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El próximo mes de septiembre se celebran elecciones en Turingia, Sajonia (1 de septiembre) y Brandeburgo (22 de septiembre). En estos tres estados federados las encuestas de intención de voto muestran desde hace meses de manera consistente la formación de una tormenta que podría llegar a amenazar con llevarse por delante al gobierno de coalición en Berlín. Alternativa para Alemania (AfD) lidera todos los sondeos, y en los casos de Turingia y Sajonia acaricia la cifra del 30% de intención de voto. Solamente en el estado de Brandeburgo el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD) supera por ahora a la Unión Cristiano Demócrata (CDU) como segunda fuerza. La recientemente fundada Alianza Sahra Wagenknecht (BSW) –una polémica escisión de La Izquierda tras años de fuertes disputas internas– aparece como tercera fuerza, con unos porcentajes de voto que van del 15% al 20% y que hacen muy difícil al resto de partidos continuar ignorándola, también a la hora de formar una coalición de gobierno estable que actúe como cordón sanitario dejando fuera a la ultraderecha.
El ministro-presidente de Brandeburgo, Dietmar Woidke (SPD), no ha excluido esa posibilidad. Tampoco lo ha hecho Markus Söder, de la Unión Social Cristiana (CSU) de Baviera, el partido hermano de la CDU, a pesar de las declaraciones en contra del presidente de esta última, Friedrich Merz, tildando a BSW de extremista. Wagenknecht, que ha planteado estas elecciones como un plebiscito a la política gobierno federal, y ha puesto como condición que se renuncie al despliegue de misiles de media distancia en territorio alemán y se ponga fin tanto al envío de armas a Ucrania como al incremento en las partidas de Defensa.
“Solamente participaremos en un gobierno regional que tenga también una posición clara a favor de la diplomacia y en contra de los preparativos de guerra”, aseguró a finales de julio en unas declaraciones recogidas por la agencia dpa, denunciando que “una nueva carrera armamentista devora miles de millones que son necesitados urgentemente para escuelas, hospitales, viviendas y pensiones más altas”.
Un estudio de infratest para el semanario Der Spiegel ha mostrado cómo BSW captó la mayor parte de su voto del SPD (580.000) y La Izquierda (470.000), pero también de la CDU (260.000) y los liberales del FDP
Según una encuesta de Forsa, hasta un 74% de los alemanes en el Este está en contra del estacionamiento de misiles Tomahawk en Alemania (el porcentaje en el Oeste desciende hasta el 49%). A comienzos de agosto un grupo de activistas de los derechos humanos de la República Democrática Alemana (RDA) publicó una carta abierta conminando a “los partidos democráticos” a no pactar con BSW, a la que acusaba de profesar un “socialismo nacional”. Sea como fuere, la idea de crear una fractura en otra formación entrando en coalición con ella puede ser un arma de doble filo y volverse en contra de su impulsor (BSW, en este caso), como se ha demostrado en tantas ocasiones en tantos lugares.
Más allá de los acuerdos a los que se puedan llegar –en una reciente encuesta de Forsa para Redaktionsnetzwerk Deutschland (RND), un 45% de los militantes de la CDU se mostró partidario de trabajar con AfD frente a un 55% en contra, y un 52% se declaró a favor de formar una coalición con BSW–, y por mucho que los medios intenten reducir su impacto a las fronteras regionales de lo que en su día fue la RDA, los resultados en estos tres Länder ahondarán la imagen de una Alemania políticamente cada vez más volátil. En las pasadas elecciones europeas, y sin contar todavía con una con una estructura territorial consolidada, BSW obtuvo un 6,2% a nivel federal –con porcentajes de dos dígitos en Turingia (14,7%), Brandeburgo y Sajonia-Anhalt (13,5%) y Sajonia (12,2%)– que se tradujeron en seis eurodiputados –los sondeos le daban inicialmente entre uno y tres–, doblando en número de escaños a La Izquierda.
Un estudio de infratest para el semanario Der Spiegel ha mostrado cómo BSW captó la mayor parte de su voto del SPD (580.000) y La Izquierda (470.000), pero también de la CDU (260.000) y los liberales del FDP (230.000), bastante más que de AfD (160.000) –los medios y hasta algunos representantes de la nueva formación apuntaban a un trasvase mayor– y Los Verdes (150.000). La composición de voto de BSW se aleja, por lo tanto, de los patrones tradicionales de la izquierda.
Como ha comentado Esteban Hernández a propósito de la polémica causada por la entrevista concedida a la revista New Left Review para su edición del mes de abril, el partido de Sahra Wagenknecht “pone el acento en el Mittelstand, ese conjunto de pequeñas y medianas empresas germanas porque sabe que es el lugar donde las contradicciones entre capital y trabajo son más expresas en estos momentos”, pero también “porque Alemania carece de una cultura obrera, como pudo existir en Reino Unido, ya que en las últimas décadas esas mismas clases se percibían como clase media” y “el Mittelstand es un punto de reunión de ambas”.
El tiempo dirá si este movimiento estratégico para forjar un bloque electoral interclasista funciona, y a qué precio, especialmente si BSW asume funciones de gobierno y ha de enfrentarse a las tareas cada vez más urgentes y aplazadas de la industria alemana –desde las pequeñas y medianas empresas hasta los gigantes del sector–, como la digitalización o el aligeramiento de la carga burocrática, que lastran un modelo productivo del que todos los analistas coinciden en señalar que precisa, como poco, de una considerable modernización para mantener su competitividad a escala internacional. Lo mismo vale para las medidas contra el cambio climático, que no ocupa un lugar destacado en su discurso político.
Las principales líneas programáticas de BSW
Su programa, según el analista Wolfgang Münchau en su blog EuroIntelligence “una mezcla de políticas: contra la entrega de armas a Ucrania, contra la inmigración, a favor de retomar las relaciones comerciales con Rusia y subsidiar las viejas industrias”, cuenta con un apoyo nada desdeñable. De acuerdo con este comentarista, “mientras el porcentaje de votantes a AfD ha fluctuado de manera importante, el apoyo a la suma total de AfD y BSW es totalmente estable”. En las elecciones europeas obtuvieron de consuno un 22,1%, y antes de la llegada del partido de Wagenknecht AfD obtenía en torno a un 20% en las encuestas de intención de voto. “Lo que ambos partidos tienen en común, aparte de posiciones similares en cuestiones importantes, es que ambos están fuera del cortafuegos político, la versión alemana del cordón sanitario”, señalaba Münchau. Con AfD y BSW, “un tercio del espectro político queda fuera en la oposición […] lo que significa que el espectro político alemán se está dividiendo en dos grandes grupos: un establishment centrista y un extremo anti-centrista.”
Sahra Wagenknecht (Jena, 1969) representa a un sector de la sociedad alemana que se ha radicalizado durante la llamada “era Merkel”. Ella misma ha experimentado ese proceso –y lo ha hecho al compás de sus electores, en directo y frente a sus ojos, en sus intervenciones públicas ampliamente recogidas y difundidas por la prensa y la televisión–, por lo que las personas a las que representa políticamente pueden sentirse más identificadas con ella que con otra figura.
En su reciente biografía sobre Wagenknecht, Klaus-Rüdiger Mai recuerda que esta trayectoria ha estado jalonada de no pocas paradojas: como miembro destacado de la Plataforma Comunista (KO) criticó que el Partido del Socialismo Democrático (PDS) –una de las formaciones predecesoras de La Izquierda– moderase sus propuestas con el fin de ampliar su base social, y Wagenknecht se opuso asimismo a la fusión del PDS con la Alternativa Electoral–Justicia Social (WASG) de Oskar Lafontaine –su actual marido– por su procedencia socialdemócrata. Al mismo tiempo, Mai admite que Wagenknecht ha tenido la habilidad política de superar sus propias contradicciones, resistir a los ataques sufridos y tomar las riendas de los tiempos en el espacio político en el que se encontraba en ese momento.
De acuerdo con un reciente estudio comisionado por el Frankfurter Allgemeine Zeitung, BSW fue uno de los partidos más votados por los musulmanes en las pasadas elecciones al Parlamento Europeo
Del fracaso de aufstehen, el movimiento que impulsó en 2018 junto con políticos socialdemócratas y verdes y que atrajo en su momento un considerable interés social y mediático, extrajo por ejemplo la lección de que, además de impulsar un movimiento político, hay que organizarlo y hacer que se consolide, tarea que ha delegado en otros en su nueva empresa. Wagenknecht estaba, además, en una posición inmejorable para apelar al bloque electoral que aspira a representar teniendo en cuenta no únicamente su trayectoria, sino la relevancia mediática que ha adquirido en los últimos años como invitada habitual en los programas de debate vespertinos de la televisión alemana, primero, y a través de sus mensajes en las redes sociales, después.
En un análisis para el diario Die Zeit, el politólogo Torsten Holzhauser se centra en el controvertido discurso sobre política migratoria de BSW. Según Holzhauser, este discurso a favor de un control más restrictivo de la inmigración –vinculada aquí, como fenómeno, a las lógicas liberales de mercado y a la globalización, y que compartiría también con una parte de la socialdemocracia alemana– busca explotar la divergencia entre la retórica oficial de los partidos de izquierda y la opinión real de muchos de sus votantes en torno a esta cuestión, en particular entre los votantes tradicionales en los barrios obreros, azotados desde hace décadas por el desempleo. El autor recuerda que en este punto han precedido a BSW el Partido Socialista (PS) de los Países Bajos –de manera clara en la campaña de Lilian Marijnissen en las pasadas elecciones legislativas– y, desde 2015, los socialdemócratas en Dinamarca, donde su primera ministra, Mette Frederiksen, ha desplegado una política migratoria más estricta –su gobierno está a favor de la creación de centros de refugiados en el Norte de África para que se gestionen desde allí las peticiones de asilo, de la aceleración de las expulsiones y de un puntilloso control de las ayudas económicas concedidas– que busca proteger a su electorado tradicional y evitar la fuga de votos hacia la ultraderecha.
Señalando sobre todo el caso danés, Holzhauser cuestiona con todo que esta fórmula consiga afianzar a sus partidarios en el poder, frenar a la ultraderecha o, incluso, competir con éxito con otros partidos de izquierda sobre esta base. En el caso holandés, el PS obtuvo solamente un 3% en las últimas elecciones. La problematización de la inmigración primando factores culturales puede acabar llevando agua al molino de la ultraderecha, alerta Holzhauser en su análisis. Curiosamente, en contraste con la percepción del partido, y de acuerdo con un reciente estudio comisionado por el Frankfurter Allgemeine Zeitung, BSW fue uno de los partidos más votados por los musulmanes en las pasadas elecciones al Parlamento Europeo.
Tras las elecciones al Parlamento Europeo, BSW intentó sin éxito formar un grupo propio de “soberanistas rojos” en la Eurocámara junto con el Movimiento 5 Estrellas (MS5) italiano o el SMER-SD del presidente eslovaco Robert Fico, otros partidos que se han resistido a una clasificación ideológica tradicional. Esta cuestión es sin duda una de las que más ampollas ha levantado en un debate político en el que, como ha observado Jean Bricmont, en el fondo “vivimos en un mundo de fantasías del pasado”. Un mundo en el que algunos operadores políticos y spin doctors se sienten cómodos, pero que a la hora de la verdad poco sirve para entender la realidad social, y menos aún para transformarla. Mai emplea una metáfora apta: siguiendo las indicaciones del sistema de navegación, el conductor de un BMW terminó llevando su automóvil al fondo del río Havel. El conductor exigió una indemnización a la compañía por el fallo del sistema de navegación. BMW le respondió que un sistema de navegación no excluye que el conductor tenga que mirar a la carretera de vez en cuando.
Se busca taxónomo político
A estas alturas prácticamente todo el mundo conoce la frase de Antonio Gramsci y el interregno. Hay otra cita, acaso menos conocida, pero no menos apropiada, en la correspondencia entre Walter Benjamin y Bertolt Brecht, en la que el primero comparaba la evolución del comunismo soviético con una de esas “fantasías grotescas de la naturaleza que son extraídas del fondo de los mares bajo la forma de un pez con cuernos o de otro monstruo”. En un vocabulario moderno quizás los llamaríamos mutantes. Y, con todo, hoy podemos afirmar que el siglo XX ha visto unos cuantos de estos “peces con cuernos” (o mutantes) antes de que los taxónomos pudiesen clasificarlos debidamente, y en ocasiones el debate ni siquiera está aún cerrado. El bolchevismo debió parecer sin duda a los socialdemócratas alemanes un “pez con cuernos”, no menos que el estalinismo a la vieja guardia bolchevique o el fascismo histórico a los conservadores, y algo no muy diferente debieron percibir algunos ante la aparición del islam político en los setenta, los partidos verdes en los ochenta o ciertos partidos populistas, tanto de izquierdas como de derechas, en el reciente y ya definitivamente clausurado ciclo electoral. En la naturaleza, a ojos de un observador humano, las mutaciones pueden parecer un error, y en no pocas ocasiones conducen efectivamente a la muerte o el fracaso del animal mutado, pero, a veces, pueden convertirse en un éxito evolutivo si la mutación le permite adaptarse mejor al entorno.
Un texto publicado en el digital de izquierdas ruso Rabkor semanas atrás advertía contra el embrujo del “populismo pragmático” que representa para muchos BSW
Reconocer –que nunca significa aprobar– la existencia de estos fenómenos y analizar –que nunca significa justificar– por qué se han producido es un proceso ingrato, conociendo la virulencia con la que se dirimen estas cuestiones en la izquierda, y que el diletantismo que plaga a los medios de comunicación, prisioneros de unas rutinas y dinámicas que no facilitan precisamente la creación de espacios para el debate y la reflexión, no hace más que complicar. Un marxista muy poco ortodoxo y al que las etiquetas generaban una manifiesta incomodidad, Karl Korsch, escribió en 1931 que era de muy poca utilidad “confrontar la doctrina subjetivista del rol decisivo del individuo en el proceso histórico con otra doctrina, igualmente abstracta, que habla de la necesidad de un proceso histórico dado”. “Es más útil explorar, tan precisamente como sea posible, las relaciones antagonistas que surgen de las condiciones materiales de producción de una forma económica dada de la sociedad para los grupos que participan en él”, continuaba Korsch, para quien “en la investigación de las relaciones antagonistas existente entre varias clases y fracciones de clase de una forma económica de sociedad es aconsejable considerar no solamente las formas materiales, sino también ideológicas, en las que estas relaciones antagonistas ocurren en una forma económica dada de la sociedad.”
A BSW se la ha intentado definir como “partido protesta”, “populista”, “híbrido”, “de izquierda pragmática”, “autoritaria”, “nostálgica” o “nacionalista”, y en las redes sociales incluso circulan etiquetas más contundentes, como “nacional-bolchevique” –una definición de la que en Rusia solamente se ha hecho eco un conocido blog militar–, “rojipardo” y hasta “fascista”. “La Alianza Sahra Wagenknecht es en principio el retorno del partido de cuadros leninista, pero sin la idea de socialismo”, afirmó en mayo Gregor Gysi, expresidente de Die Linke. Ilko Sascha-Kowalczuk firmó semanas después una columna en Die Zeit con una opinión similar. Alex Demirović la ha descrito como una suerte de populismo tecnócrata, un “populismo de diseño” y un “populismo sin pueblo”, forjado en los platós de televisión y en los institutos de encuestas de intención de voto. Amira Mohamed Ali y la propia Sahra Wagenknecht, copresidentas de la formación, se han definido en alguna ocasión a sí mismas como “links konservativ” (“conservadora de izquierdas”), una expresión que en última instancia tampoco resuelve mucho, ya que puede significar tanto una reivindicación del discurso y las formas de organización de una izquierda anterior a la penetración del pensamiento posestructuralista como una izquierda que se considera progresista en política económica, pero conservadora en cuestiones sociales (de manera destacada, en los debates en torno a las llamadas políticas de la identidad).
Poco antes de las elecciones al Parlamento Europeo, el candidato de BSW Fabio De Masi respondía como sigue a la pregunta de la adscripción ideológica en una entrevista para la edición alemana de Jacobin: “No diría que somos ‘ni de izquierdas ni de derechas’, sino que más bien diría que el concepto ‘izquierda’ es hoy percibido en la población de una manera diferente a como lo era antes. Mientras ‘izquierda’ significó durante mucho tiempo en el sistema político el conflicto entre capital y trabajo –entre arriba y abajo–, hoy cada vez más personas entienden bajo este término un discurso elitista y alejado de la realidad, y de estilos de vida. Creo que esto ha contribuido a una alienación de capas sociales concretas de los partidos de izquierdas […] Con frecuencia se nos describe como ‘conservadores de izquierdas’. Personalmente no soy especialmente conservador, pero sé naturalmente que hay personas que por ejemplo viven en zonas rurales y tienen otras realidades que algunas de las personas que viven en las grandes ciudades. Y de lo que se trata es de retraerse y hacer una política que apele a las mayorías. […] Yo represento una posición keynesiana de izquierdas en política económica.”
El espejismo del “populismo pragmático”
Pero si BSW se ha encontrado con una sorprendente y feroz oposición en redes sociales en España –un fenómeno que casi podría despacharse con una conocida cita de Carl Schmitt: “El enemigo es nuestra propia cuestión como forma” [Der Feind ist unsere eigene Frage als Gestalt]–, también cuenta con unos cuantos admiradores acríticos, para quienes actúa, de manera no muy diferente a sus detractores, como una pantalla de proyección. Estos últimos sueñan con importar su proyecto político sin tener en cuenta ni el contexto ni los antecedentes políticos, sociales e históricos que han llevado a su aparición en Alemania y que son, por descontado, irreproducibles, aunque algunas similitudes –los debates en el seno de la izquierda, las guerras culturales, la inmigración como tema de campaña cada vez más relevante– permitan pensar en intentos de replicarlo en otros países europeos si se dan algunas de las condiciones.
Un texto publicado en el digital de izquierdas ruso Rabkor semanas atrás advertía contra el embrujo del “populismo pragmático” que representa para muchos BSW. Según su autor, que firma con el seudónimo de “Joan” –seguramente por buenos motivos: el editor de la revista, el marxista Borís Kagarlitsky, cumple una condena de cinco años de prisión en una colonia penitenciaria por su oposición a la guerra de Ucrania–, “en este punto es seguro que decir que la más bien entusiasta, pero fallida, ola populista de izquierda de la década anterior ha estado en un estado de tablas práctico e ideológico durante años”.
“La derrota de Syriza en Grecia y de Podemos en España”, continúa, “el declive gradual de La Izquierda en Alemania y la dimisión de Jeremy Corbyn como líder del Partido Laborista británico han demostrado las limitaciones de esta política, y solamente en Francia el populismo de izquierdas encabezado por Jean-Luc Mélenchon sigue manteniendo su impulso, encadenando éxitos, ¿por qué?” Este autor cree que “Mélenchon y La Francia Insumisa representan una ‘alternativa’ real a través de sus actividades, es más, la actualización radical de los problemas ecológicos y sociales, junto con el establecimiento de la VI República y el movimiento socialista, hacen a Mélenchon y a su partido popular entre los trabajadores y los jóvenes, permitiéndole conseguir resultados cada vez mejores en las elecciones a varios niveles.” Pero sobre todo advierte: “Lo opuesto al romanticismo del ‘populismo alternativo’ deviene, de repente, en la racionalización del desabrido ‘populismo pragmático’.”
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Felicidades por el artículo, muy interesante, invita a muchas reflexiones. Creo que la postura del BSW combina una crítica muy acertada a las posturas elitistas, militaristas y sionistas de los verdes alemanes con lo que en última instancia sería un ataque a la raíz de todo lo que defiende este diario en cuanto a defensa de derechos de las minorías.
Al final creo que la suya es una posición oportunista basada en cálculos electorales que (salvando las distancias ) recuerdan a movimientos como los de por ejemplo Rosa Díaz buscando electores.
Para mí su error consiste en por un lado tomar por ignorantes a los votantes de izquierdas al suponer que van a ser refractarios a las cuestiones ecológicas, de derechos sexuales, etc y por otro menospreciar la fuerza del activismo social que estos movimientos despiertan y su impacto político y social.
Realmente el artículo da mucho que reflexionar desde la izquierda española.
me ha decepcionado este artículo, escrito desde una perspectiva centrista y eludiendo las limitaciones de la izquierda tradicional alemana. aunque es informativo y materialmente correcto, reproduce el tono disciplente y superficial contra este movimiento de izquierda, que en mi opinión es más realista y genuino que los sumares y sus equivalentes europeos.
quiere tambien llamar a las cosas por su nombre: sionistas: genocidas, asesinos de niños pequeños, los de La Izquierda lo único que quieren es seguir en las poltronas como SUMAR
esta mujer quiere dejar de enviar armas a la dictadura de extrema derecha de Ucrania, salir del euro y sus sistema de austericido criminal, sacar al Imperio del país y practicar una política económica social de izquierdas, esperemos que encauce el camino de una izquierda europea, que ha perdido totalmente los papeles, yo estoy con ella: ánimo
La deriva de Alemania hacia el IV Reich parece ya imparable, esta vez con el apoyo y sumisión de una Europa ensimismada y aterrorizada por la oleada de inmigrantes que su pasado colonial y su presente extractivista ha provocado. El genocidio palestino, la disrupción climática, el ecocidio generalizado son algunos de los últimos clavos en esta deriva nazi-sionista del maldito jardín europeo. Cualquier propuesta política decente pasa hoy por plantear una salida de la UE, y la adopción de una política de neutralidad y solidaridad con el Sur que pasa primero por la.acogida de los refugiados climáticos ... Que van a llegar por millones o decenas de millones. Todo lo que no sea eso es entregarse a la deriva belicista, ecocida, nihilista y nazi a la que se han entregado el gobierno de Sánchez y sus aliados parlamentarios todos.