes de cubas o barricas, que es el nombre de origen gascón que se está imponiendo.
Este proceder a ojo de buen cubero es más frecuente de lo que nos pensamos y se aplica en muchos más ámbitos que los trabajos manuales. Incluso en la política podemos encontrarnos a diario con datos o previsiones para los que no se han tomado en cuenta estudios y estadísticas elaborados con rigor y meticulosidad.
Uno de los campos respecto al que más vaticinios apocalípticos se vienen aventurando es el de las pensiones. Desde hace décadas menudean los políticos, economistas y creadores de opinión que no se cortan a la hora de anunciar la cantada quiebra de nuestro sistema público de pensiones. Quiebra que ni se ha producido ni hay indicios serios de que vaya a ocurrir a medio plazo.
Lo que parece ser el objetivo de tales campañas no es otro que el de convencer a la población de que debe asumir resignadamente que su pensión llegará más tarde y con una menor cuantía, por lo que ya tarda el pobre trabajador en suscribir un plan complementario privado con una de las aseguradoras que se frotan las manos por el suculento negocio que se les abre con otra privatización de lo público.
Pero datos objetivos para justificar esos recortes no hay ninguno, más allá de sermonearnos con que la esperanza de vida no para de alargarse y cada vez habrá más pensionistas que -si no se hace lo que estos expertos proponen- se irán comiendo los ahorros de la hucha de las pensiones. En ningún momento se les ocurre mencionar que con unos salarios dignos o con una mayor aportación de las grandes empresas y bancos aumentarían considerablemente las cotizaciones para pensiones y demás servicios públicos.
Con unos salarios dignos o con una mayor aportación de las grandes empresas y bancos aumentarían considerablemente las cotizaciones para pensiones y demás servicios públicos.
Lejos de proponer que quienes más ganan sean los que más aporten, ahora otro organismo -el Airef, que al parecer tiene como misión velar por el buen uso de los recursos públicos- vuelve a la carga y se arriesga a adelantar que en 2050 el gasto de las pensiones habrá crecido un 25%. Algo que debe parecerles más preocupante que el hecho de ser ese porcentaje el incremento anual de los beneficios de cualquier entidad bancaria o empresa energética que se precie.
Asegurar que la esperanza de vida para mediados de siglo se habrá elevado a los 87 años es, cuando menos, un pronóstico arriesgado puesto que si ahora vivimos más años es, precisamente, por las condiciones de vida y los servicios públicos que ya nos están recortando, lo que por añadidura supone recortar también la esperanza de vida de las personas con menos recursos. Pero, claro ¿quién va a estar aquí dentro de 25 años para acordarse de los errados augurios de cualquier organismo y exigir responsabilidades?
Aunque lo que asombra de verdad es la clarividencia con que se profetizan situaciones determinadas para dentro de varias décadas, mientras desde esos mismos partidos y organismos no han sido capaces de ver y prevenir tragedias que se les echaban encima, como el Covid-19, que les sorprendió incluso sin mascarillas, el final de la globalización y el libre comercio decretado por Trump, y más recientemente la Dana en Valencia, que les pilló comiendo mientras las aguas desbordadas ya arrasaban con vidas e infraestructuras.
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